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La historia secreta de cómo se gestó el golpe del 24 de marzo de 1976

La historia secreta de cómo se gestó el golpe del 24 de marzo de 1976.

Por Juan Bautista «Tata» Yofre.

El golpe militar del 24 de marzo de 1976 demandó un largo proceso de reuniones castrenses en medio de un clima de violencia en las calles de la Argentina y, en especial, una crisis interna dentro del partido peronista en sus áreas política y sindical. Hubo un momento particular y fue cuando tras una temporada de descanso en Ascochinga, Córdoba, la presidenta Isabel Martínez de Perón decidió retornar al poder que, hasta ese momento, detentaba el senador Ítalo Luder. Su vuelta al centro de la política iba a llevarse a cabo el 17 de octubre, nada menos que el Día de la Lealtad justicialista.

En esos días, un observador privilegiado como Robert Hill, embajador de los Estados Unidos, informó al Departamento de Estado, respecto de Isabel Perón: «Su autoridad y posición está tan socavada que no puede tomar las riendas del poder. La manera en que deje estas riendas, de buena voluntad, tendrá mucho que ver con quién la reemplazará. En caso de que retorne el 17 de octubre a retomar la presidencia y se dedique a gobernar, poco después tendría lugar un golpe militar, posiblemente hacia fin de año».

El viernes 17 de octubre de 1975 amaneció soleado y caluroso. Isabel Perón se asomó al balcón de la Plaza de Mayo avanzada la tarde. Columnas obreras, prolijamente encuadradas detrás de los distintivos de sus organizaciones, la ovacionaron al grito de «Si la tocan a Isabel habrá guerra sin cuartel».

Las carpetas del golpe. Un «plan líquido». Los dos golpes.

Los historiadores suelen hurgar en el pasado el día y la hora en que se tomó la decisión de deponer a la viuda de Perón. En el Ejército la idea fue madurando con el paso de las semanas tras la asunción de Jorge Rafael Videla como comandante del Ejército (agosto de 1975). Luego se tomó la decisión de preparar una carpeta con lineamientos generales: un plan líquido para actuar en cualquier situación de emergencia política que se produjera para ser utilizado sin fecha. La conspiración tuvo dos niveles muy bien definidos. Uno con la ayuda de asesores civiles, mientras, en el marco estrictamente castrense, se construía un entretejido de directivas destinadas a llevar adelante una represalia mayúscula.

Nadie pudo imaginar lo que se estaba tramando. Años más tarde, el ex presidente Raúl Alfonsín declaró que pensaba que la respuesta militar a la subversión no sería tan brutal. Que iba a ser una «dictablanda» como la de Lanusse. Imposible. Para esa época, no existía, ni existiría, una Cámara Federal Penal (El Camarón) porque había sido disuelta en 1973 y sus jueces, secretarios y fiscales perseguidos. Alguno (Jorge Vicente Quiroga) asesinado por el ERP-22 (uno de sus asesinos se pasea libremente por la calle); otros marcharon al exilio (el juez Jaime Smart, por ejemplo). Era difícil dimensionar la profundidad del odio que sobrevolaba entre los militares: asaltos a sus guarniciones; asesinatos a sus oficiales –y esposas– en la calle o en combate; secuestros seguidos de muerte (Argentino del Valle Larrabure o el coronel Jorge R. Ibarzábal) y «cárceles del pueblo» donde se los torturaba.

En las reuniones del Ejército se fueron macerando varias alternativas para enfrentar la evolución de los acontecimientos. En una de esas reuniones (6 de noviembre de 1975), presidida por Videla, quedó anotada en una de las libretas de apuntes del general Albano Harguindeguy, en ese momento subcomandante del poderoso Primer Cuerpo de Ejército, las cinco alternativas que estudiaba el Ejército:

«ACTITUD (de la) FUERZA: Cursos de acción posibles.
1-Mantener actitud (de) prescindencia política de la Fuerza.
2-Bordaberrización del proceso.
3-Alejamiento del Poder Ejecutivo (PE)-ante ello-un interinato de Luder para crear un poder real.
4-Renuncia – ley de acefalía – facilitar un poder real.
5-Tomar el poder por parte de las FF.AA., a la situación se le puede responder con algunos de estos cursos de acción (CA) básicos.»

Monseñor Tortolo intenta lo imposible.

