El asesinato de la nena de Lanús interpela a Kicillof, a Berni y a todo el kichnerismo. Pero también impacta sobre el intendente Grindetti y genera incertidumbre en Juntos por el Cambio
No es difícil entender porqué la muerte imperdonable de Morena Domínguez conmueve a la Argentina. Es que hay millones de hijos, de sobrinos, de nietos que cada día se levantan para llegar a la escuela a las 7.30 de la mañana. Nadie espera que no vuelvan a casa o que algo les suceda en el camino. Sin embargo, ese es el peligro que acecha a los argentinos en cualquier calle, en la puerta de cada hogar o en el camino inocente al colegio.
Lo que le pasó a Morena le puede pasar a cualquiera de nosotros. Ese es el hilo invisible que une la tragedia de la nena de Lanús con el resto de los argentinos. La vida se ha transformado en un riesgo permanente, y a toda hora del día. Ya no se puede subir a un colectivo, ni estacionar un auto ni caminar por una vereda solitaria sin dejar de pensar que la muerte puede estar ahí, esperándonos agazapada donde el Estado está ausente y los políticos están distraídos dentro de sus ecuaciones de poder.
La muerte de Morena es como un rayo láser que ilumina el territorio abandonado por la política. Nos recuerda la ineficacia y la ceguera ideológica del gobernador Axel Kicillof, el que permitió que más de cuatro mil presos salieran en libertad durante la pandemia con la excusa de que podían enfermarse o enfermar a otros. Nos recuerda su desprecio por las leyes para establecer un régimen que condene y recupere a los criminales adolescentes.
Nos recuerda las pantomimas del ministro de Seguridad, Sergio Berni, ese comentarista de la realidad que aparece delante de las cámaras y al que Kicillof debió ocultar detrás de una licencia en su cargo para disimular su falta de seriedad y de profesionalismo.
Si el gobernador y el ministro hubieran hecho bien su trabajo, posiblemente Morena habría llegado sana y salva a la escuela.
Pero Kicillof, como Berni, como Cristina Kirchner o Sergio Massa permanecen atribulados por sus ensoñaciones y sus vanidades. Hablando de progresismo, de garantismo y de ampliación de derechos mientras los motochorros se suben a la vereda para sacarle la mochila a una nena y herirla de muerte a lo largo de esos veinticinco metros en los que la arrastraron sin piedad.
¿Qué más necesitan los dirigentes políticos para reaccionar? ¿Qué más necesitan los funcionarios y los legisladores? Si ya asesinaron a Axel Blumberg en el invierno de 2004 y ya mataron al colectivero Daniel Barrientos en La Matanza hace cuatro meses nada más.
Pero pasan los años y las reacciones son esporádicas. Un gendarme más en una calle, o un prefecto haciendo horas extras en una garita de seguridad. Parches, remiendos en un área super sensible, vendas de gasa que no detienen la sangre.
¿Qué mensaje más de la realidad necesita Sergio Massa para entender que no se puede ser ministro de Economía de un país con el dólar a 600 pesos y candidato a presidente? ¿Qué más necesita cuando lo llama la ministra de Economía de México para chequear algunos datos del endeudamiento argentino y él se encuentra inhallable en un acto de campaña con la CGT?
¿Qué más necesita Cristina Kirchner para darse cuenta de que no puede prolongar la carrera de una jueza (Ana María Figueroa) solo para complacer su deseo de nos ser investigada por corrupción? ¿Qué más necesita para intuir que los senadores que antes le respondían con la velocidad de la servidumbre ahora debe comprobar como demoran ese quórum que tanto necesita?
¿A quien creía que favorecía Juan Grabois cuando le dio un lugar en sus listas de candidatos a diputados a Natalia Zaracho, la mujer que protegió a uno de los delincuentes que ayudaron a terminar con la vida de Morena? ¿Y a quién cree que defiende Máximo Kirchner, cuando él también le otorga un espacio a Zaracho en la lista de legisladores armada por su madre? ¿Será suficiente lo que sufrió la nena antes de morir en esa vereda para que entiendan el impacto que luego tienen esas decisiones?
