Iruya se encuentra en la provincia de Salta, a casi 2800 metros de altura. El tramo final del camino de ripio tiene como premio una vista única: la icónica iglesia junto a las casas, y el imponente paisaje que las rodea. El testimonio de tres iruyanos sobre la vida en el lugar que fue catalogado como uno de los cincuenta más bellos en un ranking mundial
Por: Cindy Damestoy
La palabra Iruya proviene del quechua y significa “abundante paja”, o “lugar de los pastos altos”, y es el nombre del pueblo salteño que fue elegido como uno de los 50 más lindos del mundo. La revista de prestigio internacional Condé Nast Traveler, especializada en turismo, lo incluyó en su ranking mundial y para quienes todavía no han ido de visita, representa una oportunidad de descubrir su belleza. Su ubicación sorprende, como si descendiera de los cielos en medio de los cerros, con dos ríos que enmarcan la zona habitada, y las casas y la icónica iglesia que parecen estar suspendidas en el aire. Son muchas más las razones por las que cautiva, y así lo describen quienes crecieron allí: en diálogo con Infobae, el relato de tres iruyanos sobre su cultura, los paisajes y el don de gente que deja huella en los visitantes.
Flavio Lamas tiene 38 años, es herrero artesanal, un oficio que heredó de su padre, pero también lleva la música en el alma. “Dicen que el herrero aprende a los golpes del martillo”, dice con humor, y explica que como las cosechas en altura requieren de la fuerza del hombre en vez de los tractores, las herramientas como picos y palas son esenciales para cumplir con la tarea, y su profesión resulta valorada para el mantenimiento y arreglo de cada elemento de trabajo.
Nacido y criado en Iruya, recuerda uno de los recitados con los que se presentaba junto a su grupo folclórico para contar de dónde venían: “Iruya fue y es un boceto del mundo, como esas pruebas en pequeño que luego serán hechas a lo grande; tiene la fuerza vital y destructora de sus ríos, tiene campos y tiene piedras, tiene cantos y tiene penas, pero sobre todo tiene en su gente luz, y sangre en sus venas; son ellos los que alumbran este pedacito de suelo que Dios creó, son como nosotros, los hombres del sol, los hijos del sol, los Inti-Runa -en Quechua “Inti” significa sol y “Runa” hombre-”. Aquel fragmento escrito por Alonso Sánchez Matamoros, dicho con sentimiento en medio de un instrumental, emocionaba al público y despertaba curiosidad.
El pueblo se encuentra a 315 kilómetros de la capital de Salta, a 2780 metros sobre el nivel del mar, rodeado por los ríos Colazulí y Milmahuasi. Tal como menciona la publicación internacional que lo destacó, la forma de acceder es a través de la provincia vecina de Jujuy, y aunque la opción más conocida es el servicio del micro urbano que realiza el recorrido, desde hace varios años los mismos lugareños ofrecen otras alternativas turísticas para disfrutar de una experiencia cercana a las comunidades que están de camino al destino.
La localidad jujeña más cercana es Humahuaca, a 73 kilómetros, y suele ser el punto más elegido para comenzar el trayecto, ya que es una de las paradas del colectivo que llega hasta Iruya. También está la posibilidad de subir en Purmamarca o en Tilcara, y si no es temporada de lluvias también se puede ingresar en vehículo particular, teniendo en cuenta algunas consideraciones que Flavio explica con conocimiento de causa. “Desde Humahuaca son 26 kilómetros hacia el norte por la Ruta Nacional 9, que está en buenas condiciones y asfaltada, después hay que tomar el desvío a mano derecha y manejar por la ruta 13, que luego se convierte en la ruta provincial 133, que es camino de ripio, tierra y cornisa″, describe sobre el itinerario que recomienda hacer “a ritmo bien tranquilo”.
