Día del Amigo: las amistades adultas, predicen significativamente el bienestar

Los lazos sociales mejoran la autoestima, enriquecen el sistema inmunológico, activan el cerebro, protegen el corazón y reducen el estrés; son esenciales para la salud mental y una medicina clave en momentos de crisis

Tiene el mercado en funcionamiento más antiguo de Buenos Aires, que se creó en 1885 en el cruce de las avenidas Independencia y Entre Ríos, época en la que la tercera parte de los habitantes eran extranjeros.

Parte de su traza ya había sido delineada por Juan de Garay durante la fundación de la ciudad. Lleva el nombre del santo católico patrono de los viajeros y conductores. En esas calles bucólicas y heterodoxas de San Cristóbal nacía el 7 de julio de 1924 Enrique Ernesto Febbraro en el seno de una familia de clase media trabajadora. Dueño de personalidad inquieta, de adulto ostentó un abanico de títulos y profesiones, que incluyeron psicología, filosofía, historia, música y odontología.

Estupefacto, vivió frente al resto del planeta la llegada del hombre a la Luna el 20 de julio de 1969. Esa misma noche, conmovido de un modo inenarrable, optó por escribir 100 cartas en siete idiomas diferentes que cursó a otras tantas sedes del Rotary Club del mundo, entidad a la que pertenecía. En ellas sugería la proclamación de esa fecha como un hito para celebrar la amistad, considerando que el alunizaje era un gesto de camaradería hacia el universo. Desde entonces en la Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y España ese es el día del amigo.

Dejando fuera el lado mercantilista, “la amistad es algo que debemos comprender mejor en términos de bienestar y salud mental –explica Thalia Wheatley, especialista del Departamento de Ciencias Psicológicas y Cerebrales del Dartmouth College, dedicada a investigaciones sobre conectividad social–. Muchas de nuestras relaciones más cercanas son con amigos y, por lo que sabemos, suelen superar incluso a los vínculos de pareja”.

Una investigación de la Asociación Americana de Psicología realizada durante la pandemia reveló que las personas que tienen amigos y confidentes cercanos están más satisfechas con sus vidas y tienen menos probabilidades de sufrir depresión.

Julianne Holt-Lunstad, responsable del Departamento de Psicología de la Universidad Brigham Young refiere que “según un nuevo estudio, quienes cuentan con una red de amigos tienen menos probabilidades de morir. Cuando las personas tienen un bajo nivel de conexión social debido al aislamiento, la soledad o las relaciones de mala calidad, enfrentan un mayor riesgo de muerte prematura”.

Cristo Pezirkianidis, coautor de una investigación publicada en Frontiers y especialista en Psicología Positiva de la Universidad de Ciencias Sociales y Políticas Panteion en Atenas, Grecia, relata que “las amistades adultas, especialmente las de alta calidad, que brindan apoyo social y compañía, predicen significativamente el bienestar y pueden proteger contra problemas de salud mental como la depresión y la ansiedad, y esos beneficios persisten a lo largo de la vida”.

Robin Ian MacDonald Dunbar, antropólogo biológico, psicólogo evolucionista y especialista en comportamiento, ya había revelado en 1998 en una de sus investigaciones que “una persona promedio tiene entre 3 y 5 amigos muy cercanos, entre 10 y 15 personas en su círculo y entre 100 y 150 conocidos en su red social”. De hecho, se conoce a este última cifra como el “número Dunbar”.
Un océano de por medio

Muriel G. es hija de una pareja diplomática de carrera argentina. Nació en Madrid y vivió allí hasta los 8 años. Más tarde llegaron Singapur, Etiopía, Grecia, Japón, Bolivia, Nueva Zelanda… Su primera escolaridad la llevó a un colegio bilingüe. Allí conoció a Pilar. Tenían ambas 5 años. Dejaron de verse cuando los padres de Muriel fueron redirigiros a otro destino. Se cartearon durante 30 años. Se vieron apenas un par de veces en ese tiempo. Cuando se casó y formó su propia familia, Muriel decidió recalar en Madrid. “Mi marido viene de una familia disfuncional que, aunque vivió siempre en el mismo país, cambiaron más de dos decenas de veces de vivienda –explica–. Apenas nos conocimos ya sabíamos que queríamos establecernos y movernos poco. Coincidimos en la elección del destino y fue un gran momento para reencontrarme con Pilar”.

