La pérdida del valor del peso y la caída del empleo privado formal encogen la histórica columna socioeconómica del país y engrosan las filas de pobres e indigentes. Cifras y símbolos del fenómeno.
Por Sergio Serrichio
La última actualización de la Dirección de Estadísticas y Censos de la Ciudad Autonóma de Buenos Aires (CABA) sobre el ingreso necesario para que una familia tipo califique como “clase media-media”, $103.000 al mes y tener vivienda propia, debe haber shockeado a muchos integrantes de la población que se autopercibe en esa condición.
Después de haberle quitado 13 ceros a la moneda en los últimos 52 años, la Argentina se encuentra otra vez en una situación en que su unidad monetaria equivale a poco más de medio centavo de dólar, su billete de mayor circulación (el de $100) vale poco más de 50 centavos y el de máxima denominación (el infante billete de $1.000, con menos de 4 años en la calle) permite comprar menos de 6 dólares al cambio libre. De resultas, un ingreso mensual de 6 dígitos ya no garantiza salir de la pobreza o pertenecer a la clase media.
De hecho, como recientemente precisó el “changómetro” de la Fundación para el Desarrollo Agropecuario de la Argentina, FADA), el billete de $1.000, que recién nacido bancaba un asado para 4 familias (ó 4 asados por hogar), ahora no alcanza para uno de una familia. Y mientras hace menos de 4 años llenaba un tanque de nafta, hoy adquiere solo 10 litros.
Entre diciembre de 2019 y el 30 de junio últimos el número de billetes de $1.000 en circulación pasó de 312 millones a 1.052 millones
Hace 3 meses, Infobae reveló que la cantidad de billetes en circulación, pegados a lo largo, podían dar 6 vueltas a la Tierra. Desde entonces, ese volumen menguó, pues se imprimen casi exclusivamente los de $1.000, por aceleración de una tendencia previa. Entre diciembre de 2019 y el 30 de junio últimos el número de billetes de esa denominación en circulación pasó de 312 millones a 1.052 millones (aumentó 237%), bien por encima del ritmo de emisión de los de $500 (46%), y más aún de los de $200 (34,4%) y de $100 (10%). En tanto, se paralizó el resto de las demás denominaciones, excepto la de 20, tal vez por las funciones de “cambio chico” de un papel que a principios de 2018 era equivalente a un dólar.
Vil papel
El envilecimiento de la moneda va a la par del empobrecimiento de la clase media. Históricamente, la percepción de pertenencia a la clase media duplica la condición real de familias y personas, si esta se mide por nivel de ingreso, coinciden un politólogo como Julio Burdman, profesor de la UBA y director de la consultora Observatorio Electoral, y Guillermo Oliveto, CEO de la consultora W, auscultador sistemático del consumo en la sociedad argentina.
El reciente informe de la oficina de estadísticas porteña presenta una estratificación algo más compleja que la histórica división clases alta-media-baja e identifica, por niveles de ingreso, 6 situaciones, a partir de las familias indigentes; aquellas que, para un “hogar-tipo” de 4 personas, perciben menos de $35.340 al mes, valor en julio de la “Canasta Básica Alimentaria” (CBA).
Siguen luego los “pobres no indigentes”: cuyo ingreso familiar supera el valor de la CBA, pero no llega al de la “Canas Básica Total” (CBT), de $66.545 por mes. Un peldaño arriba están los “no pobres vulnerables”, de ingreso familiar, superior a la CBT, pero inferior al conjunto de “canastas de consumo” o “Canasta Total” (CT), de 82.212 pesos.
Luego aparece el “sector medio frágil”: gana entre 100% y 125% el valor de la Canasta Total (entre $82.212 y $102.764 al mes, siempre para una “familia-tipo” de 4 personas) y está muy expuesto al zarandeo de la economía. Recién entonces se llega a la clase media-media o consolidada, rango amplio que va desde casi $103.000 a casi $328.847, por sobre el cual se ubican las “clases acomodadas”.
