Desde que el 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS), comunicó que oficialmente el mundo había entrado en pandemia producto de la aparición del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 que genera la enfermedad COVID-19, todo cambió.
Por Víctor Ingrassia
Las medidas de aislamiento, las restricciones de desplazamientos y viajes, la incertidumbre por el futuro en los ámbitos laborales y académicos pegaron fuerte en la población, que en su gran mayoría vio afectada su salud mental. Y si hay una población más vulnerable a estos repentinos cambios, sin duda debemos referirnos a los niños y adolescentes, que casi de un día para el otro vieron interrumpidos el contacto con sus seres queridos, vieron cortados los vínculos con sus educadores y compañeros de estudio. En muchos casos no entendían por qué debían conformarse con verlos mediante una pantalla con conexión a Internet. Y en muchos otros casos ni siquiera hubo esa posibilidad.
Así, atravesamos más de un año con la interrupción de los vínculos físicos con nuestros seres más queridos y allegados, se perdió la autonomía y los espacios de socialización. La incertidumbre sobre el avance de la enfermedad y sobre las afectaciones que causaría a las personas más cercanas todavía es difícil de dimensionar. Y en general, se observó y todavía observa que las respuestas emocionales de los niños y adolescentes fueron temor, ansiedad e irritabilidad.
“Las imágenes de un suceso traumático como es la pandemia y el confinamiento podrían integrarse de una forma caótica y desestructurada en la memoria emocional de las personas. De modo que podrían aparecer pensamientos repetitivos indeseados, pesadillas y alteraciones de la memoria o surgir recuerdos parciales con una gran intensidad emocional”, explicó la doctora Fernanda Bellusci, consultora honoraria en Adolescencia Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas de Buenos Aires.
Y agregó: “Desde el momento de la concepción misma comienza la formación del aparato psíquico y durante toda la infancia y la adolescencia continúa hasta la adultez, la cual seguimos desarrollando pero de diferente manera. Durante este periodo crítico de la vida comenzamos a formar recursos emocionales que son nutridos por el ambiente familiar, y el social dentro del que se encuentran la escuela, los amigos y la sociedad en general. La catastrófica situación epidemiológica se abordó con una mirada biologicista por lo cual lo psicológico quedó en un segundo plano, cuando el individuo es un ser indivisible constituido por aspectos biológicos, psicológicos, espirituales y sociales”, sostiene Bellusci.
¿Cómo afecta a largo plazo lo que está pasando a chicos y adolescentes?
Según precisa Bellusci, del Hospital de Clínicas, la memoria es la capacidad de fijar, conservar y evocar las vivencias. Los recuerdos no constituyen una reconstrucción, sino una representación del pasado. Los recuerdos están influidos por las emociones y los sentimientos de la persona que los evoca. La memoria y la capacidad de memorizar es muy personal, muy frecuentemente es frágil y la codificación de la información de lo que se vive no es casi nunca como si reprodujeramos una filmación. La importancia de la memoria radica en que nos permite relacionar el presente con el pasado y proyectar hacia el futuro nuestros pensamientos e ideas.
“Lo lúdico es una de las herramientas más importantes que se pueden utilizar para ayudar a los niños y adolescentes para procesar lo vivido y reprocesar. De modo tal que en la organización de la memoria sea un recuerdo con menor tensión traumática. Ayuda a desarrollar mejores estrategias de regulación emocional, la resiliencia y el crecimiento postraumático para afrontar los recuerdos traumáticos. Por otro lado, a través del juego se aprende y desde la casa se puede complementar, de alguna manera, la ausencia a la presencialidad escolar”, indicó la experta.
Respecto a las consultas que recibió en este año y medio que lleva la pandemia, la doctora Bellusci cuenta que en lo particular, sigue llamando la atención la tristeza del relato de lo vivido por los pacientes más grandes. “La tristeza de lo perdido en relación a las experiencias presenciales con los amigos.
Y ni qué hablar de aquellos que vivieron pérdidas directas de familiares por la COVID-19 o por otra patología que no pudo ser atendida por la imposibilidad de acercarse a un centro de salud. También la incertidumbre frente al futuro ya que no se sabe cómo sigue esto. A los niños determinadas certezas les permiten sostenerse para proyectarse. Los pacientes más chicos han adquirido hábitos de higienizarse las manos con alcohol con tanta naturalidad que lo toman directamente del escritorio en el consultorio, esto jamás pasó. Esa será una secuela positiva”.
Desde una mirada global, la pandemia COVID-19 duplicó las tasas internacionales de trastornos psicológicos en niños y adolescentes, según los resultados de un metanálisis publicado por varios expertos esta semana.
En el primer año de la pandemia, se estima que uno de cada cuatro jóvenes en varias regiones del mundo experimentó síntomas de depresión clínicamente elevados, mientras que uno de cada cinco experimentó síntomas de ansiedad clínicamente elevados. Estas estimaciones combinadas, que aumentaron con el tiempo, son estimaciones prepandémicas dobles, según explica la doctora Nicole Racine, psicóloga clínica de la Universidad de Calgary. Su metanálisis de 29 estudios, que incluyó a 80.879 jóvenes en todo el mundo de 18 años o menos, encontró estimaciones de prevalencia agrupadas de depresión y ansiedad juvenil clínicamente elevadas del 25,2% y 20,5%, respectivamente.