Ya habían virado la conversación epistolar a la digital, pero seguían escribiéndose. “Las cartas nos dieron un espacio de cierto anonimato que nos ayudaron a decir todo lo que nos pasaba sin el miedo que te da el cara a cara –dice Muriel–. Creamos un vínculo de tanta confianza que no sé si hubiera crecido del mismo modo si hubiéramos sido compañeras de pupitre”. Hoy viven una frente a otra. Sus respectivos hijos se han hecho amigos.

“Hasta los seis, siete años los amigos son circunstanciales, son niños con los que se juega por momentos –afirma Silvia Álava, psicóloga y autora del libro Queremos que crezcan felices–. A partir de los nueve años, ese lazo se intensifica y empiezan a aparecer ciertos afectos, se inician los vínculos emocionales. Los grupos de amigos aparecen cerca de los 12 años”. Aunque la amistad en ese tiempo no es como en la adultez, “para concebirla y desarrollarla más tarde es imprescindible haber pasado las etapas anteriores”, explica Marta Sánchez, psicóloga del equipo de asesoramiento Tres Torres. Dunbar sostiene que “es el tiempo de la experiencia social, del momento en que, con pares, se empieza a descubrir el mundo”.

“Durante la adolescencia –profundiza Mariana Maristany, doctora en Psicología de la Fundación Aiglé–, la amistad sostiene la autoestima, el sentido de pertenencia, fortalece la identidad. La desconexión social puede empeorar los resultados educativos. Los jóvenes que se sienten solos en la escuela secundaria tienen más probabilidades de abandonar la universidad. A lo largo de toda la vida cumple funciones psicológicas importantes. En la mediana edad, sentirse desconectado y sin apoyo en el trabajo puede conducir a una menor satisfacción y rendimiento laboral. Una organización colaborativa favorece el bienestar general”.
Los dedos de una mano

Dunbar en su último libro Amigos: el poder de nuestras relaciones más importantes, muestra parte de los datos de sus investigaciones. Allí revela que, aunque es posible contar con contactos relativamente cercanos de hasta 200 personas, “más del 90% solo conserva un círculo íntimo de cinco o menos amigos”. Pero sean numerosos o escasos, la fortaleza de su presencia es clave para el desarrollo normal de una persona a cualquier edad, un hecho comprobado por la ciencia en cientos de investigaciones.

Un documento publicado en la revista especializada PNAS y realizado por especialistas de la Universidad de Carolina del Norte, confirma que la presencia de vínculos sanos y genuinos es “tan importante como la dieta y el ejercicio. La conexión social está relacionada con una presión arterial más baja, un IMC reducido, menos inflamación y un menor riesgo de diabetes para cualquier rango de edad”.

La Universidad de Harvard comenzó a trabajar en 1939 en un estudio sobre el desarrollo de adultos. Para ello diseñó una muestra que compiló los datos de 268 de sus graduados y de otros 456 de la Universidad de Boston. El objetivo fue analizar cuáles son las variables psicosociales que predicen la salud y el bienestar. Ocho décadas más tarde llegaron a la conclusión de que la única determinante que podían vincular con la felicidad era la calidad de sus relaciones, aún por encima de su condición socioeconómica, los determinantes genéticos, el coeficiente intelectual o los factores ambientales. Detectaron, además, que un grupo de relaciones satisfactorias a la mitad de la vida, eran determinantes de la salud en la adultez madura. También lograron cuantificar a la soledad como una categoría tan relacionada a la muerte como el cigarrillo o el consumo descontrolado de alcohol. En este sentido una investigación sobre 308.000 personas publicada por Holt-Lunstad en la revista Plos, mostró que los individuos sin amigos o con relaciones tóxicas tienen el doble de probabilidades de morir prematuramente, produciendo un factor de riesgo aún superior a fumar 20 cigarrillos al día.

