Política

Los negocios ilegales en la frontera, un tema no resuelto por las autoridades políticas

La periodista Lucía Salinas recorrió el norte de la Argentina y allí vio contrabando, narcotráfico pero también la vida misma de la gente que pasa de un lado a otro en su quehacer cotidiano. Con eso hizo un documental y un libro que se puede descargar gratis.

¿Existen los límites? ¿Para qué sirven las fronteras? De esas dos preguntas partió la periodista Lucía Salinas para iniciar una investigación que la llevó a recorrer el norte de la Argentina. Encontró comunidades que viven indistintamente a un lado y al otro de los límites, encontró prácticas en el borde de la legalidad, encontró contrabando de todos los tamaños. Le hablaron de drogas, pero también de supervivencia y desamparo.

Ese material se convirtió en un documental -que se puede ver a continuación- y en un libro electrónico que se descarga gratuitamente.

Paso a paso, se puede seguir en ellos un recorrido que pasa por Salta, Jujuy, Corrientes y Misiones. Que atraviesa fronteras de agua, de tierra y urbanas, las que separan a la Argentina de Bolivia, Paraguay y Brasil.

En esta presentación, el equipo de Infobae – Leamos se sumerge en los limites norte de nuestro país para entender sus problemas, el modo de vida de la población de estas zonas y particularmente sus fronteras.
Paseros, chalanas, mulas, son algunas de las palabras que Salinas incorporó a su vocabulario. Las ideas con las que terminó la investigación no son las mismas que las que tenía cuando empezó. Ella también había sido tocada, modificada por una realidad compleja.

De todo esto habla Lucía Salinas en la Introducción de Fronteras, que se ofrece aquí.

“Fronteras” (Fragmento)
Introducción

¿Existen los límites? ¿Para qué sirven las fronteras? En la escuela nos enseñaron que las fronteras, junto con los límites son elementos fundamentales en la conformación del territorio del Estado Nacional. Esos límites que veíamos en los mapas delimitan muestran dónde empieza y termina nuestro país.

Pero cuando nos acercamos al lugar y pisamos esa frontera, vemos que es un territorio más complejo. Transitar, explorar parte de la extensión de ese límite nos devuelve una idea muy distinta respecto a aquella primigenia de las fronteras como un espacio de diferenciación.

Se constituye así, en un territorio de contacto entre dos sociedades. Son zonas conflictivas. Espacios donde la tensión es marcada por el tipo de delito: contrabando o narcotráfico crearán situaciones diferentes. Pero a la vez son zonas con relaciones en lo cotidiano, pacíficas, son espacios de intercambios.

Pisar ese territorio representa un desafío para las ideas preliminares que se puedan tener sobre lo que allí ocurre y lo que deja de ocurrir.

El primer impacto es conceptual. Es complejo delimitar la zona, entender dónde inicia y dónde finaliza la frontera. A tal punto de que muchas veces, no se tiene total claridad sobre dónde estamos pisando porque esa frontera es difusa en diversos aspectos.

El recorrido que Fronteras propone es, en primer término, una invitación a alejarnos de los principales centros urbanos, que es desde donde solemos pensar aquellas zonas de cercanía con otros países, para así poder aproximarnos a un territorio que expone facetas muy diferentes a las de otras partes del país. Un territorio con su propia idiosincrasia.

Un alambrado volcado sobre la tierra árida separa un país de otro. El camino está signado por el paso permanente de personas que se postulan como el primer eslabón de una organización que no se detiene, que se diversifica y gana territorio en el país: el crimen organizado.

Una frontera de agua que diluye divisiones, que habilita a que el agua lleve y traiga sin distinción. Un río que nuclea puntos claves y se vuelve ingobernable y un caudal de oportunidades para el contrabando y el narcotráfico.

Una frontera urbana donde es difícil dilucidar qué territorio se está pisando.

Las historias se entrelazan sobre un territorio tan extenso como complejo. “Las particularidades de los territorios fronterizos entre los países permiten entender las dinámicas que allí determinan las características del crimen organizado”, explicó el economista de la Universidad Católica Boliviana, José Carlos Campero Núñez del Prado.

En la región las organizaciones criminales adoptan una estructura más pequeña denominadas “clanes familiares”. Estos clanes son el germen del crimen de la región fronteriza. Pensemos en la Triple Frontera. Allí estas estructuras trabajan por el fuerte alcance local. Dice Santiago Yunan, abogado e investigador de la Universidad Nacional de La Plata: “La mayoría de estos clanes circunscriben su accionar a la zona en la cual tienen cierto control sobre la comunidad, e incluso sobre las autoridades permitiéndoles ejercer un alto nivel de fiscalización”.

Los clanes familiares han modelado el mapa criminal en Argentina. Pero la expansión del mercado de consumo de estupefacientes, la corrupción carcelaria y la falta de coordinación entre autoridades para enfrentar estos grupos están creando el ecosistema perfecto para que prosperen. Todo nace allí, en nuestras fronteras.

Pero esos territorios exponen una complejidad más profunda. La frontera norte de nuestro país es, quizás, la más difusa de nuestras fronteras y, lejos de separar, parece ser un lugar donde todo confluye. Por un lado las familias, que convierten esa zona en el escenario de la vida cotidiana, y así forjan otro tipo de comunidades que crecen ahí, al límite, en ese territorio limítrofe. Pero es también un lugar donde el delito gana terreno. Ahí la frontera es una línea imaginaria. El crimen organizado encontró una tierra fértil donde sentar bases y expandirse.

