En temporada alta de escraches, se sumó otro por el lado menos pensado: Malena Galmarini identificó con fotos tres “edificios emblemáticos” (así los rotuló) de la Capital Federal y una casa de San Isidro.
No se entendió bien para qué ni por qué. Tampoco explicitó el sentido de marcar, señalar y apuntar a tres ejemplos concretos. Quedó flotando la “sensación” (otra palabra muy usada en estos días) de una gratuita incriminación.
¿Hicieron algo fuera de la ley los propietarios e inquilinos que viven allí? ¿Se aprovecharon de subsidios en las tarifas de los servicios de manera irregular?
La funcionaria acompañó su reprobable gesto con una explicación confusa. Mostró esas imágenes para justificar “cómo necesitamos segmentar de verdad para que quienes más tienen y más pueden acompañen a quien menos tienen y menos pueden”.
No quedó claro qué clarificaba afirmar que en el Kavanagh, frente a Plaza San Martín, hay 113 unidades funcionales que pagan por consumo de agua $1951, o que el Chateau, de Avenida del Libertador, cuenta con 157 unidades, que abonan una factura promedio de $3936.
¿No habría sido más original, acaso, mostrar una foto de la casa que comparte ella con su marido Sergio Massa y su familia, contando francamente lo que viene pagando de servicios y cuánto va a pasar a abonar desde el 1° de noviembre? Hubiese repercutido igual -o más- sin vulnerar la intimidad de terceros.
¿No lo hizo, tal vez, por un tema de seguridad y de pudor que cree que no es necesario aplicar a los habitantes de los edificios que mostró?
En un tiempo, como el que atravesamos, de tanto malhumor social, ¿no es una tácita invitación a la mano de obra desocupada de la militancia inorgánica a atentar con pintadas u otros deterioros contra los inmuebles apuntados?
¿Puede una representante del Estado revelar información sensible privada de particulares ante las cámaras de televisión?
Si, como dijo a continuación, vivimos en una “Argentina golpeada que no escapa a las consecuencias de una pandemia y una guerra y que tampoco escapa de los tarifazos del gobierno anterior” (¡ah, pero Macri!”), ¿se justifica, entonces, el ajuste previsto?
Son preguntas que quedaron flotando y debería contestar. O, si no quiere o no puede hacerlo, al menos disculparse por su innecesaria exhibición.
Hagamos el siguiente ejercicio: bajemos el sonido a ese video e imaginemos otro contexto. ¿Qué es lo que vemos? ¿No daría la sensación de que se trata de una vendedora de una inmobiliaria VIP de edificios premium en zonas caras y de mansiones suntuosas ubicadas en countries, en su trabajo habitual de seducir clientes?
Esa sería la primera impresión que nos habría causado Malena Galmarini, si no la conociéramos, y si en vez de su tan comentada participación en la engorrosa conferencia de prensa por el ajuste de tarifas, la hubiésemos visto en un lugar más neutro y muteada. Sin un solo vestigio del pogo barrabravista que bastoneó el día de la jura de su marido, bien podría pasar por una atildada empleada jerárquica en algún local de compra, venta y alquiler de inmuebles, lindero al Patio Bullrich, a pasos de la catedral de San Isidro o en Nordelta (para llevarla a su propio territorio).
Imaginemos que alguien le acaba de preguntar: “¿Y las expensas a cuánto se elevan?”. Es ese tipo de detalles que por más plata que tenga, una persona de pasar acomodado nunca va a dejar escapar. Y ahí entra ella a revolear sus fotos con las cifras mal aprendidas de sus distintas opciones.
¿Qué pretendió hacer Malena en su calidad de presidenta de AySA? (¿o, más bien, de “superdama” del “superministro”?).
Es verdad que todo el trámite de la presentación venía muy aburrido y confuso. Faltaba algo más que le pusiera un poco de pimienta al asunto.
En ese sentido, Malena no defraudó. Y si quería que su mensaje penetrara, vaya si penetró en memes y en redes sociales, viralización intensa de la que tampoco escaparon los medios de comunicación tradicionales.
Eufemismos
Si ya el numerito de las fotos, manipuladas con graciosa torpeza, era suficiente para alcanzar la posteridad efímera que dan este tipo de episodios, el siguiente diálogo elevó el asunto a un estrato superior que ya estudian semiólogos y filólogos:
-¿Qué van a hacer para que este aumento de tarifas no termine convirtiéndose en inflación en el día de mañana?” -le dio el pie, Gonzalo Aziz, periodista de TN.
Y he aquí la respuesta de la que se seguirá hablando durante décadas en las carreras de comunicación:
-Gonzalo, te corrijo, no es un aumento de tarifas sino una redistribución del subsidio.
Pero en su explicación subsiguiente sobre “los que tienen la posibilidad contributiva” deslizó la palabra innombrable, prohibida y maldita: “aumento”. La tarifa “le va a aumentar a unos y no a otros”, dijo.
El numerito irritante de las fotos, después de todo, tal vez no fue un error involuntario, sino un anzuelo premeditado para desviar la atención de lo importante hacia su peligroso blooper, merecedor de entrar en el ya muy habitado salón de los eufemismos K.
Pablo Sirvén
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