“Ante los retos diarios, tener un amigo próximo a quien recurrir parece ser, según la ciencia, un factor protector –explica Dunbar–. Su presencia es un amortiguador frente al estrés”. Holt-Lunstad suma: “Detectamos que la presión arterial es menor cuando las personas hablan con un amigo en quien confían y que los apoya , en comparación con aquel que les resulta indiferente o cuyo vínculo es ambivalente. Un vínculo cercano frente al desafío de una tarea difícil ofrece una menor reactividad en la frecuencia cardíaca que quien debe enfrentarla solo”.

Una serie de publicaciones de la revista Nature realizadas por un equipo que dirige Carolyn Parkinson, especialista del departamento de Psicología de la Universidad de California, ha puesto de manifiesto el peso en las actividades cerebrales. “Observamos una activación neuronal en una variedad de funciones, incluidas la motivación, la recompensa, la identidad y el procesamiento sensorial”, informa. Resultados de resonancias magnéticas realizadas entre amigos han revelado reacciones similares entre los cercanos ante estímulos iguales. “Pudimos identificar similitudes en todo el cerebro, incluidas las regiones que controlan a qué dirigimos nuestra atención y cómo pensamos sobre las cosas”, completa Parkinson.
Siempre juntas

Antonia y Hortensia llevaron juntas una amistad de 88 años. Nacieron con diferencia de días en un pueblo de Lugo, en la España prefranquista. Una era hija natural y cuando llegó la adolescencia, la embarcaron para la Argentina con el apellido de su madre y el objetivo de limpiar una historia que, por entonces marcaba negativamente su futuro. Seis meses duró la pequeña interrupción del vínculo. Hortensia llegaría al mismo barrio de Buenos Aires poco tiempo después que su amiga. Se casó con un vasco y Antonia, con un italiano. Vivieron toda la vida pared del patio de por medio. Se hablaban en voz alta aún sin verse. Ambas quedaron viudas ni bien cumplieron los 60. Desde entonces, impusieron la costumbre de merendar juntas todas las tardes y prolongar la charla hasta que se hiciera de noche. El único hijo de Antonia murió con 41 años. Al mismo tiempo, Hortensia sufrió el derrame cerebral de su hija. Antonia había querido ser monja, pero no pudo, de modo que cerca de los 70 entró a vivir en un claustro para pasar allí su último tiempo, pero la rutina con Hortensia siguió repitiéndose cada tarde. De esta historia solo quedan un par de fotos y los recuerdos de los nietos.

“La vida en tribu –aporta Holt-Lunstad– ha sido la experiencia humana natural desde el comienzo de los tiempos. La industrialización, fundamentalmente, fue el proceso que llevó a la concentración de la población en espacios pequeños que han ido coartando las posibilidades de socialización. Esto no ocurre del mismo modo en áreas rurales o en centros urbanos más pequeños. Sin embargo, el proceso general donde concurren una serie de variables como espacios hogareños reducidos, escasez de tiempo libre, distancias más grandes, ausencia de áreas verdes comunes de encuentro o variables económicas, acompañadas por atributos propios de la vida moderna, han reducido la oportunidad de generar vínculos cotidianos. La soledad que se intenta combatir desde entidades como la OMS es, en gran parte, producto de estas transformaciones que alejaron al vecindario”.

Un foco particular de los vínculos decidió estudiar Gillian Sandstrom, hoy docente de psicología en la Universidad de Sussex. Cuando le tocó migrar para estudiar era una joven solitaria. Sus rutinas diarias se centraron en pocas personas que veía a diario, pero que no eran sus amigos: un anciano vendedor de panchos en la puerta de la universidad y la dueña de una panadería cerca del sitio en el que vivía. Eran tiempos de escasos recursos. “Almorzaba a diario en el puesto frente a mi facultad –relata–, y como en el otro negocio vendían a mitad de precio lo que quedaba luego de las 17, iba a comprarme la cena”. Ninguno de los dos vínculos se convirtió en amistad, pero la inspiró para varias de sus investigaciones en el doctorado. En ellas identificó que aún la interacción con conocidos altera beneficiosamente la salud mental.

