“Mami, mirame”, le dijo Rocío, de 3 años, a Paula, su mamá, de 38, que estaba mirando mensajes mientras su marido llevaba las milanesas a la mesa para la cena. “Mamiiii. Mi sombrero, tengo sombrero”, insistió. “Sí, mi amor. Ya voy. Esperame un segundito, estoy respondiendo algo del trabajo”, contestó sin levantar la vista.
Recién cuando escuchó el estruendo despegó la mirada del teléfono y allí vio que su otro celular, el personal, yacía en el suelo con la pantalla estallada. Ese era el sombrero de Rocío. No llegó a reaccionar cuando Pía, la adolescente de la casa, disparó: “A nosotros no nos dejás traer el celu a la mesa, ni llevarlo al colegio. Nos controlás cuánto lo usamos, pero vos tenés dos y siempre estás ahí, tiki tiki con el tuyo”.
Paula no llegó a decir nada. El marido la miró con un gesto de resignación. “Tenía razón. Me dio mucha vergüenza reconocerlo. En el último tiempo, como padres, pusimos el foco en el impacto del celular en nuestros hijos adolescentes. Nos sumamos a redes de padres que luchan para que sus hijos usen menos el suyo pero, sin darme cuenta, mi ejemplo estaba diciendo todo lo contrario. Pía tenía razón. Fue un cachetazo, pero incluso, toda la payasada de Rocío de ponerse mi celu en la cabeza fue una manera de llamarme la atención. No es fácil, pero te das cuenta de que si querés cambios en tus hijos, no te queda otra que dar el ejemplo y obligarte a ponerle un límite al celular”, afirma Paula.
No es la única. Por estos días, miles de padres se sumaron a distintas iniciativas para que sus hijos reduzcan el uso del celular e incentivar en ellos los vínculos interpersonales. La sorpresa llega cuando se ven reflejados en un espejo que no habían imaginado. “¿Y por qué no dejás vos también el celular?”, interpelan los chicos. Una pregunta que, aunque se responda con un “es por un tema de trabajo”, se recibe con un dejo agridulce.
Justamente, los smartphones y el teletrabajo borraron las fronteras entre el mundo laboral y el familiar y el argumento se vuelve frecuente pero insostenible para las familias que están buscando reducir el uso de celulares por parte de sus hijos.
Por estos días, la película No puedo vivir sin ti, protagonizada por Adrián Suar, pone el foco en uno de los grandes dilemas de la vida familiar de estos tiempos, con un padre de familia adicto al celular. “Sin ti” no se refiere a una pareja sino al teléfono.
A comienzos de este año, Loli Larguía, que trabaja en comunicación y es madre de tres hijos, decidió sumarse a un grupo de padres del colegio de los chicos que estaban impulsando localmente una movida nacida en Londres. Crearon “Manos libres”, una iniciativa que propone cambiar la norma social respecto al uso del celular y retrasar la edad en la que los chicos empiezan a tener un teléfono inteligente, que les abre un mundo para el que no están preparados. También se contempla como alternativa utilizar un aparato tipo analógico en caso de necesitar estar en contacto con ellos a edades más tempranas, pero habilitar las redes sociales recién a los 16 años, tal como describió la primera nota de esta serie, Atrapados en las redes. Las sucesivas producciones buscaron ubicar en el centro de la escena el impacto de las pantallas en el malestar emocional de chicos y adolescentes, que carecen de herramientas para manejar el infinito universo virtual.
La repercusión fue enorme: en la próxima reunión virtual de “Manos libres”, miles de padres de todo el país se sumarán para impulsar medidas similares en los colegios de sus hijos. Las derivaciones de la tercera nota de la serie, enfocada en las escuelas que habían decidido sacar el celular de sus aulas, al menos unos 30 del corredor norte, fueron de una relevancia inesperada: muchas otras instituciones se animaron a dar un paso en ese sentido. Es más, el gobierno porteño anunció que los teléfonos en los colegios de la ciudad de Buenos Aires pasarían a estar prohibidos. Y los resultados positivos no tardaron en llegar: se incrementaron en los recreos las interacciones entre los estudiantes, volvieron las risas cara a cara y los juegos en los patios. Era cuestión de dejar el teléfono y levantar la mirada.
El ejemplo del mundo adulto abrió un capítulo aparte: los docentes…¿pueden utilizar celulares? El foco también se ubicó entonces puertas adentro de las casas de familias que están dando esta batalla. ¿Cómo usamos los padres el teléfono?
