Se acusó a su ex pareja, Federico Pippo, pero nada pudo probarse. Se habló de pornografía, venganzas políticas y grupos parapoliciales. Nunca hallaron al culpable.
Por Rodolfo Palacios
El 13 de julio de 1984, la profesora de inglés fue asesinada. La acuchillaron, balearon y descuartizaron. Nunca encontraron al culpable.
El misterioso mensaje me llegó por Facebook, hace casi un año.
-¿Usted es el que escribió la nota sobre Oriel Briant?
-Sí.
-Le falta algo de información que nadie tiene.
-¿Usted trabajó en el caso?
-No. ¿Vio lo que publicó en esa época Guillermo Patricio Kelly en el Diario La Razón sobre un tal Raúl?
-No, no lo vi.
-Ese Raúl habría filmado el homicidio de Oriel. ¿Y sabe qué? Yo hablé con ese tal Raúl y me confirmó la historia.
-¿Dice que fue filmado el asesinato?
-Si. Hay muchos casos en el mundo. Se intercambian videos de asesinatos. Se los llama snuff. Pero la información fue censurada y hubo que cambiar figuritas. Raúl murió, pero si por curiosidad quiere saber qué pasó, páseme un celular, lo llamo y en la semana nos vemos.
Pero el encuentro nunca se dio y a las pocas horas esa cuenta de Facebook había sido cerrada.
Pasaron 36 años, pero aún perdura el enigma en torno al crimen de Aurelia Oriel Catalina Briant, una profesora de inglés de City Bell querida por sus alumnos, de una familia de clase acomodada, con cuatro hijos.
El 13 de julio de 1984, a la altura del kilómetro 75 de la ruta 2, fue encontrada asesinada de 37 puñaladas y tres balazos. La descuartizaron y nunca se supo quién o quiénes fueron los asesinos.
“Mi papá no fue el asesino. Me lo enloquecieron, pobre. Se dijeron muchas cosas, que mi mamá era subversiva, que era informante, creo que nunca se va a saber quién la mató. Para mí fue un crimen político. La tragedia nos destrozó”, dijo Julián Pippo en una nota al programa 70-20-Hoy, que conducía Chiche Gelblung.
Julián tenía seis años cuando asesinaron a su madre y según él dormía con su padre, Federico Pippo -el principal sospechoso- cuando ocurrió el hecho.
El misterio sin fin
Los forenses hablaron de la “furia destructiva” del asesino, que había mutilado la cara, los pechos, el vientre, las piernas y la vagina de Oriel.
El informe de los peritos indicó que “se trató de una muerte por apuñalamiento, previa larga tortura y con particular ensañamiento en el aparato genital”.
Fueron 3 disparos calibre 32 –uno en la cola y dos en la cara, según la investigación del legendario periodista policial Enrique Sdrech– y 37 puñaladas en el cuerpo.
Tres días antes del macabro hallazgo, un vecino que pasó por la puerta donde ella vivía escuchó el llanto desgarrador de un niño que pedía por su madre. Era Christopher, por entonces de tres años, que vestía piyama y decía que su mamá no había vuelto de hacer los mandados.
Ese fue el comienzo –o el final– de la historia: Oriel había sido secuestrada cuando dormía y el niño había quedado solo.
Sus otros tres hijos –Martina, Tomás y Julián– habían pasado la noche con su padre, Federico Pippo. Oriel se había separado de ese hombre al que había conocido en la Facultad: ella estudiaba profesorado de inglés y él estudiaba letras. Además de dar clases de Literatura, él era policía bonaerense y fue cesanteado después del asesinato. Lo detuvieron dos veces, pero salió en libertad por falta de pruebas. No llegó a estar un año detenido. En una de sus salidas criticó a la Justicia y dijo: “Creo en Dios”.
“Para nosotros era el culpable, pero las actas y otros procedimientos se hicieron mal y eso llevó a la nulidad”, dijo una fuente que participó en el expediente.