“Se avanza hasta los 4000 metros de altura, donde está Abra Cóndor, el límite entre la provincia de Salta y Jujuy, y desde ahí se ingresa al departamento de Iruya y comienza el descenso: en 21 kilómetros se baja hasta los 2780 metros, y ahí lo primero que se ve es la iglesia y el pueblo”, indica. Desde diciembre hasta al menos la primera quince de abril es época de intensas lluvia, por lo que también crecen los ríos, y afecta el camino. “Es cuando el paisaje está más verde, porque la mayor parte del año tenemos dos ríos secos que dan un hilito de agua, pero en esos meses debido a la gran cantidad de agua, que nosotros le decimos ‘volcán’ a la correntada que arrastra todo lo que está a su paso, piedras, tierra, y es difícil el acceso en autos particulares; sí ingresan los colectivos, que están preparados para ese tipo de terrenos y también las camionetas 4×4″, aclara.
Desde fines de abril en adelante hasta diciembre suele ser el momento en que ingresan algunos vehículos chicos. Flavio fue testigo de cuánto creció el pueblo en las últimas tres décadas, a una velocidad que vio pasar frente a sus ojos. “Cuando yo tenía 7 años iba a la escuelita, y éramos solamente 70 chicos, todos nos conocíamos, y nos saludábamos por nombre y apellido”, rememora. Pasó su infancia en el barrio que está cruzando lo que ahora es un puente peatonal, pero antes había que atravesar el río para pasar al otro lado, y solo había tres casas. Una de esas era la de su abuela materna.
“Para un costado había ovejas y cabras, y para el otro lado estaban las huertas con plantaciones de manzana, durazno quebradeño, sembrada al maíz, papa, oca, y la gente todavía tenía una economía de subsistencia; se vivía para eso, te levantabas a hacer tus cosas desde muy temprano, aprovechado la luz al día y la tarde porque solo había luz durante tres horas, desde las 7 de la tarde hasta las 10 de la noche”, detalla. Poco a poco la energía eléctrica fue llegando, al mismo tiempo que muchos turistas extranjeros quedaban fascinados con esa postal de las viviendas “colgando de la montaña”, además de los rasgos de la arquitectura colonial, con calles empedradas, empinadas, con un cerro siempre a la vista al final de cada cuadra.
“Les sacaban fotos a los chicos, a los abuelos, a la gente con sus mantas, sus ponchos, sus sombreros, la vestimenta típica, y a las casitas bajitas con techos de barro”, comenta sobre todo lo que le llamaba la atención a los visitantes. Para hacer los techos más resistentes combinaban además la paja con caña hueca o palo de chilca, un arbusto que crece en la zona. “La provincia de Salta empezó a registrar a los hoteleros, a los que iban a vender comida, y el turismo se volvió una posibilidad; comenzó a llegar también más gente de comunidades cercanas, Iruya pasó a ser como la base por tener otras posibilidades, como el hospital Doctor Ramón Carrillo, y se abrió otra escuela con capacidad para 150 chicos, que después fueron 450 y hoy ya tenemos educación desde nivel inicial hasta terciario con profesorado de tres orientaciones: bilingüe, educación especial y matemática”, cuenta.
Las estructuras de aquellas casas históricas se fueron desgastando, y como había cada vez más población en un espacio limitado, algunos construyeron hacia arriba, sumando un segundo y tercer piso. Por ese motivo conviven los ladrillos de adobe con otros materiales que no son tradicionales de la región. “Ahora está re grande, ya no tiene lugar para expandirse más, tampoco se pueden comprar terrenos porque pertenecen a la etnia colla, y por lo tanto ya tiene títulos comunitarios, tierras que le pertenecen a las comunidades que no se pueden vender”, asegura.
En temporadas de lluvia el pueblo se vuelve más verde, con la presencia de vegetación que revive y destaca en las alturas u hermana, Lidia Lamas, es agente sanitario hace 18 años, y dispone de datos demográficos actuales que va recopilando en sus relevamientos. “Las tareas se dividen en 16 sectores del departamento de Iruya, que son alrededor de 4200 habitantes, y cuatro sectores corresponden al pueblo”, detalla a este medio. Cada tres meses hacen una ronda y realizan principalmente prevención y atención primaria a la salud. “Me encanta mi trabajo por el vínculo que se va formando con los vecinos, que es de confianza y colaboración para resolver las problemáticas con los recursos que tengamos al alcance”, manifiesta.
