Política

OPINION. Los enemigos imaginarios de Javier Milei

Va y viene en su siempre difícil y vacilante relación con Mauricio Macri; toma distancia de la vicepresidenta Victoria Villarruel, su vieja aliada desde que los dos no eran nadie; permite que sus senadores expulsen del bloque al más notorio de sus senadores, el formoseño Francisco Paoltroni; empoderó a un asesor, Santiago Caputo, que en realidad está vinculado al Estado por un contrato de locación de servicios que le permite no tener ninguna responsabilidad administrativa ni jurídica por sus decisiones.

El Caputo asesor fue quien le ofreció el cargo de juez de la Corte Suprema de Justicia al impecable académico Manuel García-Mansilla, según contó este en la Comisión de Acuerdos del Senado. El ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, parece no haber intervenido en una de las decisiones más significativas que puede tomar un presidente sobre el Poder Judicial. El propio Cúneo Libarona dijo públicamente que el otro candidato, Ariel Lijo, polémico y objetado, fue una propuesta del solitario juez de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti, no de su cartera. Solitario, porque la mayoría que decide en la Corte no está integrada por Lorenzetti; son tres jueces distanciados de este: Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda.

Lorenzetti sería el autor del borrador de una acordada que un funcionario del Gobierno les hizo llegar a Lijo y a García-Mansilla por la que se cambiaba el sistema de elección del presidente del máximo tribunal y se destituía a gran parte de los funcionarios de la Corte. Esa acordada que obviamente no fue (ni Lijo ni García-Mansilla son jueces de la Corte todavía) entronizaba también a Lorenzetti como próximo presidente de la Corte. Si el paisaje se observa con cierta distancia, el espectáculo que muestra es el de un presidente muy alejado de cualquier noción de institucionalidad y, también, de cualquier sensibilidad política. Solo el viernes último tejió cierto acuerdo con legisladores propios y ajenos después de días en que las derrotas se sucedieron en el Congreso.

Al final, Milei terminó interactuando más con el jefe del bloque de Pro, Cristian Ritondo, sobre todo luego de escuchar la única intervención del titular de su bloque, Gabriel Bornoroni: “Quédese tranquilo, Presidente, el bloque de La Libertad Avanza lo va a acompañar”. Extraño: ¿tenía otra alternativa? El martes, el Presidente se acercó a Mauricio Macri en una nueva comida, en la que abandonaron las milanesas. Ocurrió luego de que trascendiera, como anticipó LA NACION, que la SIDE de Milei, con conocimiento o no del Presidente, estuvo husmeando en cuatro viejas causas judiciales contra Macri iniciadas por los servicios de inteligencia de Cristina Kirchner y Alberto Fernández. Para ser precisos: iniciadas por Cristina Caamaño, una exfiscal kirchnerista que fue interventora del servicio de inteligencia estatal. Macri salió de la casona de Olivos mejor que como entró. “Tal vez la entraña les cayó mejor a los dos que las milanesas”, bromeó un exfuncionario de Macri que frecuenta al expresidente.¿Por qué Santiago Caputo, con solo un contrato de locación de servicios con el Estado, tiene información de lo que hace la SIDE?

Sin embargo, ese mismo martes 16 legisladores que responden a Macri (senadores y diputados) le pidieron al titular de la Comisión Bicameral de Seguimiento de los Servicios de Inteligencia, Martín Lousteau, que les informe por qué el abogado Ignacio Damián González se presentó en la Justicia para conocer el estado de las causas judiciales del kirchnerismo contra Macri. El abogado González, con DNI número 29.994.594 y con matrícula en la Capital Federal, afirmó en su escrito que es apoderado de la SIDE por una resolución “S” número 24/2024. El diputado Cristian Ritondo, titular del bloque de Pro, recibió un mensaje del jefe de Gabinete, Guillermo Francos, por el que le aseguraba que ese abogado (y una abogada que nunca se nombró) habían sido desvinculados de la SIDE. Luego, Francos desmintió esa afirmación en declaraciones off the record. Francos acababa de recordar públicamente las denuncias sobre la actividad de los servicios de inteligencia en la era Macri. ¿Casualidad?

El Caputo asesor le hizo decir a Macri, después de la comida de este con Milei, que en rigor se trató de gestiones de rutina de abogados de la SIDE en los tribunales para saber en qué situación están sus agentes. Esto suele suceder, dicen abogados, jueces y fiscales, pero solo piden saber el estado procesal de los expedientes, nunca requieren el acceso a las causas, que es lo que hizo el abogado González. Ahora bien, ¿por qué Caputo, con solo un contrato de locación de servicios con el Estado, tiene información de lo que hace la SIDE? Dicen que es él quien realmente manda en esos recovecos de la administración, pero no deja de ser una grave transgresión a las leyes del Estado.

