«Otro gobierno populista significaría el fin de la Argentina»

El escritor argentino habló con Infobae sobre «La matriarca, el barón y la sierva», su última novela, en la cual recupera un episodio histórico de violencia de género que tiene a Rosas como protagonista.

También reflexionó sobre la coyuntura política a la vez que explicó su decisión de involucrarse en la escena pública. Populismo, pornografía y las elecciones que vienen fueron algunos de los temas de la charla

Por Loreley Gaffoglio

El cromado refulgente de dos antiguas motos restauradas y desguarnecidas en la vereda, señalan como en un naipe marcado en cuál de todas las casonas de Belgrano R se refugia el escritor «maldito».

Dentro de la residencia de impronta colonial— techos de doble altura, piso en damero, muebles de madera oscura a tono con esa arquitectura hispana—, otra docena de esas reliquias, entre ellas una Harley Davidson colorada con un sidecar de los años 30, improvisan un laberinto de obstáculos como antesala a su mundo privado.

No hace falta aclarar que Federico Andahazi es un consumado coleccionista de fierros antiguos de alta cilindrada que a pesar de los años rugen como violines. Lo curioso es que colonizan muchísimo más espacio que la biblioteca del escritor. Allí, en el living, se entronizan como en un display las portadas (no los lomos) de las distintas ediciones de sus 17 novelas y ensayos, traducidos a varias lenguas.

El hogar de este ex enfant terrible de la literatura es como un museo que exalta sus objetos de deseo: sus libros, sus motos, y las pinturas con dorado a la hoja de su mujer, artista plástica. Es Winka, el bulldog francés negro de la familia Andahazi, el que con su ímpetu juguetón demuele cualquier falso atisbo de solemnidad.

Se sabe que en la esfera pública de Andahazi poco hay de protocolar. Desde su irrupción con El Anatomista, sus trabajos de ficción han horadado la «corrección literaria». (Si es que existe el gusto conservador en literatura).

Ahora el psicólogo y también corrosivo comentarista político desempolvó un hecho histórico perturbador: en su última novela, La matriarca, el barón y la sierva (Planeta) se adentra en la intimidad patibularia de Juan Manuel de Rosas para desnudar cómo se ejerce el zarpazo de la dominación.

Pero Andahazi «deforma» la biografía del Restaurador y la envuelve en una suerte de realismo mágico rioplatense que transcurre en el barro de la Pampa húmeda. Y pone la lupa en los vejámenes con los que somete a una niña para mostrar sin medias tintas la impunidad de su poder.

Sobre su última novela conversará con Infobae, pero antes hará un repaso sobre el escenario electoral, el populismo, la historia argentina y sus orígenes doctrinarios como consumado marxista.

—Es un escritor prolífico y de mucho éxito. ¿En qué momento la literatura no alcanzó y se convirtió en polemista político?

—Las circunstancias históricas hicieron que ya no hubiera más lugar para esa asepsia: la del escritor que sólo habla con sus obras. Cuando uno ve peligrar las instituciones, la República, se da cuenta de que con la literatura sola no alcanza. Entonces hay que bajar al barro, hay que repartir panfletos, hay que hablar de otra forma y yo supuse que con el resurgir del kirchnerismo ese era el momento. Pensé que otro período populista iba significar el apocalipsis, el fin, de la Argentina. Denle al kirchnerismo otro período y tendremos otra Venezuela. Con el agravante de que va a haber sangre, va a haber venganza. De verdad que me preocupa este tema. Además, tengo hijos. Son más las razones todavía para tratar de que ellos vivan en un país donde puedan decidir algo. De modo que me parece que el mejor Sarmiento fue ese Sarmiento escritor, por supuesto, pero también el político, que podía por momentos ser panfletario en su función de vida. En la Argentina está muy presente esta tradición de escritores que han hecho política y políticos que han hecho literatura. A veces la asepsia es complicidad y la verdad es que yo jamás me perdonaría ser cómplice del apocalipsis de la Argentina.

—¿Hubo un click preciso en ese salto a la palestra mediática?

