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Las curiosas lecciones que se aprenden al borde del abismo

La renuncia de Nicólas Dujovne al Ministerio de Economía es el último eslabón de un proceso de transformación radical que está viviendo el presidente Mauricio Macri desde que el miércoles pasado, cuando el dólar estaba a 63 pesos, sintió el abismo debajo de sus pies.

Por Ernesto Tenembaum

Antes de ese día, Macri había sufrido una catastrófica derrota electoral por la cual había culpado a la sociedad por su inclinación hacia un candidato opositor. Desde entonces se comunicó con su contendiente, anunció una batería de medidas expansivas, se peleó con las empresas energéticas y, finalmente, desplazó a su ministro clave. Por su parte, Alberto Fernández, luego de ese día en el que el país casi cae en la hiperinflación, adoptó un rol constructivo para evitar lo peor. Tal vez la clase política argentina haya descubierto esta semana un método novedoso para resolver algunos problemas serios.

En la mayoría de los países democráticos, una derrota oficialista no genera ningún problema económico. El lunes pasado, en cambio, sucedió en la Argentina algo aberrante. En cuestión de segundos se desató un comportamiento de huida en masa cuya magnitud no podía ser justificada.

En los meses anteriores, esas personas que son definidas genéricamente como «los mercados», habían procedido de acuerdo dos supuestos: según el primero, sus inversiones serían mejor cuidadas por Macri que por Fernández. Según el segundo, las internas abiertas arrojarían un resultado parejo. El domingo por la noche se anoticiaron junto al resto del país de la derrota del Presidente. Huyeron. Los especialistas advertían que el Banco Central tenía suficientes reservas para contener una tensión normal y que los vencimientos de deuda, excluyendo las obligaciones con el FMI, representaban montos manejables. Pero la sangría continuaba.

Para entender la magnitud de esa crisis había un factor desequilibrante: el poder había dejado de existir. El presidente había perdido gran parte de su autoridad en cuestión de horas. Su eventual reemplazante apenas había ganado una interna: tampoco podía decidir nada. Uno no podía imponer ningún criterio. El otro no podía tomar ninguna decisión. Nadie conducía. Encima de todo, se trata de dos personas que han hablado pésimo una de la otra, que se desprecian, que -hasta ese momento- consideraban que la Argentina estaba dividida en dos bandos y los problemas se solucionarían en cuanto uno derrotara al otro. Esa situación, tan evidente además, profundizaba la debacle minuto a minuto.

Cuando Macri y Fernández conversaron, todo se ordenó un poco. A la mañana siguiente del diálogo, antes de la apertura de los mercados, Fernández habló con Marcelo Longobardi para promover la calma: el dólar estaba bien a 60 pesos, él está muy lejos de Venezuela, es partidario del superávit fiscal, quiere pagar la deuda. En el comienzo de la ronda cambiaria, el dólar bajó violentamente. El escenario malo -una nueva devaluación con el impacto que tendrá en la inflación- había empezado a dar batalla contra el pésimo: una hiperinflación con cese de pagos.

El clima de distensión se expresó en muchos otros acontecimientos, algunos más relevantes que otros. El próximo jueves, por ejemplo, Fernández participará de un evento institucional del grupo Clarín. Fernández recibió también en sus oficinas a Marcos Galperín, el titular de Mercado Libre, uno de los empresarios preferidos de Macri, que hace pocos días fue muy criticado por Juan Grabois, el lider de la CTEP. En un reportaje, Fernández se refirió en términos cordiales hacia Marcelo Mindlin, el principal empresario energético del país y uno de los grandes ganadores del modelo macrista. La evidente decisión de Fernández de distanciarse de un modelo a la venezolana generó una reacción airada del hombre fuerte de la dictadura que conduce ese país. «Que no crea que lo eligieron por él», advirtió Diosdado Cabello.