El trabajo de los servicios de inteligencia es secreto y solo pueden acceder a ellos sus conducciones formales, que prestan juramento de guardar todos los secretos. Lo cierto es que ningún macrista estaba el viernes en condiciones de asegurar que el abogado González había sido “desvinculado”, como le aseguraron a Macri el martes, antes de la entraña compartida con Milei. Una fuente inmejorable sostiene que González habría recibido la orden de hacer lo que hizo de parte de la segunda autoridad de la SIDE, la abogada María Laura Gnas, que antes fue jefa de los abogados de ese servicio de inteligencia. El jefe de la SIDE, Sergio Neiffert, se comunicó dos veces con Macri, una a través de un intermediario y otra personalmente, para decirle que lamentaba lo que pasó y que dos abogados quedaron “desvinculados”, González uno de ellos. Un mensaje posterior del asesor Caputo insistió en que se trató de un trabajo de rutina de los abogados y que, por lo tanto, no se echó a nadie. El enredo le ganó a la confusión. Kafka sería un escritor costumbrista en la Argentina.

A pesar de todo, Macri prefiere ver buena predisposición de parte del Presidente, pero insiste con la mala instrumentación de sus políticas, buenas o malas. Sucede que ninguno se puede desprender del otro porque los dos saben que los aguarda un próximo año electoral; una derrota de ambos es probable si no existiera entre ellos una alianza electoral. Por eso, Macri propone ir acercándose de a poco mediante una contribución de exfuncionarios suyos a la administración de Milei en la segunda o tercera línea del Gobierno. Ni Francos ni el Caputo asesor aceptan esa incursión macrista en el gobierno de Milei; prefieren seguir con funcionarios que heredaron del kirchnerismo o del massismo. Mala noticia para Milei. Juan Carlos de Pablo, amigo del Presidente, denunció públicamente que hay funcionarios que cobran coimas para acelerar los trámites en el Estado, pero no fueron designados por el actual mandatario; los heredó de Sergio Massa o de Cristina Kirchner o de Alberto Fernández. Siguen ahí.

Apurado, Milei se alejó de la vicepresidenta Villarruel cuando esta promovió que se juzgaran también los crímenes de las organizaciones guerrilleras en los años 70. Ella habló solo de Montoneros, pero seguramente fue un lapsus: también existió el ERP como un grupo armado con gran capacidad para matar y destruir. “No es nuestra agenda”, dijeron cerca del Presidente. Si hubiera elegido la cordialidad, podría haber promovido un debate: ¿es necesario que el país y su Justicia regresen al pasado después de 20 años en los que habitaron el pasado? Prefirió alejarse. Otra cosa es la escritura amplia, objetiva y completa de la historia de la sangría que atormentó al país en los años 70, cuya redacción está pendiente. Sea como fuere, Milei dejó sola a Villarruel cuando ella es la única que sembró cierta cortesía en el Senado y podría cosechar algunos favores de los bloques opositores

. Dicen los que conocen a Milei que este no soporta que Villarruel esté en la mayoría de las encuestas por encima de él en los índices de simpatía popular. Quizás no se trata de una comparación con el jefe del Estado, sino de que la mayoría social está cansada de un discurso cacofónico que duró dos décadas sobre la tragedia de los años 70. Sucede también que la vicepresidenta aspira a recuperar su agenda de campaña, no la que, según dicen, le están imponiendo. Por ejemplo: ella no tuvo ninguna participación en la decisión de un grupo de legisladores oficialistas de visitar a algunos militares presos por delitos cometidos en la lucha contra la guerrilla. “Sus iniciativas son más serias que esos hechos meramente simbólicos”, explican.

Villarruel rechazó una carta del bloque de senadores de La Libertad Avanza, por la que se le informaba de la expulsión del senador Paoltroni, pero solo porque estaba mal redactada. Párrafo aparte: la falta de sintaxis –y hasta de ortografía– no es excepcional ni rara entre los senadores de este país. Regresemos a Paoltroni. De hecho, Villarruel es consciente de que no tiene facultades para decidir sobre las cuestiones internas de los bloques del Senado. La permanencia de un senador –o no– es decisión del bloque, no de la vicepresidenta. Paoltroni fue víctima de su pública oposición a la nominación de Lijo como juez de la Corte Suprema y de su enfrentamiento, también público, con Caputo el joven. “Que Milei lo mande a fumar al quincho”, se despachó contra el asesor presidencial, aludiendo a que este siempre aparece con un cigarrillo en la boca.

Paoltroni denunció que Caputo lo llamó para ordenarle que se calle. Ese reclamo imperativo lo hizo estallar de furia. Hay más ignorancia institucional que mala praxis. Los senadores, letrados o iletrados, tienen jerarquía política; solo pueden acceder a ellos, con sutiles pedidos, los principales ministros del Gobierno o el presidente de la Nación. Paoltroni no puede digerir a Lijo porque él es un opositor al eterno gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, beneficiado por Lijo en su condición de juez federal. La expulsión del bloque significa negarle a un senador la libertad de opinar y de decidir. Macri, Villarruel, Paoltroni. ¿Por qué tantas distancias cuando se necesitan tantos amigos? Tal vez el viernes Milei comprendió que cualquier aliado es mejor que ninguno.

Joaquín Morales Solá – LA NACION

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