WASHINGTON.- Estados Unidos quiere ver un plan económico perdurable que encarrile la economía, alivie los “cepos” apilados en los últimos años y genere crecimiento.
Cualquier programa deberá recibir el aval del Departamento del Tesoro, y de las otras potencias del G7, que controlan el board del Fondo Monetario Internacional (FMI). Ante ese panorama, el Gobierno –y también el Fondo– enfrenta un problema: cómo ungir de credibilidad a un plan y a un eventual acuerdo al que muchos ven en camino a un fracaso ya desde antes de su firma.
Un funcionario del Departamento de Estado dijo a LA NACION que el gobierno de Joe Biden quiere que la negociación de la Argentina con el Fondo llegue a “una resolución estable, sustentable” que estabilice a la economía, sostenga la recuperación, le de impulso al sector privado y abra una oportunidad real de crecimiento, una vara que, a esta altura de la discusión, parece difícil de alcanzar.
“Creemos que es importante que, cualquiera sea el plan económico y las prioridades que establezca el gobierno de la Argentina, se exponga de manera que los argentinos y los mercados puedan entender cómo la Argentina puede volver a crecer, aliviar algunas de las restricciones temporales de acceso al mercado que impuso la administración actual, y abordar la sostenibilidad de la deuda”, detalló el funcionario norteamericano.
“Ese es el tipo de marco de política económica sólido que puede brindar opciones para el crecimiento del empleo privado, y la base para la recuperación económica que, creo, todos podemos apoyar”, completó.
El Departamento de Estado ha dicho que la incertidumbre, las políticas intervencionistas, la inflación y el estancamiento de la economía impiden que el país alcance su máximo potencial, y ha señalado que los controles de capital, las restricciones comerciales y los controles de precios, y la carga fiscal a las empresas y las leyes laborales “rígidas” obstaculizan inversiones.
Sin negar diferencias, en el gobierno de Biden ven una buena relación con la Argentina, de diálogo abierto. Brian Nichols, el jefe diplomático para América latina, elogió la visita del canciller Santiago Cafiero. El embajador norteamericano, Marc Stanley, ya se instaló en Buenos Aires. “Estamos en un camino muy positivo”, resumió el funcionario del Departamento de Estado. Para Washington, las diferencias “tácticas” a la hora de lidiar con los abusos en Venezuela, Cuba o Nicaragua quedan eclipsadas ante las similitudes en valores básicos. En un mundo partido entre democracias y autocracias, Estados Unidos ve a la Argentina en la misma vereda.
“Siempre tenemos un buen diálogo y relación abierta con las autoridades argentinas. Es porque compartimos principios democráticos básicos. Siempre hay diferencias políticas y de perspectivas. Vivimos en extremos opuestos de nuestro hemisferio compartido. Pero en valores e intereses fundamentales, tenemos muchas similitudes”, afirmó el funcionario. “Ha habido casos claros en los que, aunque la Argentina tiene un enfoque táctico diferente, el compromiso argentino con la democracia sigue siendo incuestionable. Ahora, obviamente, un 100 por ciento de coincidencia de tácticas, estrategias y políticas facilita la vida diplomática, pero no es así como funciona el mundo, ¿verdad?”, cerró.
El Gobierno busca traducir ese vínculo en un respaldo político que lleve a un acuerdo favorable con el Fondo, la misma estrategia que siguió Mauricio Macri con Donald Trump. Pero la traba no es política. El Gobierno y el Fondo difieren en la velocidad a la cual se debe acomodar la economía. En Washington se recoge una coincidencia: la Argentina tiene que poner sobre la mesa un plan creíble, que atraviese el filtro ineludible del Tesoro. El problema justamente es llegar a un plan que sea creíble, una empinada cuesta arriba. Inversores en Wall Street están convencidos de que un programa tradicional a medida del Fondo es inviable, y cualquier otro acuerdo semejante que firme la Argentina será tirado a la basura y renegociado a los pocos meses, como hizo Macri, o la Argentina incumplirá los compromisos que asuma, y terminará pidiendo un waiver al Fondo más pronto que tarde. Y aun si la Argentina cierra un acuerdo “light” y lo cumple, nadie espera que logre encarrilar la economía. A lo sumo servirá para esquivar una crisis mayor y ganar tiempo, como el programa macrista, al cual el Fondo le dio 57.000 millones de dólares y tres años después dijo que fracasó porque que era “demasiado frágil”. Las contradicciones, a veces, desconocen las lecciones del tiempo.
Otro escollo: el Fondo ha dicho que el plan debe tener amplio respaldo social y político para ser exitoso, y, por lo tanto, creíble. Esa condición parece desconocer la grieta o el rechazo que la palabra “ajuste” genera en la Argentina o, por caso, en casi cualquier otro país. O que, por la historia entre la Argentina y el Fondo –se firmaron 21 acuerdos desde 1958–, cualquier programa que llegue con el sello del organismo recibirá de entrada, sin importar lo que haga, un portazo de una fracción de la sociedad argentina que prefiere “vivir con lo nuestro”, y además está convencida de que esa deuda es ilegítima. El Fondo presta y demanda, pero no evangeliza.
El último flanco es el “gradualismo”. Esa estrategia, que Macri también aplicó, busca estirar el ajuste para amortiguarlo y ganar respaldo social –y, por ende, político–, pero también estira el dolor y dilata los resultados, a riesgo de causar el efecto contrario. “La falla principal de esta política no es tanto la recesión económica en sí como su prolongada duración. En la mejor de las hipótesis, tras varios años de fuerte desempleo la inflación disminuye luego de haber provocado la destrucción del aparato productivo”. La frase es del discurso de Juan Vital Sourrouille, en junio de 1985, al anunciar el Plan Austral, según recopila Juan Carlos Torre en el libro “Diario de una temporada en el quinto piso”. Ese plan, en ese momento, obtuvo un fuerte respaldo del Fondo y de Estados Unidos.
Las diferencias entre el Gobierno y el Fondo y la demora en la negociación han arraigado la posibilidad de un atraso en los pagos de la Argentina al organismo, que en el Gobierno desdramatizan. En Washington creen que el daño de ese escenario caería exclusivamente sobre los hombros de la Argentina, que ya de por sí arrastra un problema de credibilidad.
¿Cómo se vería un atraso con el Fondo? “Creo que lo más importante es que la previsibilidad y la sostenibilidad en este proceso son las que van a servir mejor a los intereses de la Argentina –responde el funcionario del Departamento de Estado–, y ciertamente esperamos que puedan seguir trabajando con el Fondo para una solución estable a los desafíos que entendemos enfrenta la gente”.
Rafael Mathus Ruiz
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