Política

El enojo de un legislador de la vieja guardia ante la impericia política

Miguel Pichetto no puede con su (mal) genio. Él mismo lo admite: pese a su larga experiencia como legislador nacional, no logra entender la praxis política de este gobierno sui generis que rompe con todos los manuales conocidos.

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Le exacerba sus modos improvisados y su amateurismo en la negociación política, rayanos a su juicio con la impericia. Aunque lo intente, las más de las veces no logra contener ese fastidio; reflejo de eso han sido sus frases filosas e ironías dedicadas al flamante oficialismo.

La más resonante fue cuando le dedicó un poco feliz calificativo de “pelotudos” a los diputados libertarios que lo aplaudieron cuando, durante el debate de la ley ómnibus, tomó la palabra y aseguró que no permitirá que la labor del poder legislativo sea interrumpida por los incidentes que se desataban puertas afuera del Congreso entre la policía y manifestantes de izquierda y kirchneristas.

“No, no aplaudan nada viejo. Dejen de aplaudir, no sean pelotudos, parece que están en una fiesta”, los reprendió con gesto enojado.
Más allá de las diferencias con el Gobierno, Pichetto se resiste a calzarse el traje de opositor clásico. Por el contrario, está convencido que todo gobierno, aunque no sea el suyo, merece que el Congreso le conceda las herramientas básicas para arrancar su gestión. Algunos lo tildan de “oficialista de todos los gobiernos”; él prefiere considerarse un hombre de Estado.

Esta actitud es la que lo diferencia del resto de los legisladores que integran el mosaico variopinto de Hacemos Coalición Federal, bloque que conduce. Allí convive con Mónica Fein y Esteban Paulón, dos socialistas que están en sus antípodas ideológicas, al igual que Margarita Stolbizer, de GEN. Estos tres legisladores votaron en contra, en la votación en general, del megaproyecto de ley del Gobierno actualmente en debate en la Cámara de Diputados.

El rionegrino, sin embargo, votó a favor, al igual que el resto de la bancada. No solo eso: ha sido uno de los interlocutores más frecuentes de Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados, a la hora de intentar acercar posiciones en la llamada “Ley de Bases” de Milei. Desde un primer momento Pichetto, pese a todas sus diferencias con la figura del libertario, bregó para que se avanzara con la media sanción del proyecto, aunque las más de las veces se agarró la cabeza por los permanentes zigzagueos del oficialismo que llevaron a las negociaciones a la parálisis actual.

Distintas eran aquellas épocas cuando ejercía de “opositor” al gobierno de Mauricio Macri. “Pichetto fue su mejor aliado, aunque era el jefe del bloque kirchnerista en el Senado. Entendía que había que facilitarle las leyes aunque con límites y modificaciones. Así, con Emilio Monzó –por entonces presidente de la Cámara de Diputados- lograban encauzar las sesiones y sacar adelante las normas que el gobierno necesitaba”, rememora un legislador que conocía bien esa dinámica.

Pichetto observa que esta lógica de la política tradicional –la de la negociación y la búsqueda virtuosa de las mayorías parlamentarias-, lejos de aplicarse en la gestión de Milei, resulta denostada. Advierte que, si sigue en este camino, el gobierno libertario enfrentará más obstáculos que los esperados.

“Si el Gobierno en el corto plazo no va hacia un camino de coalición, tiene dificultades. Así no se puede funcionar los cuatro años”, advierte. “El Gobierno tiene un problema estructural, no tiene mayoría parlamentaria. Hay que tratar de dialogar, construir mayoría. No se puede ir ley por ley. Hay que trabajar en la construcción de mayoría parlamentaria para poder gobernar cuatro años”, alecciona.

Por ahora sus consejos caen en saco roto pese a que, cuando inició su gestión, el presidente Milei lo elogió públicamente e incluso insinuó que podría sumarlo a su gobierno. Pichetto negó tal posibilidad y regresó como diputado nacional, cargo que ocupó por primera vez en 1993, aquella vez como dirigente menemista.

Sus mejores experiencias legislativas, sin embargo, están en el Senado. Allí la dinámica parlamentaria es más ordenada y silenciosa que la ajetreada Cámara de Diputados. Le exacerba que las sesiones sean tan largas, que los legisladores lean sus discursos y que encima los aplaudan. Es un legislador de la vieja guardia que se reivindica como tal.
Laura Serra

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