2 de abril de 2022: -¿No lo escuchó al Presidente? Dijo, eufórico, que la dignidad y el orgullo nacional van a ser mantenidos “a toda costa y a cualquier precio”. Ahora que estamos en las islas, no nos vamos más.
Texto: Mariano De Vedia
LA NACION
El capitán de corbeta Hugo Jorge Santillán, segundo comandante del Batallón de Infantería de Marina N° 2 y uno de los militares responsables de la operación de desembarco para recuperar las islas Malvinas, el 2 de abril de 1982, no podía creer lo que escuchaba. El mensaje envalentonado del presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri en el balcón de la Casa Rosada, alentando la confrontación con Gran Bretaña, no respondía a la estrategia que se había planeado.
La Operación Rosario fue una acción militar relámpago decisiva, destinada a recuperar el territorio insular usurpado por los británicos en 1833. Tenía el objetivo explícito de ser rápida, incruenta y no provocar bajas militares ni civiles, ni presentar actitudes hostiles a los residentes isleños.
Sentado sobre una camilla, a raíz del severo e inoportuno esguince sufrido horas antes en su tobillo izquierdo, en una de las últimas acciones de la operación militar, Santillán sintió en el atardecer del 3 de abril que se derrumbaba el sentido de la incursión militar, cuya finalidad era generar un golpe de efecto y forzar las negociaciones diplomáticas en el escenario político internacional.
El infante de marina Santillán escuchó sorprendido el comentario del oficial que descendía del Hércules C 130 de la Fuerza Aérea, junto a nuevas tropas, baterías de cañones antiaéreos y otros equipos de artillería de distintas unidades militares para reforzar las posiciones argentinas en el territorio recuperado. Integraba el último grupo de los 1100 oficiales, suboficiales y conscriptos de la Fuerza de Desembarco y, como lo habían planeado, abandonaban las islas tras el objetivo cumplido.
La Operación Rosario
La planificación de la Operación Rosario había comenzado en enero de 1982 en estricta reserva entre los más altos oficiales navales y respondía a una vieja ambición de la Armada para lograr que el pabellón argentino flameara en el archipiélago. Con distintas variantes, esos planes se remontan a los años 40 del siglo XX.
En su reciente libro La trampa. Cronología documentada de un fracaso, el exembajador Juan Bautista Yofre revela que el almirante Emilio Eduardo Massera le propuso en la década del 70 a Juan Domingo Perón la posibilidad de ejecutar la operación Malvinas. Al citar un relato del excanciller Oscar Camilión, dice que Perón contestó: “Pero no, almirante. Al día siguiente nos sacarían por teléfono”.
El almirante Jorge Isaac Anaya, jefe de la Armada durante la tercera etapa de la Junta Militar que había tomado el poder en 1976, percibió que la asunción de Galtieri en la Casa Rosada podía facilitar el reflotamiento del proyecto. Respaldó al jefe del Ejército en su disputa interna con el teniente general Roberto Eduardo Viola, a quien la Junta Militar desplazó de la Presidencia de la Nación en diciembre de 1981, a la vez que retenía la jefatura del Ejército.
Anaya, que había sido comandante de la Flota de Mar, logró así el aval para avanzar con ese antiguo plan. Nacidos ambos en 1926, Anaya y Galtieri habían sido compañeros en el Liceo General San Martín. En medio de una fuerte crisis política, económica y social, con una inflación cercana al 140% anual y un desempleo creciente, la Junta Militar dictó el 26 de marzo de 1982 la Directiva Estratégica Nacional (DENC) 1/82, de carácter secreto, que disponía “alistar una fuerza conjunta previendo su empleo en forma sorpresiva en el momento y circunstancias más favorables”. Hasta días después de que los buques zarparan de Puerto Belgrano, la operación se mantuvo en secreto. Santillán volvió de sus vacaciones el primer día hábil de marzo de 1982 y se le notificó la misión de preparar grupos para la operación de desembarco. “La fecha prevista para la operación era en septiembre. Pero el incidente del 19 de marzo en las islas Georgias con un grupo de operarios argentinos, que derivó en un reclamo del gobernador de las islas, Rex Hunt”, aceleró los planes”, confió el infante de Marina, hoy retirado, en diálogo con LA NACION.
Con sede en la Base Naval de Puerto Belgrano, el Batallón de Infantería de Marina N° 2 es una unidad anfibia y fue seleccionado como uno de los núcleos principales de la Fuerza de Desembarco. “Hicimos ejercicios militares para preparar la operación. Nadie sabía qué operación era”, comentó el capitán Santillán. Ni siquiera reveló a su propia esposa que el objetivo era Malvinas. “Era muy frecuente que los militares salieran a hacer ejercicios en marzo, justo cuando empezaban las clases. Las esposas de los comandantes no veían con agrado estas excursiones”, reveló.