“Detectamos que las personas que tienen más interacciones con relaciones no profundas son más felices que las que no y que tienden a ser aún más dichosos los días en que tuvieron más encuentros de este tipo –afirma la especialista–. Nuestros hallazgos animan a hablar con extraños y hemos demostrado que la práctica repetida puede hacerlo más fácil”. Sandstrom sugiere que hay que aprovechar la curiosidad para esos encuentros y apelar a comentar situaciones compartidas. “Están ambos en el mismo sitio al mismo tiempo, siempre hay algo en común”.

¿Cómo hacer amigos?

Hacer amigos puede ser un desafío. “Muchas veces el temor a la evaluación negativa o el rechazo de los demás puede ser un obstáculo para el contacto social –explica Mariana Maristany, doctora en Psicología de la Fundación Aiglé–. Es importante sentir que puedo ser yo mismo”.

Sentir la aceptación de un amigo, fortalece la autoestima. “No importa la cantidad de amigos –dice–, sino que en cada uno de esos vínculos pueda sentir que no tengo que ser alguien que no soy”.

Para dar el primer paso, Maristany sugiere:

◗ Una salida en grupo, un café entre horas, un evento cultural, compartir lecturas o series… todas son alternativas que pueden servir para dar el primer paso, conocerse y progresar. Los vínculos se construyen.

◗ Aunque se tengan muchas ocupaciones, es importante tratar de compartir momentos con amigos. Ayuda a enfocarse en otros y participar de actividades alternativas al trabajo. Agendar encuentros, propicialos.

◗ Favorecer una comunicación sincera y constructiva que ayude al crecimiento personal y a profundizar la relación, resolviendo los desacuerdos y los conflictos que aparezcan.

◗ Mantener una actitud proactiva, alimentando la conexión. Tener disponibilidad para escuchar y estar atento a eventos o logros de los demás y no solamente pendiente de lo que se recibe de los amigos.
Relaciones sanas

Con amigos se comparten intereses, emociones, historia, proyectos, modos de vivir. No siempre el vínculo es equilibrado: en ocasiones uno necesita más apoyo que el otro. Pero sí lo es en los grandes plazos.

Robin Dunbar enumera algunos atributos que debe tener una relación de amistad para sostenerse.

  • Escuchar. Una amistad es amable y compasiva. Capaz de escuchar con atención y sin juzgar, aunque siendo capaz de marcar las alertas de cuestiones preocupantes.
  • Aceptar. No se intenta cambiar al otro y, aún cuando pueda diferir en algunas maneras de ser, lo acepta sin miramientos.
  • Reconocer. Se debe ser consciente del esfuerzo y dedicación en tiempo que se ofrece al vínculo.
  • Respetar. Es bueno respetar los límites, sobre todo cuando se elige estar solo, en silencio, o reservando una información. Hay que encontrar la manera de acompañar sin interferir.
  • Acompañar. Estar ahí con una palabra, pero también con su presencia en los momentos difíciles.
  • Apuntalar. Hace sentir mejor. Aporta alegría y hace más divertida la vida. “Es un valor positivo que alienta y es el bastón para sostenerse ante una caída”, suma Dunbar.
  • Confiar. La amistad es un espacio seguro: allí hay confianza. Lo que se cuenta allí, no trasciende y tampoco se utiliza.
  • Inspirar. Es un sentimiento que impulsa, eleva, inspira y mejora.

En el Día del Amigo, tres ficciones que abordan el sentimiento de camaradería en diferentes etapas de la vida.

Cuenta conmigo

ADOLESCENCIA

En esta película de 1986, un grupo de amigos descubren sus secretos y miedos y comparten risas y bromas en una larga expedición por el bosque.

MEDIANA EDAD

Durante 10 temporadas, la icónica serie que transcurre en Nueva York, protagonizada por seis amigos entrañables, es un culto a la amistad, los buenos y malos momentos.

Antes de partir

ADULTEZ

En esta película de 2007, dos hombres en el final de sus vidas se unen para cumplir sueños postergados y disfrutar de la compañía mutua.

Flavia Tomaello

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