Siempre hemos pensado que el envejecimiento era un proceso inevitable al que todos, ricos y pobres, estábamos condenados; pero cada vez parece más claro que los procesos biológicos que nos condenan a acabar nuestros días con arrugas, la movilidad reducida y la memoria dañada pueden revertirse o, al menos, mitigarse.
Un equipo de investigadores estadounidense ha logrado frenar el proceso de envejecimiento en lombrices tras descubrir que su células adultas empiezan a degenerar de forma automática cuando alcanzan la pubertad. Algo que, aseguran los científicos, también ocurre entre los seres humanos.
Como se explica en el estudio, publicado en el último número de la revista Molecular Cell, las lombrices y los humanos (así como la mayoría de animales) contamos con un interruptor genético que apaga ciertos procesos que protegen a las células y evitan su envejecimiento. Este interruptor se enciende en la pubertad, pero los científicos han logrado interrumpir su activación, algo que, si se lograra en humanos, sería clave para retrasar el envejecimiento y evitar la aparición de ciertas enfermedades neurodegenerativas.
Siempre hemos pensado que el envejecimiento era un proceso inevitable al que todos, ricos y pobres, estábamos condenados; pero cada vez parece más claro que los procesos biológicos que nos condenan a acabar nuestros días con arrugas, la movilidad reducida y la memoria dañada pueden revertirse o, al menos, mitigarse.
Un equipo de investigadores estadounidense ha logrado frenar el proceso de envejecimiento en lombrices tras descubrir que su células adultas empiezan a degenerar de forma automática cuando alcanzan la pubertad. Algo que, aseguran los científicos, también ocurre entre los seres humanos.
Como se explica en el estudio, publicado en el último número de la revista Molecular Cell, las lombrices y los humanos (así como la mayoría de animales) contamos con un interruptor genético que apaga ciertos procesos que protegen a las células y evitan su envejecimiento. Este interruptor se enciende en la pubertad, pero los científicos han logrado interrumpir su activación, algo que, si se lograra en humanos, sería clave para retrasar el envejecimiento y evitar la aparición de ciertas enfermedades neurodegenerativas.
Las lombrices sirven para algo
Los investigadores, liderados por el prestigioso biólogo de la Northwestern University Richard Morimoto, han estudiado con detalle el envejecimiento de la lombriz C. elegans –un inquilino habitual de los laboratorios–. Han descubierto que las células madre germinales, responsables de albergar el material genético que se va a pasar a la siguiente generación, activan el interruptor que desata el envejecimiento cuando el cuerpo está preparado para reproducirse y, por tanto, tener descendencia.
En las lombrices el proceso se inicia tan sólo ocho horas después de que el individuo alcance la edad adulta. En los humanos, cuya longevidad es muchísimo mayor, el proceso debe comenzar a partir de la pubertad: en torno a los 11 años en las niñas y 12 en los niños. El interruptor detiene el funcionamiento de importantes proteínas que protegen a las células del estrés, por lo que, poco a poco, comienzan a envejecer.
“Nuestros hallazgos sugieren que puede haber un camino para apagar este interruptor genético y proteger a nuestras células del envejecimiento, incrementando su habilidad para resistir el estrés”, explica Morimoto en la nota de presentación del estudio.
Vivir más, pero viviendo mejor
La investigación del envejecimiento, que ha avanzado mucho en los últimos años –gracias en parte al enorme interés que despierta entre los filántropos– está evidenciando que, al contrario de lo que se creía, la senectud no viene dada por la conjunción de muchos eventos, sino que se produce debido a unos pocos mecanismos biológicos de nuestro cuerpo sobre los que podríamos intervenir.
“En el organismo en el que podemos hacer los experimentos hemos descubierto con precisión el interruptor responsable del envejecimiento”, asegura Morimoto. Y, lo que es más importante, lograron que no se encendiera bloqueando la señal de las células germinales que activan el proceso. En estas lombrices los tejidos somáticos se mantuvieron jóvenes y resistententes al estrés durante toda su vida adulta.
El investigador es consciente de las implicaciones éticas que tienen este tipo de descubrimientos, pero es claro al respecto: “¿No sería mejor para la sociedad que las personas pudieran estar más sanas y ser más productivas durante un mayor periodo de tiempo? Estoy muy interesado en mantener la calidad óptima de nuestro organismo tanto como podamos y ahora tenemos un objetivo”.