Muy pocos políticos tienen la suerte de que les ofrezcan ser los hombres fuertes de un Gobierno. Entre ellos, solo a un minúsculo grupo de elegidos les ocurre dos veces.
Por: Ernesto Tenembaum
Eso le sucedió, por ejemplo, a Alberto Fernández. La primera vez se fue peleado con Cristina Kirchner. La segunda es esta: se pueden ver los resultados. Desde ayer, Sergio Massa acaba de ingresar a esa pequeña elite. La primera vez, se fue peleado con Cristina Kirchner. Ojalá haya aprendido algo de la reciente experiencia del Presidente. De lo contrario, todo terminará muy mal.
Massa y Fernández tienen muchos más rasgos en común. Fernández fue uno de los primeros dirigentes peronistas que se fue del kirchnerismo cuando se radicalizó, después de la guerra contra el campo. Eso sucedió en 2008. Poco tiempo después, Sergio Massa quemaría también las naves para convertirse en el líder del peronismo no kirchnerista. El jefe de campaña de Massa, en 2013 y 2015, fue Fernández. En ese entonces Massa prometía limpiar al Estado de ñoquis de la Cámpora y meter presos a los corruptos kirchneristas.
Durante diez años, el peronismo se agitó al ritmo de un debate que aún existe. De un lado estuvieron y están Cristina y Máximo, y su grupo de admiradores, para los cuales todo lo hecho entre el 2008 y 2015 no necesita revisión porque fue perfecto. Del otro lado estuvieron y están Alberto Fernández y Sergio Massa, para quienes el cristinismo tuvo rasgos sectarios, corruptos y, sobre todo, fue una muy mala administración en términos económicos.
Para ganarle a Macri en 2019, Cristina encumbró a alguien a quien los suyos consideraban un traidor, aunque tal vez solo fuera un disidente. Una vez que ese hombre se transformó en presidente se dedicó a desestabilizarlo. Ahora, encumbra a otro dirigente a quien, otra vez, los suyos consideraban un traidor, aunque tal vez solo fuera un disidente. ¿Qué hará con él?
Sería muy ingenuo pensar que a Massa no le esperan los mismos desafíos que a Fernández. No es alguien del palo. Es uno que andaba por la embajada diciendo cosas horribles. En el mismo acto de la victoria, en 2019, Cristina le advirtió que no volviera a traicionar. ¿Por qué lo trataría, ahora que lo encumbró, mejor que a Fernández? ¿Cómo hará Sergio para eludir la ratonera de la que Fernández no pudo escapar?
El aterrizaje de Massa en el corazón del Gobierno significa –o podría significar— un corte con la dinámica que generó una situación insostenible. Ayer mismo, la Universidad Di Tella difundió sus prestigiosos índices de Confianza en el Gobierno y de Confianza del Consumidor. En ambos casos, los resultados están en el piso de la serie histórica. Muy pocas veces, en las últimas décadas, la gente dijo que estaba peor que ahora y tuvo tan poca simpatía con una administración. El miedo ante esa realidad tal vez produzca milagros. Veremos.
Mientras tanto, la designación de Massa como superministro de Economía implica –o podría implicar—un cambio en el sistema político interno del Gobierno. Hasta ahora, Fernández era el que ejecutaba y Cristina ocupaba el rol de una especie de auditora de la gestión, que torturaba a Fernández cuando no le gustaba alguien o algo. Ahora, aparece Massa en el centro de la gestión. La vicepresidenta seguirá en su rol de auditora implacable. ¿Y Fernández? Tal vez sea un gran momento para que pase a un segundo plano, se reserve el poder que le da su firma, y habilite a que sea Massa el blanco de las reprimendas públicas y las críticas a los funcionarios que no funcionan.
Pero además, la designación de Massa es un replanteo en términos económicos. Massa ha dicho muchas veces que es un admirador de la gestión de Carlos Menem. Fernández, fiel a su estilo, es idéntico y opuesto a Cristina al mismo tiempo. Massa no. Massa es amigo de la embajada de los Estados Unidos, era íntimo de Jorge Brito, el banquero al que odiaba Cristina, tiene relaciones aceitadas con los principales referentes del poder económico. Sabe, como cualquiera, que el problema más acuciante de la Argentina, es la falta de dólares. Hará, como lo hizo Menem, cualquier cosa para conseguirlos. ¿Qué dirá Cristina cuando lo intente? Tal vez, como dicen muchos, ahora tenga miedo ante la posibilidad de que caiga el Gobierno. Pero, ¿y si Massa tranquiliza un poco las cosas?
El principal desafío del Frente de Todos no ha cambiado. Massa, como Fernández, o Guzmán, o Kulfas, o Scioli, o los gobernadores, comparten un enfoque básico; hay reglas, que en una economía capitalista, se deben respetar. Cristina piensa distinto. Y es la más poderosa de esa sociedad. Ese problema sigue estando. Massa es lo que era Fernández en 2019. Cree que podrá con ella. Porque es hábil, pillo, simpático, porque sabe como tratarla, porque tal vez crea que ella es consciente de los riesgos de no hacer lo que se debe. Fernández creía exactamente lo mismo. Pero tal vez, quién dice, Massa tenga razón y su picardía, su dedicación, su capacidad innata de seducción, todo eso junto, sean irresistibles.
En cualquier caso, en las mismas aguas en las que no pudo Fernñandez, ahora nadará él. Un jugador de fútbol es una gran promesa hasta que finalmente entre a la cancha. Ahí se ve lo que vale. La dimensión de Massa, la gran promesa del Frente de Todos, se podrá ver ahora. Audacia no le falta: agarró una brasa, se metió en una trampa terrible en un contexto que habría atemorizado a cualquiera. En eso, hay que reconocerlo, actuó como un número uno.
Mientras tanto, hay todo un método en las parábolas de Fernández y Massa. Si alguien quiere ser ungido por Cristina, tal vez tenga que enfrentarla primero. A los obsecuentes no les ha ido tan bien como a ellos. Claro: esa paradoja después se transforma en un desquicio cuando se trata de gobernar. El cristinismo designa a alguien para que no parezca que el kirchnerismo gobierna, pero después lo enloquece para que sea kirchnerista.
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