Pasó de ser ese hombre inclusivo, que les habló a todos y pidió colaboración, a este que desafía las relaciones institucionales, que reta a la gente, que se siente su “padre” y no su gobernante.
¿Es este Alberto Fernández el peor líder para enfrentar el peor momento?
Muchos comienzan a confirmar que sí. Pero esta conclusión no está basada en la capacidad intelectual, ni en la experiencia de gobierno de Alberto Fernández, condiciones que claramente ostenta el Presidente y, por supuesto, respetando la legitimad el origen que tienen él y su gobierno. Está fundada en sus actitudes provocadoras, sus permanentes desafíos a la verdad como estrategia para ocultar sus propios fracasos y su actitud altanera y soberbia posada sobre cimientos de algodón conformados por los escasos logros de su gestión frente a la pandemia.
Es inentendible que exista un Fernández que llama a privilegiar los acuerdos y a no politizar la pandemia, pero que cambia de opinión con facilidad asombrosa y en cuestión de horas. En la semana dijo, junto al intendente del Juntos por el Cambio de Tres de Febrero, Diego Valenzuela: “Pensemos en eso, en trabajar juntos. Olvidemos por un rato las diferencias, que cada uno toque su instrumento, pero hagamos el esfuerzo para lograr una sinfonía”. Horas después, en Avellaneda, junto al ministro de Desarrollo Territorial y Hábitat, Jorge Ferraresi, y el gobernador Axel Kicillof, el líder habló de “odio” como razón para que el gobierno anterior no terminara unas viviendas sociales.
“Es difícil saber cuál es el verdadero Fernández, siempre dice lo que el otro quiere escuchar y en seguida se desdice. El hombre es proteico, es demasiado flexible y siempre cambiante”, lo describe un referente del PRO cercano a Macri, en alusión a Proteo, un Dios del mar en la mitología griega capaz de cambiar su forma a voluntad.
Pero Fernández sigue cortando lazos de diálogo con su prosa carente de filtros y no duda en tratar de “imbéciles” a los opositores y hasta llegó a burlarse de ellos al retuitear una imagen en la que se ve él, junto a dos personajes, el jefe de Estado de la Federación Rusa, Vladimir Putin, y un gorila, en clara referencia a los antiperonistas, mientras inocula al animal ante la atenta mirada del premier ruso.
Inmediatamente, tras el debate que generó este posteo supuestamente gracioso del Presidente, el diputado Luis Juez criticó al mandatario: “Que alguien le quite el celular a Alberto Fernández y que deje de tuitear estupideces”. Luego calificó a la publicación como “el tuit de un pendejo adolescente que no tiene noción del daño que causa”. Con su clásico humor cordobés, con el que Juez suele hablar hasta de cosas serias, agregó: “Yo sé que sacarle el celular a Alberto es más difícil que sacarle la ametralladora a Rambo, pero alguien tiene que decirle que el país no se maneja por Twitter”.
Es que no se entiende cómo con 63.000 muertos que viene dejándonos la pandemia, que aún no llegó a su peor momento, el primer mandatario es capaz de hacer humoradas en una red social y justamente con las vacunas, un tema que encierra dos verdades incómodas para su propio gobierno.
La primera es la falta de dosis, uno de los mayores fracasos de su gestión, mucho más cuando nos enteramos de que su gobierno inexplicablemente rechazó la chance de contar con 38,5 millones de vacunas (13,5 millones de Pfizer y 25 millones del Fondo Covax de la OMS) y, la segunda, es el escándalo del vacunatorio vip, el hecho de corrupción más degradante que un gobierno aportará a la historia en mucho tiempo.
Respecto de las vacunas, bajo este delicado tema también vivimos un episodio donde la burla y la arrogancia fueron las formas de celebrar que utilizó el Presidente cuando la revista The Lancet publicó un informe con resultados de la tercera fase de la vacuna rusa. Fernández sorprendió a todos jactándose injustamente sobre quienes se manejan con datos científicos y no con respaldos políticos ni gacetillas de prensa. Dijo: “Me acusaron de envenenar a la gente y ahora me piden veneno para todos”, cometiendo un error garrafal en la comunicación oficial como es emparentar la palabra veneno con la vacuna. No es la mejor manera de generar confianza. Obviando también, que aún buena parte del mundo científico internacional duda sobre los resultados ante la falta de información sobre la Sputnik V, que esta semana sufrió un revés de parte de la agencia reguladora de medicamentos de Brasil (Anvisa) que se negó a autorizar la aplicación de la vacuna contra el coronavirus Sputnik V por considerar que le faltan datos técnicos para verificar su seguridad y eficacia.
