La decisión más difícil de Cristina y la venganza del presidente abandonado

Redoblarán la presión para bajar a Scioli, mientras la vicepresidenta deshoja la margarita entre Massa, De Pedro y Kicillof; la mira en el FMI y la bronca que se acumula con Fernández

Por: Martín Rodríguez Yebra

Nunca le había costado tanto reescribir la historia. Cristina Kirchner enterró el Frente de Todos como si fuera una marca contaminada por haber sido el vehículo que llevó a Alberto Fernández a la Casa Rosada. Pero la operación “este gobierno no ocurrió” choca con un obstáculo que es inmune al acto burocrático de un rebranding electoral: el presidente abandonado entrega sus horas hábiles a la módica venganza de desnudar que su mentora ya no tiene el poder del que alardea.

Alberto y Cristina libran una batalla de rencores que alarma a los peronistas pragmáticos, cuyo norte siempre es ganar elecciones. “Nos están llevando a una derrota por ser incapaces de sentarse a pensar la mejor estrategia”, rezonga un cacique provincial que teme por los efectos nocivos de unas primarias en este oficialismo que debe gestionar una crisis económica potencialmente explosiva.

Con Máximo Kirchner como negociador a cara de perro, Cristina maniobrará una semana más para derrumbar antes del cierre de listas el sueño presidencial de Daniel Scioli, a quien identifica como un instrumento de Fernández para desafiarla. Las presiones de escritorio fueron una primera etapa de la ofensiva en el naciente Unión por la Patria. Ahora continuará con la acción directa sobre intendentes y gobernadores para que entorpezcan el armado de listas locales a los delegados sciolistas.

El gran drama de Cristina es que la tozudez del presidente que ella inventó en 2019 deja en evidencia los límites de su conducción política. Carece de herramientas para jugar al efecto sorpresa y demora hasta el límite legal la selección de un candidato presidencial porque solo le quedan opciones con demasiadas contraindicaciones para sus intereses.

Encerrada en Santa Cruz, con su hijo en zona, da vueltas entre Sergio Massa, Wado de Pedro y la alternativa de última instancia que sería Axel Kicillof. Son las cartas que tiene. Como dijo con sorna un kirchnerista desencantado: “Nos cantaron retruco con un 2 y nos dejaron tecleando”.

Unión por la Patria lleva en su ADN el signo de la división. La propia partida de nacimiento de la nueva alianza, presentada el miércoles en la Justicia, está escrita desde las tripas como una impugnación a Fernández antes que como una propuesta a la sociedad.

“La Argentina necesita ciudadanas y ciudadanos que cumplan con la plataforma del Frente de Todos”, dice el acta oficial que la coalición peronista entregó en los tribunales. Es decir propone volver a empezar, como el chico que reinicia un videojuego después del cartelito de game over. El texto, que Máximo Kirchner supervisó frase por frase, debate por momentos consigo mismo. Concede que la herencia de Macri, la pandemia, la guerra y la sequía fueron condicionantes (pedido de los negociadores albertistas), pero sentencia a punto seguido: “No menos cierto es que gobernar requiere responsabilidad y coraje a la hora de tomar decisiones”. Y exige “ser capaces de establecer cuáles son las prioridades y los intereses a representar a la hora de gestionar el Estado”.

Aníbal, Alberto y la furia de Cristina

Alberto Fernández, que parece divertirse indignando a los kirchneristas, se declaró fundador de Unión por la Patria, pese a que la plataforma que ofrece simula ser una refutación en toda ley a sus cuatro años de gobierno. Lo mandó a Aníbal Fernández a “hacer trabajos de todo tipo” (como le gusta decir al ministro sugestivamente sobre lo que le pedía CFK) que impidan a Cristina, Máximo y a su aliado Massa desactivar la competencia en las PASO.

Su advertencia de que iría a la Justicia si Máximo insistía con poner requisitos incumplibles para las primarias enardeció a Cristina. “Amenazan con recurrir al partido judicial”, bramó en su discurso del jueves en Santa Cruz. Sonó a un grito de resignación, recuerdo amargo de la época en la que una declaración como esa hacía volar a un ministro del Gabinete. Aníbal, que se cobra viejas deudas, se permitió llamarla “caprichosa” y juega a ser el azote de La Cámpora. Máximo le respondió por Twitter, en un loop que parece interminable. El tironeo sigue con foco en la provincia de Buenos Aires, donde a Scioli se le va a complicar muchísimo anotar listas propias.

