Argentina 2021, el país donde no pasó lo que pasó

El año que se acaba de ir dejó sucesos que nunca ocurrieron. O eso dijeron. La realidad es una cosa; la descripción, interpretación y análisis de esa realidad, es otra

Atrás quedaron los días del último Perón, moderadamente sabio, que insistía en que la única verdad es esa, la realidad.

Por: Alberto Amato

El año que se acaba de ir, fue el año en el que lo que sucedió en la Argentina, no pasó. No pasó nada. La realidad es una cosa; la descripción, interpretación y análisis de esa realidad, es otra. Atrás quedaron los días del último Perón, moderadamente sabio, que insistía en que la única verdad es esa, la realidad.

El año arrancó con el escándalo por el vacunatorio vip, que hizo rodar la cabeza del entonces ministro de Salud, Ginés González García. El gobierno había decidido aplicar a amigos y entenados, las primeras dosis de vacunas llegadas al país. Primero admitieron que era una cosa entre amigos. Eso no pasó. La lista era más larga, más grande y llegaba hasta jóvenes militantes de La Cámpora, beneficiados por portación de pertenencia. El día que renunció Ginés, 19 de febrero, el COVID-19 había matado a cincuenta y un mil argentinos y los contagiados eran 2.054.681.

El presidente Alberto Fernández dijo que colarse en la lista de espera de una vacunación, era una payasada. Por lo que el escándalo que había sucedido, no pasó.

Como tampoco fue tal la fiesta semiprivada con la que, en julio de 2020, la primera dama, Fabiola Yáñez, había celebrado su cumpleaños treinta y nueve, en la residencia de Olivos, con una quincena de invitados, sin barbijo, con permisos especiales de circulación, en unas horas en las que todo el país estaba aislado, encerrado en sus casas. Cuando en agosto de este año salieron a la luz fotos y videos de ese acontecimiento, el gobierno intentó minimizarlo todo, para que todo pasara como si no hubiese pasado: faltaba un mes para las PASO de septiembre.

El inefable Aníbal Fernández, que no era ministro entonces, hizo una encendida defensa del Presidente, con un argumento cavernario: “La señora hizo una comida, que puede ser criticable. ¿Qué puede hacer el marido? ¿Cómo en la Edad media, mil doscientos años atrás, llegar y cagarla a palos porque cometió un error de esas características?”.

Fernández, el presidente, aceptó entonces admitir su yerro, movido acaso por la curiosa tesis de su defensor: “Fabiola convocó a una reunión con sus amigos y un brindis que no debió haberse hecho. Me doy cuenta que no debió haberse hecho y lamento que haya ocurrido”. La justicia investiga todavía el episodio y procura interrogar al adiestrador de Dylan, el pichicho presidencial.

Un mes después del escándalo, frente a la derrota del gobierno en las PASO, el candidato del Frente de Todos por la provincia de Buenos Aires, Daniel Gollán, enarboló otra curiosa teoría post facto: “Con un poco de platita en el bolsillo, la foto de Olivos no hubiese molestado tanto”. Con dinero en el bolsillo de los votantes, lo que pasó en Olivos acaso no hubiese sucedido, quiso decir Gollán, que para ser candidato dejó su puesto de ministro de Salud de Buenos Aires, la provincia que recibió más “platita” del Poder Ejecutivo que ninguna otra.

Antes de las PASO, en julio, Argentina llegó a los cien mil muertos por COVID, resultado de una inicial falta de vacunas, de una inexplicable demora en su aplicación, de una arbitraria administración de esa escasez, según el color político del sitio al que iban destinadas, y de una cerrada negativa del Gobierno a aceptar vacunas de laboratorios estadounidenses. El 6 de julio, con 96.893 muertos en el país, no se aplicaba a los argentinos ninguna vacuna Pfizer, Moderna o Jenssen. Pese a todo, el gobierno insistía con que el plan de vacunación era perfecto. No, eso no pasó.