El caso conmocionó al país. Uno de los periodistas que más lo siguió fue José de Zer, de Nuevediario.
Él entrevistó a Denisse, la hermana de Oriel.
“No tomaba drogas ni pastillas. Siento que esto es un problema de venganza por el ensañamiento contra su cuerpo. Es un psicópata sexual el que la mató. Ella era sumamente ingenua, cuando la vida la golpeaba ella siempre buscaba otra oportunidad. Yo le decía: ‘Nunca vas a crecer’”.
De Zer consiguió entrar en la casa de Oriel, que estaba separada de Pippo.
“Este es el interior de la casa de la profesora Oriel, quien el día de su desaparición y posterior asesinato atendió el teléfono que sonó a las 10.30 de la noche. Luego pasó a su dormitorio, se desvistió y se acostó a dormir mientras que en el otro dormitorio dormía su hijo menor. Horas más tarde sonó el timbre de la puerta, Oriel se levantó a abrir pero a mitad de camino la detuvieron y la introdujeron en un coche”, relató De Zer.
Tiempo después entrevistó a Pippo, quien lucía un saco gris, camisa blanca, pantalón al tono y zapatos lustrados. Mientras fumaba con elegancia, ante una pregunta de De Zer, respondió:
-Tengo mucho miedo, me siento totalmente perseguido. Mi familia también es perseguida y buscan un culpable dentro de ella. Todo esto supera toda ficción.
-Se habla de un pacto de sangre de los Pippo -se animó a preguntar De Zer.
-¿Pacto de sangre de los Pippo? No somos una familia por múltiples razones. Nos queremos mucho, pero no estamos muy unidos.
Luego se refirió al crimen de su mujer como un “momento en el que ocurren los ellos que nos tienen acá reunidos”. No se mostró dolido ni nervioso, como si estuviera ante sus alumnos de Literatura.
“Oriel había sido una hermosa mujer, plena de vitalidad y sensualidad. A su atracción física se sumaban su ternura y una simpatía sin rodeos, por lo que aún a sus 37 años, despertaba la admiración de muchos hombres quienes la consideraban maravillosa”.
Eso escribió Sdrech, que siguió el caso para Clarín. Entrevistó a más de 50 personas vinculadas al caso. Hasta publicó un libro, 37 puñaladas para Oriel Briant.
El primer detenido fue un vidriero que había comenzado a salir con Oriel. Cuando lo fue a buscar la policía, intentó matarse con un cuchillo que –misteriosamente– apareció en la guantera de su auto. Sobrevivió. Lo liberaron y murió cuatro años después del hecho. “El chacal homicida fue detenido e intentó matarse con cuchillo”, tituló Crónica sobre ese episodio, aunque el hombre no tenía nada que ver con el asesinato.
Por esos días, al despacho del juez llegaban cartas anónimas. Una de ellas acusaba con nombre y apellido a un camionero que vivía en La Paternal. Pero era una pista falsa. El pobre hombre tenía un enemigo que siempre lo acusaba en forma anónima cuando había un crimen. Antes le había cargado el asesinato de un menor.
El aprendiz que lo acusó
Uno de los personajes centrales del caso fue uno de los alumnos literarios de Pippo. Era un joven atractivo apodado Charly. Pippo lo elogiaba delante de sus otros alumnos, por su belleza griega o capaz de ser admirada por las deidades egipcias, según contó un testigo de las clases.
Pippo estaba a cargo de la cátedra de Literatura Española de la Universidad de La Plata. Ahí hablaba de Cervantes y García Lorca, entre otros. También admiraba a Keats, Shakespeare, Ibsen y Borges, aunque no formaban parte de su cátedra.
