El libertario, que ataca a la casta política, ahora recibe insultos de Lousteau y denuncias de jóvenes que lo acusan de personalismo. Los intentos de Massa y de la oposición para poder neutralizarlo
Por: Fernando González
Algún día tenían que aparecer las malas noticias. Desde sus primeros días en la política, a Javier Milei todo le iba de maravillas. Su discurso estrambótico. La novedad temática del anarco liberalismo. El peinado batido, la campera de cuero negra. Los saltos sobre el escenario, la canción de La Renga y esa sensualidad de autodefinirse como un rey. Los números le sonrieron, primero en las encuestas y después en las elecciones legislativas de 2021. Ser el nuevo fenómeno del país en ruinas.
El hallazgo lingüístico de Milei fue definir a las burocracias del poder como “la casta política”. El término conquistó fácil el corazón de quienes le cargan a la burocracia del poder los males endémicos de la Argentina. El economista libertario que no nació de un repollo de Adam Smith sino de asesorar a empresarios importantes de la Argentina, se especializó en castigar a quienes hoy son sus colegas en el Congreso. Y, a medida que se consagraba en el altar mediático, mejoraba el arte del insulto.
Le decía “pelotudo” a Mauricio Macri y “zurdo asqueroso” al desarrollista Horacio Rodríguez Larreta. A los radicales los condenó por socialdemócratas y a Axel Kicillof lo ha tratado de “enano diabólico e inmoral”. Quizás es menos visceral con el kirchnerismo: Alberto Fernández es “mentiroso y perverso”. A Sergio Massa, casi con dulzura, lo define como “un panqueque” y a Cristina la menciona poco y al pasar como “la jefa de la banda”.
Alguna vez, se ensañó con una periodista salteña gritándole en un teatro y acusándola de burra por una pregunta. Pero las críticas y las denuncias del feminismo lo volvieron, al menos ante las mujeres en público, un poco más prudente. Y ahora que será candidato a presidente, y las encuestas nacionales le otorgan entre 10 y 20 puntos de intención de voto, comienzan a surgir las contradicciones y los desencantos. Zancadillas de lo humano.
El último martes, el “loco” Milei esperaba mientras lo maquillaban en los estudios de La Nación+ a que terminara su entrevista Martín Lousteau. El senador concluyó y pasó a su lado extendiendo su mano para saludarlo. Los economistas se conocen todos. Lo extraño fue que el libertario no le correspondiera el saludo y, en cambio, le acercara su puño.
– No te doy la mano porque no te la merecés…-, se justificó Milei, sin dejar de sonreír. El ambiente estaba tenso.
– Tomatelás, andá a cagar sorete…-, lo despachó Lousteau, para seguir caminando en busca de la salida.
Esta vez, como un karma, el insulto volvía sobre la humanidad de Milei. Y no fue el último contratiempo. Minutos después, los periodistas Jonathan Viale y Eduardo Feinmann le preguntaban sobre uno de los temas periodísticos que invadió las redes sociales durante la semana. La denuncia de una joven dirigente que abandonó su partido, Mila Zurbriggen, por supuestas irregularidades y hasta circunstancias sexuales en la negociación de las candidaturas que empiezan a barajarse en el año electoral.
“Que lo prueben en la Justicia”, fue la seca respuesta de Milei en la tele. El conflicto, de todos modos, mereció algunos tuits del partido La Libertad Avanza para desacreditar a la denunciante y acusarla de querer apoderarse de los cargos que la agrupación desprecia y por los que muy pronto va a batallar electoralmente.
Porque de eso se trata en definitiva. Más allá del cruce dialéctico, de si el Gobierno es el “Frente de Chorros” y Juntos por el Cambio es “por el cargo”, como los bastardea Milei. Y de si los libertarios son “la nueva cara del fascismo”, como los estratificó Lilita Carrió, unos y otros han comenzado a estudiarse y a agredirse de acuerdo a los manuales de las campaña electoral.
El crecimiento constante que Milei muestra en la mayoría de los sondeos de opinión, tiene preocupados y confundidos a los estrategas del Gobierno y a la principal coalición opositora. Ninguno de ellos tiene claro a quien le saca más votos el libertario, y si les conviene o no establecer algún tipo de alianzas (explícita o discreta) con estos dirigentes que se disfrazan con el muy conveniente ropaje de la anti política. Ese es el gran dilema.
En Juntos por el Cambio saben perfectamente que Milei se quedaría con muchos votos que van del centro a la derecha que en anteriores elecciones los votaron a ellos. Y, aunque Macri y Patricia Bullrich se mostraron en un principio partidarios de hacer algún acuerdo con él, ahora ya lo descartan por una circunstancia bastante simple: Milei no quiere acordar con ellos.
La preocupación opositora se torna más sensible en la provincia de Buenos Aires. Sobre todo porque la elección a gobernador no tiene segunda vuelta, y una buena elección presidencial de Milei que arrastre votos para gobernador, pone en riesgo la pulseada de Juntos por el Cambio (hoy el candidato mejor posicionado es el diputado Diego Santilli) contra el Frente de Todos, cuyo candidato más probable es Kicillof en busca de la reelección.