Con Pfizer hubo una especial negativa, por motivos y circunstancias nunca claras ni aclaradas. El país tenía a disposición 13.5 millones de vacunas, por haber dado cobijo a los ensayos de fase tres de esa vacuna, en el Hospital Militar. No usó ninguna. Voceros del kirchnerismo dijeron que el laboratorio pedía a cambio poco menos que los hielos continentales argentinos, las Cataratas del Iguazú y, acaso, el bastón presidencial de Victorino de la Plaza. No fue así. El gobierno explicó luego que había exigencias del laboratorio respecto a las responsabilidades penales que pudieran surgir por la aplicación de la vacuna. Tampoco fue así. Y quedó evidenciado cuando en agosto, después d ellos cien mil muertos, se cerró el acuerdo con Pfizer, vacuna que hoy por igual junto a sus hermanas de Moderna y Jenssen: hielos y cataratas siguen donde están y también el bastón de la Plaza, donde quiera que esté.

Hubo sí, un encandilamiento con la vacuna rusa Sputnik, que se presentó como la salvación ante la epidemia. No fue así. Sputnik y Rusia dejaron rengos de segunda dosis a gran parte de los argentinos. Y pese a las autoelogios del gobierno, el país está hoy en el duodécimo lugar del mundo en cantidad de infectados y en el decimotercer puesto en la cantidad de víctimas fatales de algo que llegó a definirse como “una gripe de chetos”. Tampoco fue así.

La oposición, por su lado, encaró una batalla pre electoral por sus listas de candidatos, y otra guerra sin demasiado cuartel después de las generales del 14 de noviembre, con un claro triunfo en las manos. El PRO, el radicalismo y la Coalición Cívica de Elisa Carrió bailaron una danza de horror entre halcones y palomas, duros y blandos, macristas y larretistas, bailaron su danza de horror, pero vestida, al menos en el intento, de un minué elegante y bucólico. Eso no pasó. Las esquirlas todavía vuelan.

Las PASO desencadenaron un tsunami de hechos que pasaron, pero no. Tras la dura derrota del gobierno, y a tres días de celebradas las primarias, la vicepresidente Cristina Fernández envió una carta terrible en la que atacó al Presidente y lo emplazó a hacer cambios en su gabinete. La señora Fernández, una pantera en sus años de presidente para denunciar maniobras destituyentes, no vio que su carta colocaba una mina personal debajo del sillón presidencial. O sí lo vio y esa era su intención: ante gente de tanta experiencia, la ingenuidad es un pecado de lesa política. Obediente, el Presidente hizo cambios en su gabinete, con los que habilitó en la práctica el cogobierno, no aliado, con su vicepresidente.

En cambio, luego de las elecciones generales de noviembre, el tono duro con el que el kirchnerismo recibió los resultados de septiembre pasó a un ámbito verbenero y alegre destinado a borrar la derrota. Hubo un festejo de esa derrota, enancado en la dudosa tesis que sostuvo que mejorar los resultados electorales de las PASO, aún perdidosos, implicaba una victoria. Lo que había ocurrido, no había pasado.

El 14 de agosto, entre las PASO y las generales, tal vez para descomprimir el malhumor social provocado por la pandemia, el presidente Fernández dijo en Iguazú, a la vera de las Cataratas que no estaban en poder de Pfizer: “El tiempo ingrato de la pandemia ha terminado”. No, eso tampoco pasó. Lo muestran hoy las altas cifras de contagios, por fortuna escasas en muertes, que se abaten hoy sobre el país con las variantes Delta y Ómicron.

EL nuevo embate del virus llevó al ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, Alejandro Kreplac, a decir que la gente de mayor poder adquisitivo transmitía el virus con más facilidad: los ricos contagian más, vamos. No es así.

Pero en aquel agosto que parece ya tal lejano, el anuncio presidencial sirvió para que regresaran los espectáculos masivos y se dejaran de lado mascarillas y algunas medidas de seguridad impensadas hasta entonces. Junto con los espectáculos masivos se intensificaron las multitudinarias marchas a la Plaza de Mayo, sostenidas durante la pandemia por las organizaciones sociales con escenario preferido en la 9 de Julio y las veras del ministerio de Acción Social.

El 17 de noviembre, aniversario del regreso a la Argentina de Juan Perón en 1972, la CGT convocó a una marcha a la que adhirió parte del Frente de Todos. Otra parte, La Cámpora en concreto, ni apareció por la Plaza hasta ya casi terminado el acto. Su principal dirigente, Máximo Kirchner, hijo de la vicepresidente y jefe del bloque de Diputados del Frente, sugirió que habían llegado tarde, que se habían demorado en el Obelisco y que no habían podido llegar a tiempo para escuchar al presidente. No, eso tampoco pasó. Los jóvenes, no tan jóvenes, del kirchnerismo evitaron una topada con el aparato sindical, un remedo de la vieja puka entre Montoneros y la “burocracia” de los años 70. Pero eso no se dice.

