Alerta en el oficialismo y la oposición: perderían bancas en sus bastiones electorales.
Por Santiago Fioriti
En su casa de Palermo, mientras proyectaba sus propias mediciones, el teléfono fijo de una encuestadora que suele trabajar para la Casa Rosada sonaba de modo insistente. La mujer atendió y supo en el momento que la voz en off desencadenaba en un sondeo de opinión pública. Una encuestadora a punto de ser encuestada. “Si fuera por ética no debería responder”, pensó, pero la curiosidad pudo más y se zambulló en el cuestionario. Quince minutos frente a preguntas sobre la presencialidad en las escuelas, sobre los cierres de la economía, sobre la política sanitaria y la vacunación, sobre la imagen y la intención de voto de políticos de todos los colores y también sobre escenarios electorales falsos, como cuando le preguntaron si votaría por Nicolás Trotta. La mujer llegó hasta el final y se quedó con la sensación de que las preguntas habían salido de la cabeza de Jaime Durán Barba.
Es posible. A Horacio Rodríguez Larreta le llegan con frecuencia trabajos de cuatro encuestadoras y no ha interrumpido su diálogo con el estratega ecuatoriano. Es uno de los dirigentes más aferrados a las encuestas y a los focus groups. Por estas horas, analiza los primeros resultados de un mega trabajo que encargó para saber hasta qué punto es beneficioso para el espacio -y sobre todo para él- que María Eugenia Vidal enfrente en una interna en la Ciudad a Patricia Bullrich. Hasta ahora las cifras lo tranquilizan. Pero una cosa son las cifras y otra la tormenta política que se ha desatado en Juntos por el Cambio, que amenaza por primera vez su tránsito hacia la candidatura presidencial de 2023.
Hace apenas unos meses nadie lo ponía en duda ni complicaba su estrategia. El escenario cambió drásticamente para él. Bullrich acumuló popularidad en el electorado porteño y no tiene previsto desertar, y en la provincia de Buenos Aires acaba de emerger la figura de Facundo Manes. Ni Bullrich ni Manes lo representan: Larreta quiere candidatos que tengan su impronta y sean la base de su proyecto presidencial. Es decir, quiere anticipar la pelea interna por el 2023. Bullrich y Manes cuentan con prestidigitadores que entorpecen su camino. Macri, por un lado, y la cúpula de la UCR, por otro. Macri y el radicalismo piensan al revés que Larreta: prefieren postergar la discusión presidencial para dentro de dos años. “No estamos en un momento fácil, a veces nos juegan sucio”, dice un funcionario larretista.
Lo cuenta después de cortar una comunicación con un operador macrista que le transmitió que Macri tiene más ganas que nunca de una revancha en 2023 y que, incluso, se sentiría cómodo con una PASO en la que se anoten los que quieran. La UCR ya está anoticiada. Gerardo Morales quiere competir. Alfredo Cornejo no lo descarta. Manes, mucho menos. El neurocientífico no desembarca a la política para ser legislador: sueña con un triunfo que lo catapulte como opción. Y también hay quienes fomentan a Lousteau, aunque más no sea como presión extra al larretismo, que -si concreta la postulación de Vidal- podría romper el pacto no escrito con Lousteau de allanar su camino hacia la sucesión en la Ciudad.
En medio de ese juego de especulaciones, guerra de encuestas y operaciones mediáticas -no exento de vanidades-, el alcalde tiene previsto hablar en las próximas horas con Vidal, quien arribará hoy de su periplo por Estados Unidos. Juntos evaluarán cómo, dónde y con qué argumentos presentarán su candidatura a diputada por la Ciudad de Buenos Aires. El discurso ocupa un buen tramo de sus deliberaciones. Tendrán que explicar cómo una ex gobernadora se desentiende de la tierra donde buscó la reelección hace menos de dos años. La Argentina está acostumbrada a dirigentes que representan un territorio distinto al que los vio nacer, y sobre todo a los saltos de un lado y de otro de la General Paz (Carlos Ruckauf, Daniel Scioli, Graciela Fernández Meijide y Axel Kicillof, entre otros los casos más célebres), aunque Vidal encara una inédita doble pirueta. Fue vicejefa porteña, luego gobernadora, y ahora regresaría a la Ciudad. Eso, al menos, habían acordado con el jefe de Gobierno hasta que ella subió al avión de ida a Washington.