La apuesta de Santilli, y de Rodríguez Larreta, es convencer al mejor candidato a gobernador que tienen los libertarios (José Luis Espert) para que participe en la Provincia de las PASO dentro del Frente de Todos y después participe de un eventual gobierno cambiemita con una cuota parte del poder. Espert está evaluando la propuesta y, aunque muchas dudas, también sabe que no es el candidato del corazón de Milei por las diferencias que los dos economistas arrastran desde hace algún tiempo.
Las señales que emite Milei son inconfundibles. El 3 de enero, apenas comenzado el gran año electoral, lanzó al infierno de las redes sociales un mensaje con las fotos de los “socialistas” a los que despreciaba. Allí incluyó a Cristina y a Macri, a Rodríguez Larreta y a Alberto, y (sorpresa¡¡¡) a Ricardo López Murphy y a José Luis Espert. “No es mi candidato”, repite Milei cuando habla en confianza. Lo mismo dice sobre Ramiro Marra, un joven legislador porteño y libertario que aspira a gobernar la Ciudad.
Milei prefiere construir su liderazgo en soledad, sin la presencia amenazante de dirigentes que puedan discutirle de igual a igual y protegido por el aura de su hermana Karina, a la que se refiere siempre con el código de “la Jefa”. Con ella evalúa los nombres y las chances de la infinidad de dirigentes que se les acercan en este tiempo para catapultarlos como candidatos en el país.
Los libertarios dejan el diccionario de insultos para la “casta política” en manos de tropas digitales, y aceleran los preparativos de la estructura que deben conformar si quieren ser realmente competitivos en las elecciones. Darán la batalla por la presidencia en todo el país, pero solo pelearan por gobernaciones e intendencias donde cuenten con candidatos con chances de buenos resultados. Diseñar una estrategia exitosa y armar las listas de postulantes en cada distrito es mucho más complejo que aullar contra la casta de la que ya forman parte.
Milei y los suyos cuentan con el sello del Partido Demócrata, que está habilitado en ocho provincias del país, y acaba de acordar con el ignoto partido Unión Celeste y Blanca. Es un sello del emprendedor bonaerense, Rafael de Francesco, quien ya lo franquició para los intentos fallidos de Francisco De Narváez para ser electo gobernador (2007 y 2011); y también para el intento presidencial (también trunco) de Sergio Massa para llegar a presidente en 2015. El ministro de Economía está convencido que una buena elección de Milei le otorgaría más chances de competir por la Casa Rosada que la inflación indomable.
Los intendentes peronistas del conurbano y unos cuantos dirigentes del kirchnerismo no están tan convencidos de las certezas de Massa. Si Juntos por el Cambio siente la amenaza de Milei en los votantes de clase media alta de la primera sección electoral (San Isidro, Vicente López, Tres de Febrero), los del Frente de Todos ven crecer el voto Milei en segmentos de jóvenes desocupados o viviendo en el borde de la informalidad.
Son chicos y chicas enojados que en su reclamo pueden terminar apoyando a los candidatos de la izquierda trotskista, o bien a los exaltados candidatos de Milei. No es un voto ideológico. Es una expresión de rabia que pueden recoger los libertarios en algunos distritos de las zona sur y oeste del castigado Gran Buenos Aires.
Se trata de perceptibles erupciones sociales que ocurren en algunos puntos del caótico mapa de la desilusión argentina. Milei, sin embargo, se mantiene distante de esas reacciones que podrían favorecerlo y prefiere moverse en el universo ideológico con el que llegó a la política. El de las teorías económicas de la escuela austríaca, el de Von Hayek y el de las libertades extremas de la revolución industrial europea de hace más de dos siglos.
En esa línea de ideologías extremas, hace algunas horas Milei mantuvo un zoom con Jair Bolsonaro, el ex presidente brasileño al que su derrota ante Lula le impidió ser reelecto. “Nos pusimos de acuerdo en que es fundamental dar la batalla contra el Socialismo en el continente, sobre la base de los valores de Dios, Patria, familia y libertad”, contó Milei, ratificando que sus postulados libertarios en lo económico se contraponen con una mirada ultra conservadora en el universo político y religioso.
Nada dijo Milei sobre el intento de cientos de activistas de Bolsonaro, que no reconocieron la victoria de Lula y quisieron tomar las sedes del Gobierno, del Parlamento y la Justicia en Brasilia. Es el brote golpista que terminó con muchos de ellos en prisión, con el auto exilio de Bolsonaro en la Florida, un rincón de EE.UU. donde aún se mece la mano invisible de Donald Trump.
En la nube de la euforia, Milei no define aún si buscará la razón de sus votos en la rabia de la anti política, o si lo hará sobre el abrigo de una ideología confusa que no termina de reconocer las fronteras de la democracia. Cuando resuelva ese dilema, se sabrá si el fenómeno libertario es un nuevo viento que llegó para formar parte del menú de las opciones políticas. O si se trata de una nueva ola, pronta a diluirse en el océano de lo efímero.