Enrique Goyret, de 68 años, se sentó frente a su computadora el pasado 5 de octubre como cualquier otro día en su casa de Bella Vista. Pero había una diferencia.
Con más de tres décadas de experiencia como analista de sistemas en el Citibank y otras empresas, iba a volver a ser evaluado para una posición junior, esta vez como programador en Qrono, una empresa estadounidense que desarrolla soluciones para sistemas de reservas.
Pero el caso de Enrique no es el único, sino que hay muchas personas mayores de 40, 50 y hasta 60 años que están aprendiendo a programar para actualizarse profesionalmente o conseguir un trabajo.
“Con actitud y compromiso, cualquier persona puede convertirse en desarrollador de software e ingresar al mundo de la tecnología. Y, en este sentido, no hay barreras: ni la ubicación geográfica, ni el background, ni el género, ni la edad. Todas las personas pueden formarse en las últimas tecnologías que hoy requieren las compañías y acceder a empleos más atractivos y mejores pagos”, aseguró en diálogo con LA NACION Martín Borchardt, uno de los fundadores de Henry, la academia de la que egresó Enrique. El sistema de la institución es que los alumnos no pagan por la formación sino hasta cuando se reciben y consiguen trabajo.
En tanto, María Apólito, subsecretaria de Economía del Conocimiento del Ministerio de Desarrollo Productivo, también dijo que la formación que ofrece el Estado no tiene límites de edad.
“Argentina Programa no tiene límite de edad. Es un plan de capacitación disponible para todos aquellos que crean que, mediante el aprendizaje de los lenguajes de programación, pueden acceder a nuevas oportunidades de empleo o, incluso, a mejorar su situación actual. El sector IT es una industria que necesita cada vez más recursos humanos capacitados, donde las personas de todas las edades tienen cabida”, afirmó.
Por caso, hace unos meses G&L Group, una empresa argentina de servicios IT y soluciones de negocios, lanzó una convocatoria muy aplaudida para contratar a personas de todo el país de más de 50 años y terminaron tomando a alrededor de 45 personas.
“El tema de la inclusión laboral está complicado, pero, si apuntamos los esfuerzos y los reorientamos bien, el sector del software necesita mano de obra. Con estos cursos, y algunos meses trabajando, convertís a juniors en semi seniors”, dijo José María Louzao, presidente de G&L Group y vicepresidente de la Cámara de la Industria Argentina del Software (Cessi).
Según esta entidad, cada año en la Argentina quedan 15.000 puestos por cubrir en programación y el número puede ascender a más de 900.000 si se toma en cuenta la demanda insatisfecha a nivel regional.
“Me dieron un ejercicio que tenía que resolver en una hora y tenía que compartir mi pantalla para que otra persona del otro lado viera cómo lo iba resolviendo. La cuestión del tiempo me pone nervioso y en un par de entrevistas me fue mal. Aunque en una oportunidad creo que me fue bien, pero me dijeron que lo había hecho mal quizás por mi edad”, cuenta Enrique Goyret, cuando repasa sus primeras presentaciones cuando con más de 65 años y una larga experiencia trabajando en el área de Sistemas en un banco de primera línea, se empezó a postular a puestos como programador junior.
Después de algunos intentos fallidos y con la ayuda de Google y sus apuntes de la cursada en Henry, finalmente consiguió resolver la tarea en 50 minutos y de una forma satisfactoria para la empresa a la que se estaba postulando. “Luego tuve otra entrevista con uno de los socios y otra vez tuve que contar mi historia. En el día me aceptaron”, continuó.
Su hoja de ruta es esta. En 1978 se recibió de analista en sistemas por la Universidad de Buenos Aires (UBA), en donde inicialmente había estudiado ingeniería electrónica. Luego trabajó en varias empresas hasta que en 1982 ingresó al Citibank en Argentina para después continuar en sedes de la compañía en Aruba, Miami y Londres hasta que, 10 años después, en 1993, volvió a la casa matriz en el país hasta 2008, cuando continuó asociado a la firma como consultor.