—Durante el kirchnerismo se habló mucho del adoctrinamiento de los chicos. Y yo fui un chico adoctrinado. Me llamo Carlos Federico, Carlos por Marx y Federico por Engels. Vengo de una familia de padres y abuelos marxistas. Fui a un jardín de infantes de la órbita del partido comunista, iba a una colonia de vacaciones del PC. Era muy chiquito y cantábamos la Internacional en varios idiomas y en uno de los actos de fin de año de la colonia representábamos la caída de Salvador Allende. Era una cosa tremenda. Pero para mí era algo natural hasta que empecé a vincularme con chicos que no tenían que ver con el PC. Mi abuela estuvo presa mucho tiempo en la calle Riobamba, una dependencia de la Iglesia, en la época de Perón porque era judía y comunista. Esta genialidad de Perón de llamar gorilas a los que se oponían a ese conato por momentos, y por otros, directamente dictadura, hizo que mi familia, de verdad, padeciera al peronismo. Entonces cuando empecé a ver estos primeros conatos de adoctrinamiento en las escuelas, esta militancia con los chicos, ahí te diría que actué en defensa de mi hija. Me resistía a la idea insoportable de que pudieran colonizar su cabeza. Mi resorte fue que se volviera a la época de los libros de texto de Evita, de Perón. Ahí decidí subirme la botamanga y meterme en el barro porque eso no lo iba a tolerar.

—¿Cuándo dejó atrás su ideología marxista?

—Cuando pude contraponer los dogmas con la realidad. Y eso me lo dio la literatura, muchísimo antes de que pudiera salir de la Argentina, viajar y ver el mundo por el que ya había deambulado con los libros.

—Tuvo fuertes encontronazos con Alberto Fernández. Él dijo que usted competía por el «Miserable del Año». Y usted lo llamó «lumpen marginal, marioneta articulada, alcahuete suplente de Parrilli al que cree calzarle el disfraz de estadista». ¿Cómo se vuelve de ahí?

—Yo no tuve ningún encontronazo, él lo tuvo conmigo. Y en Twitter uno termina embarrándose en ese estilo de prosa. Pero la verdad es que siempre lo consideré un personaje tan menor, tan intrascendente, tan oscuro, tan gris en la política, que nunca me mereció una coma. Fernández me escuchó en TV hablar sobre el Caso Maldonado y tuvo conceptos muy, muy ofensivos. Y para mí el tema Maldonado es crucial: existe una verdad y existe una mentira. Con Maldonado se inventó una mentira canallesca, con torturas, secuestro y una desaparición endilgada al Estado que no fue tal. Todo esto lo supo la Justicia con la autopsia. Pero yo dije antes cómo habían construido esa desaparición de manera canallesca. Fernández se debe haber sentido aludido. El kirchnerismo sabe cómo mentir y cualquier intento de demolición de la mentira para ellos es un acto miserable. Si Fernández es la persona que dice ser y no la que yo creo que es, está a tiempo de disculparse conmigo. Porque la Justicia dijo: «Usted, Fernández, no tiene razón».

—¿Qué piensa de la situación judicial del fiscal Stornelli?

—Es un caso Maldonado II, absolutamente. Está confeccionado con la misma estopa, con los mismos personajes. El problema otra vez acá es que hubo gente muy prestigiosa, que dijo: «Hay un fondo de verdad en esto». Stornelli a mí no me cae bien, pero lo que a él le pase nos incumbe a todos. Porque si la operación funciona con un fiscal, cualquiera de nosotros puede ser operado y terminar preso.

—¿Quién fue esa gente que le dio verosimilitud?

—La misma gente con mucho predicamento que dijo: «Nadie se ahoga en el río Chubut». Yo nado y conozco muchos ríos argentinos. En el Chubut jamás me animé porque sabía que me ahogaría. Cuando alguien le da una pátina de veracidad a algo que es una mentira absoluta es cuando uno se preocupa.

—Desde el macrismo también lo han descalificado. ¿A qué lo atribuye?

—Es el salvajismo de la grieta, acentuada en época de elecciones. En esa polarización al extremo no hay posibilidad de crítica alguna en ninguno de los dos sectores. Me parece un pecado que en democracia uno no pueda criticar lo que ve mal. Y al gobierno le sobran desaciertos. El que me parece imperdonable es el de haber elegido como antagonista al kirchnerismo. Este gobierno tenía la oportunidad única de empezar a gestar—o colaborar, por lo menos— para que emergiera una oposición razonable. Y en lugar de eso, apostaron a agitar el fantasma del populismo. Eso fue su mayor error. Umberto Eco tiene un ensayo que yo recomiendo, que se llama Construir al enemigo. Ahí explica claramente cómo siempre es el poder establecido, los gobiernos, los que tienen la posibilidad de elegir a su contrincante. A disgusto, voy a votar a este gobierno, pero no les perdono haber herido lo más esencial del republicanismo.

—Había dicho que Luis Brandoni era el mejor candidato como vice de Macri. ¿Qué le parece la elección de Pichetto?