Tres hechos de características armadas paralizaron la vida de los argentinos de diciembre de 1975, aportando sus cuotas de dramatismo y conmoción. La guerra civil de la que hablaban unos y otros estaba en su momento culminante: 1) El 3 de diciembre son asesinados el general de brigada (R) Jorge Esteban Cáceres Monié y su esposa; 2) el 18 se produce una sublevación en el seno de la Fuerza Aérea y el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) anunció su separación del Frente Justicialista de Liberación, del que había formado parte en los últimos tres años; 3) el 23 es asaltado el Batallón Depósito de Arsenales 601 «Domingo Viejobueno».

El lunes 29 de diciembre de 1975, el vicario castrense, monseñor Servando Tortolo visitó a Isabel Perón. Conversaron a solas. En la ocasión «le habría transmitido a la señora de Perón la insistencia de los tres comandantes en jefe para que ella se alejara del poder. A su vez, ella indicó su voluntad de cambiar su gabinete, liberarse de su secretario privado Julio González y del dirigente del sindicalismo Lorenzo Miguel, pero insistió en que debía seguir al mando del ejecutivo sin ninguna condición restrictiva. Los tres comandantes generales replicaron a través de Tortolo que su propia remoción del poder era el único punto no negociable». (Informe Nº 08456 de la embajada de los Estados Unidos).

En esos días en la revista católica «Criterio» se escribió: «El país marcha a la deriva…En el curso de 1975, hubo 4 ministros del Interior, 4 ministros de Economía, 5 ministros de Bienestar Social, 3 ministros de Trabajo, 3 ministros de Relaciones Exteriores, 3 ministros de Defensa, 3 comandantes generales del Ejército, 3 interventores en Mendoza, 4 ‘hombres de confianza’ de la Presidente y 5 secretarios de Prensa y Difusión».

El costo de la vida aumentó en enero 14% y en febrero tocó el 20%. El aumento salarial (del 18%, con un mínimo de 150.000 pesos) que otorgó el ministro Cafiero el 22 de enero fue absorbido por la inflación a los pocos días. El dólar subió, entre enero y los primeros 10 días de febrero, de 12.500 a 32.000 pesos. Y pronto llegaría a 38.000 en el mercado paralelo. Para peor, desde el Parlamento no le trataban las leyes que impulsaba y sobre su figura se lanzaban todo tipo de improperios desde el propio peronismo; hasta de ser un maniquí de su segundo, Guido Di Tella. «Esta situación ha llegado al límite de lo tolerable», afirmó uno de sus colaboradores más próximos. El miércoles 4 de febrero, asumió como ministro de Economía, Emilio Mondelli. También juró Miguel Unamuno en lugar de Carlos Ruckauf en Trabajo.

El viernes 7 de febrero de 1976, el Rambler negro que trasladaba al gobernador de la provincia de Buenos Aires, el sindicalista Victorio Calabró, ingresó a la residencia presidencial de Olivos un minuto antes de las 19 horas. Iba a entrevistarse con la presidenta Perón luego de mucho tiempo de desencuentros. La reunión duró más de una hora en la que prácticamente habló el gobernador de Buenos Aires. Un monólogo, solo interrumpido con un «claro», un «sí» o «un tome nota Ares» de parte de Isabel Perón. Calabró sobrevoló el panorama nacional de esos días. Habló de lo mal que iba la economía y la falta de coherencia; la invitó a la viuda de Perón a salir a recorrer el país; terminar con su encierro y retomar el diálogo con todos los sectores y partidos políticos. La reunión terminó cerca de las 21, luego Calabró con sus acompañantes se retiraron a comer un asado en las cercanías. Mientras cortaba una tira de asado les comentó: «Bueno, no podrán quejarse, les di el gusto. Pero no sirve. Es como hablarle a una pared, no entiende nada».

El 11 de febrero, el canciller Raúl Quijano se reunió con Henry Kissinger, Secretario de Estado de los EE.UU. La reunión fue en la residencia del embajador argentino, Rafael Vázquez a pasos de Dupont Circle. El encuentro fue franco y a agenda abierta. En un momento de la conversación, Quijano invitó a Kissinger a visitar la Argentina. Sin perder la cordialidad, respondió negativamente: «Necesitaría cuatro divisiones para custodiarme».

Para el encuentro con Quijano, el Departamento de Estado le preparó al Secretario de Estado una minuta de 7 páginas («Briefing Memorándum», 10 FEB 1976), donde se detallaba la situación argentina. Llevaba la firma de Harol H. Saunders. Lo sustancial fue que bajo el subtítulo «Gobierno post golpe» el informe estadounidense expresó: «Si las Fuerzas Armadas asumieran el control del poder por un período largo, los argentinos se verían sujetos a reglas de severidad sin precedentes. Los líderes militares probablemente optarían por un programa económico muy rígido y austero que requeriría (una) considerable represión para ser implementado».

