Adelanto exclusivo de “La trampa”, el libro que explica cómo y por qué la Junta Militar ordenó recuperar las Malvinas

Pasaron cuarenta años de la Guerra de Malvinas, esa maniobra de la dictadura para revertir un creciente descrédito popular y que significó su propio fin. Juan Bautista Tata Yofre presenta, en su décimo libro de editorial Penguin, fuentes y documentos inéditos de una gesta tan inverosímil como suicida

La Junta Militar tomó la decisión de recuperar Malvinas el viernes 26 de marzo, cerca de las 19 horas. La medida se adoptó sin la participación del canciller, pero fue notificado poco más tarde.

El almirante Carlos Alberto Busser también reconoció ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas haber sido informado después. En su libro de memorias, Costa Méndez también sostuvo lo mismo. Relató que volvió al Palacio San Martín, reunió a sus colaboradores más íntimos, y luego de hacerlos jurar que no revelarían el secreto, les informó de la decisión de la Junta Militar. Eso es inexacto, como lo prueban todos los documentos secretos que el “Grupo Especial Malvinas” (funcionarios que trabajaban en secreto) del Palacio San Martín preparó, momento a momento, para apuntalar intelectualmente en la Operación Azul/Malvinas a los jefes militares. Algunos ya los hemos analizado.

Pero el canciller no va a revelar un detalle importante: el equipo de funcionarios que integraba el Grupo Especial Malvinas no tenía terminadas todas las medidas necesarias para acompañar en el campo diplomático la acción castrense de invadir las Malvinas. El domingo 28 de marzo va a pedir una postergación del Operativo Azul/Rosario. Tras cuarenta años de silencio, el entonces secretario Roberto García Moritán relató: “Costa Méndez me mandó a Campo de Mayo con una carta personal a Galtieri en donde le solicitaba unos días de postergación a la invasión. Cuando llegué, Galtieri estaba con su esposa en una terraza. Luego, pasamos a su despacho, entregué la carta que leyó adelante mío. Luego de terminar de leer, el presidente me afirmó ‘dígale al canciller que absolutamente no’, y como si esto fuera poco, me devolvió la carta luego de escribir ‘absolutamente no’”.

El embajador Gustavo Figueroa sería más preciso con respecto al memorando de una carilla y media que recibió Galtieri en ese momento: “Contemplaba tres puntos: 1) si se estima necesario levantar la invasión, esta decisión puede aún realizarse; 2) comunica que la posición de los Estados Unidos es poco clara. No hay seguridad de que apoye (juegue bien) con la Argentina; 3) con los No Alineados, si bien partimos de una situación no favorable, podemos en un corto tiempo recomponerla y lograr su solidaridad en virtud de nuestra lucha antiimperialista”.

En la tarde del mismo domingo 28 de marzo salía de Puerto Belgrano la flota que transportaba las tropas que ocuparían las islas Malvinas. Horas antes, Margaret Thatcher se había comunicado telefónicamente con lord Carrington para expresarle su ansiedad por la situación. El ministro le contó que le había enviado un mensaje al secretario de Estado de los Estados Unidos en el que le solicitaba su intervención como mediador. Al día siguiente, Costa Méndez y Bonifacio del Carril volvieron a conversar. En esta ocasión, el canciller le informó a su amigo sobre los cursos de acción que se estaban estudiando frente a la intimación que había hecho el gobierno británico para el retiro del personal de las Georgias. “Si la decisión de aprovechar el incidente de los chatarreros para tomar las Malvinas era definitiva [como le había anticipado el canciller a principios de mes], lo más conveniente para la Argentina es dejar que los británicos los saquen por la fuerza. Pues lo importante es contar con un hecho de fuerza ejecutado por los ingleses como acto inicial y no como una simple amenaza”.

Al mismo tiempo, a Costa Méndez le llamó la atención que: “La superioridad militar inglesa es abrumadora y que en el campo económico Gran Bretaña podría ejercer fuerte acción contra la Argentina, porque a pesar de la decadencia del imperio, Inglaterra sigue siendo uno de los centros financieros más importantes del mundo”. “Es muy difícil que Inglaterra se decida a actuar militarmente por el elevado costo de la operación”, dijo Canoro. Además, según el canciller “las Fuerzas Armadas tienen todos los planes previstos para neutralizar cualquier intento y de todas maneras dispone de tres semanas antes de que los ingleses lleguen al lugar”.