El presidente Fernández habló aquella tarde. Uno de sus párrafos destacables, encierra otro hecho proclamado que no existió. Dijo Fernández a sus militantes, respecto del resto de los ciudadanos: “Díganles que hay una Argentina que está por construirse y que tienen un Gobierno, un Presidente y una vicepresidenta que quieren trabajar en el mismo sentido”. Fue la única referencia a Cristina Fernández. Y no era verdad. Un mes y catorce días antes, el 30 de septiembre, después del varapalo epistolar de la vicepresidente a Fernández, se organizó un encuentro entre ambos en la Rosada.

Fue el 30 de septiembre en el Museo de la Casa de Gobierno, a raíz de un proyecto de ley para la agroindustria. Y fue un tango. Los dos exhibieron una profunda tensión, hablaron poco y nada entre ellos, la vicepresidente dio muestras de inocultable fastidio que, supuestamente, no debían ser tenidas en cuenta porque la reunión pretendía demostrar una unidad que no existía, frente a una grieta que no se debía admitir. Todo eso que pasaba, en suma, tampoco ocurría.

Antes del final de 2021, ambos se volvieron a encontrar para conversar sobre el acuerdo con el Fondo Monetario internacional para encarrilar, por decirlo de alguna manera, la fabulosa deuda externa argentina. Ese negociación es otro punto que divide al cogobierno: el presidente Fernández y su ministro de Economía, Martín Guzmán, impulsan el acuerdo que rechazan la vicepresidente y su hijo diputado. Las exigencias del Fondo, acaso también su desconcierto ante las posturas opuestas de un mismo gobierno, diseñaron en parte un presupuesto anual para 2022 que resultó imposible de debatir en el Congreso por lo precario, infantil y acaso hasta chapucero.

La larga sesión en Diputados, casi un día entero, debió terminar con un cuarto intermedio para que oficialistas y opositores intentaran arreglar el desaguisado. Estuvo a punto de lograrse. Pero la armonía fue rota por Máximo Kirchner y un discurso intempestivo, de matón de cantina, que dejó a la oposición sin más alternativa que votar en contra de lo que estaba dispuesto a reconsiderar. Si Kirchner pecó de inexperto, su volatilidad le hace inviable la responsabilidad que se echó sobre los hombros. Si lo hizo adrede, a sabiendas de la reacción que iba a provocar, su irresponsabilidad es todavía más grave. Por supuesto, Kirchner responsabilizó a la oposición por rechazar el presupuesto: culpó a la flecha de matar a la paloma, y libró de culpa al arquero, que era él mismo.

Hubo más hechos que pasaron sin pasar. Aníbal Fernández amenazó al dibujante y humorista Nik: le hizo saber que él sabía a cuál colegio iban sus hijas. Después, se hizo el tonto: dijo que no sabía que las chicas iban a ese colegio: “Si lo tomó como una amenaza, le pido perdón”, dijo luego. La culpa la tuvo el otro.

La decadente pelea entre los ministros de seguridad de la Nación, Sabina Frederic y de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, se zanjó a favor de Berni, peón de la vicepresidente. Frederic, que dijo que vivir en Suiza “es más tranquilo, pero más aburrido” no fue cesada por eso, sino por el pedido de cambios en el gabinete exigido a Fernández por la vicepresidente. Como fuere, la inseguridad se multiplica y crecen en paralelo los casos de gatillo fácil de la policía, los asaltos que hacen de ciertos territorios tierra de nadie y el avance del narcotráfico. Berni dijo que se iba a ir del gobierno. Pero eso tampoco pasó.

Amado Boudou, condenado a cinco años y diez meses de cárcel, condena confirmada por la Corte Suprema de Justicia por cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con la función pública, zafó de la cárcel por la reducción de penas que le otorgaron los jueces a raíz de algunos talleres y cursos que cumplió mientras estuvo en prisión: organización de eventos, papiroflexia o cosas así. Cursos destinados a delincuentes que quieren enmendarse y no a quienes delinquieron como vicepresidentes de la Nación. En libertad, Boudou fundó un partido político y dio clases de ética y justicia en la Universidad de Buenos Aires.

El año que acaba de empezar, lo hace signado por la incertidumbre social. La perplejidad nunca augura un futuro luminoso.

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