La policía de la memoria (1994) es una novela de Yoko Ogawa de recomendable lectura. La historia transcurre en una isla pequeña, sin fronteras ni contornos, donde se producen una serie de raros episodios.
Por Jorge Grispo
Desaparecen los pájaros, los peces, hasta los árboles. Pero lo más llamativo es que desaparece la memoria de los habitantes, sus emociones y las sensaciones asociadas a todo lo que ha dejado de existir. Se destaca un policía que persigue a los que aún conservan la capacidad de recordar algo que ya no existe. Es una obra sobre el poder de la memoria y las consecuencias de perderla, algo que los argentinos sufrimos con preocupante frecuencia, colocándonos en el presente frente al riesgo cierto de un colapso económico e institucional a consecuencia de la impericia en el manejo de lo público.
Argentina ha profundizado su perfil de país distópico. Al igual que en la “isla” creada por la imaginación de Ogawa, nos acostumbramos a ver cómo se desvanece nuestra calidad de vida. En este contexto la vida cotidiana resulta muy difícil de ser vivida. El solo hecho de salir a la calle hoy es toda una aventura a consecuencia del creciente nivel de violencia social (lo sucedido en el Country San Vicente donde se torturó con ensañamiento a una familia no debe ser pasado por alto). Son pocas las excepciones que podemos encontrar entre la podredumbre que habita tanto la política como la función pública que no hagan ingrato el día a día de un pueblo agotado e indignado. Como en la “isla” de Ogawa, si bien las fronteras físicas son claras, no sucede lo mismo con las fronteras morales y éticas, convertidas en sillas muy incómodas para quienes deben sentarse en ellas. La dirigencia política se ha hecho rica -en una gran mayoría de los casos, no todos- a expensas de las arcas públicas.
El mayor inconveniente que enfrentamos hoy es la ausencia de un proyecto de país. No tenemos un futuro cierto por delante, reglas claras a las que atenernos y que permitan tanto la inversión como el crecimiento. La patria es más importante que los negocios, pero sin estos no hay patria que prospere. Dependerá de quién gane en 2023 ver si recuperamos el sendero de la normalidad o si seguimos dando giros de 180 grados con cada nuevo inquilino del sillón de Rivadavia, lo que nos transforma en un país inviable. Los ciudadanos deberíamos, en alguna medida, cumplir el rol de “La Policía de la Memoria” pero al revés, ya que solemos olvidar lo que pasa con preocupante frecuencia.
Los relatos salvajes de la política argentina son tan arbitrarios como contradictorios, pero “La Policía de la Memoria” debe ser implacable. Por caso todo lo que dijo Alberto Fernández sobre el gobierno de la entonces Presidenta Cristina Kirchner, para luego desdecirse explicando lo inexplicable. El precio fue caro: su dignidad y credibilidad. Las atribuladas justificaciones sin fundamentación valedera alguna, sólo buscan darle oxígeno a un relato que lo pide a gritos. Los argentinos hemos creado nuestro propio “micromundo”, cada vez más pobre y carenciado, con más cortes de luz, con menos inversiones y más hipocresía. Pero pareciera que esto no le preocupa a la casta dirigente que se ha enriquecido, en la misma medida en que se fue empobreciendo la mitad de la población. Una cosa es consecuencia de la otra. Ya aprendimos, pandemia mediante, que la corrupción mata.
Alfonsín afirmó, al asumir su presidencia en 1983, que ningún niño volvería a pasar hambre en un momento en que el 25% de la población tenía necesidades básicas insatisfechas. Cuatro décadas más tarde Alberto Fernández anunció la erradicación del hambre como prioridad de su gobierno. Sólo por poner un ejemplo, durante la presidencia de Ricardo Alfonsín en 1986, se entregaba alrededor de un millón trescientas mil cajas PAN de comida por mes y cinco millones seiscientas mil personas recibían la ayuda alimentaria, en un porcentaje cercano al 17% de la población. Hoy tenemos el 44% de la ciudadanía con sus necesidades básicas insatisfechas.
