No señalaba ni miraba a los ojos. Los comportamientos no eran frecuentes para un bebé de casi dos años, todas señales de lo que terminó diagnosticado como un trastorno del espectro autista.
Pero hasta eso fue un laberinto. Era buscar especialistas en la cartilla médica y rebotar número tras número. En algunos, no atendía nadie. En otros, decían que no había turnos. Y finalmente: “El médico ya no atiende más por esa prepaga”.
No importó que fuera el plan más costoso de una de las coberturas mejor rankeadas del país. Muchos de los médicos de mayor prestigio o aquellos que pueden construirse una marca propia intentan abrirse de las prepagas hacia la atención particular, donde pueden poner una tarifa “razonable” y solventar los costos de insumos o equipos importados. Otros, se van afuera. Y algunos directamente decidieron cambiar de rumbo.
“Es muy grave”, alertó la presidenta de la asociación Acción del Consumidor (Adelco), Claudia Collado, y rememoró que las consultas por este tema comenzaron desde mediados de 2020: “Muchísima gente llamaba para saber si podía hacer algo para evitar el trastorno de tener que cambiar a su médico clínico o el cardiólogo de toda la vida”.
Y siguió: “Sentimos impotencia, porque no los podemos ayudar. Si la decisión es del médico de retirarse de la empresa, una organización de consumidores poco puede hacer. Es un tema subterráneo, porque el paciente queda totalmente vulnerable aunque no haya un incumplimiento concreto. La prepaga no te avisa y vos seguís pagando para enterarte de que los médicos no están recién cuando vas a sacar el turno”.
Profesionales que se dan de baja
Marina cuenta a Clarín que tiene una de las prepagas “top” del país y paga $ 30.000 por un plan de rango intermedio para ella y dos niños. “No les consigo dentista. Los que tuvieron antes se fueron todos a atender por privado. Ya cambié tres veces. Y ahora los especialistas que consulto empezaron a cobrar copagos”, cuenta.
La ginecóloga le pidió comprensión. “Dice que está perdiendo plata por trabajar. Por consulta, la prepaga le paga $ 800, pero entre el alquiler y la secretaria no llega”, explicó Marina. Sus papás, de más de 80 años y que pagan $ 40.000 a la misma prepaga, ahora le tienen que abonar $ 500 de copago a su médico.
Alejandra tiene el plan más alto de una prepaga de amplia cobertura en Capital. “En los últimos tres meses, se bajaron dos de los tres psicólogos que atendían a miembros de mi familia. Y la dermatóloga de siempre tampoco está más”, relata.
La crisis del sistema
La situación “preocupa”, reconoció un directivo de la Unión Argentina de Salud (UAS), que nuclea a la mayoría de las organizaciones de medicina privada. La UAS asegura que entre sus socios atienden a cerca del 70% de la población y adjudica el problema a la “crisis” de todo el sistema de medicina prepaga.
“Son porcentajes menores de movimientos. Se da más en unas prestaciones que otras. Por ejemplo, más en los odontólogos que en los clínicos. No es un éxodo masivo. Es como un goteo. Pero aunque no es un tema de magnitud, es un tema de preocupación porque la perspectiva es que sí se convierta en magnitud”, aseguró. Y advirtió: “El problema es que la gente deja de ir al médico”.
La causa de que los médicos se estén yendo está en «la insuficiente financiación que tiene el sistema. Hay un gap muy fuerte entre la inflación general contra el aumento de las prepagas”, explicó.
El atraso de los aranceles respecto a la inflación es del 35% en promedio, estima la UAS. El número surge de comparar que entre 2012 y 2022 las cuotas de las prepagas se incrementaron 20 veces, según los acuerdos con el Ejecutivo, mientras que la inflación medida por el INDEC subió 27 veces.
Las especialidades tienen distintos aranceles y los montos varían entre las prepagas, pero como parámetro, según informó la UAS, entre las prepagas «top 10» el arancel en abril por una consulta con un médico clínico es de entre $ 950 y $ 1.300, con un odontólogo de entre $ 850 y $1.300, y con un cardiólogo de entre $ 1.000 y $ 1.600.
De la odontología a un comercio
“Me alejé hace dos años, porque no iba a atender a un nene cada 20 minutos para llegar a fin de mes. Tengo un comercio ahora. Me llevó dos años tomar la decisión, pero me iba de mi consultorio y sentía angustia”, cuenta una odontóloga que pide no ser identificada.
Recibida en 2003, trabajó hasta 2019 con distintas prepagas en General Rodríguez, Moreno y Capital. «El arancel era insuficiente. Tenía que restar la obra social obligatoria, el porcentaje de facturación que se quedan los colegios y los insumos, que son importados», enumera.
También apunta que en odontología la bioseguridad es primordial y que una prepaga le pagaba un solo kit por paciente y pretendía que lo guardara y reutilizara con esa misma persona. «Cuando le pedías al paciente que pagara el segundo, se enojaba”, dice.
Cuando se dio de baja, una de las prepagas para las que trabajaba en la Ciudad le pidió que no se fuera porque carecía de otros odontopediatras. “No importa, nos sirve para la cartilla», le dijeron.
“Los médicos somos rehenes de las prepagas. Antes, aunque te pagaban un porcentaje menor que particular, se compensaba por la cantidad. Pero el tema es que si a los socios les aumentan un 7% y al profesional un 3%, siempre quedás desactualizado».