Se resolvió que la operación fuera ejecutada por la Fuerza de Tareas Anfibia (FT-40), compuesta por una Fuerza de Desembarco, la Aviación Naval y la Flota de Mar. Y se confió el mando de la planificación al general de división Osvaldo Jorge García, comandante del V Cuerpo de Ejército, y a los contraalmirantes Gualter Allara y Carlos Büsser.
“Por la envergadura de la misión se decidió incorporar al Ejército y, así, se sumó el Regimiento de Infantería Mecanizada 25, conducido por el teniente coronel Mohamed Alí Seineldín, a quien se le asigna primero la misión de avanzar sobre la residencia del gobernador de Malvinas. Pero luego se le ordena custodiar el aeropuerto, para garantizar la llegada de los aviones militares”, explica Santillán, a 40 años de la gesta.Originalmente, el plan se conocía como Operación Azul. Al ser incorporado el regimiento 25 del Ejército, Seineldín propuso bautizarla Operación Rosario, para colocarla bajo la protección dela Virgen del Rosario.
Paso a paso del desembarco en las islas
El 1 de abril la Fuerza de Tareas Anfibia, a cargo de la Operación Rosario, llega a las costas de las islas Malvinas. Esta fuerza había zarpado cinco días antes de la Base Naval Puerto Belgrano, en Bahía Blanca, y decidió iniciar el asalto durante la noche para evitar que los británicos, que estaban enterados de su llegada, supieran por dónde iban a ingresar a la islas.
“Mi comandante, el capitán de fragata Alfredo Weinstabl me llamó a su despacho el 1 de marzo de 1982, día en que finalizaba mi licencia anual, y me dijo: ‘Mire Santillán, este batallón va a ser el núcleo de la fuerza de desembarco en Malvinas, no antes del 15 de septiembre, para dar tiempo a que prosperen las negociaciones para recuperar las islas por la vía diplomática’”, relató Santillán, nacido en Puerto Belgrano en 1947 –tenía 35 años en 1982- e hijo de un infante de marina ya fallecido. Hoy es capitán de navío retirado –dejó la actividad en el 2000- y dos de sus tres hermanos varones también abrazaron la carrera naval.
“Tuve que comenzar a analizar el régimen de mareas en la zona de las islas, las condiciones de meteorología, los vientos. Trabajé en la preparación con tres compañías de tiradores y una de apoyo logístico. Planificamos un desembarco al norte de Puerto Stanley (Puerto Argentino) y otro al sur, para sorprender a los británicos por distintas entradas, tratando de hacerlo en horas de la noche, con vehículos blindados y con capacidad para transitar a altas horas y con poca luz, y el uso de armas con visor nocturna”,dijo el oficial naval.
Y prosiguió: “La idea inicial era desembarcar en las islas el 1 de abril, con dos objetivos: ocupar instalaciones vitales y neutralizar una fuerza de Royal Marines, que estimábamos alrededor de 75 efectivos. A ello se sumaba el control de la pista de aterrizaje y el rodeo de la residencia del gobernador de Malvinas para intimar su rendición. Confiábamos en nuestra superioridad en medios y en personal”.
El Batallón de Infantería de Marina N° 2 realizó ensayos de la operación entre el 18 y el 24 de marzo en Punta San Román, en la península Valdés, en Chubut, un lugar similar a la geografía de Malvinas. Hicieron maniobras de día y de noche. “El objetivo era medir los reflejos, ver cuánto tiempo llevaba una determinada acción militar, estudiar los desplazamientos, calcular cuánto tiempo tomaba a los vehículos anfibios llegar a la playa. En ese momento no estaba resuelto el conflicto con Chile y los ejercicios militares eran frecuentes. Por eso no llamó la atención”, relató el capitán Santillán.
Mientras se llevaban adelante los ensayos se produjo el incidente en las Georgias. Científicos británicos alertaron al gobernador Hunt sobre la presencia de argentinos y el delegado inglés destacó una patrulla para que se retiraran. “O se van o los echamos a la fuerza” intimó el delegado del gobierno británico”, amenazó Hunt. En ese contexto, el gobierno argentino se vio amenazado y eso aceleró la operación Rosario.
“Llegamos a Puerto Belgrano el 26 de marzo y el 28 embarcamos rumbo a Malvinas, aunque la mayoría desconocía el destino. Se informó que haríamos nuevos ejercicios, pero se mantuvo el secreto, que se develó primero a los oficiales superiores”, contó el infante de Marina.
