Por Mario Fiad*.– El 30 de octubre celebramos 35 años del triunfo arrasador de Raúl Alfonsín en los comicios de 1983.
Un triunfo que expresó la voluntad de millones de argentinos de elegir a este hombre invalorable como presidente de la Nación, pero que también expresó la voluntad de todos los argentinos de elegir a la democracia como forma de vida, como ejercicio de los derechos y las libertades más caras a los ciudadanos, y de las que habíamos estados privados durante esa larga noche de la historia argentina.
Todos los que recordamos ese momento, con una emoción recurrente, lo hacemos con la conciencia de un tiempo en el que más allá del triunfo indiscutible de la Unión Cívica Radical, fue un logro de todos los argentinos.
En esas urnas, se depositaron mucho más que votos, se depositaron esperanzas y fundamentalmente el compromiso firme nacido de una decisión trascendental, innegociable y comprometida del pueblo argentino, expresada en el emblemático Nunca Más.
La tarea de Raúl Alfonsín fue titánica. Tuvo que liderar el proceso de recuperación de la democracia que era mucho más que restablecer la institucionalidad. Era lograr que en cada ciudadano recupera la pasión por los derechos, el compromiso con la justicia y la voluntad firme de trabajar por las libertades. Se trataba de recuperar la conciencia de pertenencia a una Nación de la que todos éramos hijos y que por lo mismo, teníamos la grandeza de superar las diferencias mirando hacia un destino común.
Evocar ese momento nos convoca hoy a rendir un homenaje al padre de la democracia aceptando el desafío de recuperar la unidad, porque más allá de nuestras diferencias la Patria sigue siendo nuestro destino común y nosotros somos sus inevitables hacedores. Y en ese camino no podemos olvidarnos de lo que nos costó recuperar la democracia.
Por eso sorprende que algunos puedan banalizar su vigencia, con expresiones o augurios que la ponen en riesgo.
Sorprende que hay quienes carezcan de memoria y que ponderen con absoluta ligereza el respeto por la institucionalidad, alterando inexplicablemente la jerarquía de una ética ciudadana que necesariamente debe tener en la base una democracia plena que no se negocia.
Podemos tener diferencias, podemos tener problemas, pero no estamos dispuesto a que sea la democracia quien pague el precio de esas tensiones.
Se lo debemos a Alfonsín, se lo debemos a la Patria, nos lo debemos a nosotros mismos, a nuestros hijos y a todos los ciudadanos de esta Argentina que ese mítico 30 de octubre salieron a la calle hermanados en el abrazo de la libertad.
Todos somos valiosos pero no luchando sectariamente en espacios fragmentados. Somos valiosos uniéndonos en una lucha común por esta democracia plena y viva, condición necesaria para la construcción del futuro de nuestra Nación.
Recuperemos como aquel 30 de octubre la capacidad de ver todo lo que nos une, aceptando el enorme desafío de construir juntos con espíritu solidario esa Argentina grande que soñó Alfonsín, que nos abrace a todos en la significativa sencillez del celeste y blanco.