Norma Felipa Chavarría era una mujer ambiciosa. Algunos años antes de tramitar su jubilación decidió emprender en grande.
Por: Martín Candalaft
En su Jujuy natal, según la acusación en su contra, creó una organización criminal dedicada a importar cocaína y marihuana desde Bolivia para luego venderla a dealers locales que, a su vez, la comercializaban en distintos barrios de esa provincia y de Salta. La Justicia supone que craneó y confeccionó todo el plan ella sola, aunque llegó un momento en que necesitó ayuda. Como no confiaba en cualquiera, decidió incluir en el negocio a sus siete hijos: los Alvizu. Cada uno tomó un rol diferente y durante años gozaron de impunidad absoluta, compraron propiedades, autos de alta gama, realizaron fiestas con artistas famosos y viajaron por el mundo.
Esta mañana, el clan Alvizu llegó a su fin. Sus integrantes fueron condenados a 6 años de prisión por narcotráfico luego de que aceptaran su culpa en un juicio abreviado, homologado por el juez federal jujeño Eduardo Hansen. La matriarca, sin embargo, no vivió para ser juzgada.
Chavarría, de 62 años, era narco full time. Se dedicaba de lleno a manejar los destinos de la banda. Según la causa, negociaba con los proveedores bolivianos y peruanos, fijaba los precios y repartía las órdenes para sus hijos. Cada uno tenía un rol: Diego Armando, electricista de profesión, y Gustavo eran sus fieles laderos mientras que Fabiana Andrea se dedicaba a armar la logística de los envíos. Por su parte, María Elena organizaba el acopio de la droga junto a su marido en distintas casas que la banda había adquirido. Daniela, Gabriela y Judith se encargaban de la distribución. Todos ellos, de entre 30 y 40 años, obedecían a su madre sin protestar.
Sin embargo, toda esa influencia que tenía la líder se terminó de repente. El 1° de julio al mediodía, ella y su hijo Gustavo viajaban a la Quiaca para reunirse con un proveedor cuando su Ford Mondeo se despistó, chocó de frente con otro vehículo y murieron los dos. El impacto en la familia fue profundo pero duró poco.
Ese mismo día, Diego Armando habló con sus hermanos para reorganizar la banda y se convirtió en el nuevo líder.
No le duraría mucho el traje de su madre. Para ese momento, la Justicia federal jujeña ya los tenía en la mira y conocía todos sus secretos. Algunos sorprenden por lo ingenioso y otros repugnan por lo inescrupuloso.
Según la investigación que llevó adelante el fiscal federal Federico Zurueta, junto con la PROCUNAR, el ala de la Procuración que investiga delitos de narcotráfico, el modus operandi de la banda familiar se repitió en el tiempo.
Primero compraban la droga a proveedores, que por lo general se encontraban en Bolivia, luego cruzaban la mercadería con “paseros” por pasos ilegales hasta la Quiaca, donde la acopiaban hasta que armaban la logística para la reventa. Una vez completado ese paso, la distribuían.
Para eso eran fundamentales los tanques de nafta de los vehículos que usaban. Los hermanos Alvizu usaban varios vehículos para el transporte de la droga. Primero, les dejaban el tanque con poco combustible, lo justo y necesario. Luego, desarmaban parte del auto: por lo general, comenzaban debajo del asiento trasero, e introducían los envoltorios con la cocaína o la marihuana.
En una de las escuchas que forman parte del expediente, Fabiana Alvizu le contó a uno de sus hermanos que en uno de los autos nuevos entraban “25 paquetes” y especificó las cantidades: “rollitos de un cuarto de kilo cada uno”, dijo. La cuenta da que, por auto, llevaban algo más de 6 kilos. Usaban varios y realizaban múltiples viajes. Además tenían “autos barredores” que viajaban algunos kilómetros más adelante en la ruta detectando posibles controles y dando aviso para, en caso de ser necesario, desviar el camino.
No era el único método de traslado que tenían. Según la acusación, la banda tenía como cómplices a varios choferes de “Empresa Panamericana”, una compañía de ómnibus que opera en el Norte argentino. Por lo general, les pagaban un monto de dinero para que escondan los cargamentos donde se guardan las valijas y así realizar el tramo La Quiaca – San Salvador de Jujuy.
Durante el 2020, las restricciones de movilidad por la pandemia no fueron un problema para la organización. Más allá de la impunidad con la que el clan Alvizu se movía, Fabiana Andrea, según los registros de la causa, cada vez que tenía que repartir la droga confeccionaba un permiso de circulación en el que ponía como excusa que debía hacerse tratamientos por el cáncer de mama que padece. La enfermedad era real, los procedimientos médicos no.
Con el dinero que recaudaban, los Alvizu compraban autos de alta gama, propiedades y realizaban viajes. Pero, además, organizaban fiestas populares. Por lo general, elegían alguna de sus propiedades e invitaban a centenares de personas. Les gustaba que haya música de cumbia. Incluso llegaron a contratar a Daniel Agostini pero el show no pudo contratarse por un problema de agenda, no por falta de presupuesto.
Los Alvizu no eran narcos por obligación, sino por pasión. Así, al menos, lo expresaron en una conversación que fue interceptada por la Justicia. El 8 de julio, una semana después de la muerte de su madre, Fabiana llamó a su hermana Judith. La conversación es más que llamativa. “La verdad que a mí me apasiona hacer todo esto. No voy a parar hasta las rejas. Cada día me esmero por tener más contactos, más gente”, dice una. La otra le responde en el mismo tono: “Yo también soy muy feliz haciendo esto, de verdad. Siento que nacía para hacerlo”.
Luego de casi 8 meses de investigación por parte de la Justicia y de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (la fuerza elegida por el fiscal para trabajar el expediente), el domingo 1° de agosto se realizaron múltiples allanamientos en los distintos domicilios de la banda en Jujuy y Salta. Las pruebas en contra de los integrantes del clan son contundentes: escuchas telefónicas, seguimientos de inteligencia, fotografías y el dinero encontrado en el accidente donde murió la líder, casi un millón de pesos que nadie pudo justificar.
En la redada fueron detenidos tres hermanos. Incluido Diego Armando, el electricista que tomó las riendas de la banda cuando se murió su madre.
El fiscal Zurueta entendió que por el tipo de delito podía realizar un juicio abreviado. Así fue que acordó con los detenidos una pena de 6 años a cambio de que reconozcan su culpabilidad. Así lo hicieron y el acuerdo fue homologado por el juez Eduardo Hansen.
Sin embargo, la banda no está desarticulada del todo. Hay tres hermanas que siguen prófugas. La justicia sospecha que en poco tiempo volverán a las actividades ilícitas relacionadas a la droga. Es que, entre ellas, están las que aseguraban tener “pasión por el narcotráfico”.
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