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El plan para secuestrar y matar a Perón, las intrigas militares y el camino al 17 de octubre

Los textos de los libros de historia no suelen ser definitivos. Al margen de sus relatos impresos quedan sin revelar innumerables hechos solo conocidos por sus protagonistas y que no son relatados a los lectores. ¿Tiempo? ¿Espacio? ¿Prudencia?

Por: Juan Bautista Tata Yofre

En estos días de remembranzas sobre el 17 de octubre de 1945 es bueno también conocer algunas confidencias o recordar el clima de época en el cual se llevó a cabo. Si existe un protagonista de su tiempo éste es el Teniente General Alejandro Agustín Lanusse, que en esos momentos tenía la jerarquía de Teniente Primero. Había ascendido en diciembre de 1944 y se preparaba para trasladarse de su destino en Salta a Campo de Mayo. En sus apuntes norteños recuerda que en una oportunidad fue a una reunión informal a lo del capitán retirado Luís María Patrón Costas en el barrio de San Lorenzo.

En medio de una amena conversación sobre el papel que ya desempeñaba Juan Domingo Perón dentro del gobierno militar, Robustiano Patrón Costas –padre del dueño de casa y virtual candidato presidencial en 1943—le dijo: “Que equivocado está este hombre, cree que los militares van a poder entenderse con los obreros; no hay cosa a la cual le tengan más alergia que a las botas.” El tiempo no le daría la razón al viejo dirigente conservador.

Semanas más tarde Lanusse se presenta a la Escuela de Caballería, en Campo de Mayo, cuyo comandante era el general Carlos Kelso, ex jefe de la Casa Militar del presidente Agustín P. Justo. Durante la entrevista con su comandante Lanusse comienza a escuchar opiniones que al joven oficial le llaman la atención y las anota. Kelso le dice: “Usted va a ir a Campo de Mayo pero esa no era mi idea, no era mi propósito, pero como ahora mandan más los tenientes coroneles que los generales, esos teniente coroneles que están en Campo de Mayo, directores de las escuelas, empatotados con el general Eduardo Ávalos, tienen más fuerza que el comandante de Caballería. Entonces, usted debía haber ido al Colegio Militar ahora va a la Escuela de Caballería… esos son los comentarios que uno iba escuchando de la conducción.”

El destino hizo que con el cambio de guarnición, Lanusse tratara o intimara con oficiales más antiguos o compañeros de promoción que más tarde figurarían a su lado en los diarios del país y el exterior. Entre otros apellidos, Lanusse recordó a Pascual Pistarini, Tomás Sánchez de Bustamante, Julio Alsogaray, “Manolo” Laprida, Rómulo Menéndez y Osiris Villegas.

En esos días de Campo de Mayo los casinos de oficiales eran caja de resonancia de lo que ocurría en el gobierno nacido del golpe militar de 1943, también en el Ejército, en donde “todos criticaban de arriba a abajo a las autoridades militares.” De esas horas guarda alguna que otra experiencia: “Nos hacen ir a una reunión en el Colegio Militar en la cual Perón habla y despotrica contra los civiles. Me fastidiaban sus opiniones. ¿Quién es este que habla así? Porque Perón delante de los militares hablaba contra los civiles, con los obreros hablaba contra los militares, con los militares en contra de los obreros. Eso era típico de Perón en ese entonces.”

Como se observa, el destino va llevando al joven oficial a cruzarse en el camino del coronel Perón. Más concretamente lo hará en septiembre de 1951, al plegarse a la conspiración castrense del general Menéndez y en las décadas del sesenta y setenta cuando es comandante en jefe del Ejército y presidente de facto de la Nación.

El paso del tiempo va encajando las piezas sobre hechos contemporáneos que Lanusse desconocía en ese momento. Por ejemplo, mientras se sorprendía por lo que escuchaba de Perón, ignoraba la cena que el coronel Perón mantuvo unos meses antes, el 12 de diciembre de 1944, con personalidades de la época en materia de negocios, finanzas y política.

Ese día, en la casa de Mauro Herlitzka (compañía de teléfonos, Anglo Argentina de Electricidad y directivo de Sofina) hablo con Alfredo Hirsch (Bunge Born), Alfredo Moltedo (abogado, hacendado y empresario), Augusto Rodríguez Larreta (periodista y luego docente de la Universidad de Buenos Aires), el ex canciller José María Cantilo, Manuel Ordoñez (abogado de La Prensa) y el reconocido jurista Santiago Bacque.