El miércoles 10 de marzo, a las 18.30, frente a las cámaras de televisión, con la asistencia de la Presidente, el ministro Emilio Mondelli, Casildo Herreras, Lorenzo Miguel y los secretarios generales de los gremios, Isabel Perón pronunció un discurso en el Salón Felipe Vallese de la CGT. Cuando terminó observó que no había transmitido el optimismo ni el respaldo que necesitaba. Rápida de reflejos, intentó contagiar confianza. Dijo: «Veo demasiadas caras tristes. Yo sé que cuando hay que ajustarse el cinturón las caras se ponen tristes. Pero también les digo que no hay que perder el optimismo, porque si no estuviera segura de que vamos a salir adelante no estaría sentada aquí delante de ustedes. Muchachos, no me lo silben mucho al pobre Mondelli».

En este clima, el mismo martes 16, Ricardo Balbín enfrentó las cámaras de televisión: […] desde aquí invoco al conjunto nacional, para que en horas exhibamos a la República un programa, una decisión, para que se deponga la soberbia cuando se trata de estas cosas. Lo digo desde arriba para abajo. No hay que andar con látigos, hay que andar con sentidos morales de la vida […] Algunos suponen que vengo a dar soluciones. No las tengo, pero las hay». «Señoras y señores: pido disculpas, vienen de lo hondo de mí pensamiento estas palabras que pueden no tener sentido, pero tienen profundidad y sinceridad. No soy muy amante de los poetas, pero he seguido a un poeta de mí tierra: ‘Todos los incurables tienen cura, cinco minutos antes de la muerte…..desearía que los argentinos no empezáramos a contar ahora los últimos cinco minutos».

El lunes 22 de marzo, después de más de dieciocho años de exilio, el empresario Jorge Antonio volvió a su país (con la garantía del general Dalla Tea). Fue uno de los grandes amigos del ex presidente Perón. Horas más tarde, dio una conferencia de prensa en un hotel céntrico de Buenos Aires. El viejo amigo de Juan Domingo Perón dijo: «Si las Fuerzas Armadas vienen a poner orden, respeto y estabilidad, bienvenidas sean». Finalizó diciendo que volvió cuando muchos «desean irse…cuando otros escapan».

Precisamente, la tapa de La Nación del martes 23 de marzo de 1976, informó que el dirigente Casildo Herreras, secretario general de la CGT, había viajado al Uruguay. Cuando el periodismo lo encontró, solo comentó «no sé nada, me borré». Tras muchos años de aquél momento uno de sus confidentes me relató que Herrera sabía que el golpe militar era inminente y aprovechó la convocatoria a una reunión sindical en Montevideo. Tras el golpe una «patota» intentó viajar para secuestrarlo pero personal de la embajada de los Estados Unidos lo llevó a la embajada de México. De esta manera le agradecieron la actitud de haber adherido a la CGT dentro de la AFL-CIO (la internacional sindical). Tras viajar a México el ex secretario general de la CGT se instaló en Madrid, España, donde paso sus años de exilio viviendo muy modestamente.

En la página 6 de la edición dominical del 21 de marzo, apareció el líder conservador Álvaro Alsogaray cuestionando la posibilidad de un golpe militar: «Nada sería más contrario a los intereses del país que precipitar en estos momentos un golpe. ¿Por qué habría un golpe de Estado de liberar a los dirigentes políticos de su culpabilidad? ¿Por qué transformarlos en mártires incomprendidos de la democracia, precisamente en el momento en que se verán obligados a declarar su gran fracaso?».

«La crisis alentaba el golpe militar, que a su vez ahondaba la crisis en una clara relación acumulativa. No es que la amenaza de golpe provocó la crisis sino que los últimos vestigios de autoridad se diluían ante el anunciado golpe», meditó José Alberto Deheza, ministro de Defensa, la tarde del lunes 22 de marzo de 1976. Por lo tanto, al día siguiente les iba a pedir una clara definición a los comandantes generales.

A las 11 de la mañana del martes 23 se reunió con los jefes militares y les dijo: «Todos los diarios de la mañana coinciden en señalar que hoy es el día de las grandes decisiones, así también lo entiende el gobierno en cuyo nombre les pido una definición sobre la inminencia del golpe militar». Luego, pasó a leerles un documento con sugerencias de las Fuerzas Armadas que el gobierno había recibido el 5 de enero pasado. Los tres comandantes respondieron que el documento contenía sugerencias y no una exigencia de las FF.AA.

