RÍO DE JANEIRO.- Antes, Tatiana Aparecida de Jesus hacía la calle como cualquier trabajadora sexual de Río de Jainero, a veces drogada con paco o cocaína. Tatiana es madre de cinco hijos, y el año pasado se unió a una pequeña congregación de evangelistas pentecostales del centro de Río llamada Santificación del Señor, y dejó atrás la mala vida.
“El pastor me abrazó sin hacer preguntas”, dice Tatiana, de 41 años, que fue criada en el catolicismo y se unió a la iglesia pentecostal en medio de la pandemia. “Cuando sos pobre, un abrazo es muy diferente a que te digan ‘buen día’ o que simplemente te den la mano.”
Durante siglos, ser latinoamericano era ser católico, y el catolicismo no tenía prácticamente rivales en la región. Pero hoy el catolicismo ha pedido adherentes frente a otros credos en la región, especialmente el pentecostalismo. También hay muchos que se declaran cristianos “sin iglesia”, y ese giro no se ha frenado con la llegada del primer papa latinoamericano.
Ya en 2018, siete países de la región -Uruguay, República Dominicana y cinco de América Central- tenían una mayoría autopercibida de “no católicos”, según Latinobarómetro, una encuestadora con sede en Chile. Y según estimaciones de académicos que monitorean la filiación religiosa de en la región, este año se producirá un hito simbólico: este año los católicos pasarán a ser minoría en Brasil, el país con mayor cantidad de católicos de todo el mundo.
En el estado de Río de Janiero eso ya sucedió. Los católicos representan el 46% de la población, según el último censo nacional de 2010, y apenas más del 30% en algunas favelas y en los barrios marginales más afectados por la pobreza.
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“El Vaticano está perdiendo el país católico más grande del mundo, es una pérdida enorme, irreversible”, dice José Eustáquio Diniz Alves, destacado demógrafo brasileño y exprofesor de la agencia nacional de estadísticas. Diniz Alvez estima que al ritmo actual, para principios de julio los católicos representarán menos del 50% de todos los brasileños.
Las razones de este cambio son complejas, incluidos los cambios políticos que redujeron las ventajas que tenía la Iglesia Católica sobre otras religiones, así como la creciente secularización en gran parte del mundo. Diniz Alvez destaca que durante la pandemia, las iglesias evangélicas fueron especialmente efectivas en el uso de las redes sociales para mantener contacto con sus fieles.
Los críticos dentro y fuera de la Iglesia Católica también señalan la incapacidad de la institución para satisfacer las demandas religiosas y sociales de la gente, especialmente de los más pobres. Muchos latinoamericanos consideran que la Iglesia Católica está desconectada de las penurias diarias de sus seguidores.
La menguante influencia del catolicismo en América Latina tiene consecuencias sociales y políticas de largo alcance. En países como Brasil, esa ola de conversiones hacia el cristianismo pentecostal fue la que aupó la agenda social conservadora desde los pasillos de las favelas hasta los pasillos del Congreso, y la que en 2018 ayudó a instalar en la presidencia al ultraderechista Jair Bolsonaro.
El pentecostalismo es una tradición que se originó en Estados Unidos y que enfatiza el contacto directo con el Espíritu Santo a través de formas de adoración muy corporales y físicas. Es parte del movimiento evangélico en general, que recalca la autoridad de la Biblia, la experiencia de “nacer de nuevo” y la misión de ganar nuevos adeptos. Las principales iglesias protestantes, como la anglicana y la luterana, han hecho relativamente pocos avances en América Latina.
En los países donde cada vez hay menos personas con alguna afiliación religiosa, las prácticas sociales más liberales van en aumento. Argentina, el país natal del Papa Francisco, legalizó el aborto el año pasado, y el Congreso de Chile está dando los primeros pasos en ese mismo sentido. Hasta en México, donde la gran mayoría sigue siendo católica, el control de la Iglesia sobre la sociedad es cada vez más débil, como se vio reflejado en septiembre en la votación de la Corte Suprema para despenalizar el aborto.