En Rusia denuncian que Brasil tiene presiones de EE.UU. para no aprobar su vacuna, pero lo cierto es que la Sputnik V aún no fue aprobada por la FDA (Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos), ni la EMA (Agencia Medica Europa). Ni siquiera tiene luz verde de parte de la OMS (Organización Mundial de la Salud). Con estos antecedentes: ¿Por qué el mundo científico o la misma sociedad no habría de hacerse preguntas alrededor de su eficacia?
La historia detrás de la compra a Rusia de las Sputnik V sigue abierta y con polémicas con las que el Gobierno deberá acostumbrarse a convivir, pero claramente que el Presidente se mofe de esas dudas no es la respuesta necesaria para este momento de incertidumbre.
Fernández es el presidente que reta ante la imposibilidad de convencer: “Querían salir a correr, salgan a correr. Querían salir a pasear, salgan a pasear. Querían locales de ropa abiertos, abran los locales. Pero estas son las consecuencias”. Y siempre ve la culpa en otro, nunca asume un error. Muchos recuerdan que ante los primeros síntomas del fracaso de su gestión anti-pandemia hizo pública una charla privada con el expresidente Mauricio Macri y denunció que este le pidió: “Que se mueran los que tengan que morirse”. ¿Cómo se recompone un diálogo hoy necesario con un líder opositor después de semejante acusación que jamás podrá comprobar?
El analista político Carlos Fara cree que la actitud confrontativa y desafiante de Alberto Fernández “le juega en contra, porque fue elegido para la moderación, que al principio de la pandemia le dio buenos resultados en su imagen”. Y agrega respecto a este cambio de comportamiento más vehemente: “En parte se debe a una cuestión de su personalidad, fue perdiendo la paciencia ante un clima general muy complicado y, en parte, actúa así para que en el cristinismo no lo traten de tibio”.
El analista Jorge Giacobbe es aún más lapidario: “Alberto llegó a tener 68% de aprobación por algunos atributos de identidad que fue dejando de lado y que le costaron perder 40 puntos”. Los detalla: “Fue dejando de lado la empatía: al principio se conectó con las necesidades sanitarias de la sociedad, pero cuando se agravaron los problemas económicos, las angustias, las necesidades se desconectó, dejó de ser un hombre que se recostaba en la ciencia con datos puntuales para basar sus argumentos en ejemplos, como que le contaron que los chicos se tiran los barbijos por la cabeza. Dejó de ser coherente y se volvió un incoherente absoluto, dejó de ser predecible anunciando el cierre de las clases presenciales cuando nadie lo esperaba, dejó de hablar desde el nosotros para hablar desde el yo, pasó a querer ser el macho Alfa de la manada, aunque no le da el piné, pero lo intenta y le está saliendo muy mal, toma decisiones porque cree que él tiene espaldas para bancársela, estaba ajustado a derecho y hoy está polemizado, ya no construye políticas ni figuras y, a las que construyó, enseguida las desautorizó”.
En muchas democracias alrededor del mundo se conformaron comités estratégicos para la compra de vacunas, para analizar la marcha de la pandemia y para adoptar soluciones. Todas ellas cuentan con la participación de opositores, científicos críticos, referentes sociales. Los líderes adoptan medidas anticipatorias como fue ante la inminente llegada de la segunda ola la reserva de oxígeno medicinal, preocupación central hoy en nuestro país que las autoridades no supieron anticipar, gestionan a futuro en base a los antecedentes inmediatos. No juegan a desafiar la realidad, ni hacen humoradas en las redes sociales. Pero, principalmente, la pandemia los ubica en la búsqueda permanente de consensos.
En esos líderes no aflora la jactancia encuadrada en discursos desafiantes y no construyen realidades sobre datos y comparaciones irreales, eso sí, de a poco, están obteniendo mejores resultados que los nuestros.
Daniel Santa Cruz (La Nación)
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