La Vicepresidenta y el kirchnerismo creen que la estrategia de declararla proscrita por la condena judicial no dio resultados. Y avanzan para hallar refugio político y fueros en la Provincia.
Por: Fernando González
La insólita y avejentada teoría de la proscripción a Cristina no convenció a nadie. Las encuestas que manejan los colaboradores más cercanos de la Vicepresidenta señalan sin dudar que ni siquiera los fanáticos religiosos del ultra kirchnerismo se muestran convencidos de la estrategia que intentó igualarla con Juan Domingo Perón. Tampoco ayudó mucho que el jefe de gabinete, Agustín Rossi, y el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, relativizaran en público el mito de la proscripción.
Lo cierto es que Cristina Kirchner fue condenada en diciembre pasado a seis años de prisión por cometer fraude al Estado en la causa Vialidad. El kirchnerismo le facilitó al visionario y emprendedor Lázaro Báez el 86% de las obras públicas de Santa Cruz y lo hizo millonario al mismo ritmo en que los Kirchner se enriquecían. Pero la Vicepresidenta podrá ser candidata a lo que quiera hasta el día en en que la Cámara de Casación, y la Corte Suprema, confirmen su condena. Y eso podría suceder recién dentro de dos años. La única verdad es la realidad decía Perón.
Mientras los kirchneristas distraídos y los activistas que siguen las directivas sin someterlas jamás a una evaluación honesta se emborrachan con el gas paralizante de la proscripción, los dirigentes más realistas han comenzado a trabajar en el próximo objetivo. Cristina ya se prepara para la inevitable candidatura a senadora por la provincia de Buenos Aires. Para sobrevivir políticamente, el kirchnerismo necesita las cajas bonaerenses.
Y la candidatura a gobernador de Axel Kicillof en solitario no alcanza para ganar. Necesitan que en la boleta electoral se destaque, en letras más grandes que las del resto de los candidatos, el nombre de Cristina. “Si ella no está en la boleta, va a costar mucho más llevar a la gente a votar y conseguir fiscales para el día de la elección”, admite un camporista preocupado.
El otro factor que empuja la candidatura a senadora de Cristina es la presión de los intendentes del conurbano bonaerense. La mayoría de ellos, aún los que menos la quieren, admiten que con la Vicepresidenta en la boleta el piso electoral desde el cual deben arrancar es notoriamente más alto. Y nadie quiere arriesgarse a una derrota en cada uno de sus distritos en una elección que para el Frente de Todos viene barranca abajo.
El costo que deben pagar los Barones del Gran Buenos Aires es inundar las listas de candidatos legislativos (diputados y senadores nacionales provinciales, concejales en los municipios) con nombres de La Cámpora o kirchneristas que vengan con la bendición de Cristina. “Es un costo alto, excesivamente alto, pero mucho peor es perder”, hace el cálculo uno de esos intendentes.
Kirchneristas, camporistas y también los seguidores de Sergio Massa en la provincia lamentan el discurso enojado y frenético que Cristina dio el 6 de diciembre, apenas supo que la condenaban a seis años de prisión. Es que la Vicepresidenta no solo criticó a los gritos el fallo de los jueces del Tribunal Oral Federal 2. También anticipó que no iba a ser “candidata a nada”.
Sobre todo porque, ahora, los estrategas de campaña que trabajan con Cristina deben encontrar los argumentos para contrarrestar los derrapes de aquel día de nervios y descontrol político. Con la Vicepresidenta en campaña, tendrán que hallar la manera de disimular aquellos errores productos del enojo.
1.- Cristina dijo que no sería candidata “a nada” porque la condena judicial era un mecanismo para proscribirla.
2.- Explicó, en un tono burlón que la convirtió rápidamente en meme de las redes sociales, que no iba a permitir que sus adversarios la llamaran “la candidata condenada…”.
3.- También dijo aquel día que no iba a aceptar que la atacaran en los debates de campaña afirmando que era candidata electoral solo para contar con fueros parlamentarios que la protejan de las investigaciones sobre delitos complejos.
4.- En ese momento, también había rechazado las críticas por la supuesta pretensión de mantener el control del Senado. Ella podría extender ese dominio si es electa senadora (lo lograría sin mayores problemas), o si ubica a alguna de sus personas de confianza como candidato o candidata a la Vicepresidencia y logran el triunfo, hipótesis que cada vez es más puesta en duda.
Cristina, y también Máximo Kirchner, mantienen una buena relación con Sergio Massa, a quien la Vicepresidenta evalúa como el único dirigente del Frente de Todos que podría darle batalla a los candidatos opositores y pelear por la Presidencia. La senadora ultra kirchnerista Anabel Fernández Sagasti es una de las candidatas con más chances en una fórmula con el ministro.
El candidato alternativo a Massa que Cristina no descarta podría ser Daniel Scioli, actualmente embajador argentino en Brasilia. No solo porque tuvo una derrota muy decorosa en 2015 (perdió en el ballotage por 2,5% ante Mauricio Macri), sino porque contaría también con el aval del propio Alberto Fernández.
