Categorías: Sociedad

HISTORIAS DE VIDA. Muerte, desempleo, pobreza e inflación: ¿ qué pasa cuando se pierde todo?

Muchos abandonan el país en busca de mejores oportunidades y otros quedan atrapados. Familias separadas, parejas rotas. ¿Cómo se sale a flote?

Por: Susana Mitchell

“Mi hija me preguntó: ¿qué hiciste el día después que murió Julieta, mamá?”, cuenta Valeria Schwalb, licenciada en psicología (MN358 67), especialista en duelo y resiliencia. “Te levantaste, te vestiste, fuiste a trabajar, ¿qué hiciste?”, continuó la curiosidad de Camila, frente a la terrible realidad de su mamá, que había perdido a su primera hija, de solo 3 años, por cáncer.

Según Valeria, que hoy recibe casi tres veces más consultas, que antes de la pandemia, “aún cuando lo perdimos todo, la capacidad de seguir latiendo, respirando, es una nueva oportunidad de despertar al día siguiente, abrir los ojos y empezar de nuevo. El ser humano puede continuar, aun cuando las condiciones externas e internas sean extremas”.

En esta pandemia todos perdieron algo o alguien. El mundo entero atraviesa hoy algún tipo de duelo, ya sea por la pérdida de un ser querido o por diferentes tipos de pérdidas: salud, proyectos que no fueron, empleos, negocios cerrados, empresas fundidas, parejas separadas, familias destruidas. ¿Alguna vez vamos a volver a tener la vida que teníamos antes, mamá?, pregunta Sofía, hermana de Camila y de Julieta, hijas de la psicoterapeuta. Y es en esta pregunta donde se hace presente cuál es la primera gran pérdida: la vida que teníamos antes de la tormenta.

Salir a flote

¿De qué me agarro? ¿Cuál es mi motivación? ¿Cuál es mi motor para mañana querer levantarme y encontrar un nuevo camino que me permita valorar la vida en sí misma?

La flexibilidad, es el gran motor para la supervivencia, según explica la sicóloga experta en resiliencia. Funciona como un salvavidas a desarrollar. De no hacerlo no tendremos de donde sujetarnos para encontrar de nuevo el sentido de la vida.

“Mucho de lo que teníamos planeado hacer no se pudo, quedó trunco: las celebraciones, los encuentros familiares, el contacto físico con el otro, los viajes, los proyectos, los trabajos. Pero, desde el lugar de la flexibilidad encontramos que, al lado de los NO, NO, NO se puede, existen los SI puedo. Buscar esa capacidad de adaptación, para lograr acercarnos a retomar nuestros proyectos y llevarlos a cabo. Aunque ya no sea como lo que habíamos planeado en un principio”, asegura.

La aceptación. Lo que nos toca es lo que podemos y no podemos: no es ni mejor ni peor. Es lo que hay. Frente a eso, lo mejor es aceptar y ejercitar, cada día, la tolerancia a la frustración. “Los seres humanos vamos a tener que trabajar mucho sobre esta injusticia que sentimos del mundo, porque nos traicionó: que si trabajo mucho voy a tener dinero, que si me esfuerzo mucho voy a lograr todo lo que quiero, que si hicimos todo bien, la respuesta del universo tiene que ser positiva. Si me esforcé, espero resultados positivos. Pero resulta que no es así: perdí mi trabajo, perdí mi pareja y perdí y perdí y perdí, entonces nos ponemos como niños caprichosos que no aceptamos que la vida de verdad es injusta y que no siempre vamos a tener lo que planeamos o deseamos. Y que si no nos adaptamos a lograr lo que sí está verdaderamente en nuestras manos, nos quedamos en un enojo del cual no podemos corrernos”, agrega la especialista.

El enojo. En medio de una crisis sanitaria global, el enojo lleva a echarle la culpa a los demás, de todo lo que sucede. Sin embargo –aclara la Licenciada Schwalb– en algún momento hay que decir basta de enojo. “Esta es la nueva vida a la cual estamos obligados a acomodarnos. Si no logramos hacerlo, vamos quedarnos en una situación de enojo permanente, lo cual es contraproducente: se traduce en violencia, agresión y fracaso. Y en este punto vale aclarar la diferencia entre frustración y fracaso: frustración implica intentar. La frustración tiene mucho que ver con nuestra capacidad de voluntad: si yo intento, intento e intento, finalmente logro, en cambio el fracaso es ni siquiera haberlo intentado. Hoy, quien no se adapta a las nuevas condiciones de vida, fracasa, cualquiera sea el grado de frustración o la situación en general que esté atravesando”.