Posteriormente, “Fafo” del Carril evaluó que “el acto de fuerza que se prepara a ejecutar el gobierno va a ser contraproducente. Y me doy cuenta de algo peor: que cuando se haga el acto de fuerza se va a producir en la población un golpe emocional favorable a las Fuerzas Armadas y que va a ser muy difícil, en realidad negativo, pronunciarse contra la ocupación una vez producida”.

El martes 30 de marzo de 1982, mientras la ciudad de Buenos Aires se encontraba fuertemente vigilada en vista de la manifestación sindical con la consigna “Pan, paz y trabajo”, que se iba a realizar a la tarde con la intención de llegar a Plaza de Mayo, el Comité Militar se reunió dos veces en el edificio Libertador. Según la Memoria: “Durante la primera reunión se resolvió que el General García fuera el Comandante de Teatro de Operaciones Malvinas hasta el día D+5 aproximadamente, luego de esto se crearía el Teatro del Atlántico Sur a partir de la desactivación del Teatro Malvinas, designándose al Vicealmirante Lombardo como Comandante (Acta Nº 5 ‘M’/82). En dicha reunión el Jefe del Estado Mayor Conjunto informó sobre las capacidades del enemigo y el análisis de las mismas después del día D+5″.

Ese mismo día, Costa Méndez informó a los miembros de la Junta Militar que los Estados Unidos habían ofrecido su asistencia para el tema Georgias del Sur según le había comunicado el embajador Takacs, quien fue llamado por el secretario de Estado.

En la segunda reunión del COMIL del 30 de marzo, el jefe del Estado Mayor Conjunto, vicealmirante Leopoldo Alfredo Suárez del Cerro, “informó sobre la previsión meteorológica para el desembarco, informando que el Comandante de Teatro de Operaciones Malvinas decidió que el 02 de abril a las 0000 horas fuera la fecha para iniciar las operaciones”; un temporal impedía realizar la operación el 1º de abril. También se resolvió que “por razones de política internacional, convenía que el Gobernador Militar [general Mario Benjamín Menéndez] tuviera jurisdicción sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur (Acta Nº 6 ‘M’/82).

Asimismo se resolvió proveer la información acerca de la eventual recuperación —antes de la declaración oficial del día 02 de abril— a los Ex Comandantes en Jefe, al Gabinete, a la Corte Suprema de Justicia y a Monseñor Aramburu”, y también, que previamente “debía llamar a los principales dirigentes políticos, sindicalistas, empresarios, etc. Por la misma razón”.

Ese mismo día, el canciller convocó en el Salón Verde del Palacio San Martín a la primera línea de la Cancillería. Luego de tomarles juramento de mantener el secreto, expuso sobre la situación en Malvinas; recordó las distintas etapas de las negociaciones en los últimos años; recordó las magníficas relaciones con Sudáfrica; se refirió a las excelentes relaciones con los Estados Unidos, “grandes defensores de los pueblos jóvenes contra los colonizadores y su rol en el mundo contra el comunismo”; mencionó la decadencia del Reino Unido y del gobierno de la señora Margaret Thatcher (quien seguramente perdería las próximas elecciones), así como la difícil situación económica de su país, que lo llevaría a vender su único portaaviones y otros barcos de guerra porque no podía mantenerlos.

Finalmente, sostuvo que alguien tenía que tener el coraje de hacer algo por la recuperación de las Malvinas y no olvidó decir que todo esto facilitaría la difícil situación política con Chile. Luego inquirió si alguien tenía alguna pregunta. El embajador Carlos Keller Sarmiento, jefe del Departamento Europa Occidental, pidió hacer unos comentarios, los que no fueron grabados. No obstante, volcó lo que pensaba en un memorando titulado “Malvinas”, de cuatro carillas, con fecha 14 de abril de 1982.

