Divide su tiempo entre la terapia intensiva en el Hospital San Roque y la atención primaria en zonas rurales y parajes de montaña alejados, a los que solo puede llegar en camioneta 4×4, mula y caballo.
Por: Lara Lukaszewicz
El Cerro Chañi ostenta el pico más alto de Jujuy, con sus vanidosos 5.896 metros de altura. Mucho se discute sobre el significado de su nombre, aunque la traducción más cercana parece ser “lo brillante” o “resplandeciente”. Así, coincide con la alegría que transmite Jorge Fusaro, 35 años, cuando habla de su labor médica en la montaña.
Hincha ferviente de Maradona y de Gimnasia de Jujuy, estudió medicina en la Universidad Nacional de Buenos Aires, para luego volver a su provincia natal. Ahora trabaja en terapia intensiva en el Hospital San Roque, referencia de COVID-19 en la región, y si bien es “médico de familia y no terapista”, como aclara, tuvo que aprender la profesión para cubrir la demanda en el pico de la pandemia. Su otro trabajo, el que confiesa que más le apasiona, es la Atención Primaria de la Salud (APS) que cubre las zonas rurales del departamento Doctor Manuel Belgrano.
La profesión que ama lo obliga a alquilar caballos y mulas y viajar entre 8 y 10 horas para poder llegar a las casas de sus pacientes. También utiliza camionetas 4×4, con las que cruza ríos, derrumbes, caminos cortados e inundaciones. Una vez allí, atiende patologías, lleva vacuna contra el COVID, hace pruebas de infecciones de transmisión sexual, da charlas sobre alimentación y capacitaciones en bromatología. Cuenta con el apoyo del agente sanitario, la conexión entre la comunidad y el sistema de salud. Es quien recorre diariamente los poblados casa por casa, anotando datos y filtrando a quienes se debe visitar.
“Nuestra visión no es esperar al paciente en el consultorio sino ir a buscarlo, tratando de entender cuáles son las condiciones en como vive, detectar problemas de salud relacionados y tratar de buscar con la comunidad una posible solución. A veces estamos caminando seis horas solo para llegar a una casa, a una viejita que vive alejada, y darle una vacuna”, explica.
A veces debe viajar por senderos angostos, en los que un tropezón de la mula le puede costar la vida
Jorge no lo cuenta como una tarea agotadora, sino como una aventura. Por eso intenta documentar aquellos viajes y compartirlos mediante su cuenta de Twitter @alpargatadeYuto. “Cuando terminé la residencia hasta hablé con el ministro para pedirle por favor que me decirle que yo quería trabajar ahí. Es gracioso porque por lo general nadie quiere esta tarea. Es como que trabajar fuera del hospital muchas veces te quita un poco de prestigio dentro del mundillo académico médico”, dice.
Además de los puestos de salud fijos en Ocloyas, Tilquiza, Tiraxi y Laguna del Tesorero, cuatro veces al año realiza una gira médica al Cerro Chañi. Cada gira dura cinco días y es la parte más extrema de su trabajo. “Ahí vamos montando en mula, sobre caminos muy difíciles y viendo condiciones de vivienda que nadie se imagina que existen en Argentina. Son personas que viven totalmente aisladas y ven gente solo cuando vamos nosotros”, explica.
“Salimos a las 7 de la mañana y terminamos a las 8 de la noche. Por lo general vamos atendiendo en el camino en cada una de las casas y a todo el grupo familiar: a los niños, a los adultos, a los ancianos. Tenemos una población muy longeva, mucha gente muy viejita. Entonces tratamos de controlarlos aunque estén sanos, porque justamente nuestro trabajo se trata de la prevención, con una mirada integral. No solamente chequeamos cómo late su corazón, sino de dónde extraen el agua para tomar, cómo se lavan las manos, si viven hacinados o no, si tienen quema de basura o animales que les puedan contagiar enfermedades”, cuenta.
“El estilo de vida de los habitantes del Cerro Chañi es muy distinto al que conocemos en la ciudad – continua-. Viven sin un segundo de electricidad, salvo algunos que tienen paneles solares para cargar la luz. Están sin luz, sin gas, sin garrafas, cocinan a leña, no hay almacén ni nada cerca. Viven totalmente solos, y los que tienen suerte tienen un vecino a 30 minutos caminando; otros, a cuatro horas”, dice.
-¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?