—Creo que es la decisión más importante, no sólo de la administración de Cambiemos, sino también la más trascendente dentro del peronismo en lo que va del siglo. Por primera vez el peronismo tiene la posibilidad de entrar al siglo XXI. Hasta este momento el peronismo tenía todas las utopías puestas en el pasado. Inclinarse por un proyecto republicano y moderno es llevar adelante la renovación que pretendió [Antonio] Cafiero y que nunca se produjo. Y ese paso no sólo lo dio Pichetto sino un gran sector del peronismo. Entonces, es de las noticias más auspiciosas para el país.

—¿Cómo ve el pacto de Massa con el kirchnerismo?

—Lo de Massa es un caso patológico. Hay pocos antecedentes ya no en la Argentina sino en la historia mundial, el de alguien pensando si va a la guerra con los Aliados o con El Eje. Hasta hace unos días Massa estaba pensado si iba con Cristina, con la colectora de Vidal, o con el peronismo federal. Faltaba que fuera con los trotskistas. Perdió definitivamente la brújula. Terminó haciéndose él mismo jaque mate. Él había entrado a la política en contra de Cristina, de modo que ya ni siquiera puede reconocer cuál es su propio votante. No creo que tenga futuro en la Argentina.

—¿Qué futuro le augura a la fórmula Lavagna-Urtubey?

—Son dos políticos muy interesantes. Uno por la experiencia en materia económica y el otro como promesa a futuro. Pero llegaron en un momento equivocado y a un lugar equivocado. Serían mucho más útiles en un proyecto como el que pretende encarar Pichetto. Ese peronismo que quiere construir sobre todo Urtubey tiene una proyección de futuro pero con esta fórmula lo que hacen es retrasar el proyecto que ellos mismos esperan para el peronismo. Este no es el momento de Urtubey y el lugar de Lavagna está en otro lugar. Si se acercara al proyecto de Pichetto sería muchísimo más constructivo.

Son muy curiosos estos kirchneristas que tratan de fascistas a aquellos que tienen posiciones más o menos liberales cuando van en un precioso colectivo junto con César Milani.

—¿Por qué cree que teniendo un origen comunista, como dijo, cierto sector del kirchnerismo lo califica de «facho»?

—El fascismo siempre se caracterizó por poner esa denominación en los otros en sectores democráticos. Ese apelativo de facho se lo escuché a los fascistas de verdad. Porque el fascismo es también de izquierda y es peor. Recuerdo cuando ciertos sectores del comunismo revolucionario trataban de fachos a sus opositores y se aliaban con López Rega. Son muy curiosos estos kirchneristas que tratan de fascistas a aquellos que tienen posiciones más o menos liberales cuando van en un precioso colectivo junto con César Milani. Si quieren saber dónde está el fascismo, está con Milani, con Guillermo Moreno.

—Si ganara el oficialismo, ¿cuáles son los reclamos que hace para los próximos 4 años?

—La prioridad es dar vuelta la página, terminar de confrontar de una vez con los enormes bolsones fascistas que componen el kirchnerismo y empezar a construir una oposición razonable. Yo hubiera preferido que Pichetto fuera hoy la oposición a este gobierno y no seguir confrontando con estos fantasmas del pasado como Cristina y toda esta gente que no es que pertenecen a la administración pasada, pertenecen al siglo pasado. El kirchnerismo es un movimiento que está anclado en la década del 40, 50, en la peor tradición de los 70. De modo que el principal propósito de un futuro gobierno es construir una oposición moderna, que esté a la altura de los tiempos. Y eso hará las cosas más fáciles porque elegir como oposición al kirchnerismo significó mantenerlo vivo y de esa manera se han retrasado las inversiones, la economía. Con esa decisión se puso un ancla al cuello de la cual debería liberarse. Esa debería ser la apuesta a futuro.

—Ahora sí, yendo a su novela. ¿Hubo una intencionalidad política al rescatar y ficcionalizar un hecho histórico muy poco conocido como fueron los abusos sexuales de Rosas, un personaje reivindicado por Cristina Kirchner y algunos historiadores revisionistas?

—Está claro que la Matriarca y el Barón están inspirados en el matrimonio de Rosas y Encarnación Ezcurra y que el personaje de la Sierva remite a la niña que Rosas redujo a servidumbre y violó, encerrándola en el sótano de su casona en Palermo. Pero mi intención al escribir esta historia fue escapar de la asfixia de la política y contar este triángulo de dominación en el que las dos mujeres, a pesar de que una es la victimaria de la otra, se emparentan por el sentimiento ambiguo hacia el gobernador. En ese sentido la novela se parece a la historia argentina. Porque la Sierva metaforiza a la Argentina. Ahora que se habla tanto de la violencia de género, me parece que este país ha sido sometido, ultrajado y violentado una y otra vez. Bajo esa perspectiva, la novela trata de ver el origen de nuestros problemas. Aunque no fue esa mi intención, la lectura política también está.