La Fuerza de Tareas Anfibia partió el 28 de marzo, a las 12.15, desde la Base Naval de Puerto Belgrano. “En la madrugada del día de la zarpada simplemente me despedí de Copete (sobrenombre de mi mujer, Ana María Llusá) y de mis hijos Gonzalo, María José y Rodrigo, mientras dormían antes del amanecer, como lo hacía cada vez que partía”, recuerda hoy el infante de Marina. No les reveló adónde se dirigía. Solo les dijo que su batallón “estaba probando una parte de cierto plan”.
Para tener una dimensión de la envergadura de las operaciones, el ARA Cabo San Antonio llevaba 8000 toneladas de cargas de combate (municiones, víveres, combustible). Las naves se desplazaban con rumbo sur hasta la altura de Río Gallegos y, desde allí, navegaron hacia el oeste directo a Malvinas. La velocidad era de 14 nudos.
En ese momento solo conocían en detalle la misión unos diez oficiales superiores. Integraron la Fuerza de Tarea Anfibia los buques de transporte ARA Cabo San Antonio y ARA Islas de los Estados, el rompehielos Almirante Irízar, el submarino Santa Fe, los destructores Santísima Trinidad y Hércules, entre otros.
Había una protección lejana del portaaviones 25 de mayo y su Grupo Aeronaval y de las bases militares del continente. Se trataba de una fuerza de cobertura (FT-20), constituida para detener una eventual reacción de países vecinos.
Las malas condiciones meteorológicas, a partir del segundo día de navegación, obligaron a reducir la velocidad a 6 nudos. Había vientos de 45 nudos y, por el mal tiempo, el ARA Santísima Trinidad perdió tanques de combustible que llevaba en la cubierta.
Poco antes de que las autoridades navales ratificaran la orden para desembarcar el 1 de abril, en la noche del 31 de marzo el capitán Santillán sintonizó la radio de Puerto Stanley (Puerto Argentino), con un esfuerzo que tuvo su premio. “Escuché un mensaje del gobernador Hunt, que advertía a los pobladores de las islas que se acercaba una fuerza naval argentina. Eso nos previno y decidimos postergar un día el desembarco”, reveló Santillán. Se ultimaron, así, los detalles, y se fijó el 2 de abril como Día D y las 6.30 como Hora H.
En esa tensa espera, a las 18.30 del 1 de abril llegó la arenga del contralmirante Büsser. “Una pieza de oratoria militar, profundamente emotiva. Apeló a los sentimientos y a la responsabilidad. Dijo lo que esperaba de todos, definió lo que había que hacer y afirmó con determinación que iba a castigar severamente los excesos contra los ingleses, contra las mujeres y contra la propiedad”, recordó Santillán. Habló desde la radio del buque y se presentó como el comandante de la Fuerza de Desembarco, integrada por los efectivos de la Infantería de Marina y del Ejército Argentino embarcados.
En su mensaje, el contralmirante Büsser dijo: “Nuestra misión es la de desembarcar en las Islas Malvinas y desalojar a las fuerzas militares y a las autoridades británicas que se encuentran en ellas. Eso es lo que vamos a hacer. El destino ha querido que seamos nosotros los encargados de reparar estos casi 150 años de usurpación. En esas islas vamos a encontrar una población con la que debemos tener un trato especial. Son habitantes del territorio argentino y, por lo tanto, deben ser tratados como lo son todos los que viven en la Argentina. Ustedes deberán respetar estrictamente la propiedad y la integridad de todas las personas. No entrarán a ninguna residencia privada si no es necesario por razones del combate. Respetarán a las mujeres, a los niños, a los ancianos y a los hombres. Serán duros con el enemigo, pero corteses, respetuosos y amables con la población de nuestro territorio, a los que debemos proteger. Si alguien incurre en violación, robo o pillaje, le aplicaré en forma inmediata la pena máxima. No dudo que el coraje, el honor y la capacitación de todos ustedes nos dará la victoria. Mañana mostraremos al mundo una fuerza argentina valerosa en la guerra y generosa en la victoria. Que Dios nos proteja”.
Primeras incursiones
El jueves 1 de abril, a las 21, descendieron del ARA Santísima Trinidad 84 comandos anfibios y buzos tácticos. A la 1.30, se dirigieron a los barracones de la Real Infantería de Marina británica en Moody Brook, como una avanzada para preparar el desembarco. A las 22.45, en 19 embarcaciones, salieron del buque efectivos de la Agrupación de Comandos Anfibios y llegaron al área de Mullet Creek.
A las 23, el submarino ARA Santa Fe liberó a diez buzos tácticos para colocar balizas de radionavegación y ocupar el faro Cabo San Felipe, cerca del aeropuerto. La luz del faro se apagó a las 23.40.