“En el pueblo no llegamos a 2000 personas, porque la población estable son entre 1200 y 1300 habitantes, y se suma la población golondrina, que en determinado momento del año se va, como algunos profesores que están censados en Iruya pero son de otras localidades, y lo mismo con otros trabajadores”, explica. Revela que los iruyanos todavía no tomaron dimensión de lo que representa ese reconocimiento internacional, sobre todo en materia turística, pero ella ya detecta un aumento importante de turistas: “Están llegando más que nunca, porque es común que vengan en verano y en invierno, temporada de vacaciones, pero ahora llegan en cualquier momento del año”.
Lidia está en constante contacto con el ámbito médico, y revela que en el hospital tienen solo dos médicos clínicos. “Hay otras especialidades, pero sería bueno tener más profesionales de la salud; han venido algunos doctores jóvenes, pero vienen un tiempo y se van, porque aquí no pueden capacitarse o seguir formándose más que en la rama generalista; así que nos hace falta alguien con vocación que quiera quedarse, porque somos muchos”, argumenta. Y agrega con orgullo: “¿Cómo no se va a llenar de gente si este lugar es bonito por dónde lo mires?”.
La Virgen del Rosario y los cachis
La pintoresca Iglesia de Iruya, que con su cúpula celeste acapara las miradas fue fundada en 1753. Flavio explica que estuvo a punto de ser declarada monumento histórico nacional, pero como el techo original, que era de barro y paja, se estaba cayendo hubo que refaccionarlo por dentro, y al perder algunas características originales no pudo ser. “Sí es un monumento histórico provincial que tiene una historia que sabemos todos los que vivimos aquí, y comienza a siete kilómetros de lo que hoy es el pueblo, estaba lo que hoy en día se llama Pueblo Viejo, y la gente vivía ahí, porque el actual Iruya eran lugares de siembra”, comenta.
Cuenta la versión más comentada por los lugareños que hacia 1670 un hombre de apellido Cruz que venía del monte de Astilleros fue a buscar madera, maíz y naranjas, y debajo de un hiro, la paja típica de la región, encontró la imagen de una virgen. “Sorprendido, la llevó a Pueblo Viejo y convocó a una reunión con los vecinos para contarles del descubrimiento, y esa noche la virgen desaparece y aparece de nuevo en Iruya, que todavía no tenía nombre; la volvió a llevar a su pueblo y otra vez pasó lo mismo; entonces la gente decidió construirle un altar en ese lugar, y confeccionaron primero una gruta y después una iglesia porque interpretan que quería quedarse y que se arme un pueblo alrededor”, relata el herrero.
Así surgieron las primeras viviendas en la zona, y desde ese entonces en adelante la religión, la espiritualidad y la fe forman parte de la identidad cultural. El piso original del templo era de adobe, pero en la primera mitad del siglo XX se reemplazó por la superficie actual, y se hizo el nuevo techo de zinc. El resto de los elementos se conserva, y sigue siendo uno de los puntos donde muchos vendedores salen a ofrecer sus productos, se trasladan por las callecitas angostas al mismo tiempo que otros caminan con carga en la espalda, buscando los ingredientes para cocinar la mañana siguiente. Algunos de los platos típicos son la tortilla de quinoa, churrascos de llama, estofado del cabrito, estofado de cordero, dulce de cayote, queso de cabra, y miel de caña, además de la gran variedad de papas andinas.
Cada primer domingo de octubre se celebra la fiesta de la Virgen del Rosario, donde no falta el baile, la música ni el color en los atuendos. “Iruya tiene 23 distritos, y casi todos los años los patrones y patronas de esos lugares vienen caminando hasta Iruya, y dependiendo de qué tan lejos vengan, pueden tarde desde tres días hasta una semana”, manifiesta Flavio, que tiene una anécdota familiar sobre la devoción y gratitud a la patrona de su pueblo.