En los últimos cinco años, en tanto, trabajó para una pyme que exporta lanas automatizando sus sistemas administrativos.
“Cuando empezó la pandemia de Covid-19 comenzó a mermar el trabajo y ahí es donde empieza mi proceso. Tenía toda esa experiencia y, si bien me había jubilado a los 65 años, quería seguir generando ingresos para mantener mi nivel de vida y todo lo que se pedía estaba relacionado con desarrollo web en distintos lenguajes. Vi un artículo en el diario que hablaba de la academia y pasé distintas etapas hasta quedar seleccionado para la cursada full time”, recordó.
Durante cuatro meses cursó todos los días de 9 a 18 y más también, porque muchas veces tuvo que volver a ver las clases grabadas. El 31 de agosto de este año finalmente se recibió de full stack developer.
“Para mí la cursada fue difícil, intensa, pero posible. Así que les digo a los veteranos y los no tan veteranos que nunca es tarde para aprender algo nuevo si se tiene la voluntad de hacerlo y que las posibilidades de contratación son bien reales. En mi caso se valoró mi experiencia profesional anterior a pesar de no tener nada que ver con desarrollo web, y además no les importó que no tuviese conocimientos de dos tecnologías de backend que utilizan, Python y Django”, afirmó.
Otra estudiante de programación es Cristina Rizolli, de 63 años, quien vio en la cursada de Henry una nueva oportunidad. A los 25 años ella empezó a estudiar ingeniería en sistemas en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), pero no pudo finalizar la carrera porque quedó embarazada de su segunda hija y con la pandemia pensó: “¿Y si vuelvo?”.
“Yo trabajo desde chica y fui jefa de recursos humanos de una cadena de farmacias, pero la pandemia me dejó sin trabajo, me jubilé y la verdad es que, con el dinero que cobró, no me alcanza. Tuve una entrevista de trabajo con un amigo y me dijo que antes que tomar un trabajo part time quizás me convenía estudiar programación porque en una empresa que él conocía había una mujer de 62 años que trabajaba de programadora y cobraba muy bien. Empecé a buscar en Google y di con Henry y para mí se trata de una oportunidad única. Siempre dije que, si yo hubiera tenido a alguien que me solventara la carrera, se lo devolvía con creces”, aseguró.
Actualmente Rizolli se encuentra haciendo el módulo 2 de la capacitación y dice que tiene compañeros de distintos países con los que estudia y la apoyan en el recorrido.
“Le dedico mucho tiempo porque el curso es muy intensivo, pero estoy ilusionada. Este es un tiempo que es para mí. Siempre me quedó colgado el tema de hacer una carrera universitaria y la anécdota es que traje a vivir conmigo a mi mamá que tiene 85 años y es de Salta. Le pedí que me viniera a acompañar y está acá conmigo y me cocina”, cerró.
Jorge Alberto Nadalin tiene 61 años y trabaja en el rubro inmobiliario, aunque se considera un autodidacta en programación. Empezó a programar en Access y hace planillas de cálculo elaboradas, pero tenía ganas de poder crear algo desde cero y convenció a su hijo de 24 años que estudia Ciencias Económicas y es un entusiasta de la informática para anotarse juntos en Argentina Programa. “Me parece importante que el Estado proponga un camino gratuito porque para muchos estudiar es un impedimento. No es mi caso, pero no me puedo dar el lujo de pagarme una carrera porque no siento que pueda ser un programador, aunque, viendo las aplicaciones que bajo en el celular, creo que teniendo conocimientos podría crear algo así. Vivo esto como un incentivo y algo que me puede ayudar a reconvertirme porque no me siento como una persona de más de 60 años y creo que cuando uno quiere hacer algo, se puede”, afirmó.
Nadalin y su hijo pasaron la primera etapa de la capacitación y ya fueron confirmados para la segunda. “Él, al tener 24 años, tiene un horizonte más promisorio. Al introducirse en esto se da cuenta de que la limitación es solo uno. Hay tanta información disponible que no hay limitaciones y, si tenés una guía que te permita ir escalando paso a paso y encima te acercan a empleadores, con esto podés trabajar desde cualquier parte del mundo para cualquiera”, opinó.