En CABA la clase media-media o consolidada, tiene un rango amplio de ingreso que va desde casi $103.000 a casi $328.847, por sobre el cual se ubican las “clases acomodadas”
Una década de estanflación y tres años y medio de recesión han producido una pérdida de actividad y empleos y una licuación del poder adquisitivo de los ingresos que aniquiló la clase media y engordó las filas de pobres e indigentes a casi la mitad de la población argentina.
Un trabajo de Jorge Vasconcelos y Laura Caullo, del Ieral de la Fundación Mediterránea, precisa al respecto que con una inflación acumulada del 40,4% al primer trimestre de 2021 respecto de igual período del año previo, la pérdida de salarios reales fue desde 2% en Tierra del Fuego a 10% en Neuquén, con un promedio de caída del 3,8%, considerando los índices de precios regionales.
Además, al incluir el número de empleos registrados, los investigadores detectaron una baja de la masa salarial del orden del 6% interanual en términos reales. Peor aún: al abarcar la última década, los economistas verificaron que la caída de poder adquisitivo del salario fue desde 4% en San Juan y Formosa hasta 27% en Tierra del Fuego, con un promedio de reducción del 8%. Y al focalizar la evolución de la masa de ingresos formales, que depende de los salarios pero también del empleo, para el período 2011-21, observaron contracciones del poder adquisitivo desde 26% en Catamarca, con varias provincias que registran pérdidas superiores al 20%, la mayoría pérdidas de dos dígitos y una sola mínima ganancia del 4% en Neuquén, producto del ondulante y frágil boom de ingresos en torno de la explotación Vaca Muerta.
No podía ser de otra manera, ya que el número de puestos de trabajo registrados también disminuyó en 442.000 puestos a nivel nacional (más de la mitad en el último año) respecto al primer trimestre 2018, con pérdidas de dos dígitos de la masa salarial en todas las jurisdicciones del país.
En semejante contexto, la clase media, históricamente orgullo y columna socioeconómica de la Argentina, encoge al ritmo que se ensancha no solo la pobreza, sino también la “intensidad” de la misma, como los sociólogos llaman a la brecha entre el ingreso promedio de un pobre o familia pobre y el umbral para dejar de serlo, que la última Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec precisó en nada menos que 42% para el segundo semestre 2020, y se estima subió a 45% entre octubre y diciembre últimos. Tal la magnitud del aumento de ingresos que necesita un pobre promedio para dejar de serlo.
“Ahora el drama es poder pagar los gastos”, dijo Burdman, que acuñó el término “cincuentaluquistas” para referirse al salario de quien trabaja en un call center o en la caja de un supermercado y queda en la exacta frontera entre pobre y clase media, si no tiene que pagar alquiler, uno de los costos que más aumentó en el último año. “La idea de economía del hogar quedó desfasada; en CABA hay mucho hogar habitado por una sola persona”, explicó Burdman a Infobae. Más asombroso aún, dijo, es que los $150.000 que la Asociación Argentina de Marketing marca como umbral del C1, segmento otrora apetecido por marcas y publicidades, apenas si alcanza para comprar una notebook de gama media.
Cincuentaluquistas
El “cincuentaluquistas” es una suerte de espejo del “mileurista” europeo, pero con mucho menor poder adquisitivo, debido a dos tendencias de largo plazo, explicó Burdman a Infobae: la baja de ingresos y la devaluación del peso (inflación), que hace que estemos “regalados en dólares” en un momento histórico en que varios de los bienes de la canasta de consumo de clase media están dolarizados: teléfonos, abonos, chiches electrónicos.
“En los 80 las canastas de consumo (entre regiones) eran muy diferentes. Ahora la globalización de precios y la caída de ingresos relativos destruye la identidad de la clase media, que está viviendo de la capacidad instalada de períodos anteriores”, dijo Burdman. Puede desequilibrarla la simple pérdida de un celular, por no hablar de perder el empleo. Una “precarización de la vida cotidiana” que requiere, para no volverse pobreza crónica, una recuperación económica mucho más fuerte de lo que incluso los más optimistas del Gobierno avizoran.
“Algo tremendo en las encuestas es la cantidad de gente que reduce marcas y porciones de comida, otro el de alquileres y vivienda y otro el uso de los instrumentos tipo celular, computadoras en la vida cotidiana”, contó Burdman sobre la atribulada y aún autopercibida clase media.