Pero el Presidente también tiene sus propios mitos y fantasías. Así como Cristina imagina fórmulas en las que puedan intentar una oportunidad presidencial Sergio Massa o Daniel Scioli, también él cree que puede presentarse a la reelección en octubre. “Con Alberto candidato, corremos el riesgo de que Milei (Javier) crezca demasiado y termine sacándonos del ballotage”, ha dicho Cristina ante sus seguidores. Hará todo lo posible para obligar a que Alberto se baje de las PASO. No es fácil convencer a alguien cuya única fortaleza en la actualidad es que puede firmar personalmente los decretos. “Me bajo cuando tengan uno mejor que yo”, es el mensaje desafiante que vuelve desde la Casa Rosada.
Tampoco están fáciles las cosas para concretar un acuerdo electoral con Massa como eventual candidato. Este martes, el ministro de Economía se enfrentará al índice de inflación de febrero (se estima alguna décima por encima del 6%). Y además, se convertirá en el primer responsable económico que tenga que lidiar con una inflación anual de más de tres dígitos desde 1991.
A ese panorama desolador con el costo de vida, Massa debe sumarle la complejidad de un organismo financiero global. La intransigencia del Fondo Monetario Internacional está trabando la posibilidad de que el organismo flexibilice las metas de reservas monetarias del Banco Central. El acuerdo con el FMI indicaba que la Argentina debía mantener bajo cumplimiento las metas de reservas en el Banco Central y las metas de reducción del déficit fiscal. A fines de este mes debía contar con unos U$S 7.800 millones. Está más que claro que no los conseguirá.
En Washington, adonde viajaron y permanecieron el viceministro Gabriel Rubinstein y el secretario de Leonardo Madcur, no hubo hasta ahora anuncio alguno por parte del FMI. Un economista que trabaja junto a Massa le ha transmitido al ministro que la dificultad en que el FMI apruebe ese waiver (perdón) parece atada ahora a que el Gobierno diga cómo y dónde van a recortar los gastos para reducir el déficit fiscal. En caso contrario, no habrá flexibilización posibles con las reservas del Banco Central.
El enojo por los incumplimientos seriales de la Argentina con el FMI no solo anida entre los directores del organismo. También los accionistas (los países que lo integran y, sobre todo, EE.UU.) están auditando desde hace algunos días las variables económicas de la Argentina. La sanción de la moratoria jubilatoria en el Congreso fue evaluado en el Fondo Monetario como un mensaje por parte del Gobierno de que no hay intención de reducir el déficit fiscal de ninguna manera.
Las señales de alarma se multiplican en el kirchnerismo. Las encuestas de opinión indican que las posibles candidaturas de Wado de Pedro o Máximo Kirchner no son competitivas en absoluto. Apenas Axel Kicillof emerge del hundimiento general del espacio y se convierte en una alternativa en caso de que vaya acompañado en la boleta con ella como candidata a senadora.
El objetivo de llevar a Kicillof y a Cristina en la misma boleta es reforzar como sea la boleta del Frente de Todos. Creen que la elección a gobernador bonaerense va a ser encarnizada, y que la presencia de Cristina puede ayudarlos a retener la Gobernación donde deberían enfrentar al diputado Diego Santilli (sin prevalece Horacio Rodríguez Larreta en la disputa presidencial) o algunos de los candidatos que se puedan ver beneficiados si la que triunfa en las primarias de Patricia Bullrich (allí crecen las posibilidades del intendente Néstor Grindetti, de Joaquín de la Torre o de Javier Iguacel, aunque hay quienes creen que Macri puede imponerle a Bullrich la figura de Cristian Ritondo).
Son los días en los que Cristina comienza a arriar las velas del intento fallido de considerarse proscripta. Y vuelve a las fuentes. Como en 2017, volvería a encabezar una lista electoral. En este caso, la lista de senadores por la provincia de Buenos Aires.
El último viernes, Cristina dio una extensa charla para responderle a los jueces que la condenaron. En la Universidad Nacional de Río Negro intentó recuperar la centralidad. Ese protagonismo que, hasta hace, algún tiempo paralizaba al país. Ese efecto ya no existe. El interés por sus tribulaciones ha ido decayendo y la potencia de la condena judicial hizo el resto.
El peronismo, con un Síndrome de Estocolmo que lleva ya veinte años, sigue sin animarse a confrontar a Cristina Kirchner. Apenas algún atisbo de renovación que parece querer liderar el gobernador cordobés, Juan Schiaretti, junto a otros dirigentes que tienen cuentas pendientes con la Vicepresidenta.
Poco, demasiado poco para torcer un rumbo que hace agua por todos lados. La única certidumbre para el Frente de Todos es Cristina. Y el peronismo la volverá a ubicar en las boletas electorales porque no tiene opciones más atractivas.
Porque es un barco a la deriva y necesita desesperadamente una señal que le permita sobrevivir.