Por último, contó que estudiar también le sirve en el vínculo con su hijo. “A veces me escribe y me pregunta ‘che papá ¿pudiste resolver esto?’ ‘¿te llegó el mail para inscribirte?’ En su momento no quería aprender a manejar porque decía que no le iba a prestar el auto y yo le dije que aprendiera igual. Hoy tiene su registro y maneja mi auto como si fuera de él. También le dije que se prepara mucho en la facultad porque, más allá del título, lo que quedan son los aprendizajes. Con esa misma visión estamos encarando en conjunto esto que se nos ofrece”, concluyó.
El inmigrante venezolano que se animó a volver a empezar
Otro caso similar al de Enrique es el de Rafael Soteldo, un ingeniero en computación venezolano de 62 años que reside actualmente en Chile. “En los últimos años las cosas se pusieron muy feas en Venezuela y una empresa internacional que estaba interesada en contratarme se arrepintió. Entonces dejé de trabajar y esperamos a que las chicas se graduaran del bachiller para irnos del país. En 2016, vendí la casa y, en 2017, me fui a vivir a Santiago de Chile”, relató.
En ese país trabajó como soporte en una empresa de telecomunicaciones, pero eso no lo llenaba. También tuvo un proyecto para hacerle una página web a un gimnasio, pero se vio interrumpido por la pandemia. Sin embargo, a finales del año pasado, una de sus dos hijas vio un anuncio de Henry en la red social Instagram y le contó de la propuesta. “Enseguida pensé ‘esto es para mí’. A mí me encanta la programación y nunca me separé de ella, pero no tenía idea de que existía el desarrollo en SPA (aplicaciones de una sola página). Me preparé en dos semanas con el Prep Course, me presenté al Henry Challenge, hice el Bootcamp, y listo. Ya sabía cómo se trabajaba con los lenguajes JavaScript, React, NodeJs, Postgre, Express, etc.”, aseguró. Ya recibido, Soteldo empezó a trabajar recientemente en Mad Viking Games, una empresa de juegos blockchain. “Mucha gente que ha emigrado con un título está trabajando de vigilador o de vendedor y yo no quería formar parte de esa lista. Por suerte, mi hija, que es barista y analista de marketing, nos pagó a mí y a mi mujer un departamento en el centro hasta que consiguiéramos trabajo porque si no tenés que agarrar cualquier cosa”, cerró.
A María Marcela Patrone, de 61 años, siempre le interesaron la informática y las computadoras, por lo que, cuando supo del Argentina Programa, vio la capacitación como una forma de reencontrarse con un antiguo amor. “En el año 1978 yo quería estudiar informática y en ese momento era como decir que querías entrar a la Nasa, pero, por el diario, vi un aviso de la Universidad de El Salvador que estaba sacando un curso de extensión universitaria de informática orientado a lo empresarial. Estudié tres años lenguajes como Cobol y Basic y cuando estaba haciendo Basic conseguí un trabajo en el que mi jefe tenía una computadora y, tener una a mi disposición, me abrió la cabeza”, contó.
Luego, Patrone se casó y con su ex marido, que es contador, desarrolló sistemas como uno para una clínica privada con 16 módulos (facturación, historias clínicas, etc.). Después se separó, pero siguió conectada con la programación a través de cursos de diseño web hasta que se enteró de la capacitación gratuita que imparte el Estado. “Hice el examen de ingreso, lo di bien y recién este año, en agosto, me mandaron un mail para preguntarme si seguía interesada porque iniciaba una camada. Hice los tres meses, rendí el examen final a fines de octubre y empecé la segunda etapa que es más profunda. Del 78 para acá todo lo que tenga que ver con paradigmas y programación cambió un montón. No la lógica, pero, por ejemplo, la programación orientada a objetos es algo que nunca había visto”, explicó.
Por último, dijo que, si bien no sabe si va a conseguir un trabajo relacionado, seguir estudiando es algo que le sirve para mantenerse alerta y activa.
Por: María Julieta Rumi
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