Esa decisión política se tomó dos horas después de que Cristina Kirchner ni siquiera se enterara de que un loco suelto, un lumpen que vivía de la caza y la pesca, había intentado matarla con tan poco profesionalismo que ni el tiro le salió.
Joaquín Morales Solá
sa clase de marginales es también, debe decirse, proclive a aceptar ofertas criminales o a cometer un crimen por 15 minutos de fama. La Justicia está investigando si fue solo el desvarío de un delirante o si hubo, en cambio, alguna conspiración que puso el arma en su mano. Esta última alternativa no tiene todavía ninguna prueba en el ya voluminoso expediente, pero todas las hipótesis siguen abiertas., objetivo que, a diez días del intento de atentado, no se logró, según todas las encuestas serias. Por eso, no cesan los esfuerzos para que el fuego de aquella noticia no se apague en la conciencia social, aunque la gente común está más preocupada por la inopia económica que por el minué del kirchnerismo en torno a la vicepresidenta.
El Presidente se extingue hasta la desaparición de la vida pública, salvo para rendir pleitesía en el santuario de la nueva mártir del kirchnerismo
El primer despropósito lo cometió el Presidente cuando decretó de inmediato un día feriado y convocó a concentraciones de adhesión a Cristina Kirchner. Vale la pena hacer una comparación. Gran Bretaña no tuvo un solo día feriado por la muerte de quien fue su reina durante 70 años (Isabel II, la querida abuela de la nación británica); solo hubo un día de duelo nacional. Los comerciantes y las fábricas podrán elegir optativamente si será feriado para cada uno de ellos el día del sepelio de la monarca muerta. Pero no será el Estado el que les imponga un día feriado. Es imposible comparar lo que sucedió aquí con el fin de la larga vida de una jefa de Estado reconocida y admirada por su pueblo. Dimensiones tan distintas muestran a un país serio y civilizado frente a una nación colonizada por una facción política, capaz de paralizar la destartalada economía nacional para venerar a una lideresa que excita su propia veneración. Aquí llevamos una decena de días con feriado, concentraciones, reuniones especiales en el Congreso y hasta una misa en la basílica más destacada del país, la de Luján, considerada el santuario nacional.
El Gobierno trabajó, sin suerte, para que la dirigencia política opositora fuera a la misa de ayer en Luján. No lo logró. El ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, llamó a algunos dirigentes de Juntos por el Cambio, sobre todo a algunos radicales y a un diputado de la Coalición Cívica, para invitarlos al acto religioso. Hizo trascender en el acto a quiénes había llamado, que es lo que se hace cuando se especula. El jefe del bloque radical de diputados, Mario Negri, no le atendió el teléfono. De Pedro habló con el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, pero este le señaló que “estas cosas no se hacen así”.
Ese mismo día, por la tarde, fue retirado del Senado el pliego de un juez de Jujuy, que esperaba el acuerdo senatorial. El candidato a juez es un hombre independiente, lejano de la cofradía kirchnerista. Morales coincidía con su designación. El diccionario señala que esas actitudes se llaman extorsión. Nadie llamó a dirigentes de Pro. Fuentes del Episcopado argentino, la mayor autoridad de la Iglesia Católica, afirmaron que esa institución “no organizó ni convocó a la misa de Luján” y que el servicio religioso había sido pedido por el intendente de Luján.
“La Iglesia está siempre abierta a todos, pero no hubo ninguna participación de las autoridades de la Iglesia”, aclararon. Otros obispos, más directos, más molestos también, se quejaron porque el Gobierno intentó “mezclar la política con la religión. Eso no debe hacerse nunca”, advirtieron. Una sincera misa de acción de gracias hubiera congregado a la familia Kirchner y a sus amigos íntimos en una ceremonia reservada. La fe es sincera o no es. Vincular al Papa con esa misa en Luján es una perversión del sentido común y también un aprovechamiento político del jefe universal del catolicismo. Basta ver la agenda mundial del Pontífice y su fragilidad física para comprender que está muy lejos de los desatinos que se cometen en su pobre país.
