Gonzalo Montoya Jiménez fue declarado muerto en un penal de Asturias y su cuerpo enviado para que el equipo forense lo perite. Cuando estaban por comenzar con las intervenciones descubrieron que estaba con vida.
Eran las 8 de la mañana del 7 de enero en el Módulo 8 del Centro Penitenciario de Asturias, en España, cuando los guardias comenzaron su recorrida. Todos los presos habían salido de sus celdas menos uno: Gonzalo Montoya Jiménez.
Lo encontraron sentado en una silla inconsciente y sin muestras aparentes de violencia, por lo que fue alertado el servicio médico de la cárcel para que comprobaran su estado. Allí, en esa celda lo declararon muerto: no tenía pulso.
Se activó el protocolo habitual: se avisó al juzgado de guardia y su titular acordó que se procediera al levantamiento del cadáver y su posterior traslado al Instituto de Medicina Legal de Oviedo para practicar la autopsia, mientras que de forma simultánea se procedía a avisar a la familia para comunicarle su muerte.
Según detalla La Voz de Asturias, hasta ese momento nada había llamado demasiado la atención… hasta que todo cambió.
El equipo forense no podía creer lo que estaba sucediendo. El cuerpo estaba en la camilla, hasta se le habían dibujado con un marcador las partes del cuerpo que había que investigar —cortar— cuando escucharon ruidos. ¡Gonzalo Montoya Jiménez estaba vivo!
El recluso fue trasladado al Hospital Universitario Central de Asturias en una ambulancia. Anoche permanecía ingresado y escoltado por la Guardia Civil. Se ha abierto una investigación para aclarar las circunstancias que han rodeado a este caso.
Su familia explicó que Montoya Jiménez ya había tenido ataques de epilepsia y sospechan que esta enfermedad puede estar relacionada con este insólito suceso.
El preso, condenado por un delito de robo de chatarra, tiene una medicación prescrita para controlar los síntomas de la enfermedad, pero su entorno teme que no la haya tomado de forma adecuada durante las últimas semanas.
En diálogo con el diario de Asturias, afirmaron que les parece imposible que tres forenses certificaran la muerte. Están convencidos de que uno vio el cuerpo y que los otros dos se limitaron a rubricar el certificado. Están convencidos de que se produjeron numerosos errores encadenados, y su idea es poner la historia en manos de un abogado.