El 15 de abril Gucci presentó su colección otoño-invierno 2021, Aria, a través de un fashion film grabado en Cinecittà, el estudio romano favorito del realizador Federico Fellini.
Por: Paula Guardia Bourdin
La Real Academia Española (RAE) define el término “aria” como una “composición sobre cierto número de versos para que la cante una sola voz”. Existe un sinfín de alegorías y metáforas poéticas a las que es posible aludir para romantizar la palabra. Sin embargo, tal vez por purismo o por mimetización, todo lo que puede ser dicho sobre la ropa cae en un círculo vicioso de autoafirmación y deviene, tarde o temprano, en esnobismo puro.
Esta forma de hablar, escribir, de construir sentido sobre la moda ayuda a crear también el universo que la rodea. Sin freno y presa de su dinámica circular, el resultado es la creación de un imaginario estático, hermético y gélido que la define. Su figura tiránica la antecede. Quizá a modo de crítica o tal vez por mero placer poético, en el comunicado de la colección, Alessandro Michele, el director Creativo de Gucci, sostiene que “la promesa de un nacimiento sin fin solo se renueva a través de la capacidad de evolucionar”. Por dar moverse en círculos o lentamente, en muchas ocasiones, la moda falla en esta misión de evolucionar con sus consumidores. Pareciera que Aria, además de traer la novedad típica de cualquier desfile, fuera un desencadenante para un debate eterno y sin respuestas claras acerca de cuál es el sentido de la moda hoy.
Brillos, plumas y pieles son parte de Gucci Aria, la última colección de la marca italiana.
Fuera de los guiños a la historia de la marca por su centenario, desde las estampas que leen “Club Savoy” en referencia al hotel Savoy en Londres en el que trabajaba en su juventud Guccio Gucci, el fundador de la casa, y el erotismo de la era Tom Ford, director Creativo de Gucci entre 1990 y el 2004, el espíritu de Aria es fresco y optimista. Desde una pasarela plástica que pareciera salida de la era de The Simple Life, el reality show de Paris Hilton y mayor símbolo del estilo de los años 2000, al país de las maravillas de Alicia, las prendas son opulentas y poderosas, fantasiosas y poco serias. Brillo, pieles, volúmenes, transparencias y arneses, el exceso pareciera ser una constante en las colecciones de la post pandemia. Gucci se preocupa por reflejar un tiempo, que todos esperan que se avecine, de libertad, de renacimiento y de celebración.
La moda suele ser incapaz de huir de la influencia del mundo que la rodea. Está en diálogo constante con todos los aspectos de la vida y, por su ubicuidad y sutileza, suele ser el canvas ideal para retratarla. Esta función, que peca por obvia, va de la mano de concepciones de la moda como herramienta política, como un subproducto de la lucha de clases, como una mera dinámica de consumo o como una construcción identitaria.
Sin embargo, en el escenario actual, más que una explicación teórica, es necesario un sentido distinto para las prendas de vestir; algo quizá más romántico y, a la vez, funcional a una población global golpeada por la crisis. Hoy, lejos de excluir y diferenciar, la moda puede ser uno de los puntos de encuentro, un símbolo de movimiento, de vida. A propósito, Michele escribe: “Celebro el aire como un principio sagrado de interpenetración, mezcla y conexión: un principio de existencia infundido con el encanto químico de las hojas. A estas criaturas: mi alabanza. Por ser frágiles y vulnerables. Por su capacidad para renovarse y volver a la vida después de que haya pasado el invierno”. Metáfora de un renacimiento, la última colección de Gucci simboliza un nuevo comenzar colectivo, una tabula rasa para activamente reescribir el futuro.
Un simple reflejo de la realidad es insuficiente, demasiado real, demasiado doloroso. Propuestas como la de Vêtements, uno de los íconos del luxury streetwear cuya colección está repleta de visiones distópicas sobre la humanidad, pecan por su exceso de realidad: extremadamente políticas, casi apocalípticas en su estética, el fin de la esperanza. En cambio, Gucci, además de alimentar el sueño y proveer un paseo sin escalas al edén, se apalanca en el sentido de comunidad que nos atravesó en las etapas más oscuras de la pandemia al realizar prendas en colaboración con Balenciaga, una de sus competidoras directas. Imagen de una utopía necesaria, una compañía anhelada y, a su vez, un acercamiento a la moda privada de su soberbia, Aria es un empujón hacia el futuro.
Si bien la moda no deja de ser una industria que vive del privilegio y la aspiración, este momento requiere una postura basada en la alegría, la posibilidad y la comunidad. Por eso hoy, luego de más de un año de pandemia, la razón de ser del mundo fashionista no es (o no debería ser) diferenciar, identificar, separar o solamente vender: la moda necesita ser una máquina de esperanza. “Aquí estamos, entonces, listos para celebrar, usando nuestras ropas más brillantes”, escribió Michele. “Los preparativos para el evento están en pleno apogeo. Es como un buceo profundo y extático en todo lo que añoramos hoy: una fiesta de aire”.