Casi no durmió durante cuatro días. El viaje a Tierra Santa resultó para Javier Milei una montaña rusa de emociones, en la que el shock espiritual se mezcló con el jet lag y el estallido repentino de una crisis política de primer orden en la profana Buenos Aires.
En ningún momento consideró volverse anticipadamente al país, aunque en su entorno se lo llegaron a sugerir en vistas de las tormentas que desató el fracaso de la ley ómnibus en la Cámara de Diputados. Pero Milei no necesita “estar”. Un celular con la app de Twitter (X) activa fue suficiente para elaborar con la lógica fragmentaria de las redes la reacción que configura el inicio de una segunda fase de su gobierno.
En Milei se combinan el cálculo y la espontaneidad. El martes decidió retirar el proyecto de ley en una ráfaga de furia cuando su hermana Karina, en contacto telefónico con el asesor Santiago Caputo, le avisó en Jerusalén que se estaban desgajando los primeros artículos en la votación en particular. El plot twist que dejó helados a propios y extraños enseguida se revistió de un sentido épico: la guerra contra la casta.
Milei quema puentes sin pestañear. Consoló a los negociadores del Gobierno que se lamentaban de haber cumplido sus órdenes sin estudiar primero el reglamento de la Cámara de Diputados, lo que les hubiera permitido descubrir que se podía salvar la aprobación en general del proyecto si en lugar de devolverlo a comisión pedían un cuarto intermedio. “No se equivoquen, no perdimos. ¡Ganamos! Pudimos desenmascarar a los corruptos que quieren obstruirnos”, le dijo desde Israel a un funcionario al que llamó el miércoles.
Ya se movía en el refugio confortable de la campaña electoral. Ante la adversidad, optó por el repliegue; la batalla cultural antes que una negociación pantanosa.
En el desvelo de la madrugada en Medio Oriente bombardeó mensajes por las redes que iban escalando en intensidad. Bordeó el misticismo cuando publicó en hebreo el pasaje del libro del Éxodo en el que Moisés rompe las Tablas de la Ley y descarga la furia contra su pueblo cuando al bajar del monte Sinaí lo encuentra adorando un becerro de oro.
Quienes lo quieren bien dicen que fue una ironía para anticipar lo que iba a venir. Cuando amaneció en Buenos Aires el ministro de Economía, Luis Caputo, tradujo el mandato bíblico en un comunicado de prensa en el que anunció el corte de los subsidios al transporte público en todo el país, excepto en Capital y el conurbano. A los que frenaron la ley ómnibus les toca aumentar el boleto. Una represalia feroz a los gobernadores impíos que, a juicio del Gobierno, “corrían el arco cada vez que se estaba a punto de cerrar un acuerdo” por el proyecto fallido.
Un Milei sin suficiente descanso complementó la ruptura con los gobernadores y legisladores que se habían ofrecido hace apenas dos meses a ayudarlo a capear la crisis. Les dedicó en una ronda con periodistas la siguiente lista de calificativos: “conjunto de delincuentes”, “ladrones”, “estafadores”, “corruptos”,” kirchneristas de buenos modales”, “lobos con piel de cordero”, “parásitos”, “mugre de la política”. Confirmó que él había pedido publicar los nombres y las fotos de los diputados que se opusieron a algún inciso en la votación en particular.
La ira de Milei, como la de Moisés, encaja en un relato trascendental que está en plena escritura. Su gobierno prioriza la narrativa a la acción política, como refleja el hecho de que encomendara al Caputo joven, su asesor de comunicación, las negociaciones para destrabar la ley ómnibus con los diputados de lo que se llamó “dialoguismo” (qepd).
Milei pasó en limpio el discurso oficial de la etapa que viene en el tuit de 3700 caracteres que publicó el viernes al aterrizar en Roma. Allí sostiene que hubo un “cambio de reglas” y que él no cederá ante “un conjunto de políticos que va a hacer lo imposible para mantener sus privilegios”. Prometió que bajará la inflación con las armas que tiene como Presidente, que incluyen el recorte casi total de partidas nacionales a las provincias.
La ley que iba a fundar las “bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos” se convirtió en un simple instrumento circunstancial para desenmascarar traidores.