A las 0.30, seis horas antes de la Hora H, los comandos anfibios desembarcaron desde el Santísima Trinidad para conquistar objetivos de interés en Puerto Argentino, el cuartel de los Royal Marines, la casa del gobernador Hunt y bloquear avenidas de aproximación.
A las 3.30, buzos tácticos desembarcaron desde el Submarino ARA Santa Fe con botes neumáticos para marcar la cabecera de playa y habilitar el desembarco de vehículos anfibios y tropas, al norte de Puerto Argentino. Allí se produjo un cruce de fuego con marines reales, que fueron rodeados y se rindieron. A las 4.20, el destructor ARA Hércules comenzó su patrulla en Puerto Groussac, protegiendo el inicio de la fase de asalto, la aproximación del ARA Cabo San Antonio y la corbeta ARA Drummond.
A las 6:22, desde el ARA Cabo San Antonio se lanzaron al mar los vehículos anfibios, con tropas de élite integradas por el Batallón de Infantería de Marina N° 2 y la sección Gato del Regimiento de Infantería 25 del Ejército. Fueron zambullidos al mar los tractores anfibios, orientados por las balizas que habían colocado los buzos tácticos del submarino ARA Santa Fe. Pisaron las islas exactamente a las 6.30.
La muerte de Giachino
Tras el desembarco, una patrulla de comandos anfibios y buzos tácticos, a cargo del capitán de corbeta Pedro Edgardo Giachino, se dirigió a la casa del gobernador Hunt, para intimar su rendición. Hubo un tiroteo en el anexo de los sirvientes con Marines Reales, en el que se produjo la única baja: el capitán Giachino (un proyectil le atravesó la arteria femoral), entre las 7.15 y 7.30.
“Cumplió su misión, porque inmediatamente el gobernador pidió parlamentar. Salió raudo un vehículo con bandera blanca y pusimos en contacto por radio al contralmirante Büsser con el gobernador británico, que solicitó un alto el fuego. No dijo que se rendía, pero sí pidió un cese inmediato de los disparos”, reveló Santillán.
Giachino murió cerca de las 9.30, cuando era atendido en el Hospital de Puerto Argentino. “Se miraron un médico argentino y un médico inglés y asintieron que no había nada más por hacer”, contó el infante de Marina. Giachino había sido su compañero de muchos años. Hoy el Batallón de Infantería de Marina N° 2 lleva su nombre.
Su pérdida impactó en Puerto Belgrano, adonde llegó por radio la noticia de que un marino argentino había fallecido en combate en las islas. “Mi mujer escuchó esa noticia y se quedó helada cuando llamaron de la Base Naval para avisar que querían hablar con ella porque un oficial había caído bajo fuego. Les llevó tiempo aclarar que el motivo de la llamada era pedirle que ella acompañara a un alto oficial naval para transmitirle la noticia de la muerte de Giachino a su esposa, Cristina, porque nosotros los conocíamos mucho a ambos”, relató Santillán, sin ocultar su emoción por el recuerdo de su amigo.
En la misma acción frente a la casa del gobernador fueron heridos el teniente de fragata Diego García Quiroga y el cabo primero Ernesto Urbina. “Quiroga salvó su vida porque un disparo dio en un dispositivo de metal que llevaba en un bolsillo”, reveló Santillán. Tras los disparos, se produjo la rendición.
Pese al cese del fuego que pidió el gobernador, las incursiones siguieron un tiempo. “Una patrulla británica no tenía radio, por lo que demoró diez días en rendirse”, acotó el infante argentino.
Sobre las 7.30 llegaron helicópteros desde el rompehielos Irizar al aeródromo con efectivos de la Reserva y la Aviación Naval, para tareas de apoyo.
Una hora después, secciones del Regimiento de Infantería 25 y la Compañía de Ingenieros 9 ejecutaron un desembarco aéreo en Puerto Argentino para contribuir al control de las islas y asumir la responsabilidad territorial.
Estaba previsto que una vez controlada la isla y finalizado el traspaso de responsabilidades, la Fuerza de Desembarco regresara al continente y en las islas permaneciera un destacamento militar y una estructura mínima, que incluyera una maestra para actividades educativas con la población en edad escolar. Pero el éxito de la operación envalentonó a los altos mandos militares en Buenos Aires y se impartieron nuevas directivas, que derivaron en el envío de tropas y armas y en descarnados enfrentamientos.
Al fuerte mensaje del teniente general Galtieri en el mediodía del 2 de abril siguió una arenga mucho más potente una semana después, el sábado 10 de abril, cuando se encontraba en Buenos Aires el general Alexander Haig, enviado del presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Ante una Plaza de Mayo colmada y con la intención de exhibir una demostración de fuerza, el presidente de facto apeló a sentimientos patrióticos y nacionalistas, resumidos en su famosa frase: “¡Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla!”.
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