Fue en este contexto que Loli decidió hacer un giro en su vida personal. Hace unas semanas concurrió a un local de telefonía celular y le dijo a la vendedora que no quería el teléfono último modelo sino todo lo contrario, uno analógico que solo sirva para llamar o mandar mensajes de texto. La condición era que no tuviera acceso a internet.
Inesperado regreso de los teléfonos del pasado
“La vendedora no entendía nada. Me miraba intrigada. Entonces le expliqué que quería un teléfono así para no distraerme, para separar las cosas, para dejarlo para mis momentos de vida familiar y social. Y el otro, para la vida laboral. Cuando entendió qué le decía, me respondió que le encantaba la idea, que tal vez ella iba a hacer lo mismo”, cuenta Loli. Resultó que sí, que en el local se vendían esos celulares que ya en otras partes del mundo están siendo tendencia.
Lo que siguió fue el primer fin de semana de desconexión. De hecho, a partir del viernes pasado, los mensajes enviados a su teléfono laboral dejaron de llegar. Quienes le escribieron tuvieron que esperar hasta el lunes para tener una respuesta.
“Fue espectacular. Dejé mi smartphone en la guantera del auto. Solo lo usé como GPS. Obvio que cuando me subí al auto, no pude evitar ver las notificaciones de mensajes que me habían llegado. No los abrí. Resistí la tentación. ‘No soy cirujana’, me dije. Nada puede ser tan urgente como para no poder esperar al lunes. Y, en cambio, disfruté de un fin de semana con mis hijos como hace tiempo no pasaba”, asegura.
Las respuestas de los hijos fueron dispares. La más grande, de 15, fue indiferente. Bautista, de 13, lo bautizó como el “ñeñefono”, como le dicen los adolescentes a cosas sin gran calidad. Sin embargo, le divirtió el cambio de actitud de su mamá. “A India, la más chiquita, de 8 años, le presté mi aparato mientras la peinaba. Fue impresionante ver la diferencia de su reacción. No es para nada adictivo. Jugó un ratito a la viborita, pero al ratito lo dejó y se fue a jugar. Con el smartphone la historia hubiera sido otra”, afirma Loli.
¿Contestás los mensajes inmediatamente si no son urgentes?
Desde hace algunos años, Loli decidió trabajar de forma independiente para poder estar más presente en las rutinas de sus hijos. Pero no puede evitar sentir, como muchos de los que hacen home office, que los límites entre el trabajo y la vida familiar se desdibujan. “Por eso, creo que tener un teléfono así, sin más atractivo que el de llamar o mandar mensajes de texto, me va a devolver muchas horas”, dice. “Creo que los adultos tenemos que cambiar nuestros parámetros. Tenemos que dejar de creer que está bien mirar el celular o tenerlo en la mano cuando alguien nos está hablando. Tenemos que darnos cuenta que es una falta de respeto. También nosotros tenemos que cambiar nuestra norma social”, reflexiona.
La psicóloga Clara Oyuela es mamá de dos niñas y autora de Crónica de una abstinencia, un libro escrito en 2018, después de realizar una experiencia de desconexión total del celular por un mes. Ella también consiguió un teléfono analógico y lo activó, justo el día en que su hija menor, Miranda, terminó internada por una crisis respiratoria. “La enfermera no podía creer cuando le mostré mi teléfono, le dije que me había quedado sin batería y le pedí que me prestara el suyo. La cara de la mujer fue terrible porque lo peor que le podés pedir a alguien es su celular”, cuenta desde San Martín de los Andes, donde vive con su familia.
El experimento de Clara ocurrió cuando Miranda tenía 7 meses y llevaba varias semanas sin dormir. Menos dormían ambas y más adicta se volvía al celular. “Todo lo que le pasa al cuerpo cuando no dormís, altera tu ritmo y tu capacidad de recuperar y disfrutar”, señala la psicóloga.
“Cuanto peor era la situación, más horas pasaba frente al teléfono. Decidí entonces tomar una decisión drástica y dejarlo a ver qué pasaba. Por un mes, me planté. Y el resultado fue increíble. Pudimos volver a dormir y sentí que la conexión con mis hijas fue completamente distinta. Reconozco que prendí el celular algunas veces. Pero no era trampa, porque mi objetivo era saber qué me pasaba a mí con o sin el celular. Y descubrir cómo era mi relación con él”, dice.