“Tengo un hermano dos años mayor, y cuando él iba a nacer se complicó el parto y casi pierden la vida él y mi madre. Entonces cuando quedó embarazada de mí, fueron y le pidieron a la Virgen que todo salga bien, y como yo nací bien como agradecimiento me pusieron como segundo nombre Rosario, y por eso soy Flavio Rosario Lamas”, devela. Toda su infancia y juventud vio cómo llegaba la peregrinación, acompañada de los cachis, un ballet sagrado integrado por personas profesantes a la Virgen que danzan alrededor vestidos como personas típicas de la zona.
Aquel día se toca una flauta de cuatro agujeros con una caja similar a un tambor y también unas llamativas cornetas, instrumentos aerófonos que retumban entre las montañas. A eso se suman tipos de coplas, cantos, y los instrumentos van variado según la época del año: en invierno se toca la quena, en verano el erke, y así van cambiando.
“Todavía quedan algunas tradiciones originarias, porque a orillas del río que en ese tiempo está seco se hacen las ferias del cambalache, caracterizada por el trueque, que es una actividad ancestral donde viene la gente de la puna, de Abrapampa, de Las Salinas, de los del Valles y del Monte, traen sus productos y hacen un intercambio en el lecho del río: la madera por la sal, la lana, el charqui, las papas, la oca, el maíz, todo lo típico de cada región”, precisa. Dos o tres días más tarde cada quien vuelve a su comunidad, y con el paso del tiempo algunas cuestiones están cambiando.
“Al haber productos 100% naturales, muchas veces los turistas también quieren probarlos, y los quieren comprar, entonces el dinero, que no era la forma de adquirirlos, empieza a tener un rol también”, explica. El otro patrón es San Roque, cuya procesión se celebra el 16 de agosto, y es otra de las festividades de Iruya. “La Iglesia tiene dos patronos porque se le da importancia a la dualidad, por eso se eligen dos, ambas cualidades consideradas cruciales para la continuidad de la vida”, argumenta Flavio.
Un poco antes de esa celebración, el 1° de agosto tiene lugar el ritual en tributo a la Pachamama, que varía con diferentes tradiciones en distintas localidades del norte. “Son muy respetuosos del lugar donde viven, de la Madre Tierra, y aquí ofrecen lo mejor que tengan, en lo que se llama ‘dar de comer a la Tierra’; mientras que en otros lugares hacen La Challada, en otros lugares La Corpachada, pero aquí solo se preparan comidas y bebidas para la tierra, no para las personas”, distingue. En esa misma sintonía forma parte del ritual combinar hierbas de distintos aromas de la montaña para hacer un sahumerio y sahumar las casas donde viven para una limpieza energética de las malas vibras.
Turismo en Iruya
Néstor Gutiérrez nació en Rodeo Colorado, creció ayudando a sus abuelos en tareas rurales, y desde que empezó a estudiar el secundario vive en Iruya. A los 22 se convirtió en pionero al mostrar el pueblo a un grupo compuesto por tres parejas que venían desde la provincia de Córdoba. Hoy tiene 42, y un emprendimiento al que le entrega toda su vocación de servicio, llamado “Las Huellas de Néstor”. “En verano nos organizamos con gente local que busca a los turistas -que previamente ya contrataron un circuito- en Humahuaca y hacen una pate del recorrido por la que habitualmente no va el micro, que son las comunidades de altura, Colanzuli, Río Grande, Campo Carrera y Pueblo Viejo, lo que permite llegar a Iruya por un camino alternativo compartiendo tiempo con los lugareños que los esperan con las puertas abiertas de sus casas”, relata.
