El policía estaba en la vereda, mirando su celular, cuando el hombre, de bigotes, pantalón de traje, camisa blanca y corbata, pasa caminando a su lado. No se percata que a los pocos segundos regresa. Se saludan y el desconocido toca timbre en la casa. Allí entra y engaña a una jubilada italiana, de 93 años, con el «cuento del tío».
Más tarde, el delincuente salió con un sobre donde la anciana guardaba sus ahorros (unos 40 mil dólares), saludó al agente y se alejó tranquilamente del lugar.
Toda la secuencia quedó filmada por las cámaras de seguridad. Inclusive adentro de la propiedad, en la calle Alberti al 1100, del barrio de San Cristóbal, donde se puede observar cómo la mujer conduce al ladrón hasta su habitación, en la que él saca la plata de una caja en el placard.
La víctima fue Mariana, una inmigrante calabresa que llegó a la Argentina cuando era chica y tiene cinco hijos, uno de los cuales vive con ella.
«Hubo cinco años de guerra en que no comíamos nada, sólo pasto del campo, y no me morí. Vine acá a la Argentina y a los primeros días me puse a trabajar con la máquina (de coser). Lo que me llevaron era una plata trabajada, pero Dios sabe hacer justicia, de la mano de Dios no escapa nadie», afirma la jubilada.
Con su inconfundible acento italiano y un tono maternal con todos los periodistas que se presentaron en su casa en la mañana de este miércoles para entrevistarla, a quienes ella misma les sirve un café, Mariana ya no quiere seguir viviendo allí. «Ahora estoy marcada», dice.
El hecho se produjo el martes, a las 12 del mediodía, en Alberti al 1100, en jurisdicción de la Comisaría 3B. Poco antes, una mujer la llamó por teléfono y se hizo pasar por su hija: «La plata que ayer cobramos hay que traerla de nuevo porque no sirve, hay que cambiarle el número», le dijo.
El día anterior, Mariana había cobrado su jubilación y compró dólares, ya que ahorraba para sus nietos. «Me hacía la misma voz», cuenta la jubilada.
Entonces, la supuesta hija le aseguró que iba a enviar a su «asesor» a la casa, para llevarse la plata al banco y cambiarla. Ese «asesor» resultaría ser el ladrón.
«Yo le creí y caí en la trampa», añade la víctima, sin perder la sonrisa y sin resentimientos, aunque dolida e impotente, al punto que confiesa: «Pasé una noche que no pude cerrar los ojos».
Mariana relata que apenas llegó al país trabajó toda su vida. Hacía cuellos para camisas que vendían en Villa Crespo. «Se llevó lo que tenía guardado de toda la vida, unos 40 mil dólares», se lamenta.
«Que no la aproveche. Que el Señor le dé luz y conocimiento para que no lo haga más, porque se sufre», añade.
Luego de darle el dinero, Mariana habló con su hija, que le advirtió: «¡Nunca te llamé, mamá!». Allí la familia se dio cuenta de que la mujer había sido víctima de un típico «cuento del tío».
«Se fue tan contento, nunca vi a una persona tan alegre», señala la anciana, quien ya había sido víctima de un violento robo («una batida», dice) a la salida del banco, en la que se fracturó una pierna y la dejó con una renguera permanente.
«Me habían golpeado, pero Dios nunca me abandonó», acota. Y sobre el ladrón, resume, mezclando el idioma y con su bondad imperturbable: «Se llevó el juego de llaves; cuando quiera venir, que venga, le voy a hacer un café… Ya le va a llegar el fine (NdR: fin)».
Clarín.com
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