El gobierno libertario transita la etapa más compleja de su corta gestión con cambios de dinámica en los tres frentes de batalla que se planteó. En el terreno económico, con el corrimiento de la prioridad original basada en el ajuste fiscal y la reducción de la inflación, a una preocupación creciente por la imposibilidad de aquietar a los mercados.
En lo político, porque el espíritu reformista que se concentró al principio en el mega DNU y la Ley Bases ahora se fragmentó en múltiples iniciativas (baja de la edad de imputabilidad, las SAD, los cambios electorales, la SIDE) frente a actores que están menos dispuestos a cooperar. Y en el plano cultural, el sello de la marca La Libertad Avanza, a partir de la brusca transición del combate digital contra “la casta”, el enemigo externo predilecto, a una suerte de guerra civil interna en las redes contra la propia tropa, como ocurrió en los casos de los asesores presidenciales Fausto Spotorno y Teddy Karagozian, y especialmente de la insólita polémica con Francia, que no sólo eyectó a Julio Garro de su cargo, sino que dejó al ecosistema libertario en estado de confusión como nunca antes.
En la turbulenta semana que termina, el Gobierno exhibió un muestrario condensado de sus rasgos más distintivos: convicción, desorden, temeridad, desprolijidad, disrupción, circo, novedad, continuidad, locura. Todo junto, en una vertiginosa aceleración que puede llevarlo al éxito definitivo o al desgaste prematuro. Un reflejo fiel de su líder.
El dato más preocupante fue la falta de sintonía de la política económica oficial con los mercados. Allí se quebró una relación que parecía sólida a partir de la coincidencia ideológica. Los mismos actores que elogiaron el ajuste y la Ley Bases, ahora vienen dando señales repetidas de inquietud por la situación de las reservas y lo que entienden que es una demora en la salida del cepo.
Pero la situación se agravó en los últimos días porque la secuencia de medidas que anunció el Gobierno lució desordenada y desenfocada de sus demandas. Si la conferencia de prensa compartida de Luis Caputo y Santiago Bausili hace dos semanas para explicar el traslado de los pasivos remunerados del Central al Tesoro había sido criticado, el anuncio del sábado pasado que hizo el propio Javier Milei desde Estados Unidos fue mucho peor. Vía telefónica fijó un giro conceptual en la doctrina libertaria para decir que intervendría en el mercado de cambios para bajar la brecha que rozaba el 60%. Después debió salir Caputo a tratar de clarificar lo que dijo, y al día siguiente su segundo, Pablo Quirno, también debió hacer la misma tarea. En el FMI la medida resonó como un deja vú, el regreso del “Caputo intervencionista” que ellos mismos expulsaron durante el macrismo. Tan poco auspicioso para el diálogo que el ministro mantendrá esta semana con Kristalina Georgieva en el G20 de Brasil como lo fue el furibundo ataque de Milei a Rodrigo Valdés, el negociador del organismo para la región.
Hay dos hipótesis que intentan explicar la desprolijidad de esa secuencia, que intranquilizó más a los mercados, hundió a los bonos y llevó el riesgo país a orillar los 1600 puntos. La primera da cuenta de una conversación entre Milei y Caputo en el vuelo a Idaho, en la cual el ministro le blanqueó que la suba de precios en las dos primeras semanas de julio era superior a la esperada y que eso llevó al Presidente a demandarle una rápida reacción. Está claro que Milei está dispuesto a resignar ritmo de acumulación de reservas con tal de dominar la inflación. Se basa en una premisa política: planchar los precios es absolutamente prioritario porque es lo que le permite mantener el apoyo de la sociedad, mucho más paciente que los operadores financieros. Resulta paradójico que el Gobierno tenga más turbulencia en los mercados que en la calle, una combinación que se pronosticaba invertida cuando se aplicaron las medidas de ajuste fiscal. La otra hipótesis es que el equipo económico venía pensando en hacer los anuncios, pero Milei se fue de boca y se anticipó, y eso forzó a improvisar las explicaciones posteriores. Para ellos la prueba de la imprevisión fue que nada de lo anunciado estaba en el paper que exhibió el lunes el vice del Banco Central, Vladimir Werning, en su reunión con inversores en Nueva York.