Hoy, recuerda aquellos días de desapego de las pantallas con nostalgia. “Me gustaría encontrar el balance para poder usar el teléfono y que no cope tantas horas. Pero es difícil. La mayor paradoja es que yo doy talleres sobre esta experiencia en las escuelas, donde muchos estudiantes se suman para hacer una experiencia de cuatro días de desconexión, llevando un registro. Ya son más de 100 las experiencias de voluntarios” explica.
Tanto en su trabajo como psicóloga como en su propia casa, logra dimensionar la complejidad del problema. “Hace un tiempo, mi hija mayor escribió un cuento que se llamó ‘El tercer hijo de mi mamá’. Y yo solo tengo dos hijas. El tercero, según ella, es el celular. Porque lo limpio, porque lo miro, porque le compro accesorios… Es más difícil de lo que uno quisiera poder poner el celular en su lugar”, indica.
No son pocos los especialistas que hablan del padecimiento de la generación que se cría con padres que tienen 24/7 un celular en sus manos. Un video subido a TikTok por un padre resultó conmovedor para muchos. Las imágenes muestran las distintas actitudes de sus hijos si permanece con la mirada en el celular o si, por el contrario, está atento a ellos. La apatía y el enojo aparecen como reacciones a la desconexión que genera la dependencia a las pantallas.
Los expertos advierten que los chicos crecen con la percepción de la ausencia física o emocional de sus padres cuando los adultos no regulan el uso de los teléfonos. Es más: ya se habla de síndrome del padre o madre ausente.
El fenómeno fue estudiado por investigadores del Departamento de Pediatría del Centro Médico de la Universidad de Boston a través de una metodología singular: se instalaron en distintos restaurantes de comidas rápidas durante dos meses para observar los patrones de comportamiento respecto al uso de celulares en los grupos en los que había un adulto acompañado por uno o más niños menores de 10 años. Los resultados, publicados en la revista Pediatrics, mostraron que la dependencia a los dispositivos perjudica la relación entre padres e hijos. ¿Qué sucedió? De los 55 grupos relevados, en casi el 75% de los casos los adultos miraron pantallas durante la comida. El grado de interacción con los celulares iba desde no sacar el teléfono o ponerlo sobre la mesa (menos del 10%) hasta usar el dispositivo casi en forma constante, lo que ocurrió en un total de 40 casos.
De acuerdo a las conclusiones del estudio, las actitudes de los chicos variaban. «Algunos parecían aceptar la falta de atención y se entretenían solos. Los que estaban acompañados por otros niños jugaban y charlaban entre sí, y algunos reaccionaban con angustia y malos comportamientos», describieron los investigadores.
Imitación y neuronas espejo
Silvina Pedrouzo, pediatra y presidenta de la Subcomisión de Tecnologías de Información y Comunicación de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), asegura que esa conducta tiene un nombre: phubbing o ninguneo. “En muchas ocasiones, los niños padecen los efectos del phubbing, que implica ser ignorados por sus cuidadores por estar pendientes de sus propios dispositivos. Esto trae aparejado una pobre disponibilidad, en cuanto al tiempo brindado de calidad, sin interferencias, y en cuanto a la falta de atención plena. Estas conductas parentales traen aparejada la imitación y desencadenan en todas las edades alteraciones emocionales, baja autoestima y conductas de aislamiento social”, explica.
El año pasado, desde SAP lanzaron la campaña “Copiar/Pegar”, realizada en conjunto con la Organización Faro Digital y el Círculo de Creatividad. El objetivo fue poner en evidencia, mediante un corto, cómo esas conductas que muchas veces los adultos reprochan a los chicos no son otra cosa que imitación de lo que ven en el mundo de los mayores.
“Es fundamental abordar esta problemática. Los niños aprenden por activación de las neuronas espejo. Aprenden por imitación de lo que ven hacer a sus cuidadores primarios. Si en la casa sus cuidadores están pendientes de sus dispositivos, va a ser imposible limitarles su uso. El contexto de uso temprano de pantallas desplaza el tiempo de juego, las interacciones socioafectivas y las experiencias enriquecedoras con otros niños y con familiares, que posibilitan el desarrollo emocional y psicofísico del niño, que requiere de cuidadores primarios atentos a sus necesidades”, concluye Pedrouzo.
Asesoramiento para el test interactivo: Diego Herrera, licenciado en psicología de la UBA, con posgrados en psicoterapia cognitivo conductual, neuropsicología y director de Equipo Interdisciplinario Cognitivo Comportamental.
Texto de Evangelina Himitian
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