Está por verse con qué semblante regresa. Uno de sus principales asesores no descarta que se baje de la competencia, desencantada con sus propios aliados que, según el asesor, no dejan de hostigarla, con intereses contrapuestos. No sería una buena noticia para Larreta que eludiera la contienda. Macri le pidió el jueves por chat que la convenza de permanecer en la Provincia. También lo ha hecho Martín Lousteau. El senador no tiene simpatías con Bullrich, pero coincide con ella en que el salto de Vidal responde más a un capricho que a una estrategia que beneficie a todos. “Es ridículo pensar que yo manejo a María Eugenia”, les explica Larreta.
Para quienes dedican horas a la exégesis del espacio, la indecisión de Vidal es la causa del cimbronazo en la oposición. Hablan de una mala lectura. “Si Horacio y yo estamos en el mismo espacio todos se alinean”, decía Vidal, no hace tanto, en sus encuentros privados. A ese tándem se sumó luego Elisa Carrió. La alianza entre ellos sigue firme, más allá de la reacción de Carrió en Twitter, donde dijo que estaba cansada del destrato del PRO. La crítica apuntaba a Macri. El ex presidente la hizo llamar a través de un colaborador. La conversación empezó mal y terminó peor. “No saben hacer política”, les dijo.
Larreta la llamó horas más tarde. “No quiero que me usen. Yo quiero la unidad del frente ante el desastre que estamos viendo”, afirmó. Larreta trabaja para que Lilita acompañe a Diego Santilli en la boleta bonaerense. Está convencido de enfrentar a Manes. A Carrió le parece innecesaria la interna. Que no se acaba allí, porque Jorge Macri ya avisó que dará batalla, lo mismo -aunque con menos poder de fuego- que Emilio Monzó.
Hay un punto de disputa fuerte allí entre Larreta y Carrió. Lilita cree que sus aliados no toman real dimensión de lo que está pasando en el país. Cuando charló con Larreta hacía pocas horas que había regresado del cementerio de la Chacarita. Fue a despedir los restos de un primo hermano que quería mucho. Quedó impresionada con la cantidad de funerales.
La reaparición pública de Cristina, lejos de conglomerar a Juntos por el Cambio, pareció alterar los ánimos. Los que la ven débil se envalentonan. Creen que el cóctel de malas noticias que enfrenta el Gobierno no podrá resolverse antes de setiembre y se ilusionan con ganar en su bastión y cambiar el mapa opositor rumbo a 2023. ¿Quién será la cara de ese eventual triunfo? Eso es lo que aparece en danza. No suena, sin embargo, demasiado prudente. Los más entusiastas deberían repasar qué decían en 2019 y cómo terminó la historia.
La vicepresidenta está realmente preocupada con los informes que le llegan. No solo por las mediciones, sino por lo que sus colaboradores e intendentes más fieles recogen en el Conurbano. La desolación por la falta de empleo, por la caída persistente de las changas, por la inseguridad y por la suba de precios se nota en distritos pobres y no tanto. La imagen de Alberto Fernández toca niveles muy bajos y es Cristina la única que retiene al votante duro, estimado en torno a los 35 puntos. A ellos les habló en su reaparición del lunes. Pero ella no será candidata.
Cristina empieza a modelar sus apariciones y sus palabras. Nunca son azarosas. “Ella se prepara”, dicen sus discípulos de La Cámpora, para marcar diferencias con el Presidente. Esa preparación ya dejó ver la primera mutación de Cristina. Cuando dijo que había que dejar de lado las diferencias políticas por la pandemia estaba dando una punta. Fernán Quirós elogió la frase. “Es uno de los que entendió lo que quise decir”, devolvió Cristina en la intimidad.
A un mes del cierre de listas, la jefa del Frente de Todos empieza a cambiar de piel. Un clásico. “¿Vuelve la Cristina buena?”, celebran los más ácidos. El Gobierno abrirá las arcas. Siempre es mejor imprimir billetes que perder una elección. Macri ya avisó que lo que viene será a todo o nada. Cree que, si el kirchnerismo se impusiera, los opositores correrían riesgo. Con él a la cabeza. El primer impulso, sostiene, sería ponerlo entre rejas.
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