En cualquier caso la señal fue negativa, como admite un operador de Wall Street que conoce bien a los tenedores de bonos: “Hay una desconexión importante entre lo que quieren ver los bonistas y lo que el Gobierno muestra. Los bonistas dicen: ´Yo quiero que entren dólares a las reservas para que puedas pagar, y vos desde junio no sumás, y además decís que en los próximos meses vas a resignar fondos. Devaluá el oficial, salí del cepo y en todo caso bancate un poco de inestabilidad. Show me the money, Javi´. Y del otro lado Milei dice: ´Yo quiero bajar la inflación porque es el mandato que recibí y tengo que ganar las elecciones. Hice un ajuste fiscal que no hizo nadie, dame el crédito y no me presiones ahora´. Por esta desconexión en las últimas cuatro semanas creció el malestar por el tema cambiario”.
Esa sensación se incrementó a lo largo de la semana, cuando Caputo, más allá de seguir con los anuncios financieros (como la desactivación de los puts, el dato más positivo de estos días difíciles, pese a que también intranquilizó a los bancos), siguió incursionando en frases confusas, como cuando recomendó no comprar dólares porque la moneda fuerte sería el peso. Extraño planteo: Milei había dicho que el peso “no puede valer ni excremento” y que la idea era avanzar hacia la dolarización. Está claro que el mensaje económico es nítido cuando se refiere a lo fiscal, y confuso cuando aborda los temas monetarios y cambiarios. El Presidente se muestra determinado en sus objetivos y convencido de que está doblegando a los especuladores, pero se lo nota más incómodo guerreando como un león contra el látigo domesticador de los mercados sin rostro, que contra las caras conocidas de la casta política. La traición de los propios.
El jueves fue un día particularmente caótico. Todavía reverberaban los ecos del despido de Spotorno y de Karagozian del Consejo de Asesores, un órgano oficializado pocos días antes, cuya ineficacia está fuera de duda, y donde el único que realmente asesora al Presidente es Demian Reidel, un amigo cada vez más íntimo de Milei. Ambos comparten largas trasnoches de teorías económicas e intereses en común. Tampoco nadie dudaba de la contundencia del pelotón de fusilamiento libertario, que fulminó a Spotorno y a Karagozian apenas expresaron sus disidencias con el rumbo económico. Después Milei refrendó: al economista lo acusó de “afanarse información confidencial para hacer más rentable la consultoría”; y al empresario, el “osito traidor”, de “fracasar en imponer su agenda prebendaria”. En el fondo, un ser cariñoso.
En esa misma lógica, cuando el exsubsecretario de Deportes Garro condenó el canto racista de Enzo Fernández y los jugadores de la selección, una legión de combatientes virtuales, con la venia oficial que imparte Santiago Caputo, salió a despedazarlo. Sin conocer los códigos de la casa, había cometido un delito grave: intentar ser políticamente correcto, una actitud que enardece a las huestes de Milei, que se jactan de hacer siempre algo diferente a lo que harían los actores tradicionales. Pero además habría otra razón más reservada, que daría cuenta de un llamado del Kun Agüero a Milei para transmitirle el malestar de Lionel Messi por los dichos de Garro.
En el medio zafó Guillermo Francos, quien antes de percibir hacia dónde iba la ola dijo que no le parecía mal que Messi y la AFA pidiera disculpas porque “el Gobierno está en contra de todo tipo de discriminación”. Durante ese jueves todo el movimiento fue en el sentido de la defensa de la selección de fútbol y la condena a Garro. La más enfática fue Victoria Villarruel, pero también se plegaron el secretario de Culto, Francisco Sánchez, y la elegante poeta Lilia Lemoine con su ya célebre obra, “sobarle la quena”.