Para Schwalb, el enojo es una fuerza, una emoción que invita a moverse de lugar. Y esta crisis humanitaria convoca a todos a moverse de algún lugar. La gente se encontró consigo misma. Con su interior. Y también descubrió al otro. Por eso tantos divorcios, separaciones, rupturas. Pero si ese enojo no se drena y no se convierte en energía en movimiento, repercute en la salud física y mental de las personas: “(…) algo te parte al medio, algo hace que se te rompa el corazón, algo te hace explotar la cabeza. Nuestro cuerpo empieza a decir todo lo que nuestra energía no nos lleva a mover. Hay algo que te bloquea (…). Pero, en líneas generales, queremos que todo se solucione solo, sin hacer nada. Y la verdad es que no existe solución de problemas si nosotros no nos movemos”, enfatiza. Y en ese movimiento, que provoca el enojo, rellenar las grietas con mecanismos que permitan seguir vivo: “Si solo me quedo mirando el objeto roto, ese objeto no se revaloriza. En esta instancia, es fundamental aprender de las situaciones dolorosas para ir mejorando la versión de la propia vida”, dice.

Barajar y dar de nuevo

Un país quebrado está obligado a barajar y dar de nuevo. La incertidumbre, la desmotivación, la falta de confianza en el sistema político, traen como consecuencia más pérdidas. “Se siembra y se riega, pero el resultado es ingrato. Por eso algunos jóvenes optan por partir hacia otras latitudes y aparecen los duelos de la emigración. Y con eso, empezar el camino de aceptar que la familia no va a estar constituida como antes. Son familias que tienen que aprender a soltar a los hijos y se tienen que reconstruir. Esto requiere, además, rearmarse y acompañarlos en ese proceso. Es propio del joven la búsqueda de nuevas oportunidades y experiencias y este país no los acompaña”, asegura Valeria.

El foco hay que ponerlo en lo que sí se puede hacer. Por eso para la psicoterapeuta elegir es la palabra favorita de la resiliencia: “Siempre es mi decisión como elijo pararme frente a lo que me sucede. Cuando barajas y das de nuevo te tocan otras cartas. Pero no siempre gana el que tiene el ancho de espada. Te tocan las cartas que tocan y con esas hay que intentar hacer la mejor jugada. Y cómo juego con esas cartas que me tocaron (que no necesariamente son las cartas que tuve siempre) es lo que va a definir el resultado. El ancho no te asegura ganar, es tu jugada”.

Un legado de aprendizaje

Cuando se sufre mucho y se comprende al sufrimiento como un legado de aprendizaje, con el cual encender un camino de luces en la oscuridad del otro, entonces la propia sanación se hace posible. Cuando uno ayuda, va sanando las propias heridas. “Por eso correrse del centro del dolor es importante, porque al hacerlo te das cuenta que en el sufrimiento no estamos solos. Pero el dolor a veces nos vuelve un poco egoístas y hay que salir de ese lugar. Cuando nos duele la muela, el alma se recluye en esa cavidad toda, dijo Sigmund Freud. Y no nos importa nada ni nadie más. Tenemos que aprender a corrernos del centro del dolor y empezar a ayudar, a ser más solidarios, escuchar al otro. Quedarse en silencio y en soledad enferma aún más. Aumenta la angustia y el sufrimiento”, asegura.

Frente a la desesperanza y a la realidad de haberlo perdido todo, es necesario tener presente que lo último que se pierde es la vida. “(…) podemos perder un ser querido, una pareja, un trabajo, un negocio, pero mientras respiremos y nos levantemos cada mañana estamos vivos y si estamos vivos es que existe una oportunidad para empezar desde algún lugar. Ayudar a otros, puede ser una de las formas. Porque ayudar, te corre del centro. Es un salvavidas”, enfatiza la psicóloga especialista en duelo y resiliencia, quien hace 15 años, vio partir a su bebé de 3, víctima de una enfermedad terminal.

Y sí: cuando se pierde todo lo que queda es la propia vida. Que no es poco. Porque estar vivo, todavía es un milagro.

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