La presión de los intendentes y Grabois. El rol clave de los barras bravas y punteros. Por qué Carrió mira al Vaticano.
El negocio de los barrabravas y de los punteros políticos también se cortó abruptamente el 19 de marzo, cuando el Presidente decretó el inicio de la cuarentena. «Pasaron a ser mano de obra desocupada dispuesta a hacer cualquier cosa», dice un experimentado intendente de un distrito caliente del Conurbano. Hasta entonces, el negocio podía comprender la reventa de entradas, el manejo de estacionamientos, micros y la comercialización de drogas en acontecimientos políticos y deportivos. Hoy, parte de la recaudación pasó a ser el manejo de tierras, un submundo en el que convergen con abogados y contadores inescrupulosos y familias desesperadas que no tienen dónde vivir o buscan la ocasión para huir del hacinamiento de los barrios populares por miedo al coronavirus.
El lucro y la necesidad extrema se combinan y se expanden en varios puntos del país y hacen foco en el Conurbano, que a la vez es la zona más afectada por los contagios y muertes de la pandemia. La pasividad política y judicial, la recesión económica y el déficit habitacional propician la escalada.
Las usurpaciones tienen dos modelos. Por un lado, familias o grupos de vecinos que ingresan por sus propios medios en casas o terrenos desocupados y resisten hasta que la ley o sus dueños los puedan sacar. Por otro, se afianza una variante más sofisticada que se abre camino a tiros y sangre por organizaciones que estudian y planifican los ataques, los ejecutan (en general de madrugada) y luego venden o alquilan los lotes.
Quienes se mueven en los bajo fondos cuentan que las tomas en la provincia de Buenos Aires que se concretaron durante la cuarentena tuvieron un antes y un después el 22 de agosto. Ese día, en una disputa por unos terrenos en Moreno, hubo un tiroteo y asesinaron a Saviolita Núñez, el jefe de la barra disidente de River. Saviolita había llegado en una camioneta 4×4 junto a otros dos autos y un grupo de barras. Se bajó del vehículo armado y con un guante de box puesto. Lo recibieron a balazos. Un patovica, presunto instructor de tiro, lo mató con una Bersa Thunder 9 milímetros.
La Fiscalía 2 de Moreno aún no pudo determinar si los barras concurrieron para liderar una toma o para intentar auxiliar a un amigo que había sido usurpado. No fue el lugar más grande ni el único en el que ocurrió un hecho de estas características, pero esta vez, como murió un barra conocido, fue noticia. Desde entonces, la violencia no para de crecer.
Los usurpadores entienden que es poco lo que se consigue sin ensuciarse las manos. La necesidad ajena es vista como una oportunidad. A una facción de la barra de Los Andes, por ejemplo, -cuyos cabecillas tienen vínculos con la de Boca- se la acusa de haberle cobrado a una familia por un pedazo de tierra en la zona sur del GBA y, tiempo después, de haber exigido una cifra mayor a sus verdaderos dueños para desalojarla.
Después de varias semanas de cavilaciones, de discursos contradictorios y, sobre todo, luego de una impresionante toma de más de 100 hectáreas en Guernica, en el partido de Presidente Perón, el Gobierno comenzó a ensayar una salida. En la administración nacional y en la de Axel Kicillof, los ministros se sorprendieron al ver el último paisaje que exhibió un trabajo fotográfico de la agencia AFP. Las fotos aéreas muestran un descampado gigante, con más de 2.500 familias que se fueron instalando con carpas o construcciones precarias hechas con chapas, palos, maderas, telas y hasta bolsas de nailon.
La Casa Rosada pidió censar a los ocupantes y podría destinar recursos para que muchos sean trasladados. Hay consenso en que los vecinos tienen que ser desalojados, aunque se discute el modo y, en algunos casos, si ya no es demasiado tarde. Las agrupaciones sociales y sectores de centroizquierda dicen que tiene que ser sin represión y brindándoles a los ocupantes algún tipo de beneficio. A algunos funcionarios y alcaldes esos razonamientos les ponen los pelos de punta.