-Creo que hablar con la gente y viajar a lugares a los que no iría si no fuese médico. Yo todas las semanas voy a un lugar paradisíaco, hermoso. Es maravilloso. Y hablar con la gente también, tratar de comprender cómo desde mi lugar puedo ayudarlos. A veces simplemente con escucharlos un rato ya les aliviás un poco el dolor, la pena, el malestar, o simplemente se sienten acompañados. Te reciben con tanta amabilidad y calidez que te dan ganas de charlar un rato. En el medio de la conversación yo voy tratando de hacer alguna consejería sobre cómo pueden modificar un poco sus hábitos alimenticios para ser más saludables o qué estudios médicos se tienen que hacer según la edad. Hablamos mucho de la muerte también. Tengo pacientes que están viejitos, que hasta sus hijos son viejos, porque si un abuelito tiene 90, su hijo tiene 70. Entonces hablamos sobre que la muerte es la ley de la vida, que tenemos que ir pensando cómo y qué vamos a hacer, si cuando estén enfermos van a querer ir al hospital o si van a querer pasar sus últimos días en casa y que nosotros pasemos con la enfermera. Tratamos de dar opciones porque vemos que muchas veces los viejitos, cuando vienen a la ciudad y están encerrados en una habitación con una enfermera, empeoran y terminan sufriendo.
-¿A qué situaciones extremas te enfrentás?
-Cuando vamos al Cerro Chañi son cinco días en mula, cabalgata o caminando, porque a veces los ríos crecen y la mula no quiere pasar. Entonces tenés que bajar y cruzar el río con el agua hasta la cintura, tironeando al animal para poder llegar. Después, la montaña tiene un pequeño senderito que hay que conocerlo porque muchas veces nos desorientamos. No es que nos perdemos, pero nos desorientamos un poco porque vamos sin GPS, solo con el conocimiento del agente sanitario Marcelino Zambrano, que el hace esta gira desde 1982 y se sabe los caminos de memoria. Hay veces que los caminos se ponen muy feos, vas por una cornisa muy muy chiquita confiándole tu vida a la mula. Yo la abrazo y le digo: “Te confío mi vida”, porque si pisa mal y se cae, te morís. Estás en un precipicio. Eso es bastante extremo.
-¿Sentís miedo?
-No, disfruto mucho poder estar viviendo algo que un porcentaje muy pequeño de la población vive. Además, son cinco días que estás la mayor parte del tiempo conectado con vos, pensando, escuchando el ruido del río que pasa al costado. Aprovecho esos días para pensar y darme cuenta de lo afortunado que soy por poder estar ahí y tener la sensibilidad de disfrutarlo. Miedo no, me voy riendo.
-¿Qué pasa cuando llegás a las casas?
-Cuando llego y veo cómo vive la gente me maravillo. Yo trato de aprender de ellos. Creo que obtengo mucho más de lo que doy en estas giras. Vuelvo cambiado. A veces llego y me dicen: “Bueno, doctor, vamos a moler el maíz”. Y vamos a un molino de piedra a hacerlo como se molía hace dos mil años, o vamos a buscar agua al río. Es un viaje al pasado. Pero te tiene que gustar porque también a la noche dormimos en cueros de oveja sobre el piso de tierra. En la mayoría de las casas que dormimos no hay camas. No son poblados, hay una casa y a las dos horas otra casa, a las tres horas otra casa.
-¿Tenes alguna anécdota curiosa?
-Yo siempre trato de aprender sobre su medicina, su sistema de creencias y cómo ellos utilizan su entorno para curarse. Ellos le dicen curarse, yo le digo estar en armonía o encontrar un equilibrio. La verdad que lo hacen muy bien. Por ejemplo, cuando les duele la muela, tienen que encontrar una lagartija y soplarle la boca, y así se cura el dolor. Para la tos de los niños utilizan un gusano, que se llama yatasto, que crece solamente en el durazno blanco. Lo capturan, lo ponen en un frasco hasta que muere, lo muelen, lo mezclan con yuyitos y lo utilizan como remedio para los niños. Después para curar el susto, utilizan una piedra en la que cayó un rayo, porque es común que caigan rayos allá, la mezclan con agua y con eso se curan.
-¿Qué significa curarse del susto?
-El susto es dentro del sistema de creencias andino una dolencia que les pasa en el cuerpo difícil de explicar y de encasillar, que les genera un malestar y se lo atribuyen a algún miedo que hayan pasado. Por ejemplo, una persona me contó que se encontró con un puma, se asustó mucho y quedó enfermo del susto, hasta que buscó la piedra que le había dicho su abuela, tomó eso y se le fue. Ahora, no importa si la piedra de verdad tiene una energía para curar una afección psicológica o es que en su cabeza funciona, lo importante es que funciona.
-Son personas muy hospitalarias…
-Super hospitalarios, todo lo que tienen te lo dan. No te piden absolutamente nada. Nosotros tratamos siempre de llevarles cosas que sabemos que les son útiles, como pilas para escuchar la radio o paquetes de fideos y arroz, pero nos volvemos con queso, carne, dulces, conservas. Jamás me he sentido incómodo ni muchísimo menos.