“Parto de la base que llevar el conflicto a un enfrentamiento militar de resultado dudoso para la Argentina es nuestra peor opción. (Total aislamiento, riesgo de una humillación, graves consecuencias económicas, institucionales y políticas, destrucción parcial o total de nuestra Fuerza Aérea, flota y efectivos militares, probable caída del gobierno, disminución de la capacidad para negociar con el Reino Unido el futuro status de las Islas, probable creciente intervención de Brasil o Chile como fuerza de paz y pérdida de credibilidad y prestigio en el ámbito internacional)”.

“De acuerdo a lo conocido hasta el momento, en un enfrentamiento militar es muy difícil contar con la victoria total argentina. En caso de victoria parcial se enardecerían los ánimos, podría sobrevenir un probable bloqueo de puertos, subsistirían las medidas de agresión económica por parte de la CEE [Comunidad Económica Europea] que podría extenderse a otros países e incremento creciente de la opción URSS para nuestro país. Estimo que esta debería evitarse”.

Por esas mismas horas, el embajador Gustavo Figueroa llamó al ministro Atilio Molteni para decirle: “El departamento que andabas buscando se va a desocupar”. Eso quería decir que se iba a producir la invasión y que iba a tener que dejar Londres, donde se desempeñaba como encargado de Negocios.

Los británicos y los norteamericanos detectaron los movimientos de los barcos de la flota argentina de ocupación; sin embargo, esa información no fue comunicada por el gobierno a los parlamentarios durante el debate del 1º de abril (o fue relegada). Ante la inminencia del ataque, una de las primeras decisiones de Margaret Thatcher fue enviarle un mensaje a su amigo Ronald Reagan para que intentara convencer a Galtieri de que no invadiera las islas. Asimismo, Gran Bretaña pidió una reunión urgente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

El mismo día, se le envió un largo cable “S” —cable 697— al embajador Eduardo Roca, instruyéndolo a solicitar el 1º de abril, “en hora que será determinada a vuestra excelencia telefónicamente […] a fin de llamar la atención del Consejo de Seguridad la situación de grave tensión existente entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte”. En el mismo texto “Secreto” y “Muy Urgente” se le ordena a Roca que “simultáneamente con presentación nota a Consejo de Seguridad, sugiérese a V.E. entrevistar a representantes permanentes de China y de Unión Soviética fin de imponerlos situación. V.E. les señalará que Argentina confía en seguir contando con tradicional apoyo sus países sobre cuestión Malvinas”. La instrucción no fue llevada a cabo. Los embajadores de China y la Unión Soviética en Buenos Aires también fueron informados. Además se enviaron cables a Pekín y Moscú con el mismo texto: “Se señala que objetivo argentino es lograr que [China/URSS] oponga el veto en el Consejo de Seguridad a cualquier resolución que sea contraria a nuestro país”.

Desde Londres Atilio Molteni envió el cable 761 sobre el clima en Fleet Street (calle de Londres donde estaban las sedes de importantes medios periodísticos), cuyo texto contenía cuatro puntos. El 4º punto advertía: “Por otro lado, pareciera prematuro creer en un cambio radical posición medios de difusión y sectores políticos que los inspiran, ya que muy bien podría tratarse de cortina de humo levantada en connivencia con Foreign Office para tratar de seguir ganando tiempo hasta que Reino Unido considere haber alcanzado situación estratégica relativamente equilibrada en el área. En este momento, es de suponer, Londres trataría de forzar situación diplomática en sus propios términos”.

“Una gran fantasía”

Desde antes de 1982, Wenceslao Bunge tenía muy sólidos contactos con los centros académicos de los Estados Unidos y, por ende, con altos funcionarios de la administración Reagan, como la embajadora Jeane Kirkpatrick. Por esta razón, y por consejo de Eduardo Roca, el 30 de marzo fue invitado a un almuerzo en lo de Adalbert Krieger Vasena, en avenida Alvear y Libertad. A la mesa se sentó un grupo de hombres que, se especulaba, conocían a los Estados Unidos: el dueño de casa, Pedro Real, Carlos Manuel Muñiz, Jorge Aja Espil, Arnaldo Musich, Guillermo Walter Klein y Jorge Labanca. Roberto Alemann no asistió porque no estaba en el país.