“La prevalencia de síntomas de depresión y ansiedad durante el COVID-19 se ha duplicado, en comparación con las estimaciones de la pandemia, y los análisis de moderadores revelaron que las tasas de prevalencia fueron más altas cuando se recopilaron más tarde en la pandemia, en adolescentes mayores y en niñas”, escriben los investigadores en la revista especializada JAMA Pediatrics. Las estimaciones prepandémicas de ansiedad generalizada clínicamente significativa y síntomas depresivos en grandes cohortes de jóvenes fueron de aproximadamente 11,6% y 12,9%, respectivamente, dicen los autores. Los aumentos revelados en estos hallazgos internacionales tienen implicaciones para la planificación de recursos de salud mental específicos.
“Una dificultad en la literatura es que existen grandes discrepancias en la prevalencia de depresión y ansiedad infantil durante la pandemia de COVID-19, con tasas publicadas entre 2% y 68%”, agregó la coautora Sheri Madigan, de la Universidad del departamento de Psicología de Calgary. “Al realizar una síntesis de los 29 estudios en más de 80.000 niños, pudimos determinar que, en promedio a través de estos estudios, el 25% de los jóvenes experimenta depresión y el 20% experimenta ansiedad durante la pandemia de COVID-19”, concluyó.
Para encuadrar los trastornos de la pandemia en números, un estudio reciente de Unicef en Argentina reveló el grado de trastorno psicológico que está dejando más de un año de pandemia en niños y adolescentes. Los hallazgos y aprendizajes producidos a lo largo las tres mediciones realizadas entre los meses de agosto 2020 y febrero 2021, interpelan a distintos actores de la sociedad – organismos públicos, organizaciones comunitarias, medios de comunicación, y también las familias – a realizar acciones concretas para atender el cuidado psico-emocional de chicas y chicos en un contexto tan excepcional
El estudio de Unicef priorizó escuchar y comprender las voces de las y los niños y adolescentes, y favorecer su participación activa en el proceso de investigación a través de la expresión de sus pensamientos, opiniones, sentimientos, percepciones. El mismo se compuso de una muestra por conveniencia constituida en cada medición por 780 niñas, niños y adolescentes de 3 a 18 años, residentes en seis conglomerados urbanos pertenecientes a las seis regiones del país: San Salvador de Jujuy (Noroeste), Resistencia (Noreste), Mendoza (Cuyo), Rosario (Centro) Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Área Metropolitana de Buenos Aires), Gran Buenos Aires (Área Metropolitana de Buenos Aires) y Comodoro Rivadavia (Patagonia)
Entre los resultados más relevantes del estudio, se observa que las niñas y los niños de entre 3 y 12 años desplegaron una gran capacidad lúdica y creativa. Los diversos juegos les posibilitaron construir escenas, situaciones y encontrar formas de expresión y de comunicación que les permitieron hacer frente al distanciamiento físico de sus vínculos afectivos. De esta manera, más allá de las desigualdades multidimensionales, la capacidad de jugar les permitió elaborar y simbolizar lo incierto y potencialmente traumático de la pandemia, como formas de protección de la salud mental.
Entre las y los adolescentes las percepciones respecto de la irrupción de la pandemia y las consecuentes medidas de distanciamiento social fueron siempre negativas y estuvieron anudadas a las restricciones en el contacto y los vínculos sociales, impedimentos de actividades y duelos por ciclos y proyectos inconclusos. En la primera medición, el 75% señaló que les había afectado no poder concurrir a espacios recreativos y deportivos. En las tres mediciones un promedio del 47% mencionó el uso de pantallas y redes sociales como forma privilegiada para socializar con pares, aunque también manifestaron que eso no reemplaza el anhelo de lo presencial.
“De acuerdo con las percepciones y representaciones sobre el coronavirus, el binomio encierro libertad configura un núcleo explicativo para comprender la situación que impone la pandemia, así como para ordenar las actividades de la vida cotidiana: lo que se puede y lo que no se puede hacer. Atraviesan esta situación con extrañeza e incertidumbre, a la vez que comienzan a naturalizarla”, sostuvo.
En la segunda medición se observó una profundización de diversos malestares subjetivos: aproximadamente la mitad de las niñas y los niños se angustiaban fácilmente o lloraban mucho, se enojaban más que antes, estaban irritables, ansiosas o ansiosos y/o tenían altibajos emocionales. También, algunas y algunos manifestaban cambios o trastornos en la alimentación y/o el sueño. Estas emociones y comportamientos se acentuaron entre la primera y la segunda medición (1 de cada 2 niñas y niños estaban más angustiados, más irritables, 16 más ansiosas y ansiosos, y presentaban más altibajos emocionales) y disminuyeron entre la segunda y la tercera por la expectativa del encuentro con amigas y amigos, las vacaciones y la vuelta a las aulas.
Sin embargo, coincidentemente con la expectativa del retorno escolar, en todos los grupos etarios se expresaron con mayor intensidad los miedos a enfermarse y la preocupación por convertirse en vectores de contagio de sus familiares, en particular de quienes son parte de los grupos de riesgo.
En la tercera medición se observó una disminución en la tristeza, 1 de cada 2 adolescentes refirió sentirse triste y un tercio manifestó sentimientos de soledad durante todo el período. En adolescentes de sectores populares la angustia se puede vincular también con las privaciones materiales que sufren y que se profundizaron con la pandemia. En las últimas mediciones se observaron, aunque en un porcentaje muy bajo, afectaciones subjetivas más profundas, que implican problemas de salud mental. El 10% de niños, niñas y adolescentes realizó una consulta por un problema de salud mental, pero ese valor se reduce al 5% entre las niñas y los niños de 3 a 5 años, y al 8% entre las y los de 6 a 12 años, mientras que se eleva al 18% entre las y los adolescentes.
Para finalizar, Bullusci remarcó que “los sucesos traumáticos pueden servir para sacar lo mejor de cada persona. Mucha gente se sorprende de la fortaleza que es capaz de encontrar en una situación de adversidad.