Se entiende. El Frente de Todos es un vasto universo que contiene a caudillos provinciales y municipales de la derecha peronista y al Partido Comunista, a Juan Grabois y a Sergio Berni, al Movimiento Evita y a la Cámpora, a discípulos de Raúl Zaffaroni y a Sergio Massa. A actores que se dividen entre la tolerancia cero de Rudolph Giuliani y el legado filosófico de Michel Foucault.
Grabois fue el primero en advertir que había «un montón de tomas, por todos lados» y vaticinó que se iban a profundizar por la crisis. Cuando, útimamente, en la Casa Rosada se menciona su nombre, hay quienes dicen que se trata de un militante marginal («sin ningún cargo») como si no representara a una sector del Frente de Todos o no mantuviera -como mantiene- reuniones periódicas en el Instituto Patria. O como si no intercambiara conversaciones con el propio Alberto.
En los últimos días, desde la cima del poder tuvieron contactos con él para intentar pulir el relato. Cristina está incluso más inquieta que el primer mandatario. Es la que mejor interpreta que una chispa en el Conurbano puede generar un tembladeral difícil de detener. Teme por ella, pero también teme por Kicillof. Máximo Kirchner elevó el reclamo a Olivos. Los intendentes le habían planteado la queja a ambos. «Si Axel se sigue parando en una zona gris nos van a tomar la provincia», contó uno de los alcaldes peronistas.
Grabois canceló entrevistas, aunque escribió una carta por Facebook para desarrollar su punto de vista. Dijo que odia las tomas, aunque las avaló. «Ocupar no es usurpar», escribió, y cruzó a los dirigentes «del espacio político al que todavía pertenezco de apresurarse a decir que las ocupaciones de tierra son delito». Dio a entender que muchos se sienten atraídos por posiciones similares a las del macrismo y se preguntó por qué el Estado «no puede garantizar un lote para cada familia».
El coordinador del Frente Patria Grande tiene sintonía discursiva con el Movimiento Evita, que -a través de Fernando «Chino» Navarro y de Emilio Pérsico- cuestionó muy duro a Berni y a Massa por sus posiciones inflexibles y los acusó de estar «en campaña». Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete, sostuvo puertas para adentro que era un papelón estar a los gritos en un estudio de TV, después de un feroz cruce en el programa de Jonatan Viale, en A-24, donde Navarro y Berni amenazaron mutuamente con denunciarse.
No será fácil la convivencia. Navarro tiene una organización poderosa detrás y ocupa un despacho como funcionario en el primer piso de la Casa Rosada, desde el que, con solo caminar cien metros por un pasillo angosto, puede tocar la puerta de la oficina del Presidente. Berni cuenta siempre con el guiño de Cristina. Kicillof no puede controlar ni sus palabras ni sus acciones. «Ese muchacho está loco», dicen en su entorno.
La oposición pareció pasar a segundo plano en la cuestión de las tomas, no porque no se haya expresado, sino porque el kirchnerismo eclipsó la discusión. El paraguas del Frente de Todos aglutinó oficialismo y oposición. Así lo interpretó Elisa Carrió cuando, manipulando el control remoto en busca de Netflix, se topó con una entrevista a Berni en TN Central. A los pocos segundos estaba al aire. Disparó contra el ministro, contra Massa, contra La Cámpora y contra la izquierda. Y dijo, de modo enigmático, que le había mandado un mensaje al Papa.
El trasfondo de ese recado podría explicarlo el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli. Llegó a sus oídos y se comprometió a trasladar el planteo al Vaticano. Dice ahora Carrió: «. Francisco se sacó fotos con todos estos y habilitó el actual esquema de poder. Hoy tiene que parar la violencia. Digo todo lo que digo con conciencia cristiana. No me pidan que sea hipócrita».
Cerca de Carrió cuentan que, cada vez que critica al Papa, hay prelados que le hacen llegar mensajes para felicitarla. La Iglesia Católica también se tienta, de tanto en tanto, con zambullirse en la grieta.
Santiago Fioriti
Clarín.com Política