Cuando se había servido el primer plato apareció Nicanor Costa Méndez y se le cedió la palabra. Luego de una corta introducción, el canciller pidió a cada uno de los presentes un consejo, una opinión, sobre cómo hacer para profundizar la relación con Washington. Se escucharon muchas observaciones plagadas de lugares comunes, hasta que le tocó hablar a Musich. El primer embajador del Proceso Militar en los Estados Unidos opinó que poco podía hacerse si no se producía la institucionalización de la Argentina. Bunge, sentado a su lado, agregó: “Ellos desean entenderse con instituciones legítimas, y la única forma de mejorar las relaciones con los Estados Unidos pasa por la normalización democrática del país”.

Está claro que el invitado central no miró al joven Bunge con su mejor expresión. A dos días de la invasión de las Malvinas, cuando la flota se encontraba en alta mar, ninguno de los invitados tenía conocimiento profundo de lo que estaba sucediendo en las islas Georgias. Mucho menos sabían lo que ocurriría el 2 de abril de 1982. Bunge, al salir, escuchó decir a Musich: “Lo que viene es muy grave, creo que se han vuelto locos”, pero no entendió a qué se refería. También oyó decir que Roca no había participado del almuerzo porque había tenido que viajar de urgencia a su destino en Nueva York, ya que debía participar en una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que trataría el conflicto con Nicaragua. Tras ese almuerzo, Bunge partió a Saint Louis, Missouri, Estados Unidos, en viaje de negocios.

El 2 de abril a la mañana recibió un llamado del embajador Takacs para reiterarle la invitación a una comida, esa noche, en homenaje a Jeane Kirkpatrick. Durante la conversación, Takacs le dijo: “Mirá, Wenceslao, hemos invadido las Malvinas y quiero hablar con vos”. Esa noche Bunge asistió a la cena con black tie (smoking) en la calle Q 1815. Concurrieron, entre otros, Walter Stoessel, subsecretario de Haig; Frank Carlucci, subsecretario de Defensa; Thomas Enders, subsecretario del Departamento de Estado; William Middendorf, embajador americano ante la OEA; John Marsh, Secretario de Guerra; Alejandro Orfila, secretario general de la OEA; la periodista Barbara Walters y los tres agregados militares argentinos: el general Miguel Mallea Gil, el almirante Rubén Franco y el brigadier Oscar Peña. A los postres se hizo un brindis. Takacs señaló que ese era un día “muy difícil para nosotros en la Argentina”. Y la homenajeada dijo una frase poco recordada: “Los argentinos son muy capaces para muchas cosas, pero no se destacan por administrarse bien a sí mismos. Espero que aprendan de lo que está sucediendo”.

Los norteamericanos se retiraron temprano de la residencia, y quedaron solo los argentinos analizando la situación. Todavía no se había realizado la reunión del Consejo de Seguridad, de la que saldría la Resolución Nº 502. El almirante Franco afirmó que la Argentina pensaba sacar once votos a favor, dos abstenciones y dos votos en contra en el Consejo de Seguridad. El brigadier Peña opinó de modo diferente al señalar que los americanos y los ingleses votarían juntos porque son “primos hermanos”. “Todo esto es una gran fantasía”, agregó.

Al día siguiente —3 de abril—por la mañana, Bunge concurrió al National Press Club para desayunar con su amigo Zbigniew Brzezinski, ex consejero de Seguridad del presidente Jimmy Carter. Luego de estrecharse las manos, Brzezinski le dijo: “Te felicito, se acabó el gobierno militar”. Y le explicó que nadie mueve un ejército para invadir o recuperar un lugar que el mundo no le ha reconocido, y “esto no será permitido”.

“Si se detiene el conflicto —sostuvo—, si llegamos a un acuerdo, que espero que sea posible porque sinceramente deseo que haya gente sensata, esto igualmente significa la terminación del gobierno militar. Y creo que va a ser lo único positivo de esta agresión argentina, porque es de tal torpeza lo que ha sucedido que no hay forma de sostenerlo”. Además, agregó, “poseen un Ejército que no ha peleado ninguna guerra en lo que va del siglo; una Fuerza Aérea que tiene elementos tan sofisticados que no puede utilizar y la Armada Brancaleone 4″. Para el almirante Lombardo no era la Armada Brancaleone, era, con su lenguaje llano y crudo, “el rejuntado de Chivilcoy jugando con la primera de Boca”.

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