—¿Qué es cierto y qué es ficción en relación a esa niña?

—La historia documentada, incluso con archivos en la Justicia, es aberrante, desgarradora. La descubrí cuando estaba trabajando en la historia sexual de los argentinos. El oficial Juan Gregorio Castro, amigo y camarada de armas de Rosas, era viudo, tenía una hija chica, María Eugenia; estaba muy enfermo y antes de morir le pidió a Rosas que la cuidara. Él la adoptó, le dio su apellido y la encerró muchísimos años en un sótano. Allí la violaba y Rosas tuvo seis hijos con ella. La historia se conoce porque cuando los seis hijos crecieron lo demandaron en los tribunales para que los reconociera. Pero Rosas ya se había exiliado en Inglaterra y la historia se ocultó muchísimo tiempo. Fue lo que en mí generó esta historia lo que me motivó a escribirla.

—¿Qué rol cumplió Encarnación Ezcurra en el cautiverio de la niña?

—No está claro, se supone por la época que hacía la vista gorda. Pero me resultó tremenda la actitud de la hija de Rosas. Manuelita jugaba con los recién nacidos y los vestía como si fuesen muñequitos. Los llamaban los Palermitos porque vivían en la quinta donde está hoy el Zoo. Los chicos tenían una vida muy agreste, sin ningún tipo de educación; correteaban ahí entre los animalitos. Los únicos testimonios y documentos que se conocen son justamente estas denuncias que hicieron los chicos a la Justicia para que Rosas los reconociera como hijos. Pero Rosas ya se había exiliado en Inglaterra.

—Más allá de la truculencia de los sucesos, ¿qué lectura política hace de esta historia?

—Hay muchas capas, ¿no? Pero a mí me confirma que si hay alguien que marca el medievalismo en este país, ese es Rosas, tan reivindicado por el progresismo. De modo que esta ambigüedad también sirve para pensar hasta qué punto los presidentes democráticos no se han desembarazado de ese componente medieval. En las corrientes populistas está claramente esa inspiración, que tiene que ver con un pasado muy remoto de oposición a la cultura francesa. Todavía ese reflejo de pensamiento primitivo, salvaje, existe en la Argentina. Cuando yo digo que la Argentina sigue sometida una y otra vez me refiero a esta gente que se cree con el derecho a ejercer la patria potestad sobre la Argentina.

—¿Quién es esa gente?

—Desde las épocas de los enfrentamientos de Cornelio Saavedra y Mariano Moreno, de Rosas y Sarmiento, de militaristas y republicanos, de peronistas y antiperonistas, de populistas y anti populistas, hubo un patrón primitivo. Pero quienes ejercieron esa suerte de violación sistemática a la Argentina fueron primero quienes se opusieron al régimen republicano. Desde el golpe del 30 en adelante. El peronismo también está inspirado en esa corriente de golpe de Estado. El propio Perón, que viajaba en el estribo del auto que derrocó a Uriburu, tenía esa aspiración. El componente militarista, autoritario, yo lo encuentro muy presente en el populismo argentino y es justamente el que rescata toda esa tradición rosista. Se podría hablar metafóricamente de esta cuestión de violencia de género, de sometimiento. Pero fue real, eso es lo escalofriante. Rosas ejerció estas violaciones, no de manera metafórica, sino real. De ahí que creo que la Argentina no solamente ha sido violentada de manera metafórica, sino de manera real.

—¿Argentina fue ultrajada por las dictaduras y también por el peronismo?

—Es más amplio aún. Se han cometido violaciones de los dos lados. No olvidemos el bombardeo de Plaza de Mayo. El salvajismo aparece desde el comienzo. Cuando Sarmiento diferencia entre civilización y barbarie, también se encuentra ese rasgo salvaje; es una prosa siniestra. Está como cebado y habla de la sangre de los gauchos e indios. Puestos en la lucha, en el barro y en la sangre, todos han ejercido esta violencia. Por eso, el desafío de la Argentina es la racionalidad, dejar atrás la barbarie y empezar a pensar en la civilización. El problema de la Argentina es que todavía no empezó siquiera su proceso de civilización.

—¿Cuál es el efecto al narrar la sordidez?