¿Qué señal más poderosa que el crimen de una chiquita de 11 años necesita Néstor Grindetti para comprender que no se puede ser candidato a gobernador, intendente de Lanús y presidente de Independiente? Todo a la misma vez. Algo siempre va a salir mal por más empeño que le ponga. Por más que tenga a un secretario de Seguridad dedicado, como Diego Kravetz, intentando suplir las funciones que deben cumplir el gobierno de la Provincia y la Policía Bonaerense. Puede que falle en el fútbol, y se enojarán los hinchas de su equipo. O puede que los bonaerenses lo castiguen en las urnas. Pero lo que no puede suceder es que al querer transitar tantos caminos del poder descuide, justamente, el más importante. El que cuesta vidas.
Es cierto que no es Grindetti el único dirigente que acapara demasiadas funciones en el poder. O el único que es candidato a gobernador bonaerense y vive en Caballito. Diego Santilli, su rival en la provincia, ha sido ministro y legislador en la Ciudad. Igual que Cristián Ritondo y que María Eugenia Vidal. O que Jorge Macri, que deja Vicente López para intentar la jefatura de gobierno porteña. El territorio de transición permanente en que se ha convertido el AMBA permite tanta flexibilidad entre los candidatos. Y acepta que hasta el actual gobernador Kicillof provenga de un barrio tan porteño como el de Agronomía.
La dirigencia política argentina, esa que lidera ya cuarenta años de democracia con los resultados que están a la vista. Deuda con el FMI, con la Corporación Andina de Fomento, con China y hasta con Qatar. Inflación anual de tres dígitos. Déficit fiscal crónico, emisión monetaria descontrolada, empresas estatales que solo dan pérdidas, dólar disparado, el Banco Central vacío y la pobreza siempre creciendo: la de los adultos en niveles de más del 40% y la de los chicos y chicas argentinas en más del 54%. Millones de pobres que se multiplican en el país del trigo, el maíz y la soja.
Pero algún resorte hizo mover la muerte de Morena en Lanús que todos los candidatos suspendieron sus campañas. La fase preparatoria de las PASO se terminó el miércoles, un par de horas después de que se empezaran a difundir los detalles escalofriantes del crimen de la chiquita a mano de motochorros.
Al menos, algún vestigio de racionalidad y de empatía con el sufrimiento de la familia de Morena atravesó a todos los equipos de campaña. Suspendió Massa y también Kicillof. Suspendió Patricia Bullrich, y también Horacio Rodríguez Larreta, y por supuesto los candidatos a gobernador opositores como Diego Santilli y Néstor Grindetti. La campaña electoral ya se dio por terminada. Treinta y seis horas antes de los actos previstos.
Todos hacen sus cálculos. Para Massa, se espera que el episodio de Lanús pueda hacer olvidar a las grandes mayoría argentinas de la realidad de la inflación y el dólar atravesando la barrera del sonido de los 600 pesos. Para Kicillof, aguardan que el infierno de la inseguridad bonaerense nos haga olvidar del pésimo estado de la educación, de la salud o de la infraestructura de transporte.
Y, aunque ninguno hará movimientos exagerados que puedan transformarse en errores de campaña, Rodríguez Larreta y Bullrich hacen sus propios cálculos, y se abren a la experiencia de poder capitalizar los votos que pierdan Massa o Javier Milei. Elucubraciones de último momento, sin demasiado sostén científico. Los analistas que acompañan a la ex ministra de Seguridad creen que la sociedad conmovida va a priorizar su posicionamiento contra los delincuencia y su imagen fuerte.
Del mismo modo pero con otra visión, los seguidores de Rodríguez Larreta creen que se va a reforzar su postura de líder componedor y estiman poder darle continuidad a la remontada que algunas encuestas le auguran el jefe de gobierno porteño porque habría muchos votantes bonaerenses que aspiran a tener un nivel de seguridad parecido al de la Ciudad cercana.
Solo el domingo tendremos la prueba estadística que pueda comprobar a quien le favorece y a quien perjudica el impacto del crimen de Morena en una calle de Lanús. Hasta entonces, lo que se impone es el dolor, la impotencia y la sensación de que la dirigencia política no advierte la magnitud de la distancia que los va separando de la sociedad.
Cada día un poco más, cada día un poco peor y en un camino que solo conduce al fracaso.
Fernando González
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