Pero donde más se pudo percibir el clima de distensión fue en un episodio inverosímil, al menos para la tradición argentina, que se realizó casi al mismo tiempo en que Macri y Fernández conversaban por teléfono. En un evento organizado por una sociedad de Bolsa, compartieron el escenario Emmanuel Álvarez Agis y Luis Caputo. Álvarez Agis es un economista muy joven, hijo de un obrero, que fue viceministro de Economía de Axel Kicillof. Caputo es un hombre riquísimo, formado en el Cardenal Newman, proveniente del mundo financiero, que fue secretario de financiamiento externo de Macri y luego su presidente del Banco Central. Era rarísimo verlos juntos, pero mucho más raro fue escucharlos.

Álvarez Agis explicó en ese encuentro que no había razones, salvo la locura política, que explicaran la dimensión de la corrida. Caputo coincidió. Agis agregó que el Banco Central contaba con divisas y las estaba utilizando de manera criteriosa, aclaró que los niveles de deuda de la Argentina no son angustiantes si se pudieran posponer los pagos al FMI, y que sería una estupidez ir a un default. Caputo también coincidió. Pero además, Álvarez Agis defendió la necesidad de implementar regímenes laborales más flexibles y puso como ejemplo la manera en que Macri -nada menos- impulsó una reforma en esa dirección para impulsar Vaca Muerte. «Reforma laboral en Neuquén. Empiezan los cánticos: Macri sos la derecha. Pleno empleo en Neuquén», desafió.

Caputo, por su parte, fundamentó extensamente por qué la inflación no es, en la Argentina, un fenómeno monetario. «Tenemos inflación de costos», explicó. Según Caputo, si hay inercia inflacionaria, devaluación, suba del costo de los créditos y aumento de tarifas, está claro que esos costos sumados producen inflación. «Y es importante tenerlo claro. Porque si tenes un diagnóstico equivocado podés subir la tasa pensando que así bajas la inflación y enfriaste la economía y la inflación no cayó tanto», remató. Sin exagerar, por momentos parecía que Álvarez Agis tomaba elementos del discurso macrista y Caputo del kirchnerista. Solo el hecho de verlos juntos era un desafío para las mentes esquemáticas de una y otra facción.

Algunos analistas financieros sostienen que ese encuentro fue tan importante para frenar el dólar como el diálogo entre Macri y Fernández. Ese intercambio está en Youtube: acaso allí haya claves muy importante para entender la Argentina que viene. El ocaso de Macri y la decisión de Cristina Kirchner de designar a Fernández permite percibir los vasos comunicantes que existen entre los diferentes actores de sistema de poder de la Argentina. La rigidez de los líderes que gobernaron el país en estos últimos 12 años -con los resultados que están a la vista- tal vez ahora de paso a una fluidez que permita encarar el complejo proceso que comienza.

Durante los próximos cuatro meses todo el sistema será sometido a una tensión que obedece a razones inéditas. Para que el dólar y los precios no entren en un espiral ascendente, Macri y Fernández deberán calibrar la competencia lógica de la campaña electoral -donde se juega mucho poder- con la necesidad de mantener canales abiertos para que no explote todo por el aire. El peronismo deberá contener su natural tendencia a transformar a Macri en un rehén y someterlo a humillaciones públicas.

Macri deberá, por su parte, encontrar modos de consultar sus medidas para que el poder peronista no encuentre excusas para desestabilizarlo. Será un proceso delicadísimo, cuyo primer paso ya ha sido dado, pero que enfrentará escollos a cada segundo. El Presidente derrotado parece haber entendido que su prioridad será llegar al 10 de diciembre sin un estallido. El candidato ganador, que sería mejor no asumir en medio de tierra arrasada. Pero ambos son quienes son.

Durante 12 años la dirigencia argentina vivió un grado de polarización extrema, eso que se llamó «la grieta». Los resultados de esa dinámica son evidentes. Esta semana se exploró un camino alternativo. Al menos por unas horas, se evitó una catástrofe. ¿Qué habría pasado si todo el tiempo, en estos 12 años, esa hubiera sido la lógica dominante?

Es notable todo lo que se aprende cuando uno está al borde del abismo.

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