Está sucediendo un fenómeno que podría ser claramente caracterizado como de culto a la personalidad, esa devoción a líderes de la política que llega hasta dimensiones religiosas o sagradas. Cristina Kirchner es el personaje de culto. De Pedro cree con tanta convicción que sucedió un hecho definitivamente disruptivo en la política argentina después del intento de atentado que se animó a hablar con algunas fuerzas opositoras para convocarlas al diálogo. No tuvo ningún resultado. El diplomático español Carmelo Angulo Barturen, que como funcionario de las Naciones Unidas participó activamente para frenar la crisis de 2001 y 2002, solía señalar que todo diálogo necesita de un clima previo propicio a la conversación
. El recuerdo sirve no solo para valorar a un hombre sensible ante la crisis argentina, sino también para establecer las condiciones que necesita el diálogo que propone De Pedro. Es el mismo ministro que poco después del intento de atentado a la vicepresidenta escribió un tuit en el que acusó a “sectores empresarios y mediáticos de golpear la puerta de los juzgados en lugar de la puerta de los cuarteles” y que culpó al odio de opositores y periodistas del revólver en la mano de un trastornado. Nunca pidió disculpas. Un diálogo entre Gobierno y oposición necesita, además, que los que mandan pongan sobre la mesa cinco puntos a discutir y dejen abierta la posibilidad para que la oposición coloque otros cinco puntos. Todos deben estar dispuestos a ceder si quieren un acuerdo. De otra manera, la convocatoria al diálogo se hace solo para una foto de ocasión, para seguir estirando así los beneficios políticos del atentado fallido.
La segunda intención del Gobierno consiste en el proyecto de dividir a la oposición de Juntos por el Cambio. Los radicales son los buenos; los de Pro son los malos. Esa es la simplificación que hacen. El kirchnerismo tiene una larga historia en la división de sus opositores, que comenzó cuando Néstor Kirchner era gobernador de Santa Cruz y continuó durante su presidencia. Ningún dirigente de Juntos por el Cambio, más allá de sus diferencias internas, está dispuesto a romper la coalición para caer en brazos del kirchnerismo. Fue un error, eso sí, que los senadores de Juntos por el Cambio no hayan estado en la sesión de genuflexión del Senado ante Cristina Kirchner, porque ellos debieron plantear un rechazo concluyente a las palabras del influyente senador peronista José Mayans, quien condicionó la paz social a que se frene el juicio por Vialidad. Debieron seguir el consejo de Negri: pedir que el Senado sancione a Mayans por haberse atrevido a faltarle el respeto públicamente a la Constitución, aunque fracasaran en el intento.
La conversión de Cristina Kirchner en mártir de una causa innominada y superficial provocó también una desmesurada anomalía institucional. La vicepresidenta es una mártir y merece, por lo tanto, más la beatificación que cumplir con los menesteres vicepresidenciales. El Presidente se extingue hasta la desaparición de la vida pública, salvo para rendir pleitesía en el santuario de la nueva mártir del kirchnerismo. El sistema presidencialista de la Argentina desapareció transitoriamente y el jefe del Ejecutivo se convirtió en un simple delegado de los deseos de la líder celestial de una religión que nadie conoce.
El poco poder que queda fuera de ella está en manos del ministro de Economía, Sergio Massa, que, para peor, cometió varias herejías para la feligresía de un credo más político y terrenal. Massa consiguió sumar algunos dólares a las reservas del Banco Central (gracias, otra vez, a la buena disposición de los productores agropecuarios), pero nada evitará el malhumor social cuando comiencen a llegar las nuevas facturas de luz y gas y cuando la inflación se instale en un nivel del 5 o 6 por ciento mensual.
¿Estamos mejor con Massa que con el tobogán que proponía Silvina Batakis? Sin duda, ahora hay una leve mejoría. Leve y pasajera, tal vez, aunque a la sociedad le cueste percibirla. Suficiente, de todos modos, para hacerles lugar a dos hechos incompatibles con la democracia: el martirologio de una lideresa laica y el impúdico culto a su persona.
Joaquín Morales Solá
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