Cuando Oriel estaba embarazada de cuatro meses de su último hijo, Pippo viajó con Charly a Europa durante un mes. Los rumores de una posible relación entre profesor y alumno ocuparon espacio en los medios. Cuando le tocó declarar ante el juez Julio Desiderio Burlando (padre del famoso penalista Fernando Burlando), Charly declaró que una vez Federico le había dicho que estaba harto de Oriel. Charly fue detenido y cuando lo trasladaban en patrullero, una mujer se le acercó y le gritó “¡asesino degenerado!”.
“La voy a liquidar, contraté gente para que haga el trabajo”, le habría Pippo dicho según Charly. Burlando ordenó la detención de Pippo. Aunque después en el careo con Pippo, se desdijo.
Una de las hipótesis era que Federico se había enamorado de Charly y juntos habían tramado el asesinato. Es más, Sdrech cita en su libro un escrito de uno de los peritos que intervino en el caso. Por entonces se incurría en una aberración: considerar a la homosexualidad como un factor desencadenante para matar o provocar una reacción funesta.
“El autor del homicidio -escribió el perito- es un ser sexualmente reprimido, que un día da rienda suelta a sus represiones y se vuelve altamente peligroso. La señora Briant fue objeto de su odio ancestral a la mujer por parte del sujeto que vio en ella a todas las mujeres y desató su salvajismo como una forma de vengarse. El ensañamiento con la zona genital de la profesora refuerza sus características homosexuales del matador. Para un homosexual, la visión de los genitales femeninos produce horror y reactiva en él el temor infantil a la castración”.
Sectas, mafias o espías
Mientras Burlando sostenía que el asesino había sido Pippo, otras líneas investigativas resultaron insólitas. Una hablaba de que Pippo y Charly pertenecían a la Secta Moon. Una testigo, de hecho, declaró que Pippo hacía vestir a Oriel con túnica y que la hacía fumar de una boquilla larga y dorada, además de pedirle que se dejara el pelo largo. “Parecía una sacerdotisa”. Esa pista se reforzaba con los rituales sexuales y sangrientos de las sectas. Hasta se habló de las similitudes con el crimen de Sharon Tate, asesinada por el clan Manson en los Estados Unidos en 1969.
Las pesquisas más extrañas sobre el crimen rozaron sectas, mafia italiana y hasta ajuste de cuentas por “la pesada” de la dictadura militar.
Una pista se refirió a la posibilidad de que Pippo trabajara para un comisario de activa participación en la dictadura y que Oriel hubiera sido asesinada por presuntos contactos con Montoneros. También se habló de la mafia italiana. Y del origen siciliano de los Pippo, que eran definidos por la prensa como un clan o “La pesada de los Pippo”. Incluso se habló de un castillo en Lobos donde había muñecos diabólicos y supuestamente se hacían sacrificios de animales. Llegó a hablarse de una siniestra conspiración de los Illuminati.
Otra teoría, considerada alocada por los pesquisas, tenía que ver con una trama vinculada a la Guerra de Malvinas, ocurrida dos años antes del crimen. Se sabía que los padres de Oriel eran ingleses y habían trabajado en la embajada británica. Se dijo -y se publicó y figuró en el expediente- que Briant era una informante de los ingleses durante la guerra, que había sido una espía. “La venganza de la que hablan los hijos y habló Pippo a sus allegados es que lo espías argentinos la sentenciaron a muerte. Y que una vez terminada la guerra la iban a matar. Y los antecedentes de violencia que tenía Pippo en perjuicio de Oriel, les vinieron bien para incriminarlo”.
La hipótesis más sólida
Lo más concreto en la causa fueron las denuncias previas que Oriel hizo en la comisaria de City Bell contra Pippo por violencia de género. “Un día me llamó y me dijo: ‘Vení rápido porque Federico me está matando a golpes’”, declaró la madre de la víctima. En diciembre de 1980, según consta en otra denuncia, Oriel salió de su casa gritando que su marido la había perseguido con un cuchillo.