En aquel discurso en el Sur fue sintomático escuchar a Cristina preguntar: “¿En serio vivían mal cuando gobernábamos nosotros?” Hablaba de la década pasada no de ahora. Insistió en que la culpa hay que cargársela a los funcionarios que “manejan la economía y la tarasca”.

El relato del fracaso tiene un agujero lógico. Si ella pretende liderar la oposición interna al Gobierno, ¿cómo explica que esté desojando la margarita entre el ministro de Economía y el del Interior para armar la fórmula presidencial? En su visión, el culpable de todo es Martín Guzmán, antecesor de Massa. Pero, ¿es posible venderles a los votantes que el tiempo actual es solo una transición de emergencia? Máximo llegó a escribir en un comunicado ardiente del PJ bonaerense que quienes se le oponen actúan como si quisieran “la desaparición del peronismo” y les sugirió con ironía que pusieran “la misma dedicación en recuperar el poder adquisitivo de los ciudadanos”.

Ese mensaje hizo un enorme ruido fuera de la trinchera kirchnerista, incluso entre sus aliados. “Nos van a llevar a una guerra interna innecesaria. Hay que asumir que gobernamos todos, mirar para adelante. Le están haciendo la campaña a la oposición”, se lamenta un intendente del conurbano que quiere “paz para ganar”, con o sin lista única.

Es parte de un peronismo neutral que se indigna con los niveles de tensión interna. Ven tres fenómenos que podrían beneficiarlos si se ordenaran y dejaran de lado la autoflagelación. Primero, que el PJ sigue acumulando triunfos en el interior del país. Segundo, las dificultades que enfrenta Juntos por el Cambio por su encarnizada lucha de liderazgo. Tercero –y en esto coinciden con los datos de la coalición opositora- Javier Milei entró en los últimos 10 días en una meseta, que se ahonda con el traumático proceso de armado de listas, las denuncias mediáticas de sus exaliados y los malos resultados de sus candidatos provinciales.

“Los ministros son ellos”

Scioli tiene una narrativa para trabajar. Quienes hablan con él cuentan que suele responder a los que lo asocian a la gestión de Fernández: “Los ministros son Massa y Wado. Si alguien tiene que explicar lo que hace el Gobierno son ellos. Yo solo soy un embajador”.

El exgobernador tiene un master en irritar a los jefes kirchneristas sin nunca cuestionarlos frontalmente. En el campo de Cristina se enloquecen al conocer detalles de su relación estrecha con Guzmán. Comparten comidas, juegan partidos de paddle juntos y mantienen un contacto por chat casi permanente. En la Casa Rosada hay quienes ubican al exministro como posible candidato legislativo en la provincia de Buenos Aires en la lista de Scioli. El surrealismo electoral podría derivar en que después entrara a la lista definitiva de Unión por la Patria, producto del reparto de posiciones que surja de las PASO. Sería too much para Cristina.

Guzmán lo nutre a Scioli de cuadros sobre el desempeño económico que muestran cómo creció la inflación y se derrumbaron las reservas en dos momentos específicos de 2022: cuando Máximo Kirchner renunció a presidir el bloque de diputados del oficialismo en rechazo al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y cuando la presión de Cristina lo llevó a él a renunciar al Palacio de Hacienda.

Lo de Guzmán es un dedo en la llaga para Cristina. Lo detesta porque dice que la engañó en las negociaciones con el FMI. “Yo advertí: «Ojo con lo que se firma, ojo con lo del Fondo porque el Fondo es esto…». Me dijeron: «Tranquiiiila, Cristina, está todo bajo control»”, relató el jueves.

Hoy ella le da aval político a la gestión de Massa, atada al FMI. Argumenta que “la Argentina está con una 45 en la cabeza” por lo que firmó Guzmán. Alberto Fernández la contradice en cada ocasión que tiene, como hizo esta semana en una larguísima entrevista que les concedió a tres alumnos de secundario. Fue un minucioso retrato autoexculpatorio en el que se le chispoteó la admisión de que su imagen sufrió una “destrucción” en los últimos tiempos. Se ofrece como una suerte de pacificador incomprendido: “Me confunde, ¿no era que querían que me baje para que hubiera PASO?”, les dijo a los chicos.

El FMI y la suerte de Massa

Por mucho que le pese, Cristina mira al FMI antes de anunciar su jugada electoral definitiva. La reclusión en el Sur con su hijo busca enfatizar dónde residirá la decisión del oficialismo, más allá de que esta vez nadie espera que la comunicación sea un alarde de poder como ocurrió en 2019 con el tuit que entronizó a Fernández.