De camino a la embajada argentina en Italia, donde pensaba dormir, ordenó la expulsión del cordobés Osvaldo Giordano de la Anses y de la salteña Flavia Royón de la Secretaría de Minería. Los hostigó por las redes durante 48 horas para que renunciaran y finalmente los ejecutó con un comunicado desde la cuenta de la Presidencia.
Giordano y Royón pagan los “pecados” de los gobernadores Martín Llaryora (Córdoba) y Gustavo Sáenz (Salta), a quienes Milei puso en el podio de los “impíos” junto con el radical santafesino Maximiliano Pullaro, que de haber tenido algún funcionario amigo en el Estado nacional lo habría visto volar por los aires.
La alianza con Macri
El ajuste de cuentas corrige la anomalía que algunos dirigentes oficialistas le habían marcado a Milei en diciembre: el desembarco de los cordobeses y de Royón no había venido acompañado de un compromiso político de apoyo parlamentario. Fueron gestos unilaterales, sin un contrato escrito.
Reflejaban, eso sí, la impronta inicial de la Presidencia Milei. En pasmosa minoría parlamentara, construiría gobernabilidad con los caciques provinciales y los fragmentos de lo que fue Juntos por el Cambio, que se rendirían a la legitimidad política del ganador del balotaje. Se negó entonces a explorar una coalición legislativa con Mauricio Macri. Prefirió incorporar a título personal a Patricia Bullrich. Pensaba que una alianza con el Pro desdibujaría su autoridad. Era una alternativa de futuro: cuando el Gobierno estuviera consolidado podría construir una única fuerza de derecha liberal bajo su liderazgo.
En medio del tour por las ciudades sagradas Milei volvió sobre sus pasos. Ahora sí quiere aliarse con el Pro. Bullrich se apuró a instalar la idea en público. Le puso IVA al decir que es hora de sacar del gobierno a los que no están convencidos del cambio. Mencionó a Daniel Scioli, recién llegado desde el territorio de la casta.
“Vamos a un reordenamiento ideológico”, confirmó Milei en la tarde romana. Había logrado descansar finalmente. El viernes visitó de madrugada el Coliseo porque el desorden de horarios y de adrenalina le impedía dormir. Pidió también que le buscaran una habitación de hotel porque el cuarto de la embajada que le habían reservado tenía averiado el aire acondicionado. Nadie en Roma pensó que en pleno invierno europeo eso hubiera significado un problema. Está claro que nunca entraron a la cámara frigorífica del despacho presidencial, siempre con el aire a la temperatura mínima de la que la tecnología es capaz.
Milei habla de una “fusión” con el Pro. La palabra suena exagerada en las orillas del macrismo. Es un proyecto incipiente, que requiere una negociación de cúpula. El expresidente tiene como prioridad reorganizar el partido que fundó hace 20 años. Se eligen autoridades en marzo y él evalúa asumir la jefatura formal que hasta la última campaña ocupó Bullrich.
La ministra de Seguridad tiene un apuro por concretar la operación que contrasta con los tiempos de Macri. Es probable que se empiece por conformar interbloques parlamentarios entre el Pro y La Libertad Avanza antes de que haya ministros macristas en el Gobierno.
Milei se anticipó a ratificar a Guillermo Francos, su principal vínculo con la dirigencia a la que acaba de declararle la guerra: “Es mi amigo y fue quien me introdujo en la política. Está más firme que rulo de estatua”. Es sabido que Francos fue quien le aconsejó con más énfasis no arrojarse a los brazos de Macri al inicio de la gestión. Y también que en el macrismo acusan al ministro del Interior de peronizar el Gabinete.
Para Milei el círculo íntimo no se toca. Puede escuchar más a uno que a otro, pero quienes llegaron al Gobierno por la vía del afecto respiran tranquilos. Francos, Santiago Caputo, Nicolás Posse (jefe de Gabinete) y Sandra Pettovello (Capital Humano) y por supuesto su hermana integran una categoría superior dentro del funcionariado. Los demás deben saber que trabajan para un jefe implacable, como pasó con el efímero ministro Guillermo Ferraro, los caídos Giordano y Royón y otros que se fueron antes de ver su nombre estampado en el decreto de designación.
