Una ex alumna del Nacional Buenos Aires denunció por abuso a un coordinador: «Le decía que no y él lo hacía igual».
Emilia Viacava tiene 27 años y denunció una serie de episodios ocurridos en 2008 en viajes de estudio a Jujuy y en una casa de Turdera. «¿Por qué no hice la denuncia antes? Tenía mucho miedo de que lo encierren, salga y me mate», asegura
Por Mauricio Luna
Emilia Viacava relató en su denuncia ante la Justicia que después de la tercera vez que el hombre que ella señaló como su abusador la atacó sexualmente, él le regaló una novela, Las Vírgenes Suicidas, de Jeffrey Eugenides, publicada por primera vez en 1993, convertida años después en una película por Sofia Coppola, la historia de un grupo de hermanas adolescentes que se quitan la vida.
Emilia tenía sólo 17 años, asistía al anteúltimo año del Colegio Nacional Buenos Aires. No recordó el día preciso en el que recibió ese regalo, sí recordó que había sido en noviembre, que hacía calor y que estaba en una casa en Turdera. También, que frente a ella estaba un hombre de 43 años, completamente desnudo a quien Emilia, minutos antes, le había suplicado para que no lo hiciera de nuevo, para que no la volviese a atacar.
Aquella vez en Turdera, de acuerdo al relato de Emilia, sería la última. P.M. la acompañó hasta la parada de la combi para que volviera a su casa. «¿No puedo contar nada? ¿No le puedo contar a mi amigo tampoco?», preguntó ella. Él la tomó del cuello y la amenazó: «¿Vos querés que pierda el trabajo? ¿En serio me vas a hacer esto?».
El lunes 15 de abril de 2019, casi diez años después, Emilia, hoy con 27 años, publicó en su cuenta de Facebook: «Viajé a Jujuy para hacer mi denuncia penal contra el profesor/tutor que abusó sexualmente de mí en un viaje de estudios mientras cursaba en el Colegio Nacional de Buenos Aires. También lo denuncié en Buenos Aires ya que, a la vuelta del viaje, continuó abusando sexualmente de mí durante varios meses durante el año 2008».
Emilia, durante el viaje en 2008: tenía 17 años
Emilia conoció a P.M. en un viaje que realizó junto a sus compañeros de cuarto año del Nacional Buenos Aires en octubre de 2008. «El Pelado de Tilcara», tal como lo apodaban, era conocido por varias camadas de alumnos de la emblemática institución educativa debido a que coordinaba los viajes a esa ciudad en la provincia de Jujuy, en donde durante una semana los adolescentes realizaban diversas actividades.
Emilia recuerda el primer viaje que hizo a Tilcara con P.M. como coordinador. «Ese día habíamos ido a la cascada de la Garganta del Diablo. Después subimos, caminamos bastante. Recuerdo la caminata. Llegamos hasta un pueblo, Alfarcito. Hicimos unas actividades con unos chicos de una escuela y pernoctamos allí. En el pernocte él nos contaba historias. Hacía meditaciones, ‘viajes astrales’ y rituales chamánicos. Decía que era chamán, que tenía contacto con los pueblos originarios», relata Emilia a Infobae.
«En una de esas historias, de repente él nos pone alrededor de una fogata y se sienta al lado mío. En el momento en el que comienza a hablar se sacó el poncho, lo puso arriba suyo y también me tapó a mí. Luego pasó su mano por debajo y comenzó a tocarme. Estuvo una hora haciéndolo. No pude reaccionar, había cien chicos aproximadamente y quedé helada», explica.
En su recuerdo rememoró los detalles de aquella noche. El miedo la paralizó y el temor a que no le creyeran no le permitió hacer nada.
Al día siguiente, según declaró en su denuncia ante la fiscal Mariela Labozzetta, titular de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM), P.M. le miró las piernas y le dijo: «Esas piernas necesitan protector solar. Si no te ponés vos te voy a tener que poner yo».
La última noche, el grupo de alumnos pasó por una construcción abandonada. «Metete ahí y contá hasta 8», le solicitó el profesor a Emilia. Estaba oscuro, tuvo miedo y hasta el día de hoy no comprendió el «juego». «Conté hasta 5 y salí corriendo», dijo.
Emilia regresó a Tilcara a comienzos de abril de este año. Recordó este episodio en su visita, cuando estuvo frente a la misma construcción. Logró retratar con su cámara cada uno de estos lugares en el marco de un viaje que tuvo un objetivo mayor: denunciar al coordinador en la Unidad Fiscal Especializada en Violencia Familiar, de Género y Delitos contra la integridad sexual de San Salvador de Jujuy.
– ¿Qué ocurrió cuando regresaron a Buenos Aires?
-A la vuelta me contactó por Messenger y me empezó a hablar por chat. Eran siempre invitaciones a hacer algo. Armó un grupo de estudio para que empecemos a tener una mirada sobre la antropología. Un día me invitó al cine. Después me dijo que no, que alquiló una película, que yo comprara helado y que me esperaba en Corrientes y Callao.
– ¿Y qué hiciste?
-Fui. Pensaba que quizá había sido solo eso. Yo era chica y suponía ser especial para él pero en otro sentido. Que me veía inteligente, que quería ayudarme porque a mí me interesaba la antropología. Entonces fui. Llegamos a una casa que él decía que era de la hermana. Cuando entramos no había nadie. Había un colchón en el piso improvisado. Una mesa con una computadora. Y cámaras que él tenía. Me pidió que me sacara la ropa y le dije que no. Entonces me rompió el vestido. Me lo rompió porque él quería tocarme, quería que me sacara la ropa, y cómo no quería sacármela, me pasaba la mano por abajo. Hubo penetración con los dedos. Yo en ese momento recuerdo que le dije: «Esperá, yo te tengo que decir algo muy importante». Le dije que era virgen, que no había venido para esto. Él me dijo que no me preocupara, que era obvio y que estaba bien. Que a él le gustaba. Todo esto está en la denuncia penal que presenté contra él.