«Nunca nos pagaron tan mal»
Se recibió en 2009 de médica, luego hizo una especialidad en clínica médica y otra en endocrinología, y, por último, una residencia de tres años. “Ves la liquidación y te liquida. Son sentimientos de mucha frustración. Empecé a buscar trabajo en la industria farmacéutica”, cuenta la mujer de 37 años.
Como ella, muchos sienten que no valió el esfuerzo. De siete colegas con los que hizo la primera residencia, “cuatro ya dejaron de atender por obras sociales o prepagas y se fueron a la industria”.
“Nunca nos pagaron tan mal. Cuando comencé en 2017, ganaba 10 dólares por paciente y hoy cobro 2. Los colegas más grandes me dicen: ‘Andate de acá’. En Chile, Paraguay o Uruguay te pagan por lo menos cinco veces más. Acá por una operación compleja le pagan al cirujano lo mismo que el arreglo de un lavarropas».
Como mujer, se siente en desventaja extra: “La licencia por maternidad no existe entre los médicos: si no trabajás no te pagan el arancel». Y sigue: “Desde que arrancás la carrera, te matás trabajando y estudiando. Pero uno piensa en que después de ese esfuerzo va a cambiar”.
Lo que aceleró la pandemia
Laura Semerdjian (41) sí acepta dar su nombre. Ginecóloga, no planea volver a atender prepagas: “A diario comento mi enojo en redes y trato de visibilizar esta situación tan angustiante para los médicos”.
La pandemia la encontró trabajando en dos centros médicos de una obra social y en otro en el que atendía por prepagas. En los primeros, el arancel era «bajísimo». «Le pagaba más a la persona que limpiaba en casa», grafica. El tercero, en Mataderos, de pronto cerro.
“Con un conjunto de médicos de distintas especialidades empezamos a atender particular a través de una aplicación. La pandemia llevó a que la gente consultara de manera online, así que entre eso y mi red social fui creciendo”.
El perfil de Instagram @doclausemer explotó. “Cuando pasaron las primeras restricciones por el Covid, decidí abrir un consultorio particular». Y entonces, dice, «empecé a disfrutar la medicina. Es la primera vez que yo puedo atender como a mí me gusta. El médico se forma para brindar un servicio de calidad y después se va desvirtuando”.
Y pone un ejemplo: “Las prepagas te dicen que no podés pedir una eco transvaginal o una mamografía si la paciente no tenía cierta edad, cuando yo he tenido mujeres con cáncer de mamas antes de los 35. Eso te obliga a dibujar la receta, poner que hay algo palpable, porque sino la paciente debería pagar $ 5.000”.
Nadie que se haga responsable
Del otro lado, ¿qué pueden hacer los pacientes cuando su médico deja de atender?
La recomendación de Adelco es dejar constancia de que el problema existe. “Hacer una carta a la medicina prepaga y a la Superintendencia de Servicios de Salud exponiendo que ves vulnerado tu derecho a la salud”, sugirió.
Pero desde la Superintendencia de Servicios de Salud aseguraron a Clarín que “no recibimos consultas por este tema. Si hay, debe ser mínimo, porque no es una cosa que se lea, ni siquiera en las redes sociales”.
Y aclararon que no intervienen en la relación entre profesionales y empresas: “Estamos avocados a que las prepagas no nieguen servicios, que no haya incumplimientos en cuanto a aumentos de cuotas (no aprobados) o a intervenir ante reclamos por estafas”.
El Gobierno nacional sí incluyó el tema en su negociación de 2021. La Resolución 2125 publicada en julio aprobó incrementos escalonados en cuatro tramos y aclaró que obras sociales y prepagas debían “trasladar aumentos similares” en los honorarios de los profesionales.
“Fue la primera vez que se obligó a las prepagas a que trasladaran los aumentos a los médicos –contó Juan Manuel Ibarguren, del Consejo Argentino de Oftalmología–. Eso dio cierta tranquilidad en el corto plazo, pero no es suficiente. La situación es gravísima”.
Según un estudio que realizó el Consejo, entre 2005 y 2020 los ingresos de las prepagas aumentaron 46 veces, mientras que los costos de las prácticas oftalmológicas subieron 36 veces y los ingresos de los oftalmólogos solamente 12 veces. “Es un 153% de retraso respecto a lo que aumentaron la cuota las prepagas”, resaltó Ibarguren.
Desde la UAS manejan otros números. “Cuando vos pensás quién tiene la culpa en esto, mirás al que les paga a los médicos. Pero la medicina prepaga no te puede pagar más de lo que que ya paga”, aseguró el directivo. Según la UAS, en los últimos diez años, producto de la inflación y la devaluación, los costos de las prepagas para brindar servicios de salud aumentaron el doble que las cuotas.
“No reclamamos aumentos de cuotas, sino una reforma. Porque al sistema privado de salud le han metido una cantidad de coberturas que son crónicas, como drogadicción, discapacidad o drogas caras, que en otros países se manejan de otra manera. Cuando hacés las cuentas, no hay cuota que te alcance”, indicó.
Ibarguren reconoce que “los gastos que tiene las prepagas son siderales” y pidió «sincerar el costo de la salud. Porque hoy el Estado no subsidia nada, aunque el 70% de la población se atienda en el sistema privado. Y eso que Argentina gasta un 9,5% de su PBI en salud».
“Las cuotas no les alcanzan y todo termina en que el factor de ajuste es el médico. Pero no hay que olvidar que el verdadero perjudicado es el afiliado, porque la prepaga te vende un seguro que parece un all inclusive pero después no te dan una galletita”, concluyó.