En los últimos años la frontera se quebró. Hoy la frontera se vuelve porosa. La población hormiga que avanza con prisa, a diario sortea el límite y sin ninguna respuesta institucional. Es una tierra de nadie, sin control, sin respuestas institucionales, es un vacío absoluto

Cuando comencé con esta investigación mi idea de lo que significaba la frontera era otra.

Desde la distancia podemos opinar, teorizar, juzgar, responder convencidos los dilemas que atraviesan quienes están en otro territorio. Pero ¿cómo se interactúa con la frontera cuando está a tan solo unos pasos,? ¿Cuál es la manera de vivirla? ¿Cómo rige la vida cotidiana de quienes están ahí?

El factor geográfico es inherente a la complejidad del territorio, como también moldea el tipo de problemática que caracteriza cada límite fronterizo.

Porque las particularidades de la frontera de agua, de la frontera seca como de aquella netamente urbana, son utilizadas por las organizaciones criminales. El delito no conoce, finalmente, de restricciones limítrofes. Eso abre la puerta a otros interrogantes que aún buscan responder las instituciones. Una batalla que se viene perdiendo hace demasiado tiempo.

El delito delinea sus propios caminos, que se transitan incansablemente todo los días.

Qué llevan, qué traen, determina el ritmo de estas fronteras. La pregunta que se formulan quienes viven de estas actividades no es si es legal o no sino cuánto cobrarán al final del día. El dilema se discute en los despachos de los juzgados federales de la zona: se acumulan miles de expedientes al año sobre lo que los propios funcionarios califican como los “eslabones más débiles” de una cadena mucho más grande y, una vez más, compleja.

Estamos ante una zona con su propio sistema de leyes donde la idea de lo que es un delito se vuelve borrosa. Esta circunstancia es aprovechada por las organizaciones criminales, porque saben que lo que es un delito a la luz del Código Penal, se encuentra naturalizado.

Los límites no parecen estar tan claros para algunos: en las zonas calientes de Orán (Salta) o de Itatí (Corrientes), los jueces federales terminaron presos y condenados por favorecer con sus resoluciones a líderes narcos. Las causas judiciales incluyen a intendentes, funcionarios de las fuerzas provinciales y federales.

Vamos más allá. Pensemos en el territorio en el que un mismo río separa a tres países tan distintos en sus raíces pero que en muchos puntos geográficos se encuentran vinculados.

La Triple Frontera es el punto donde conviven Argentina, Brasil y Paraguay. Un lugar donde confluyen tres ciudades muy distintas pero muy relacionadas entre sí e igualmente signadas por el delito.

Esta zona abarca una superficie de unos 2.500 kilómetros cuadrados, conformada por Puerto Iguazú en Argentina, Ciudad del Este en Paraguay y Foz do Iguazú en Brasil. Cada una con su idiosincrasia, coexisten en un territorio álgido donde el crimen organizado encontró diversas versiones y esquemas para cumplir con sus objetivos. Rara vez fracasan.

Ciudad del Este es epicentro de las mayores organizaciones criminales, una tierra donde confluyen los peores delitos que parecen irradiarse a la región vecina. La Triple Frontera aparece como un refugio geográfico, económico, social y político para un crimen organizado que crece año tras año.

La justicia paraguaya y la argentina concuerdan en un criterio: es este punto de confluencia geográfico el escenario donde conviven el terrorismo, las mafias, el tráfico de todo tipo de productos. Esta región es considerada por las autoridades judiciales de Argentina y Paraguay como una de las mayores economías ilegales del hemisferio occidental.

Estas ciudades cobran importancia dado su vigoroso crecimiento ligado a tres obras de infraestructura: el puente internacional de la Amistad, el puente internacional Tancredo Neves y la represa hidroeléctrica de Itaipú.

Se conforma un corredor geopolítico que beneficia a grandes bloques económicos como el Mercosur, donde confluyen países de la región en sus relaciones comerciales. Lo cierto es que los esfuerzos nacionales de las fuerzas de seguridad de Paraguay y Brasil y Argentina para combatir las actividades ilícitas lograron restringirlas pero de ninguna manera erradicarlas.

Según los informes policiales, la Triple Frontera es una ruta para el contrabando de algunas drogas que atraviesan la región para terminar en destinos europeos.

Una vez más la frontera trasciende la idea de lo meramente geográfico.

En el extremo norte del país hay comunidades que no dirimen la cotidianidad desde la idea de lo extranjero, desde lo distinto a ellos. Son vecinos de una tierra que les resulta más cohesiva de lo que los libros enseñan. Allí se vive una suerte de “binacionalidad”, donde la idea del límite que separa con otro país no prevalece.

Cruzar al país vecino, esa escena que a cualquiera de nosotros supondría recorrer por tierra o aire, miles de kilómetros, es para ellos un acto tan simple como atravesar una calle, utilizar un paso no habilitado como el patio de una casa que culmina en territorio boliviano o subirse a una precaria embarcación. Demanda pocos minutos y es una cronología que rige la vida diaria. Está naturalizado ese recorrido diario que usan miles de personas, y que marca el ritmo de quienes habitan en esa frontera.

La frontera cobra importancia en la medida en que hay movimiento a través del límite internacional y control sobre este movimiento. Si no fuera así se trataría solo de un límite informado, una marca o un cartel.

Las zonas limítrofes se convierten en puntos de interconexión donde el delito, las organizaciones criminales, han encontrado un contexto favorable para consolidar importantes estructuras y donde el control estatal es completamente desafiado.

Adentrarnos en las historias de frontera, en las características de esos puntos claves de nuestro país que son una puerta a negocios ilegales para muchos, desnuda la complejidad de un tema no resuelto por las autoridades políticas.

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