– ¿Cómo saliste de ahí?
-Muy herida. Me mordió muchas veces. Eran cosas muy físicas y dolorosas siempre. Morder. Ahorcar. Y todo llamado como si fuera un juego, esa manipulación de decir: «Esto es un juego, vas a estar bien». Todo el tiempo la insistencia de sacarme fotos y yo diciéndole que no muchas veces. Pero de repente en todos los abusos se repetía el mismo patrón: yo decía que no, que no quería, le explicaba que me dolía y él lo hacía igual.
– ¿Y qué sentías en ese momento?
La soledad de estar sola en eso. Con mis amigos y amigas no hablábamos de sexo. Éramos mucho más inocentes. Yo lloraba siempre porque no podía darle explicación a todo lo que estaba pasando. Tenía secuelas físicas que empezaban a molestarme y dolerme. Todo esto todavía no había terminado.
-¿Te volvió a contactar?
-Sí. Me dijo que me tomara una combi. «Avenida 9 de Julio. Tomar combi Adrogué Bus». Todavía tengo ese papelito en donde anoté sus instrucciones. Fui sola, me tomé la combi, era de día, yo podía hacer eso. Me avisó donde bajar por mensaje de texto. Cuando llegué me tomó de la mano y me dijo: «Hagamos de cuenta que soy tu tío así nadie sospecha nada».
– ¿Dónde te llevó?
-Estábamos en Turdera. No recuerdo dónde exactamente, pero me bajé ahí. Caminamos muchísimo hasta que llegamos a una casa en un total estado de abandono. Paredes rotas, chapas por el jardín, pasto alto. Al entrar todo era lúgubre. Las habitaciones a los costados. Él me iba mostrando la casa como su casa. Había una habitación especial: la pornografía infantil. Había libros sexuales y una estatua que no recuerdo bien.
– ¿Te dijo específicamente que esa era su casa?
-Sí. Había una mesa con una computadora y cámaras de vuelta. En la habitación central había dos sillones. A uno de ellos me llevó. En ese sillón ahí fue cuando me dijo ‘bueno ahora sacate la ropa’. Y yo le dije que no. Me la sacó igual. Y ahí me sacó la remera, me sacó el corpiño, me empezó a morder. Muy fuerte. Después me sacó todo lo de abajo. Y me empezó a morder, y me empezó a hacer… Bueno, penetración, con la lengua, con los dedos, él no tenía preservativo. A mí me dolía todo. Era como que no se podía.
– ¿Él no advertía tu dolor? ¿No te decía nada?
-Él se enojaba porque no podía concretar todo, porque yo era virgen. No podía, yo estaba completamente dura, cerrada, todo. Estaba dura. Ya le había dicho que no, ¿entendés? A mí no me salía eso de ponerme a gritar. Bueno yo le dije que no, entonces me abandonaba a mí misma. Me abandonaba. Y empezaba a verme desde arriba de nuevo. O desde el costado. Verme ahí en el sillón parada así mientras él me hacía todo y después él me agarraba y me llevó a la cama. Y ahí siguió y yo me acuerdo como que tengo esos recuerdos; pantallazos como todo lo que iba haciendo. Y yo dura, así, como petrificada viendo todo. Y después era como que él eyaculaba y era como todo muy para mí… era todo muy no sé, yo sólo lo veía. Yo sólo era como si fuera una espectadora de todo.
La conversación que mantuvo Emilia con P.M., relatada en el tercer párrafo de esta nota, fue -según consta en la denuncia- el anteúltimo contacto que tuvo con él. «Volví a verlo hace dos años, nuevamente en Tilcara. Viajé por un trabajo y él estaba con una chica. Me dijo que era su novia. Me saludó y me apretó muy fuerte», contó Emilia.
La reconstrucción
«Durante muchos años lo quise tapar. Yo tenía secuelas, las tuve todos estos años. El año posterior a los abusos me puse de novia con un chico del curso y estuve dos años con él, sin poder tener relaciones sexuales. Mis papás me mandaron a la psicóloga. Yo lloraba, no quería hacer la denuncia porque tenía miedo de que se enteraran mis compañeros», rememora Emilia.
Se animó a hablar once años después. En el medio hubo más de una década de relaciones frustradas, miedo, angustia, llanto, dolor, tristeza. Ella describe toda esa etapa como una sombra, una mancha de oscuridad que la seguía por la vida, de día y de noche, al costado del hombro.
«‘¿Tengo la culpa o no?’, me pregunté. Pero no: me di cuenta de que soy una víctima, una sobreviviente. Tomé las fuerzas dos veces: la primera vez fue el 6 de febrero de este año, cuando me presenté a la fiscalía e hice la denuncia. La segunda fue el 1 de abril, cuando viajé a Jujuy, sola. Tuve que caminar mucho para sacar esas fotos, documenté todo», asegura.
A partir del 14 de marzo, la causa por los presuntos abusos comenzó a tramitarse en la Fiscalía N°55 y en el Juzgado N° 56.
Emilia concluye: «¿Por qué no hice la denuncia antes? Tenía mucho miedo de que lo encierren, salga y me mate. ¿Sabés qué? Sigo teniendo miedo de que me mate».