«Una minuta» contiene, además de las palabras del ministro, otras revelaciones. La respuesta que formuló, en nombre de los tres, el almirante Emilio Eduardo Massera: «Señor Ministro. Si usted nos dice que la señora presidente está afligida y acorralada por el gremialismo. Si, además, nos sondea para ver cómo podemos ayudarla. Nuestra respuesta es clara: el poder lo tienen ustedes. Si lo tienen úsenlo, si no que la señora presidente renuncie». La reunión se levantó y los comandantes se reunieron para deliberar en sus propios comandos.

Años más tarde, Jorge Rafael Videla me relató: «Cuando salimos (de la cita con Deheza), los comandantes nos cruzamos al Edificio Libertador (sede del Comando General del Ejército). Nos preguntamos ¿qué hacemos, mañana va a pasar lo mismo? De esta gente ya no se puede esperar nada. Los planes de la «Operación Aries» (nombre en clave del golpe) estaban terminados, lo mismo que las directivas «Bolsa» y «Perdiz» (detención de blancos).

Cuando llegamos al despacho (de Videla) nos comunicamos con el «Colorado» Fernández y le preguntamos ¿cómo está todo por allí? ‘Bien’, fue la respuesta del jefe de la Casa Militar de la Presidencia. Muy bien, dígale a la señora presidente que por razones de seguridad viaje a Olivos en helicóptero». Era el mensaje que Fernández debía recibir para comenzar la operación de detención de Isabel Perón.

El helicóptero presidencial tardó en llegar desde Olivos. Cuando lo hizo, Isabel Perón se dispuso a viajar. La despidieron en la azotea de la Casa de Gobierno algunos miembros de su custodia y dos o tres oficiales de granaderos.

Según la mayoría de los historiadores, el helicóptero decoló, a la 0.50 del 24 de marzo de 1976, con la presidente; Julio González, su secretario privado; Rafael Luisi, jefe de la custodia personal; un joven oficial del Regimiento de Infantería I Patricios, el edecán de turno (teniente de fragata Antonio Diamante) y dos pilotos de la Fuerza Aérea. En pleno vuelo, el piloto más antiguo le dice a la presidente que la máquina tenía un desperfecto y que necesitaba bajar en Aeroparque. Cuando bajan, Luisi observa un sospechoso movimiento de hombres e intenta manotear su pistola. «Quédese tranquilo», le dijo la señora de Perón. Pese a las sospechas de Luisi, ella bajó y se encaminó hacia el interior de las oficinas del jefe de la Base. Cuando entró, las puertas se cerraron para los otros miembros de la delegación. A la 01, aproximadamente, entraron al salón principal del edificio el general José Rogelio Villarreal, el almirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Lami Dozo.

–Villarreal: «Señora, las Fuerzas Armadas se han hecho cargo del poder político y usted ha sido destituida»

–Señora de Perón: «¿Me fusilarán?»

–Villarreal: «No. Su integridad física está garantizada por las Fuerzas Armadas»

Luego, ella se extendió en un largo parlamento. «Debe haber un error. Se llegó a un acuerdo con los tres comandantes. Podemos cerrar el Congreso. La CGT y las 62 me responden totalmente. El peronismo es mío. La oposición me apoya. Les doy a ustedes cuatro ministerios y los tres comandantes podrán acompañarme en la dura tarea de gobernar».

En un momento de la conversación, amenazó con que iban a «correr ríos de sangre» por el país a partir de su destitución, de la movilización de los sindicatos y de las manifestaciones populares. Dijo que las Fuerzas Armadas no iban a poder contener la protesta popular por su caída. Como toda respuesta, se le dijo: «Señora, a usted le han dibujado un país ideal, un país que no existe».

En esos minutos, otro alto oficial se comunicó con los comandantes generales. Les pasó la contraseña: «La perdiz cayó en el lazo». Isabel Martínez de Perón había sido detenida.

Mientras Isabel hablaba con los tres delegados militares, se mandó a buscar a «Rosarito» (la empleada que la acompañaba desde España) a Olivos. Previamente se le había ordenado que hiciera dos valijas con ropa para la señora. A la 1.50 un avión de la Fuerza Aérea partió con la ex presidente, en calidad de detenida, a Neuquén.

A las 10.40 de la mañana, la Junta Militar asumió el poder, en medio de una gran tranquilidad pública.

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