Empezamos la pandemia con ocho millones de pobres, cifra que en 2022 superamos con creces por varios millones más a consecuencia del pésimo gobierno de Alberto, donde todo lo que se podía hacer mal, se hizo peor. Terminamos 2021 alcanzando el triste récord histórico de pobreza con personas que trabajan pero no llegan a cubrir sus necesidades mínimas (Observatorio de la Deuda Social de la UCA). Con la democracia actual no se está comiendo, educando y trabajando. Entre el impacto de la pandemia y la catastrófica administración del actual gobierno quedamos al borde del colapso de la economía y por ende del Estado, sometidos a una clase dirigente preocupada sólo en sus propios problemas.
Los argentinos hemos hecho de la hipocresía el “nuevo” dulce de leche. Un claro ejemplo de lo anterior es la maniquea carta de Cristina Kirchner, dada a conocer por medio de sus redes sociales esta semana, dedicada a lo que para ella fue la “pandemia macrista”, dejando ver a las claras cuáles son los temas que motivan su preocupación. Curiosamente (y no por coincidencia) la publicación en las redes sociales se hizo el 18 de enero. El mismo día, pero hace siete años, el fiscal Alberto Nisman fue hallado muerto en el baño de su departamento de Puerto Madero. Quizás el sentido de la oportunidad freudiano de la Vicepresidenta le hizo hacer un mal movimiento. Pero además es una carta que socava al propio Alberto Fernández en su afán por lograr un acuerdo con el FMI. Un dos por uno perfecto. Sin acuerdo no hay internas para Alberto 2023. Cristina a cómo de lugar, está dispuesta a defender su cuota de poder sin miramientos ni piedad alguna. En palabras de un reconocido psiquiatra y amigo de tertulias: todo el discurso de Cristina hoy en día se centra en su “proyectismo” como único método de defensa. Es muy interesante, casi ya no niega su culpabilidad, sino que trata de neutralizarla o diluirla en las culpas de los otros, no menos ciertas. Algo así como las variantes del COVID, que sí Delta, que Omicron. Todas contagian y todas matan. Mientras tanto Nisman sigue muriéndose.
Me resulta una falta de respeto tanto la coincidencia de la fecha con el aniversario de la muerte del fiscal Nisman, como el intento de comparar pandemias que formula la actual Vicepresidenta con casi 7.400.000 infectados, más de 118.000 muertos de COVID, y un nivel de pobreza pornográfico. Caer en ese tipo de comparaciones para justificar su propio relato, es, cuanto menos, una conjunción de cinismo e hipocresía. Nada dice de lo que cobra todos los meses del Estado y lo que su “actividad” le cuesta al erario público entre asistentes, choferes, custodios, secretarios, y demás personal que tiene, cuál reina, a su servicio. Tampoco da explicaciones sobre sus viajes en aviones oficiales pagos por los contribuyentes. De los bolsos de López y la corrupción de la propia tropa. Cristina vive una vida de lujos y riquezas a costa de los que pagan impuestos. Las explicaciones que intentó sobre su fortuna personal caen en el relato de la novela fantástica propia de la obra de Yoko Ogawa.
Pareciera que no termina de entender la parte de responsabilidad que tiene en la catástrofe que estamos viviendo, en un país donde los “árboles terminan orinando a los perros” (definición magistral del humorista Rolo Villar). En las culpas por la impericia de “gobernar los destinos de la nación”, no hay grieta posible, son todos responsables. Cristina sólo manda cartas públicas sobre lo que a ella exclusivamente le importa, la Justicia, la Corte, Macri, lawfare, los funcionarios que no funcionan, y algún que otro tema más. Hasta es capaz de hacer un piquete de ministros y funcionarios dentro de su propio gobierno. Pero nada se le escucha decir de los pobres, la inseguridad, la falta de recursos del Estado para atender las carencias de los más necesitados, la escalada de los narcos (que ya se están apropiando de territorios enteros), de sus propios funcionarios que en lugar de, por ejemplo mejorar el PAMI, se van de vacaciones en dólares (no en pesos) al exterior. Somos los perros del árbol que nos orina. Cristina nos debe muchas explicaciones, esperemos que la segunda parte de Sinceramente, sea más sincera que la primera.
