Marie-Anne Erize: la joven que cambió una vida de modelo por un modelo de vida y desapareció en la última dictadura

Fue amiga de Teté Coustarot y almorzó con Mirtha Legrand. Prefirió dar apoyo escolar en las villas que desfilar en las pasarelas, eligió ser militante antes que mannequin. El 15 de octubre de 1976 fue secuestrada y nunca más se supo de ella

Algo parecido a la felicidad ocurrió esa tarde que Marie-Anne se metió en la villa del Bajo Belgrano para llevar comida y ropa.

Por
Susana Ceballos

Quizá rodeada de esos chicos de rostros curtidos y sonrisa pícara recordó su infancia en Misiones. Quizá fue cuando habló con su perfecto francés y ellos se rieron por esas palabras que sonaban tan raras como mágicas. Quizá cuando tocó su guitarra y cantaron todos o cuando renunció a su cargo en el Liceo Jean Mermoz para trabajar como maestra voluntaria en la villa. Sí, algo parecido a la felicidad sintió Marie-Anne el día que decidió dejar de caminar por las pasarelas para andar por su propio camino. Un camino donde la solidaridad no dejaba espacio para la frivolidad. Sí, algo parecido a la felicidad debe haber sentido Marie-Anne. Ni ella ni nadie anda en busca de tristeza, pero a ella, como a miles, la atravesó una historia que no se olvida, algunos no entienden y sobre todo, todavía duele.

Marie-Anne crece en un pueblo llamado Wanda, cuyo límite era la selva misionera. Con su papá, su mamá y sus hermanos vive en un lugar sin agua corriente ni luz eléctrica, pero adonde pasean a caballo, plantan mandioca y vuelven de la escuela trayendo ananás. La infancia silvestre muta a otra ciudadana. Por falta de colegios secundarios para las chicas, la familia se muda a Boulogne, a Ciudadela y finalmente a Belgrano.

Mientras, el mundo es un hervidero de movimientos. Los jóvenes franceses del 68 piden “la imaginación al poder”, en Cuba se vive el apogeo de la Revolución, los vietnamitas derrotan a los estadounidenses, los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín aseguran que ante la violencia sistemática de los poderosos no está mal que los débiles se levanten. El poder popular parece posibilidad y no utopía.

A los 19 años, Marie-Anne vive con intensidad. Como miles de jóvenes, sueña con una sociedad más equitativa. Es una mujer metida en las ideas e ideales de su tiempo. Combina sus actividades en el barrio con su trabajo de maestra jardinera en el colegio Mermoz. Su belleza no pasa desapercibida. Es linda por genética y con un aspecto salvaje e indomable. No es coqueta, se viste con descuido, pero posee una elegancia natural y un rostro tan luminoso y vivo que cuando sonríe eclipsa, y cuando habla, todos enmudecen.

Llega al mundo del modelaje no por decisión sino por casualidad. Conoce a unos jóvenes publicitarios de una agencia llamada La Vanguardia que le realizan un book de fotos para lanzar su carrera de modelo. Las marcas se entusiasman con esa joven tan distinta. Posa para catálogos y para revistas.

En enero de 1972 participa en Miss Punta del Este, tres meses después la coronan primera princesa en el concurso de belleza que organiza la revista Siete días. A la semana ocupa la portada de Gente. Almuerza con Mirtha Legrand. Los mejores anunciantes se la disputan: Avianca y Jockey. Para la marca de cigarrillos filma un comercial. Aparece apenas 43 segundos, tiempo más que suficiente para impactar con su belleza sublime. Hoy ese comercial se resignifica y lacera.

Esa mezcla de naturalidad y sofisticación impacta a Manuel Lamarca, el diseñador más top del momento, que la elige de musa.

Mora Furtado se la cruza en algunos desfiles y hoy la recuerda como “muy joven y monísima”. De Teté Coustarot se hizo compinche. “Era fresca, bellísima -le cuenta a Teleshow-. Empezó a trabajar porque tenía un estilo muy europeo, con su pelo muy corto y su aire selvático, absolutamente diferente al resto. Llegaba sin maquillaje y con su alegría permanente. Era una aventurera a la que no le importaba la opinión de los demás. El laburo de modelo era un modo de ganar dinero para liberarse de uno de oficina”. En los camarines, mientras se pintaban las uñas, les hablaba de su trabajo en el barrio. “Tenía una modernidad asombrosa. Libre, muy libre”.

El teléfono de su casa no para de sonar. La llaman fotógrafos, agencias, pero también desubicados que hoy detentan su verdadero nombre: acosadores.

Sin proponérselo, la argentina más francesa se impone en el mundo de la moda. Ella no se engaña: ese mundo no es el verdadero mundo. Hay otro con casillas de chapas y chicos con presente pero sin futuro que la mueve y la conmueve. En los desfiles saben de su compromiso social, por eso cuando pide modificaciones de horarios para ir a trabajar a la villa, acceden. No concibe ser feliz si los demás no lo son.

Su familia respeta sus decisiones, pero temen. Temen el mundo de la moda y sus excesos, y temen una realidad política cada vez más radicalizada. Marie-Anne compra un pasaje y parte a Francia.