La fase 2
La precipitada fase 2 del Gobierno arranca con la decisión de ir hacia un mayor ajuste del gasto y que el peso recaiga sobre fondos provinciales. Milei está orgulloso de haber alcanzado el equilibrio fiscal en enero y ve una baja de la inflación a un dígito mensual de acá a abril. Que sea a costa de una fuerte recesión es otro tema. Cree que el cepo se podrá levantar en junio y volvió a coquetear con la dolarización. “Ya van a venir los gobernadores con la lengua afuera a pedir que mandemos leyes impositivas”, dice un funcionario de la Casa Rosada.
Milei les dedicó otra frase feroz desde Roma: “Dejaron los dedos marcados. Fue fabuloso lo que pasó, ahora sabemos quiénes son los estafadores que están en la política para hacer negocios y defender curros”. Venía de retratarse admirando el Moisés de Miguel Ángel en la basílica de San Pietro in Vincoli. Su documentalista personal, Santiago Oria, está en la gira para captar cada detalle digno de promoción.
La narrativa antecede a los hechos. El Presidente cuenta que él decidió retirar la ley ómnibus para exponer a “la casta”. Al mismo tiempo dijo, en diálogo con radio Mitre, que las reformas que incluía el proyecto le iban a permitir a la Argentina duplicar su PBI en siete años. “Ahora tardaremos 20 o 30”, dijo. ¿Ganar la batalla cultural compensara esa dosis adicional de decadencia?
Los gobernadores señalados como enemigos siguen perplejos. “Nunca hubo tanto consenso en la Argentina para avanzar hacia una liberalización. Lo dilapidaron por un capricho, por inexperiencia o por simple maldad”, dice uno de los jefes provinciales que más trabajó para alcanzar un acuerdo. La confianza está quebrada, añade.
Otro de los apuntados se ataja: “Que esperen sentados si creen que vamos a ir a pedir por favor. Creen que se están vengando de nosotros, pero están afectando a la gente que los votó. Se van a meter en un Vietnam absolutamente innecesario”.
Es curioso que el único gobernador a salvo del fuego bíblico fuera el tucumano Osvaldo Jaldo, que rompió con el kirchnerismo para apoyar una ley trunca. Consiguió un anticipo millonario a cuenta de la coparticipación que le sirvió para tapar urgencias pasajeras. Algo es algo.
Un diputado de peso en el Pro sostiene que hay un grave problema de incomprensión entre dos modos de entender la política. “Es como si hablaran otro idioma. Todos entramos al recinto convencidos de que estaban los votos para sacar la ley. Qué más da si te aprueban 15 privatizaciones en lugar de 40. O si te bajan la facultad para tocar los fideicomisos. Tenían a mano un montón de facultades para arrancar a gobernar empoderados”.
“Siempre sospechamos que no querían la ley sino una excusa para acusar a ‘la casta’ por los problemas de la economía que no puedan resolver. Fue un derroche de energía política. Dos meses tirados”, se lamenta uno de los referentes radicales del Congreso, que sostenía esa tesis desde hace semanas.
Milei insiste en que no necesita leyes para bajar la inflación. Antiguos asesores, como Carlos Rodríguez, insisten en exponer un dilema: sin reformas estructurales y una nueva ingeniería impositiva, el equilibrio fiscal y la eventual baja de la inflación pueden ser un triunfo pírrico y pasajero. Un ajuste a la fuerza, sin aliados políticos y con alto impacto recesivo podría colocar al Gobierno en situación desfavorable para las elecciones de 2025. ¿Qué sustentabilidad tendría el rumbo si Milei perdiera el favor de la opinión pública?
Los mercados leyeron en términos clásicos lo que pasó en el Congreso. Vieron una derrota. Nunca dudaron de la orientación ideológica de Milei sino de su capacidad para impulsar reformas duraderas.
Pero la experiencia de mezclarse con “la casta” le resultó repulsiva al presidente antipolítica. Fantasea con gobernar sin pasar por el Congreso, aunque implique privarse de herramientas que le darían fortaleza a su plan. La gestión vía DNU lo expone a los designios de la Justicia (¿acaso la próxima casta?). Por eso clama a sus votantes que lo acompañen en una “cruzada heroica” contra el status quo.
Tendrá, al fin, que encontrarle la vuelta al embrollo planteado hace cuatro siglos por una doctrina política y social que impuso la limitación al poder de los gobernantes a partir de instituciones como el Parlamento y la Justicia. Se llama liberalismo.
Martín Rodríguez Yebra
La Nación