Pero cuando caía la noche, todo cambió. Desde la oficina de la Secretaría General de la Presidencia se hizo trascender que Karina Milei había ido hasta el palacio Ortiz Basualdo para reunirse con el embajador francés Romain Nadal y pedir disculpas por los dichos de la vicepresidenta. ¿Y la lucha contra el colonialismo? ¿Y la quena? La confusión cundió como nunca antes en las filas libertarias. Las 15 cuentas que tienen más de 50.000 seguidores en las redes, que son las que articulan orgánicamente con la Casa Rosada, quedaron sumidas en el silencio. Las bulliciosas 5000 cuentas que tienen entre 100 y 300 seguidores siguieron activas, pero envueltas en el desconcierto. La disputa continuó por dos días más y derivó en amenazas entre sectores incondicionales de Milei y otros que respaldan a Villarruel. Por primera vez aparecieron movimientos fuera de control en el universo virtual. Una advertencia para el verticalismo casi camporista que ordena ese regimiento.
El embajador Nadal había hecho llegar una queja informal a algunos actores del Gobierno por el uso del término “colonialismo” en el mensaje de Villarruel, un concepto muy sensible para los franceses dada su traumática relación histórica con África. Karina Milei vio entonces la oportunidad de exponer públicamente a una de las personas que más desconfianza le genera y decidió ir a la embajada. Dicen que tuvo la deferencia de avisarle a Diana Mondino, quien apareció fuera de la escena y es cada vez más sometida a las incursiones de la hermana presidencial. Es Karina la que define la agenda internacional, a dónde viaja y qué encuentros tendrá Milei. De hecho una justificación para su encuentro con Nadal fue que no podía dejar abierto este episodio cuando el Presidente se prepara para viajar a Francia esta semana. Los que no la quieren argumentan que hubiese bastado con un discreto mensaje o llamado. O que en todo caso esperan ver a Karina yendo a pedir disculpas también a los “comunistas” en la Embajada de Brasil y a los “corruptos” de la de España.
En París todo el sainete pasó inadvertido. Emmanuel Macron tiene un gobierno provisional, esta semana se eligió al presidente de la Asamblea y, por si fuera poco, la ciudad es un caos por la inminencia de los Juegos Olímpicos. Si bien se siguen haciendo gestiones, no es fácil que Milei pueda tener una bilateral con él, cuando concurran a la misma ciudad 130 mandatarios de todo el mundo. En todo caso desperdició su oportunidad el mes pasado, cuando su par francés le había concedido una visita oficial, con cena de gala incluida, y el libertario canceló a último momento.
En la Casa Rosada, en cambio, el episodio generó un fuerte efecto y fue conversado entre altos funcionarios preocupados por la imagen de desprolijidad que dieron. “Este Gobierno no sigue reglas previsibles. Echarlo a Garro por lo que dijo causa resquemor. ¿Por qué no se hace con más orden? Hay que manejarse con más criterio. A mí no me gustó lo de Victoria, pero tampoco hubiese hecho lo de Karina. Todo este episodio hizo mucho ruido. Lo hablamos dentro del gabinete”, admitió una importante figura del staff ministerial. Integra el selecto grupo interno que distinguió esta exhibición circense de otros pintorescos hechos anteriores a partir de un punto clave: la afectación institucional. Por primera vez Milei bajó la línea de diferenciarse públicamente de su vice al decir que ella no representa la voz del Gobierno. Lo hizo Manuel Adorni y después el propio Presidente. Si bien Milei no puede echar a Villarruel, ¿qué pasaría si habilitara a la jauría digital para que pida su renuncia, por ejemplo? La relación entre los dos ya está rota, según admiten en el mismo entorno presidencial, aunque después sonrían desde el mismo tanque.
Jorge Liotti
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