Alberto Fernández y Cristina Kirchner ofrecieron con el manejo del escándalo del gasoducto, que LA NACION fue revelando en una sucesión de artículos a lo largo de la semana, la metáfora más increíble de la parálisis de la gestión y la autodestrucción.
Nada de lo que hicieron el Presidente y la vicepresidenta en los últimos dos días destrabó la obra. El gasoducto sigue paralizado. En Vaca Muerta siguen extrayendo más gas del que se puede usar. Y el Gobierno sigue usando los dólares que escasean para traer decenas de barcos con gas importado, porque no hay un tubo para usar el propio. Nada transformó la realidad, solo se trató de sí mismos. La novela tiene capítulos extraordinarios, que serían cómicos si no ocurrieran en un país donde se cierran escuelas por falta de calefacción.
El escándalo de la mentira del gasoducto, que en actos y publicidades se presentaba como si estuviera en marcha pero en realidad estaba paralizado, comenzó a salir a la luz con la renuncia de Antonio Pronsato, el funcionario que La Cámpora había ido a buscar porque necesitaba a alguien que supiera del tema. Hasta entonces, las autoridades de Energía, cuyas cabezas responden a Cristina Kirchner, aseguraban que la obra marchaba viento en popa. Finalmente, en el comunicado que publicó ayer la empresa Energía Argentina para defenderse de las sospechas de corrupción lanzadas en su contra por el Ministerio de Producción, el kirchnerismo reconoció que la licitación para comprar las válvulas del gasoducto había fracasado. Argumentó que por eso difícilmente podían favorecer a una empresa.
Hasta entonces, Energía no reconocía que la licitación se había caído. En otras palabras, para desmentir que hubieran sido corruptos, los funcionarios de Cristina Kirchner se reconocieron inoperantes. Admitieron que no había una sola válvula comprada para un gasoducto que las necesita para unir cada tramo de caño. Hasta ahora, solo LA NACION había revelado que no se habían importado las piezas. No existe en Argentina una empresa que las fabrique. Sin válvulas, no hay gasoducto. Tampoco se compraron los caños. Pero hubo actos y comunicados para celebrar la obra. El escándalo los forzó a reconocer la parálisis.
La semana pasada, la renuncia de Pronsato descolocó a los funcionarios kirchneristas de Energía. Primero atinaron a poner en duda su renuncia. Hubo medios de comunicación que no la difundieron porque quedaron a la espera de un comunicado de la Secretaria de Energía que iba a desmentir el portazo. Nunca llegó. Al día siguiente, los funcionarios kirchneristas ya admitían la renuncia pero argumentaban que en realidad eran ellos quienes lo habían echado porque Pronsato quería darle la obra a la empresa CPC, de Cristóbal López. Era el segundo intento por tapar la realidad que estaba descubriendo la ficción que se había publicitado en torno del gasoducto Néstor Kirchner. Pero no presentaban ninguna prueba de la acusación. Solo hablaron en off.
Y justo Cristina Kirchner hizo ahora echar al ministro de Producción, Matías Kulfas, por los off que arrojaban sospechas de corrupción sobre el área de Energía. Pero los off de sus funcionaros contra Pronsato no le molestaron. “Siempre hablé y actúe de frente, escribió en Twitter contra los off de Kulfas. La forma cómo el kirchnerismo intentó tapar el escándalo del gasoducto indica otra cosa. Cristina Kirchner se quejó también de los que “mienten y no dan la cara”. Pronsato puede darle algunos nombres. Algunos incluso los tiene al lado, en el Instituto Patria.
Energía argumentaba que se buscó imponer a la empresa de Cristóbal López. Pero el funcionario que renunció había protagonizado fuertes enfrentamientos con Federico Basualdo, el subsecretario de Energía que responde a Cristina Kirchner, por las trabas para avanzar con la licitación de los caños y reclamaba cumplir el acuerdo con Siat, de la empresa Techint, a la que se le adeuda unos 200 millones de dólares en concepto de anticipo. Ahora, para defenderse de las acusaciones de corrupción, Energía Argentina, la empresa pública que encabeza el kirchnerista Agustín Gerez, reconoció que Siat, la subsidiaria de Techint, era la única compañía que había cumplido con las exigencias de la licitación.
El escándalo estalló en su inicio porque no se avanzaba. ¿Qué estaban intentando entonces hacer los funcionarios kirchneristas de Energía? ¿Y si eran ellos quienes querían hacer entrar al negocio del gasoducto a otra empresa diferente a la que había ganado la licitación? ¿Quién quería hacer entrar en realidad a la empresa de Cristóbal López? ¿Y si por eso se atrasó la obra? Es posible que Matías Kulfas estuviera errado en su acusación.
También es válido advertir que si Kulfas sabía que en Energía se estaba direccionado una licitación y no lo denunció es incumplimiento en los deberes de funcionario público. También es un delito.
A Cristina Kirchner le molestaron las acusaciones en off. No las de sus funcionarios. Las de los otros.
Alberto Fernández echó por el escándalo del gasoducto Néstor Kirchner a un funcionario que nada había tenido que ver con la obra. Pero la relación entre ambos se preservó, aunque sea entre cruces públicos y furia privada. La obra, por supuesto, sigue paralizada. La pelea de la pareja es a puertas abiertas. Pero los funcionarios que no funcionan son un bien conyugal.
Damián Nabot (La Nación)