El economista Orlando Ferreres, un escudriñador de la historia económica argentina, no recuerda un momento tan crítico para la clase media. Lo del 2001/2002, le dijo a Infobae, fue una explosión: muchísima gente cayó en la pobreza, pero luego hubo una recuperación rápida y una gran expansión del consumo. Muchos no salieron de la pobreza, pero hubo una etapa inicial de gran dinamismo. En los 80, la famosa “década perdida”, la economía y el PBI per cápita retrocedieron fuertemente, pero la clase media lograba mantenerse en esa condición. Hoy en día, en cambio, dijo Ferreres, “para la clase media es muy difícil mantenerse como tal, por el monto de los gastos fijos, desde las expensas de vivienda hasta la comida”.
“Lo que está sucediendo es como un cambio lento y permanente y una tendencia al estatismo que no contribuye a la ocupación: quieren estatizar el Acceso Oeste, estatizaron Pescarmona, quisieron estatizar Vicentin, hay empresas que se van, todo lo cual disminuye la creación de empleo”.
Los caminos de la vida
La clase media, dijo Ferreres, tiene ahorros para aguantar unos meses, pero después tiene muchas dificultades para poder mantenerse socialmente. “Hoy la pobreza está en 42% de la población y en aumento. Es al revés de la historia de “m’hijo el Doctor”, que la gente pasaba de pobre a clase media”, señaló. El gobierno es consciente del fenómeno, concluyó, pero no hace nada para que haya inversiones del sector privado que aumenten el empleo. Para amortiguar la caída, observó Ferreres, solo ofrece “planes”, que cristalizan que el receptor no es más -y quizá no vuelva a ser- de clase media.
Dentro de la clase media hay diferentes segmentos de ingreso, que se asocian a distintos recortes en sus consumos, dijo a Infobae Damián di Pace. “Tenemos una clase media asalariada privada o pública y otra autónoma, monotributista, comerciante, que en la pandemia vio caer sus ingresos y debió disminuir calidad y volúmenes de consumo: esto se ve reflejado en que en el core del negocio de supermercados está costando recuperar el volumen de ventas prepandemia”, contó el director de Focus Market. Lo mismo, explicó, sucede en las ventas minoristas en general: “caen en el acumulado de 2021 13,2% frente al 2019 que había sido un año muy malo para la economía y la clase media”.
No va más
La realidad, agregó di Pace, es que la clase media “histórica”, asociada a vivienda propia, auto, que manda los chicos al colegio privado, tiene algún resto para ocio y esparcimiento, vacaciona, sale cada tanto a cenar en familia y envía sus hijos a un club social, aprender idioma, informática o alguna otra actividad extraescolar “hace 4 años está en pleno deterioro, al punto de ya no percibirse como clase media. Lo peor es que tampoco ven al país con la condiciones económicas para salir de este escenario, invertir y recuperar el nivel de vida anterior”.
Los datos de venta de autos 0 Km, el bien que mejor expresaba las aspiraciones de clase media, reflejan la nueva realidad. Un estudio precisó al respecto que mientras en la Argentina el patentamiento de vehículos cero kilómetro registró en el primer semestre de 2021 un promedio mensual de 35.300 unidades, con una merma de 47,3% respecto del promedio de 2012/19, en Brasil la misma comparación arroja una caída de 26,5 % y en Uruguay una mejora de 2,9 por ciento.
Si además se anualizan los datos del primer semestre, se tiene que las ventas de cero kilómetro en la Argentina equivalen a 9,2 unidades cada 1.000 habitantes, cuando en Brasil y en Uruguay esa relación es actualmente de 10,1 y 15,1 cada 1.000, revirtiendo décadas de dominio argentino en términos de ese símbolo de la clase media que fue.
Claramente, el aumento de la nominalidad que provoca la persistencia de la inflación en el rango de dígitos altos al año se traslada a los ingresos de los familias, y genera la ilusión monetaria de que se está ganando más, afirmándose en los seis números, pero en realidad oculta la constante pérdida de capacidad de compra, y consecuente calidad de vida.