La vida virtual casi a tiempo completo durante el confinamiento por la pandemia en 2020 será, posiblemente, una bisagra en la vida de la humanidad.
Mariana Otero
Durante el aislamiento, los dispositivos electrónicos suplantaron a los cuerpos presentes y el tiempo de exposición a pantallas creció de manera exponencial.
“Quedamos patas para arriba respecto de lo que veníamos recomendando: que se haga un uso medido y limitado, y se pasó a que todo suceda por las pantallas. Hay un antes y un después, y también un ‘así estamos ahora’ y un ‘cómo queremos estar cuando termine’”, dice el psicólogo Diego Tachella.
En el encierro, en un clic hicimos las compras, asistimos a clases y al trabajo, concurrimos a recitales, festejamos cumpleaños o casamientos. La vida virtual hizo más llevadera la falta de contacto humano, aunque el impacto –aún no medido en cifras– puede no haber sido inocuo.
“Diego Levis (doctor en Ciencias de la Comunicación) define nuestra sociedad actual por su interacción con los dispositivos como ‘pantalla ubicua’, algo casi omnipresente; la pantalla se encuentra presente en todo momento y en todo lugar”, plantea Tachella.
En pandemia, su disposición se potenció. De un modo o de otro –apunta el psicólogo– se tornó inevitable y es necesario encontrar y mantener un equilibrio.
“Aunque podamos relajar nuestra mirada acusadora sobre el tiempo empleado en pantallas, tenemos que dirigirla hacia la calidad de los contenidos, al tipo de uso que se hace y a percibir los posibles efectos negativos que requieran de nuestra ayuda para revertirlos”, opina Tachella.
Pero la regla no aplica al conjunto social porque muchos, víctimas de la inequidad, se quedaron afuera. La brecha digital dejó al desnudo que el exceso de pantallas en sectores más acomodados era equivalente a la carencia en los más desfavorecidos.
“La ‘zoomfobia’ o el hartazgo ante la ‘cultura pantalla’ son fenómenos ciertos, pero circunscritos a una porción de la población argentina que abarca a los sectores con poder adquisitivo medio y alto. Se da entre aquellos que han podido contar con los recursos tecnológicos y las habilidades personales para hacer frente a la vida digital”, explica Mariela Mociulsky, psicóloga y CEO de Trendsity, consultora de tendencias.
En 2020, el ciberespacio fue el lugar de socialización; en especial, para los adolescentes. “El crecimiento de plataformas como Twitch o plataformas inmersivas como Roblox, donde socializan, se entretienen, ven conciertos y parques temáticos, era una tendencia que ya existía pero la pandemia profundizó. Al no poder encontrarse presencialmente, estos espacios hicieron las veces de escenario para los encuentros”, explica Mociulsky.
La CEO subraya que la pandemia puso a millennials y centennials ante el desafío de “convivir” con la tecnología, que se convirtió en el único vehículo para relacionarse con sus pares. Ante las relaciones presenciales truncas, se confinaron en el hogar y en las pantallas.
“El ser humano es esencialmente sociable. Necesita encontrarse con el otro. Y este rasgo se maximiza en la adolescencia, una etapa donde el tiempo de calidad entre pares resulta fundamental. La tecnología, la vida digital, tiene un carácter complementario”, apunta Mociulsky.
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