Impotencia y frustración del “caso Lola”

  La frustración signa las pesquisas por la muerte de la joven argentina Lola Chomnalez en Valizas. Una frustración a escala internacional dada la atención que el caso concita en la Argentina.

 
Allí pronostican que el asesinato quedará impune “tal como ocurre con la mitad de los crímenes cometidos en Uruguay” según Clarín, un diario que vaticina que la investigación va “hacia el fracaso”, en tanto La Nación dice que marcha “sin rumbo”. Ojalá se equivoquen y el crimen se aclare, pero por ahora los hechos les dan la razón.
 
Aunque las críticas duelen es claro que tienen fundamento. Para empezar con las autoridades la apertura de la investigación halló al ministro Bonomi más inquieto por un supuesto complot para publicitar robos de mansiones a principios de temporada que por el caso Lola. Su subsecretario, Vázquez, tampoco se lució al condenar a la jueza por no incluir a una semióloga en los interrogatorios como si esa ausencia explicara el fracaso de la indagación. Otra autoridad, el director de Comunicación de la intendencia de Rocha, Mario Barceló, completó la faena al decir que la muerte de Lola no se debió a “inseguridad local ni violencia local” sino a la “la violencia familiar en familias argentinas”. El intendente Artigas Barrios reprobó esa barbaridad, pero no sancionó al director (al fin y al cabo lo que quería el oficialista Barceló era preservar la imagen del Uruguay como país seguro gracias a Bonomi y compañía).
 
En cuanto a la policía se nota que siguió su padrón habitual en casos graves. De entrada, apenas apareció el cadáver anunció el arresto de un sospechoso en un intento de calmar la ansiedad de la gente por unas horas. Fue el primero de una serie de palos de ciego y detenciones al tuntún de personas sin conexión con el crimen. Su exponente más notorio fue un tal “Conejo” cuyas ingenuas declaraciones a un canal de TV debieron bastar para descartarlo de la lista de inculpables. Empero, al igual que otros actores de esta saga, el “Conejo” aportó por un rato el rostro del homicida buscado (para colmo de su desgracia, se parecía vagamente al identikit forjado por los testigos).
 
La justicia tampoco derrochó eficacia, en particular en lo relativo a la madrina de Lola, y sobre todo en el novio de la madrina convertido en el sospechoso predilecto (incluso para el padre de la víctima). Aunque se dijo que sus respuestas fueron precisas y su coartada perfecta, no se justifica que la jueza lo dejara salir tan rápido de nuestro país. La policía la criticó por ello demostrando así las tensiones existentes entre el juzgado y la comisaría. Después intervino el sindicato policial de Rocha para apoyar a los suyos, una absurda injerencia gremial típica de estos tiempos. Todo mal.
 
A tres semanas del homicidio no hay pistas firmes. Que recién ahora se hallara el bolso de la víctima a pocos metros de donde apareció el cadáver prueba las deficiencias de la pesquisa. Alguien hizo el ridículo al defender el trabajo policial diciendo que el rastrillaje inicial fue correcto y que era probable que el homicida hubiera vuelto a la escena del crimen a “plantar” el bolso. En fin, los días pasan y atrás queda una jovencita muerta durante una rapiña, un aire de frustración y un asesino —uno más— que anda suelto en un país cuyo gobierno quiere vender una imagen de seguridad que la realidad se empeña en desmentir. 
 
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