La relación entre los dos había terminado. Antes de separarse, dormían en cuartos separados. Él no no le quería dar un centavo, ni siquiera para comprar alimentos o para sus hijos. Ni siquiera quería pagar la luz. Decía que no la usaba, que no veía televisión y que por la noche leía a la luz de una vela.
En el expediente figuraba que cuatro testigos habían declarado otros episodios de violencia. En uno de ellos, Pippo habría dicho: “Que esta no se haga la loca porque tengo gente de la Policía que la va a hacer reventar”.
“La voy a matar a patadas”, “Si tengo un cuchillo, se lo clavo mil veces”. Esas eran otras de las frases que habría pronunciado el sospechoso. Otra testigo dijo que Oriel le había contado que la había amenazado con un cuchillo para violarla. Otra, que tenía moretones en los brazos porque Pippo le pegaba y hasta llegó a amenazarla con una cuchilla delante de sus hijos. Pero nada alcanzó para que lo encontraran culpable.
El sabueso, el sospechoso y el brujo
El brujo Guillermo lo miró fijo a Enrique Sdrech, sentado frente a él en un sillón, en una casa tipo chorizo convertida en templo, y le vaticinó:
-El crimen que usted investiga jamás se va a resolver.
Sdrech tomó nota en su cuaderno. Era 1984 y el mítico periodista policial estaba obsesionado con el misterioso asesinato de Oriel Briant. El ex marido de la víctima, Federico Pippo, siempre fue el principal sospechoso. Estuvo preso pero lo liberaron por falta de pruebas.
Antes del femicidio, Pippo estuvo sentado en el mismo sillón que Sdrech. El brujo le pidió que escriba su nombre. Al ver el trazo de las letras, le dijo:
-Señor Federico, su problema son las mujeres.
Pippo lo corrigió:
-Mi problema es una mujer.
Había ido a ver a ese vidente porque estaba por separarse. Lo acompañaba su madre, Angélica. El brujo le dio una receta a ese hombre de mirada fría que parecía desesperado: que se bañe con ruda, alcanfor y romero.
-Sabía que algo malo iba a pasar, pero nunca supe qué —le dijo el brujo a Sdrech.
Nunca pudo predecir lo que vendría poco tiempo después: el asesinato, las detenciones, inocentes acusados, supuestos culpables libres.
Tampoco pudo percibir el destino que le esperaba a Pippo: la muerte en la miseria y la soledad. A 36 años, el crimen de su ex mujer sigue impune.
El brujo Guillermo declaró que la madre consultaba brujos y curanderos para hacerle daño a Oriel. “La odiaba. Le encontraron fotos de Oriel pinchadas. Y una vez me dijo a mí, durante una consulta, que su hijo a veces desvariaba y que quería matar a todos”.
Un dato clave reactivó la causa tiempo después y llevó otra vez a Pippo a la cárcel. Los muebles de Oriel, que habían desaparecido, fueron encontrados en el stud del primo de Pippo. Federico fue detenido junto a su hermano Esteban, su primo y su madre. “Esteban y Angélica aparecieron en mi stud en un Renault 12 en el que iba una mujer rubia, vestida en camisón y medio dopada. Les pedí que se fueran”, declaró el primo de Pippo. Pero a los pocos días se desdijo.
Por entonces, una testigo fue amenazada por dos presuntos linyeras que le golpearon la puerta con la excusa de buscar ropa y comida pero en realidad le apuntaron con dos armas.
Los Pippo pasaron un año en prisión, pero fueron absueltos porque los testigos se rectificaban y las pruebas de desvanecían.
«El juez se maneja con el dicen que dijo que le dijeron», sentenció Pippo en una entrevista que le dio a José de Zer.
El video tenebroso
“El film del crimen de la profesora Briant, que contiene sádicas y aberrantes escenas, se habría rodado en una estancia bonaeranse”, tituló el diario La Razón del 29 de agosto de 1985.
