En su larga entrevista con AP, aunque habló muy poco de su país, no ocultó que le duele su realidad actual.
Elisabetta Piqué
CORRESPONSAL EN ITALIA
ROMA.- En los últimos años, consciente de cómo sus palabras, en su país, muchas veces fueron y suelen ser tergiversadas o usadas por un lado o por el otro en un marco de enorme polarización, el papa Francisco había evitado hablar de la Argentina.
Quizás porque le duele cada vez más lo que está pasando en su tierra, aunque fue “en passant”, en el marco de una larga entrevista con AP que tuvo otros temas centrales, esta vez sí habló. E hizo un diagnóstico durísimo.
En una parte de la conversación, en la que habló de los duros problemas de América Latina y ante una pregunta sobre la Argentina, Francisco no ocultó su amargura ante la “impresionante” inflación y ante la creciente pobreza en el país.
Sabiendo que lo que estaba por decir iba a causar ruido –como efectivamente sucedió-, al pronunciar esas pocas palabras quiso destacar que no estaba haciendo política, sino poniendo sobre la mesa datos. “La Argentina, en este momento, no hago política, leo los datos. Tienen un nivel de inflación impresionante. En el año ‘55, cuando terminé mi escuela secundaria, el nivel de pobreza de la Argentina era del 5%. Hoy está en el 52, creo. ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? Mala administración, malas políticas”, disparó.
De 1955 hasta hoy pasaron casi 70 años, diversos gobiernos, incluso dictaduras, por lo que sería deshonesto decir que el Papa quiso echarle la culpa a unos u otros.
El exarzobispo de Buenos Aires no señaló de dónde sacó ese dato del 52% de pobreza, superior a recientes mediciones oficiales; según datos del Indec, la pobreza infantil alcanzó el 50,9%. Aunque el propio Francisco, de 86 años y famoso por su buena memoria, reconoció que no estaba seguro de ese 52% de pobreza. “Creo”, dijo, en efecto.
Más allá de eso, es bien sabido que el Papa tiene información de primera mano de su país y que vive con gran desasosiego la situación que afecta a los pobres, prioridad de su pontificado. Francisco está en permanente contacto con sacerdotes, curas villeros y obispos –recientemente incluso estuvo en Roma monseñor Oscar Ojea, presidente del episcopado-, que le cuentan con detalle cómo se ha ido deteriorando y haciéndose cada vez más dramática la situación social en la Argentina.
“Fue doloroso, no volvía a vivir a mi barrio de Retiro desde hacía más de 40 años, pero cuando ahora me quedé ahí dos días en un departamento, ver a la gente, chicos, durmiendo en la calle, sobre la vereda, fue algo shockeante”, comentó a LA NACION un sacerdote argentino cercano al Papa, que trabaja en el Vaticano, que acaba de volver a Roma después de unas vacaciones en la Argentina.
En sus casi diez años de pontificado, el Papa siempre se mantuvo informado de su país también a través de amigos, familiares y demás conocidos -de todo tipo- que lo visitan o hablan por teléfono con él. Y, como en un “in crescendo”, se fue preocupando cada vez más por su patria.
Tanto es así que, en los últimos años, incluso intentó ayudar y en forma concreta, apelando a su enorme credibilidad internacional ante figuras de relevancia como pueden ser el presidente norteamericano, Joe Biden, o la excanciller alemana Angela Merkel. Para que su país pudiera lidiar con el lastre de su gigantesca deuda externa, hizo de anfitrión, en el Vaticano, de sendos encuentros donde pudieron verse cara a cara y avanzar en una difícil negociación, la directora general del Fondo Monetario Internacional (FMI), la economista búlgara Kristalina Georgieva, y el exministro de Economía Martín Guzmán.
En su diálogo con AP, en el cual la Argentina ocupó una parte ínfima de la entrevista, el Papa no dijo nada de eso. Nunca lo diría. No mencionó a ningún político, sino que se limitó a aportar, como dijo, “datos”, que seguramente le duelen. Y que, finalmente, no importa si son precisos, o no, porque cuando se trata de pobreza no se trata de números, sino de personas de carne y hueso, de familias, de madres, de hambre, que se da, paradójicamente, en un país inmenso y rico en recursos.
De hecho, apeló a su clásico sentido del humor porteño para intentar explicar el por qué del desastre en su tierra. “No sé si usted sabe esa historia teológico cultural, que los ángeles custodios de los países se fueron a quejar a Dios y le dijeron a Dios: ‘Padre, tú fuiste injusto con nosotros, porque -se van a enojar, eh, con esto-, porque a cada uno de nuestros países le diste una riqueza: ganadería, agricultura, minería. Y a los argentinos les diste todo, todo. Tienen toda la riqueza’, y dicen que Dios pensó un poco. ‘Pero para equilibrar, le di a los argentinos’”, contó. “Que no se enojen, es un chiste. Yo soy argentino, me río, pero algo de verdad hay. Por ahí no terminamos de llevar adelante nuestras cosas”, agregó, sin ocultar amargura, decepción.
Bergoglio, que la semana que viene volverá a África (visitará a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur), ante otra pregunta confirmó, además, que no tiene ningún plan de viaje a la Argentina.
“No, por el momento no. Estuvo programado en 2018. Chile, la Argentina y Uruguay. Noviembre. ¿Qué pasó? Que Michelle Bachelet terminaba y estaban las elecciones para elegir al sucesor. Y yo quería ir ahí estando Michelle. Entonces lo pasamos a diciembre, pero ya caer en enero en la Argentina, uno no encuentra ni al perro en la calle. Enero es como el agosto romano. Entonces, si usted recuerda hicimos Chile y Perú. Y después ya no se programó más”, dijo, al reiterar una explicación que ya había dado en otras ocasiones.
Se trata de un “no viaje” a su tierra cuya causa remota se encuentra en esa polarización extrema que padece su país que, como los datos de pobreza e inflación, le duele.