Aterriza en París con su guitarra y un poncho de colores. Acaba de cumplir 20 años y se instala en una buhardilla. Conoce a Paco Rebés, un productor de espectáculos que representa artistas como Paco de Lucía y Joan Manuel Serrat, y no oculta su simpatía por la agrupación Montoneros. Hacia fines de octubre, Marie-Anne viaja a Nueva York para presentarse en agencias. No la contratan y se ofrece a ayudar a Paco de Lucía a promover su espectáculo en el Carnegie Hall. Vuelve a París, participa en debates sobre el capitalismo, el Che en Cuba y Allende en Chile. La acusan de “burguesa” y también la llaman “Madre Teresa”. Se ríe y vuelve a su lugar en el mundo: Argentina.

En Buenos Aires regresa a los desfiles y a su trabajo social. Se debate entre dos mundos: el de la pasarela y el de la villa. La liviana superficialidad la invita a sentarse y el compromiso social la impulsa a seguir. ¿Qué hacer? Renuncia al mundo ideal y se queda con el real. Abandona el modelaje, se postula para trabajar en Austral y se inscribe para estudiar antropología en la UBA.

Participa en reuniones y manifestaciones. No está sola. Son miles los jóvenes que comparten su compromiso y encuentran en las organizaciones revolucionarias un lugar de pertenencia y un camino a seguir. Nadie puede intuir que ese camino terminará en un precipicio.

Marie-Anne se siente identificada con los que se prefieren “libres o muertos, pero jamás esclavos”. Desde su sensibilidad social se acerca a la causa montonera. No le interesa la violencia. Cree en Perón y en lo que representa para los más pobres. La esperanza la invade, todavía ignora que el futuro que sueña le estará vedado.

Militante de base sigue con su compromiso social y consigue el trabajo en Austral. Le gusta cocinar, ir al cine y sobre todo, bailar chamamé con la gente del barrio que al verla moverse no saben si están frente a una muchacha o una aparición.

Deja su trabajo en la villa de Belgrano para pasar a la de Retiro junto al padre Carlos Mugica. Otra vez asombra su presencia, pero no tanto. Los habitantes están acostumbrados a cruzarse en los pasillos a Chunchuna Villafañe y una flaquita de pelo largo llamada María Cristina de Giácomi que luego trascendería como Cris Morena.

La vida sigue, la muerte espera agazapada. El 1 de julio de 1974 fallece Perón. Hay atentados, hay asesinatos. Hay más víctimas que victimarios. Como otros, Marie-Anne se encuentra atrapada entre un futuro por el que lucha pero no llega y ese presente incierto.

En 1975 el clima de violencia en Buenos Aires es irrespirable. Daniel Rabanal, su pareja y militante, se instala en Mendoza. Ella duda pero lo sigue. El 6 de febrero de 1976 su pareja es detenida. Apenas se entera del arresto Marie- Anne renuncia a su puesto en Austral. Se refugia o la refugian en San Juan.

Le buscan un escondite en el barrio Concepción. Ya no la llaman Marie-Anne sino “Lucía” o “Sofía”. “Para que no la reconocieran se cortaba el pelo, se teñía, pero no había forma de no verla. Era indisimulable”, relata Eloy Camus a Teleshow, quien la conoció: “Era hermosa, delgada y a su vez accesible y piola”. Camus la vio por primera vez en un baile de disfraces. Él era un adolescente de 16 años. Días después la encontró en una plaza, sentada al borde de una fuente: “Me saludó con un ‘¡Hola!’, y yo no pude hablar”.

Da clases de castellano y de francés, pero la plata no alcanza y participa en la cosecha. Lo poco que tiene lo comparte. Se entera de que un compañero está preso y le lleva comida a la compañera que quedó sola con sus hijos. 24 de marzo de 1976 llega el golpe. El horror ya no estará agazapado.

Su mamá -Françoise- intuye lo que se viene. Viaja a San Juan e intenta convencer a su hija para que abandone el país. “Hay pobres en todos lados. Hasta en Francia”, argumenta y recibe por respuesta: “Pero yo no hice nada. No soy una terrorista. No formo parte de la agrupación. Solo quiero ser pobre entre los pobres”.

Se refugia en un campamento en Cerro Negro. La joven que conoció el brillo de las pasarelas y las noches de Mau Mau duerme en una carpa, traslada el agua en baldes y solo come arroz, pastas y alguna conserva. Realiza un viaje a relámpago a Buenos Aires: no lo sabe, no lo saben pero será la última vez que su familia la abrazará.

El 15 de octubre de 1976 va hasta una bicicletería. Precisa arreglar una cubierta. En el lugar tres hombres la rodean amenazantes. El bicicletero intenta ayudarla pero le pegan un puñetazo en la nuca que la derriba mientras lo intimidan con un arma en la mano. Ella grita, forcejea, pierde sus anteojos y un zapato. La meten en un Falcon. La noche oscura comienza. El amanecer no llegará jamás.

Marie-Anne permanece desaparecida. La justicia actuó 35 años después. Determinó que los responsables de su secuestro, violación y desaparición son Daniel Vic, Jorge Olivera, Osvaldo Martel, Carlos Malatto y Eduardo Cardozo, que eligieron ser violadores y asesinos antes que hombres. A Olivera le acaban de otorgar la prisión domiciliaria. Malatto reside impune en Italia.

Dicen que hay que hablar para sanar, pero en la historia de Marie-Anne es imprescindible contar para reparar. Que los responsables de su ausencia se conviertan en recuerdos, o mejor, en fantasmas y hasta que eso ocurra como sociedad seguiremos exigiendo: Memoria, Verdad, Justicia. Porque como escribió Liliana Bodoc: “¿Cómo es posible que siga amaneciendo?, nos preguntamos cuando no volvieron. Fue por ellos, por los que no volvieron, que sigue amaneciendo y amanece”.

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