Massa no baja sus pretensiones de ser el elegido. Apura el acuerdo con el FMI que le garantice fondos suficientes para soportar una corrida cambiaria antes e inmediatamente después de las PASO. Es su instrumento para reclamar el trono (o al menos la cabeza de la lista principal). Corre contra el reloj. El lunes deberían partir hacia Washington los negociadores de Economía y el ministro espera cerrar un trato antes del fin de semana. El cierre de listas es el último minuto del sábado. En el medio caen dos vencimientos por 2700 millones de dólares que el Banco Central no tiene.

“Si el lunes sale ese avión es que el acuerdo está encaminado y hay que ponerle una ficha a Massa”, dice un ministro (no massista) que participa de la rosca peronista para construir las listas. El massismo se ilusiona con un estancamiento de la inflación (aunque la ligera baja del último mes respondió en realidad a un dólar planchado a fuerza de intervenciones oficiales y a bajas estacionales de los alimentos frescos). Funcionarios de Economía dicen que se puede mantener esa tendencia. “Hay consumo alto y van a llegar los dólares del FMI. Se puede ganar si presentamos una oferta competitiva”, argumentan. En fe y optimismo le compiten a Scioli cabeza a cabeza.

El kirchnerismo duro plantea enormes dudas. La principal: ¿se resignará Cristina a que haya unas PASO entre dos candidatos –Massa y Scioli– que no son de su círculo íntimo y que en el imaginario colectivo se presentan como algo distinto de ella?

El desafío albertista le recorta el margen de acción. Sin Scioli en la cancha era más fácil vender un acuerdo con Massa, acompañado de un kirchnerista más nítido.

De Pedro creció pero no lo suficiente. Es el único de los participantes del casting de Cristina que hace campaña abiertamente. Pero atarse a él es un riesgo que aún la vicepresidenta no se resigna a asumir. Solo por eso Kicillof sigue en la ruleta presidencial, a pesar de que enfoca todos sus esfuerzos en su plan reeleccionista en Buenos Aires. Tiene a los intendentes del conurbano como aliados que le calientan el oído a Cristina para que no desarme la oferta provincial.

La presión final sobre Scioli en la Provincia será un paso previo a la presentación del candidato kirchnerista, que se prevé entre el martes y el jueves, cuando esté más clara la negociación con el FMI y llegue la última tanda de encuestas que encargó la vicepresidenta.

En el peronismo sugieren poner el ojo en la Junta Electoral Nacional de Unión por la Patria, el órgano de cinco integrantes que debe revisar si los precandidatos cumplen los requisitos para inscribirse. El kirchnerismo tiene mayoría asegurada con Héctor Recalde, la camporista Luana Volnovich, la vicegobernadora Verónica Magario y Sergio Zurano, un hombre de Martín Sabbatella. Para cualquier conflicto, el árbitro con firma autorizada es Gildo Insfrán. Tiene su corazoncito con los Kirchner, pero no quiere problemas con el Presidente antes de las elecciones en las que buscará su octavo mandato como gobernador de Formosa. Una garantía democrática.

Los gobernadores justamente son actores que pueden ser clave en las horas finales. Hace dos semanas habían exigido lista única y no volvieron a hablar. Esperaban dos elecciones para volver al ruedo antes del cierre de listas.

La primera fue la de Tucumán, donde emergió fortalecido Juan Manzur del mar de clientelismo explícito con el que garantizó la continuidad del peronismo en el gobierno. Ahora sueña con estar en una fórmula nacional. La otra era la PASO de este domingo en Chaco, donde Capitanich aspiraba a mostrar músculo político.

La desaparición de Cecilia Strzyzowski sacó de la discusión nacional al gobernador norteño, aliado dilecto del clan piquetero acusado de asesinar y descuartizar a la joven de 28 años. Capitanich se declaró víctima de “injurias y calumnias”, condenó el hecho sin pronunciar el nombre de los detenidos y siguió con su campaña, desprovisto del más mínimo sentido de la empatía hacia la familia de la mujer.

Lo acompañaron con el silencio y frases apenas de compromiso el Presidente, la vicepresidenta y los principales actores del oficialismo nacional. Una amarga constatación de que al fin y al cabo en Unión por la Patria no todo es división.
Martín Rodríguez Yebra

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