Según datos del Vaticano, en América Latina y el Caribe vive el 41% de los católicos del mundo. Los cálculos de cuántos latinoamericanos siguen siendo católicos varían, pero todos concuerdan en que los porcentajes están cayendo. Según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew de 2014, aunque el 84% de los latinoamericanos se había criado en la Iglesia, solo el 69% se definían como católicos. El 19% de los latinoamericanos se identificaron como protestantes, y de ellos, el 65% se identificaron como pentecostales.
Desde la elección del papa Francisco, que cuando era arzobispo de Buenos Aires solía reunirse con líderes evangélicos y pentecostales, el Vaticano ha buscado coexistir pacíficamente con otros credos, en vez de luchar contra la marea en ascenso de los credos rivales.
El papa Francisco no es muy afecto a las embestidas misioneras destinadas a ganar adeptos. En un sínodo del Vaticano de 2019 sobre la región del Amazonas, apenas se habló de la pérdida de seguidores de la Iglesia, a pesar de un informe de una agencia del propio Vaticano que reveló que el 46% de los 34 millones de habitantes de la región amazónica no eran católicos. La reunión dedicó más atención a los desafíos ambientales de la región, una causa emblemática del pontificado actual.
El pentecostalismo tiene una estructura organizativa muy flexible que lo ayudó a incursionar y sentar bases en los barrios más pobres de América Latina, donde las iglesias ofrecen tanto ayuda material como espiritual. Hay iglesias dirigidas por laicos que con una feligresía de unas pocas decenas de familias logran organizar colectas de arroz para los que pasan hambre, financiar clubes de fútbol para alejar a los jóvenes de las bandas narco y consiguen atención médica privada como alternativa a los hospitales públicos. Según la encuesta Pew de 2014, la razón más extendida entre los excatólicos latinoamericanos para volcarse hacia alguna forma de protestantismo fue tener una conexión más personal con Dios, motivo citado por el 81% de los encuestados. Casi seis de cada 10 personas dijeron haber abandonado el catolicismo porque encontraron “una iglesia que ayuda más a sus miembros”.
Para Jaime Martins, un abogado de 45 años de Río de Janeiro, ese punto de inflexión llegó en 2016, cuando la crisis económica de Brasil lo dejó sin nada y quedó sumido en una espiral descendente de depresión y adicciones. Su esposa lo abandonó, tuvo problemas con la policía y terminó deambulando de noche por las autopistas de la ciudad. “Quería que me atropellara un auto”.
Una iglesia pentecostal de Río financió su programa de rehabilitación de las drogas y otra le dio alojamiento y trabajo como colaborador de la iglesia, recuerda Martins. A diferencia de las iglesias católicas de la zona, que son más grandes y rígidas, la estructura informal de las iglesias pentecostales y evangélicas permite un mayor contacto entre el pastor y los fieles.
“Los sacerdotes católicos no se sentaban ni a tomar un café con nosotros”, recuerda Martins.
Los miembros del clero católico saben que tienen que ser más accesibles para los fieles comunes, siguiendo el ejemplo del Papa Francisco, que cuando era arzobispo de Buenos Aires enfocaba su atención pastoral en los barrios más pobres. Actualmente, hay sacerdotes y monjas católicos trabajando en barrios y áreas rurales de toda la región.
“Tenemos que ser mucho más accesibles y estar mucho más cerca de la gente”, dice el padre Gustavo Morello, miembro de la orden jesuita a la que pertenece el Papa argentino, profesor de sociología del Boston College y un estudioso del pluralismo religioso en América Latina.
El papa Francisco no ha desatendido en absoluto a Latinoamérica durante su pontificado. De hecho, su primer viaje internacional fue a Brasil en julio de 2013, y desde entonces ha visitado otros nueve países de la región. Sin embargo, queda claro que Francisco no tiene intenciones de ponerse al frente de una cruzada para recuperar la región para el catolicismo.
“La Iglesia ciertamente no puede aspirar a dar vuelta la historia, y menos aún a imponer una especie de hegemonía centralizada”, dice Pedro Morandé Court, sociólogo chileno y miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, un órgano colegiado de académicos de todo el mundo que asesora al sumo pontífice.
Por Francis X. Rocca, Luciana Magalhaes y Samantha Pearson
The Wall Street Journal
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