—La materia prima de la literatura es la sordidez. Después, con el tiempo, la sordidez se vuelve pintoresca. Edgar Allan Poe, que va más allá del terror, y Kafka, con esa aridez en las relaciones humanas, en la burocracia judicial, por nombrar a los que me marcaron, hacen de la sordidez su territorio literario. Luego están los decorados, y en mi caso en esta novela está esa melange extraña de la geografía del barro del Maldonado y una suerte de realismo mágico adaptado forzosamente al estilo rioplatense.

—Llaman justamente la atención esos condimentos sobrenaturales en una novela que habla de la dominación y del bajofondo del alma humana. ¿Hay una intención deliberada de ser rupturista?

—A esta altura de los acontecimientos no es fácil siquiera ser rupturista. Ya se ha roto todo lo que se podía romper, y romper sobre lo roto no es un exceso, es redundancia. Tal vez el desafío de la narrativa hoy sea ver cómo regresar a lo que quedó un poquito sano y restaurarlo. Yo me considero un restaurador. Mirá qué paradójico: Rosas era restaurador de las leyes y fue quién más las rompió. Creo que el mejor modo de ser rupturista hoy es volver a algunas tradiciones literarias y restaurar el orden de las cosas. Un poco como yo hago con las motos destrozadas, que las reconvierto a su estado original.

—¿De qué manera condicionó su literatura un exitazo como El Anatomista, traducido a más de 30 idiomas?

—Como era un escritor inédito, lo escribí sin ningún condicionamiento, inmune a los prejuicios y al escándalo que se suscitó después. Lo que aprendí es que un escritor jamás debe encorsetarse; podés escribir lo que quieras y, mientras más obsceno, por momentos pornográfico, y cuando menos condescendiente con el lector sos, mejor. A partir de ahí, borré todo límite o autocensura.

—¿Las altas dosis de erotismo en sus novelas surgen de esa piedra basal o son un desvelo de Andahazi?

—Es que yo creo en ese componente profundamente pornográfico. Hay un prejuicio que dice que lo erótico es bueno y lo pornográfico es malo. Pero no hay nada más cursi y obsceno que lo erótico mal escrito. En cambio, la buena pornografía, como en el marqués de Sade, con toda su crudeza, a veces ilegible, es insuperable. Lo interesante de la literatura es por dónde llevar la tensión sexual para que no caiga en el erotismo cursi. Después, qué es erótico y qué es pornográfico queda en cada uno.

—Hay quien dice que el escritor siempre escribe el mismo libro, ¿encarna ese axioma?

—Creo que sí, y que el arte de la literatura es que el lector no lo note. Pero la materia prima de la literatura siempre es la misma. Y mi materia literaria es la sexualidad. Esto que Freud llamaba sublimación, la pulsión sexual que se transforma en otra cosa, que en vez de ser reprimida es sublimada y se convierte, por ejemplo, en literatura. De ahí este carácter eminentemente sexual en la literatura. El deseo de seguir leyendo tiene que ver con la pulsión y la pulsión siempre es sexual. Y creo que eso es lo maravilloso de la literatura: hacer que lo natural se vuelva perturbador y que lo perturbador se vuelva natural.

El futuro político, según Andahazi

—¿CFK será condenada en alguna de sus causas?

—No. CFK nunca será condenada como es tradición en la política argentina.

—¿Cuál ha sido el mejor acierto del kirchnerismo?

—Su mejor acierto en doce años fue perder las elecciones del 2015.

—¿Cuál ha sido el peor error de Cambiemos?

—La torpeza de Marcos Peña de realimentar a la grieta y haber fogoneado al kirchnerismo. Ya lo dice el dicho: Crea vientos y cosecharás tempestades

—¿Cómo termina la causa Ramos Padilla?

—Espero que la causa Ramos Padilla termine con el imputado que tiene que imputarse, que es Ramos Padilla.

—¿Qué debería aprender el kirchnerismo de Cambiemos y viceversa?

—Yo creo que el kirchnerismo debería aprender de Cambiemos la tolerancia y creo que Cambiemos debería aprender del kirchnerismo, por lo menos un poquito, a que esta tolerancia no se convierta en estupidez.

—¿Cuál cree que será la primera medida importante que eventualmente tomaría Alberto Fernández si fuera electo?

—La primera medida de Alberto Fernández, sin duda, va a ser intentar modificar la Justicia para hacerla jugar a favor de Cristina.

—¿Y la segunda?

—La segunda va a ser el indulto a todos los presos que se llaman políticos.

—¿Consideraría irse del país si gana la dupla Fernández-Fernández?

—Jamás me iría del país por cuestiones políticas.

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