-Decías que te asombrás por esa vida en tanta soledad…
-Si, viven sin electricidad -salvo algunos que tienen paneles solares para cargar la radio-, sin luz, sin gas, sin garrafas, cocinan a leña, sin almacén, sin nada cerca. Viven totalmente solos, y los que tienen suerte tienen un vecino a 30 minutos caminando. Otros, a cuatro horas. Hay una señora, Doña Estefanía, que tiene 86 años y vive a cuatro horas de la persona más cercana. Y esa señora vive con lo que tiene, con lo que trata de conseguir de la naturaleza, de la madre tierra. Ella toma la leche de sus ovejas y sus cabras, come esa misma carne, toma té de los yuyitos que junta en el monte y cuando hay lindo clima hace una pequeña huerta con algunas cosas que resisten las heladas, porque también ahí hace mucho frío, nieva y graniza prácticamente todo el año. No es fácil, son condiciones de vida muy extremas. Lo que pasa es que vos levantás la cabeza y tenés al Cerro Chañi ahí, que es imponente, que es maravilloso, y eso les llena la vista.
-¿Todos estaban enterados de la pandemia cuando comenzó? ¿O tardó en un poco llegar la información?
-Se enteraron porque tienen radio; solo hay uno o dos que no tienen, pero les contaron sus vecinos. Sabían lo que había que saber. En la sociedad moderna nos bombardeamos de información y el verdulero sabe cuál es el genoma del virus. Y yo no creo que eso sirva de mucho para la población en general. Ellos sabían lo que hay que saber: cómo se contagia, que es una pandemia y que ya había pasado, incluso en Argentina. Algo que pasó fue que mucha gente que había nacido en el Chañi o en los pueblos, y ahora vivía en la ciudad, para aislarse y cuidarse se volvió.
-¿Son receptivos con las vacunas?
-Si, nosotros hicimos varias campañas y tenemos al 100% de la población vacunada con las dos dosis. Ahora ya estamos empezando con la tercera dosis, lo que pasó fue que entre diciembre y marzo crecen mucho los ríos y no se puede llegar a esos lugares. La gran mayoría son muy receptivos, hubo algunos que se resistieron un poco o nos venían a consultar si eran seguras, porque estaban asustados por lo que decía la radio. Su único medio es la radio y ahí habían escuchado que Mauro Viale murió por la vacuna. Por suerte después de varias charlas, se vacunaron.
-¿Cuáles son las afecciones más extremas que tuviste que atender?
-Por lo general son poblaciones mucho más saludables que las de la ciudad y están acostumbradas a trabajar todos los días desde hace muchos años con las mismas herramientas, lo que hace que tengan menos accidentes. Sí me ha tocado diagnosticarle epilepsia a una persona de 46 años, porque nunca había ido al médico, tenía convulsiones y lo tomaba como si fuese algo normal. Me decía: “Yo de vez en cuando voy caminando con mis animales y me despierto tirado con mucho dolor de cabeza y no me acuerdo de nada”. Otro, a una señora de 60 años haciéndole un examen ginecológico, le saqué el DIU que tenía hacía más de 20 años. Eso es muy peligroso. Hay una gran diferencia entre la calidad de atención médica que tiene una persona que vive cerca de un puesto de salud, que una persona que vive alejada, cuando en realidad todos deberíamos tener la misma. Por eso cuando vamos a estas giras médicas, me exijo que si tengo que quedarme atendiendo hasta las 12 de la noche o si tenemos que caminar por el río para llegar lo hacemos porque sabemos que es el único contacto con el sistema de salud que tienen muchas personas.
-¿Qué pasa si una persona del Chañi tiene una emergencia?
-Pasa seguido. Por eso cuando vamos les damos algunas pautas de alarma para que ellos sepan cuándo tienen que bajar. Si te duele la cabeza no hace falta que bajes; ahora, si te falta la respiración, ahí tenés que bajar. Depende dónde y en qué momento del año se pueden organizar distintos tipos de rescates con helicóptero, que baja como puede, sube a la persona en camilla y se lo lleva al hospital. Eso ha pasado con una señora que tenía peritonitis y la tenían que operar de urgencia. Después hay rescates que se hacen con camiones militares, que son los únicos que pueden atravesar el río.
-¿Por qué decidiste compartir tu trabajo en las redes?
-Me gusta compartir lo que hago porque me siento verdaderamente orgulloso, por lo que representa esta manera de hacer medicina y entender el proceso de la vida. Me parece una forma de revalorizar el trabajo de prevención que hacemos en la atención primaria, de tratar de pensar que hay otras formas de relacionarse entre la salud y la enfermedad. No todo es como nos quieren vender las farmacéuticas, que hay que tomar una pastilla para que se te vayan todos los dolores y malestares de la vida, sino que modificando algunos hábitos podemos vivir muchísimo mejor.