Téngase en cuenta que en septiembre de 1944 una multitudinaria marcha por “la democracia y la libertad” conmovió al régimen de facto y que la Segunda Guerra Mundial todavía no había culminado en Europa (cuatro días más tarde de la cena, Adolfo Hitler lanzaría la denominada “contraofensiva de las Ardenas”) y que la Argentina todavía no había declarado la guerra a las potencia del Eje (Alemania, Italia y Japón). El acta de la reunión informa que Perón llegó acompañado por el español José Figuerola, quien se convertiría en su Secretario Técnico de la Presidencia en 1946.

Perón comenzó hablando de la infiltración comunista en la Argentina y su tarea desde la Secretaría de Trabajo y Previsión para desmantelar la organización comunista, algo que parece asustar, sorprender, a los presentes.

“Puedo afirmarles que el cuarenta por ciento de los dirigentes obreros eran comunistas”. Hirsch exclamó: “¡Cuarenta por ciento!” y Herlitzka acotó: “Es un porcentaje alarmante”. Y el invitado (ejerciendo su habitual sarcasmo) comento: “La situación es grave. Por eso les digo a quienes se quejan de algunas medidas del Gobierno, que les resultan onerosas, que es mejor resignarse a entregar una parte de lo que se tiene, para no perderlo todo.”

En otro momento del encuentro, Augusto Rodríguez Larreta deja caer una opinión, cuando dice: “Lo único que se pide es que el gobierno publique su plan, que lo haga conocer al país.”

JDP: “!Ah, sí! Vamos a hacer conocer nuestro plan al enemigo.”

ARL: “Es triste que el enemigo sea el propio país.”

JDP: “Tenemos muchos enemigos y no vamos a darles armas (…). Si nosotros convocáramos ahora a elecciones sería para que volvieran los viejos políticos anteriores que tanto daño causaron”.

El 22 de marzo de 1945 los jefes y oficiales de Campo de Mayo, Palomar y San Martín son convocados a una reunión en la Escuela de Artillería presidida por el general Ávalos y el entonces teniente primero Lanusse anota que el orador “tenía mucho menos facilidad de palabra que yo, lo que es mucho decir, Ávalos era un ladrillo con pelo. Este bárbaro, la información más importante que quería transmitirnos era que se había decidido convocar a elecciones.

Para fin de año o para el próximo año va a haber elecciones. Pero claro, dijo que lo que se estaba haciendo en estos años tiene que proyectarse, entonces se ha pensado en que el Presidente de la República debe ser un hombre como el coronel Perón. Claro, en el Ejército tendrá que estar alguien que sepa seguirlo, seguir las cosas de Perón, ese alguien podría ser yo, por ejemplo. Salimos de esa reunión diciendo que ´éste está loco, tarado´, pero hubo generales, coroneles y oficiales que aplaudían.”

En sus dichos y apuntes privados, Lanusse habrá de anotar sin tanto detalle algo que, según él, era el resultado de lo que había generado Perón en la oficialidad joven del Ejército. Lo escribió así: “Hay un episodio que no hice público en mis relatos. Los alumnos de la Escuela de Guerra, creo que por el año 1944 o 1945, puede haber sido, tenían planeado secuestrar a Perón y si era necesario asesinarlo.” Identifica a uno de esos alumnos, quien llegaría años más tarde a un alto puesto castrense durante la presidencia de Arturo Frondizi.

Las palabras de Eduardo Ávalos generaron tanto disgusto que pocos días más tarde Perón participa en otra reunión con la oficialidad en Campo de Mayo. “Perón era más astuto, no habló de él, habló de la próxima declaración de guerra al Eje, hablo del gesto generoso que había tenido Mister Stetinius (Secretario del Departamento de Estado) de tendernos una mano y había permitido incorporarnos a las Naciones Unidas, y que íbamos a declarar la guerra que era conveniente y necesario para el país.”

A las pocas horas Lanusse es llamado a presentarse al director de la Escuela de Caballería y en términos duros le dice: “Usted no puede cumplir más aquí. Usted ha estado conspirando contra el gobierno y a espaldas mías”. No era cierto pero muchos presumían, sospechaban, con certeza, que el joven oficial no participaba de las opiniones de sus superiores. Como él mismo opina, en esa época ya tenía fama de “quisquilloso” y es trasladado al Regimiento de Caballería 7 de Chajarí, Entre Ríos.

Con el correr de las semanas el general Ávalos y su grupo de colaboradores comenzaron a tomar distancia de Perón, descontentos con actos y maniobras en las que no participan, y tras varios planteos, Perón debe abandonar la vicepresidencia de la Nación, Secretaría de Guerra y la Secretaría de Trabajo y Previsión. Lanusse dirá: “Los que habían sido muy solidarios con Perón a fines de 1944 y principios de 1945 son los que lo empujan a Ávalos a que lo desplace de todos los cargos el 8 de octubre de 1945”.

