Concurso en el que es difícil arrebatarle el primer puesto al profesor Alberto, un atleta del despiste: son años de entrenamiento, de fatigar el desatino con voluntad de acero.
Si le preguntaran si es un hombre de fe, debería responder: “Sí, fe de erratas”.
Aclaro: no me estoy refiriendo a la decisión de encerrarnos otra vez. Ahí acertó. Lo dijo claramente en su discurso de anteanoche; bueno, no me acuerdo si lo dijo o le leí los labios: “Argentinos, argentinas, está comprobado que de la pandemia de coronavirus se sale con vacunas. Y como no tenemos vacunas, no se sale”.
Formulación perfecta, bien profesoral. Es la primera vez que entiendo la ecuación. Si entre “salud o economía” Alberto había optado por ninguna de las dos, entre “vacuna o restricciones” eligió prisión domiciliaria. Lecciones de sanitarismo que aprendió de Boudou y De Vido.
Kicillof dijo anteayer que la vacunación debería ser obligatoria. Ingenioso disparate hablar de obligación en estos momentos: si la gente no se vacuna no es por rebeldía, sino porque no tiene con qué. O quizás quiso decir –es un gran decidor de ironías, y además suele adivinarle el pensamiento a Cristina– que el Gobierno está obligado a vacunar. El Plan VV, votar vacunados, urge más que nunca. El primer mensaje encriptado fue de Tinelli: o hacen algo ya mismo o voy a largar a la calle a la multitud de extras con los que reventé el estudio de ShowMatch. Nik acota que en los años 90 nos hicimos famosos en Miami por el “deme dos”; hoy, por el “deme dos dosis”.
El inefable gobernador bonaerense fue víctima de uno de los fallidos de la semana; otro inefable, Scioli, sostuvo que la gestión de Vidal en la provincia fue tan mala que perdió las elecciones por 15 puntos: “Y no perdió con Churchill. Perdió con Kicillof”. Más respeto, señor embajador.
El aporte de Cristina al listado de bloopers fue discreto. Durante una sesión nocturna en el Senado, que ella presidía, no se dio cuenta de que el micrófono estaba prendido y, golosa, preguntó a un colaborador: “¿A qué hora cierra Rapanui?” (un local de helados y chocolates cercano a su casa). Ahora sabemos que su cuota de dulzura le llega por delivery.
Alberto, les adelanté, tuvo un gran protagonismo en el festival del dislate. Entrevistado por el Gato Sylvestre –preguntador picante, filoso, envenenado– por el cierre de las exportaciones de carne, contó que en 1955 Perón dejó el país con 3 millones de cabezas de ganado. “¿Cuántas tenemos hoy? Tres millones de cabezas de ganado. ¡Se dan cuenta, no hemos aumentado nada!”. Como en realidad son casi 55 millones, la pifió por 52 millones. A ese ligero desliz le siguieron otros. Dijo que en el gobierno de Macri no crecieron ni la cantidad de toneladas faenadas ni la población vacuna, y que cada vez era menor el peso del novillo que iba a faena. En los tres casos, Chequeado le propinó un furibundo “falso”. Sobre cuatro afirmaciones, soltadas con acento académico, cuatro errores. Después de una performance como esa yo me retiraría al desierto para no volver nunca más; por suerte, el profesor se mantiene enhiesto: no se sabe si busca desquite o nuevas oportunidades de equivocarse.
Por cierto, el mayor disparate de todos es tratar de bajar los precios en el mercado interno privándose de los dólares que entran al país por las ventas al exterior. Pan para hoy y parrilla vacía para mañana. También en eso quiere parecerse a Cristina, que en sus gobiernos consiguió que Uruguay y Paraguay exportasen más carne que nosotros. Ahora, el campo se ha puesto otra vez en pie de guerra. Chacareros de la abundancia, no soportan la socialización del asado.
Si no me animo a darle por ganado el concurso al profesor se debe a los méritos del tándem Massa-Máximo, que no está pudiendo reunir soldados suficientes para tratar en Diputados la ley de la Procuración; es el proyecto destinado a barrer al actual jefe de los fiscales, Casal, y poner en su lugar a un procurador que procure aliviar a la señora de sus trastornos judiciales. Candidatos hay montones –Zaffaroni, Zannini, Beraldi o algún chico de La Cámpora que esté por recibirse de abogado–; lo que no parece haber es voluntad de dar quorum. El oficialismo está perdiendo la pulseada con Juntos por el Cambio, que en esto sí se han mantenido unidos. Las dificultades del tándem plantean escenarios perturbadores: ¿no será acaso una jugada maquiavélica de Massita para cumplir su vieja promesa de “meter en cana a todos los kirchneristas”, ahora de la mano de los fiscales de Casal? ¿Maximito no es capaz de tirar sobre la mesa de negociación con diputados rebeldes unas cuantas buenas razones que los convenzan? ¿Estamos ante una nueva demostración de que Cristina ya no es tan infalible? Cris, no se me enoje, son solo hipótesis.
Si esta ley es aprobada, declaró Macri, “todos estaremos en libertad condicional”; palabras que tienen cierto parentesco con las que pronunció la señora el 9 de diciembre de 2015 al despedirse de la presidencia en la Plaza de Mayo: con Macri, dijo, “todos estaremos en libertad condicional”.
Con Alberto, me permito decir yo, ni siquiera.
Carlos M. Reymundo Roberts