Consciente de que cada viajero cuenta con un presupuesto determinado que varía según sus posibilidades, y por más que existe la opción de ir en transporte privado, el precio es mucho más elevado, y por eso reconoce que la opción más económica para los visitantes es ir en colectivo. “El boleto ronda los 1000 pesos desde Humahuaca, son mínimo tres horas de viaje por camino de cornisa y pasa en determinados horarios: el primero llega a las 8:20, otro a las 10, 10:30 y después a las 16 horas es el último que entra a Iruya”, detalla. Para quien pueda y desee elegir otra propuesta, ahí sí recomienda una excursión con traslado incluido, y conoce todos los circuitos que se pueden hacer.
Al principio lo único que se hacía era ir a San Isidro, subiendo todo el lecho del río, que se puede hacer caminando, a caballo o en camioneta, pero más adelante iniciamos con turismo más adentro todavía, en comunidades aún más pequeñas, por ejemplo en un lugar que se llama Las Capillas, viven solo 4 habitantes, y la idea es ir compartiendo con cada familia en donde se va parando, se preparan las comidas típicas, charlar, tener contacto con quienes son del lugar siempre es una experiencia diferente”, argumenta. Aunque el precio varía si es en temporada alta o baja, Néstor detalla que un trekking de 3 días similar al que describe, ronda los 18.000 pesos por persona.
Hay otras actividades de menor escala como cabalgatas, paseos guiados por el pueblo, y circuitos chicos de un solo día. Los que implican más jornadas son los de Iruya-Rodeo Colorado; Iruya- Nazareno, Tilcara-Iruya , Humahuaca-Yungas, entre otros. El emprendedor revela que la demanda actual se concentra en las caminatas en las diferentes localidades, en las que no faltan las comidas regionales y los coloridos paisajes que sorprenden en cada tramo. “Hay gente que se anota en agosto para ir en enero, y lo van pagando en cuotas para que cuando llegue el día de la excursión ya la tengan paga”, cuenta sobre las posibilidades que ofrecen para fomentar la llegada de turistas.
“Lo mejor que nos puede pasar es que todo el que venga quiera regresar de vuelta, porque el turismo sería una excelente alternativa laboral para los jóvenes”, dice con entusiasmo. Si bien hay hosterías, hostels, hostales, una alternativa que tiene menor difusión son los hospedajes en casas de familia y el camping a la orilla del río. “Albergan a las personas por un precio bastante económico, y hay 50 casas donde viven familias y funcionan como hospedaje; solo que ellos quizá no lo publican en redes sociales, sino que ponen carteles en el pueblo, y los turistas se enteran que existen recién cuando llegan. Siempre que nos preguntan nosotros los recomendamos, porque más de una vez en temporada está todo lleno, y conocemos a cada uno de los que brinda esta opción”, indica.
Los tres entrevistados resaltan la tranquilidad de Iruya, y coinciden en que no la cambiarían por nada. “Tiene un clima ideal, siempre fresco, siempre al abrir la ventana por la mañana entra una hermosa brisa, el olor a tierra mojada, la siembra, el canto de los pájaros y lo más lindo es la gente del lugar, que es muy amable, cordial, amiguera, muy familiera”, resalta Flavio. Y agrega: “Aunque no te conozcan te saludan, te dan el buen día, las buenas tardes, y las buenas noches, la gente lo es todo porque abrís la puerta de tu casa a la calle, salís, hablás con un vecino que te pregunta cómo estás, si necesitás algo, y esas son características de la comunidad que no se pierden”. No existe olvidarse del otro, y siguen siendo asuntos vitales tender la mano a quien la necesite y la búsqueda del consenso.
Su hermana Lidia acota: “A mí me encanta disfrutar del cielo celeste, tan limpio, ver descender las nubes, que parecen flotar, las estrellas y la luna”. Néstor, por su parte, después de conocer el departamento completo y apreciar el pueblo desde muchos puntos de vista, confiesa que encontró su lugar en el mundo. “Me quedo con mi Iruya, con despertar en medio de los cerros, saludar a la gente, conocer su magia, su encanto, de pronto ver pasar un cóndor, escuchar el silbido del viento, el sonido de la naturaleza, todo eso te deja sin palabras”, expresa.
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