La nota, firmada por Guillermo Patricio Kelly, no era ningún invento. Hubo una denuncia hecha por un hombre de nacionalidad alemana que vivía en la Argentina que decía, palabras más, palabras menos, que Oriel fue secuestrada y filmada y que esa película pornográfica fue vendida por un millón de dólares a un enigmático personaje que vivía en una mansión de Chicago.
“En el rodaje habrían intervenido entre doce y quince artistas sexuales. El rapto y la puesta en escena costó 80 mil dólares. Se filmaron escenas de sexo en medio de un ritual satánico”, consignó La Razón.
Los investigadores llegaron hasta Charles Ray, un as en robar fichas en los casinos de Montecarlo, que habría sido el nexo con los rufianes que compraron el supuesto video.
Eso no es todo. El 1 de enero de 1985 un avión se estrelló contra la nevada ladera del Pico Illimani, a unos 80 kilómetros de La Paz. El denunciante, que a esa altura era considerado un demente por los pesquisas, aseguró que una de las pasajeras llevaba el video pornográfico. Y que por orden de alguien poderoso, se contrató a una decena de escaladores expertos para que llegaran antes que los peritos oficiales y pudieran rescatar la cinta. Pero esta pista, más cercana a una historia inverosímil de ciencia ficción que a la realidad, se desvaneció con el tiempo.
El profesor que lee tragedias vive su propia tragedia
Uno de los autores preferidos de Pippo, que citaba en sus clases de literatura, era John Milton, autor de El paraíso perdido. Dos de sus frases, entre tantas, podrían caber en su abismo. “Tan fácil parece una vez descubierto lo que antes de descubrirse se hubiera tenido por imposible”. La otra: “Todos los caminos me llevan al infierno. Pero ¡si el infierno soy yo! ¡Si por profundo que sea su abismo, tengo dentro de mí otro más horrible!”. Como toda tragedia, el asesino no solo mata a la víctima y se mata a sí mismo. Mata a sus antepasados, a sus predecesores, a sus hijos (dos de ellos fueron detenidos por robos y venta de droga) y a todo su entorno.
Los hijos de Oriel y Federico sufrieron el infierno en carne propia. Primero, el crimen de su madre. Luego, la detención del padre.
Como ejemplo: Christopher vio cómo se llevaban secuestrada a su madre. Y también vio cómo la Policía se llevaba a su padre. “No me dejes, papito”, dijo llorando.
La mayoría de los protagonistas de esta historia están muertos. Y los que están vivos, no quieren hablar.
Sdrech murió sin saber quién había sido el asesino, aunque tenía sus sospechas que nunca publicó.
El periodista Facundo Bañez, del diario El Día de La Plata, hace diez años logró una entrevista exclusiva con Pippo, a quien descubrió cuando iba al kiosco a comprar tres cigarrillos. Unos años antes lo habían internado en el psiquiátrico de Melchor Romero porque apareció caminando en medio de la calle, entre los autos, insultando y citando frases de escritores griegos y rusos. Pensaron que era un ciruja, pero era Pippo.
“Yo no la maté, pero no importa lo que piensen. Se habló demasiado ya, todo porque era una Briant, por supuesto. Te aseguro que si era una Pérez no se hablaba nada”, le dijo Pippo a Bañez. Antes de cerrar la puerta, dijo lo mismo que cuando salió en libertad: “Creo en Dios”.
Era una cáscara de sí mismo. Tenía barba y pelo blanco. Cara huesuda y ojos saltones que parecían a punto de estallar. Una especie de fantasma absorbido por el fantasma de Oriel. Como una burda copia de los espectros de Shakespeare, el autor que analizaba en algunas de sus clases.
Poco después de esa entrevista, los medios le golpearon la puerta. Pero no volvió a abrirla. Lo último que se supo de él es que murió a los 68 años, el 6 de junio de 2009, solo, pobre y en una pieza a la que nunca llegaba la luz del sol.