El futuro mandatario de facto observó el 17 de octubre de 1945 desde su puesto militar en el interior. Sin embargo contará que “a fines de octubre, tuve la oportunidad, la suerte, de conversar con Héctor D´Andrea quien durante esos días había sido subjefe de policía”. El jefe de la policía de la Ciudad de Buenos Aires era el coronel Aristóbulo Mittelbach, miembro del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), más tarde gobernador de Santiago del Estero. «D´Andrea me contó que en las horas previas al 17 de octubre se dieron órdenes que nadie cumplió. No hubo una real decisión de parar a la gente, tan eficientemente organizada por el sindicalista Cipriano Reyes. Años después conversamos como dos horas y el sindicalista me contó cómo organizó y promocionó la marcha hacia la Plaza de Mayo desde Mataderos y el Sur de Buenos Aires.

Pero así como estaba Cipriano Reyes esta por el otro lado el señor Roberto Pettinato (en 1946 Director Nacional de Institutos Penales), que abre las puertas de la cárcel. Los militares que tuvieron un rol protagónico en las vísperas del 17 de octubre no tenían gravitación real en el Ejército. Sus procederes desde 1943 eran cuestionados por muchos de sus subalternos. El propio general Ávalos no era el único que evidenciaba una conducta incoherente. La desorientación de esos días no era solo militar, también se observaba en los políticos en general».

Ese era el clima de la época, lo que se discutía entre la gente que pedía entregar el gobierno a la Corte Suprema de Justicia, el discurso del almirante Héctor Vernengo Lima en la Plaza San Martín, las gestiones de Álvarez, el Procurador General de la Nación, para armar un gabinete. “En fin, me cuesta explicar esas horas, no puedo. Observando los acontecimientos desde Chajarí, con mis 27 años, con las noticias precarias que nos llegaban… no hubo firmeza en quienes manejaban la situación, pareciera que es una constante en la historia. La gran improvisación. Pero nadie puede negar la llegada de la gente y su fervor mientras Perón dudaba por el temor.”

Ya lo dijimos al comienzo, así como sale a la luz una mirada novedosa de los acontecimientos del 17 de octubre de parte de Alejandro Agustín Lanusse, también merece tenerse en cuenta la del general Raúl Tanco que, en ese momento, era más antiguo que Lanusse y por lo tanto más partícipe de los acontecimientos.

A diferencia de Lanusse, Tanco era partidario del coronel Perón. En sus prolijos apuntes Tanco relata que con otros amigos de Perón se acercan al Hospital Militar Central y logran reunirse con él, recién llegado de la prisión en la isla Martín García.

“En un momento estábamos Quijano, Velazco, Antille, Pistarini, De la Colina, Benítez, Lucero, Molina, Uriondo, Herrera y yo -la gente entraba y salía-, también estaba el doctor Mazza y algunos que no recuerdo: le transmitimos las informaciones que teníamos, le hicimos conocer nuestra emoción y la seguridad de que la situación estaba dominada. Las llamadas desde la Casa de Gobierno se sucedían. Farrell quería calmar a la muchedumbre. En determinado momento, Perón, volviéndose hacia mí, me preguntó: ‘¿Hay mucha gente? ¿Realmente, hay mucha gente, che?’ Nunca me había tuteado. Pero su creciente entusiasmo se comenzaba a apreciar en su cambio físico y espiritual”.

En un momento, como dicen sus apuntes, le aconseja al coronel Perón que no debe ceder a las presiones. No aflojar “un tranco de pollo”, mientras la Plaza de Mayo esta cada hora más llena de gente reclamando su presencia.

En esas horas el general Ávalos intenta dirigirse al público congregado en la plaza, pero el griterío de los manifestantes lo disuade del intento. Poco después de las 17, Ávalos acepta que Mercante intente tranquilizar a la multitud.

La respuesta de la plaza es contundente: “¡Queremos a Perón! ¡Queremos a Perón!”

La jornada va a terminar cerca de las 23 horas, cuando Perón sale al balcón y pronuncia un discurso a la muchedumbre. Antes de ese instante ya el general Ávalos había depuesto su oposición al coronel y el presidente de facto Edelmiro J. Farrel le imploraba que para apaciguar los ánimos se presentara ante la enorme manifestación. Finalizaba el 17 de octubre de 1945 y comenzaba algo nuevo en la Argentina. Muchos lo percibieron.

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