La Policía de la Memoria -la Vicepresidenta solo posee una selectiva-, también nos debe hacer recordar, en prieta síntesis, quién fue Daniel Muñoz (secretario de Néstor Kirchner de 2003 a 2009), fallecido el 25 de mayo de 2016, del que se pudo saber adquirió propiedades por más de 70 millones de dólares en el exterior. Declaró como arrepentido en la causa de los cuadernos Juan Manuel Campillo (ex secretario de Finanzas Públicas de Santa Cruz) que, en sus horas finales Muñoz le dijo: “Esto es parte de una fortuna que no es mía”. Se suman las declaraciones de Víctor Manzanares, también en calidad de arrepentido, quien se ocupó de dar detalles y precisiones sobre las inversiones realizadas por Muñoz. Manzanares atribuyó a Muñoz la siguiente frase: “Acá nadie roba nada, es la comisión que se le cobra a la patria por hacer las cosas bien”. El tiempo, como siempre, será el padre de toda verdad y mentira.
Además de la falta de explicaciones, la Vicepresidenta no se interesa por el futuro de la nación, que en palabras del Foro Económico Mundial luce cuanto menos oscuro. En efecto, el foro de Davos, en el cuál llamativamente no hubo presencia del Estado Nacional -otro yerro grave de política exterior-, se pronunció sobre la situación argentina advirtiendo que nos enfrentamos a cinco problemas muy graves: la inflación en alza, los problemas del mercado de trabajo, el peligro de colapso del Estado, el bajo crecimiento del PBI y la desigualdad digital. En el informe del Foro se menciona expresamente que Argentina es un país con deterioro estructural de las perspectivas de trabajo, en un marco de desempleo alto que coexiste con bajos salarios, contratos frágiles y precariedad laboral. Nada de todo esto es mencionado en las cartas “abiertas” de Cristina.
Tampoco se le escucha decir a la Vicepresidenta palabra alguna sobre la imposibilidad de controlar la inflación que erosiona seriamente la cohesión social de un país golpeado no sólo por la mala política, sino por los pésimos resultados de quienes nos gobernaron, dejando con cada año que pasa, más pobres que el anterior. Llevamos 17 años corridos con una inflación superior a los dos dígitos anuales. Los argentinos no solo hemos perdido la memoria, con ella se nos fue la capacidad de reflexionar, sólo repetimos relatos previamente guionados que nada tienen que ver ni con los hechos reales ni con los datos concretos. La última carta de Cristina es un ejemplo demoledor de la poca reflexión y mesura de la casta política. Para ella es más importante “machacar” el relato de la pandemia macrista y erosionar a “su” presidente en la carrera por 2023, que hacerse cargo de la angustia de futuro que padecemos los argentinos, de la cual es una actriz principal en el reparto de responsabilidades.
La fragilidad actual del país nos enfrenta a un potencial colapso del Estado -según lo expuso el informe del Foro Económico Mundial en Davos-. La gravedad de lo anterior pareciera no importarle a quienes tienen la responsabilidad de dirigir el país donde los perros (que somos los ciudadanos) somos recurrentemente orinados por los árboles. La posibilidad de que explote un conflicto interno, la ruptura de la seguridad jurídica y la erosión de las instituciones está a la vuelta de la esquina. Recordemos que sí hace unos pocos días nevó en el desierto del Sahara, todo puede pasar.
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