CÓRDOBA.— Los testimonios de las audiencias de esta semana en el juicio por el femicidio de Nora Dalmasso quedaron opacados por el estallido del fiscal de Cámara Julio Rivero con sus pares por la falta de apoyo en este proceso.
Opacó, incluso, el paso por el Tribunal de un forense que insistió con que no se puede obviar la presencia de ADN de Marcelo Macarrón en la escena del crimen ocurrido hace más de 15 años. Aun cuando, en este debate, el viudo no está acusado como autor material del homicidio, sino como quien encargó su ejecución.
El “enojo” que Rivero admitió sentir porque sus pares –dijo que no era un reclamo “institucional”– transparente, además, las dificultades que enfrenta para sostener la acusación contra el viudo, sentado en el banquillo como presunto instigador del homicidio ocurrido en su propia casa, en el country Villa Golf, de Río Cuarto, el último fin de semana de noviembre de 2006.
Macarrón es el último culpable posible en este caso. Si el o los autores materiales del crimen decidieran hoy levantar la mano y admitir su autoría, ya no podrían ser juzgados porque la causa prescribió.
Rivero debe sostener en soledad la acusación –que en la etapa de instrucción realizó otro fiscal, Luis Pizarro– porque no hay querellantes. La única que cumplía ese rol era la madre de la víctima, María Delia “Nené” Grassi. A tres semanas del inicio del juicio, su representante, que era la asesora oficial Luciana Casas, presentó su dimisión. Grassi ya había dado un paso al costado en 2016, cuando su yerno fue imputado por primera vez, entonces como autor material, y retomó en 2020.
Enfrente de Rivero, como abogado defensor de Macarrón, está Marcelo Brito, exfiscal general de Córdoba, quien tiene, además de una vasta experiencia, una retórica inflamada y un discurso en el que se muestra siempre aplomado.
Pizarro, en su acusación, sostuvo que en una fecha que no se puede precisar, pero “presumiblemente” unos “meses antes” del crimen, Macarrón “en acuerdo delictivo” con personas no identificadas, “planificó dar muerte a su esposa”.
Pizarro, en su acusación, sostuvo que en una fecha que no se puede precisar, pero “presumiblemente” unos “meses antes” del crimen, Macarrón, “en acuerdo delictivo” con personas no identificadas, “planificó dar muerte a su esposa”.
Agregó que se valió de “coartadas previamente organizadas” y de la “certeza de la ausencia de los demás integrantes de la familia”. Y afirmó que una persona (el sicario) esperó a Dalmasso en su casa.
Es una acusación difícil de sostener, coinciden especialistas no involucrados en la causa. Por ejemplo, no hay datos económicos que muestren pagos involucrados o los intereses en juego en una eventual separación. También abandonó la pista del ADN encontrado en el cuerpo de Dalmasso, que es de “linaje Macarrón”, según certificó el FBI.
La vida íntima de la víctima
Hasta ahora, los 57 testigos que pasaron por las audiencias se ocuparon, en su mayoría, de temas accesorios, como su percepción de si la investigación estuvo bien o mal, si el duelo de la familia se cumplió o no de manera tradicional y, en especial, de la vida íntima de Dalmasso. Es claro que su vida importa en tanto y en cuanto pueda tener vínculo con el crimen, pero se avanza en detalles que no aportan más que morbo.
Un solo testigo, Mario Gagna, parte del grupo de golfistas que estaba con Macarrón en Punta del Este jugando un torneo, se refirió a un “sobre con dinero que le dieron de parte” de Daniel Lacase –abogado que actuó como una suerte de “vocero” del viudo– para que le entregara a su suegro. La referencia quedó ahí, sin más profundización.
En 2016, el entonces fiscal de la causa, Daniel Millares, imputó al viudo como presunto asesino de Dalmasso. Fundó la imputación en las pruebas de ADN logradas el 26 de noviembre de 2006, cuando el cuerpo de la mujer fue encontrado desnudo y boca arriba sobre la cama de su hija.
El informe de los forenses del Poder Judicial de Río Cuarto, Martín Subirachs –que declaró esta semana–, Virginia Ferreyra y Guillermo Mazzuccelli, sostuvo que no se advertían signos de violencia por violación y que “el acto sexual fue contemporáneo a la muerte”.
Ese mismo día el bioquímico Daniel Zabala extrajo muestras de semen “de la vagina y partes genitales externas”. El Ceprocor rechazó que fuera semen y el FBI lo ratificó, incluyendo el nombre de Marcelo Macarrón para el ADN; esa prueba dejó a su hijo, Facundo, fuera del caso.
En la primera acusación, que ponía a Macarrón en la escena del crimen, faltaba una pieza clave: cómo había hecho el viudo para cenar con sus amigos en Punta del Este, viajar durante la madrugada a Río Cuarto, matar a su mujer y regresar para desayunar y, luego, ganar el torneo de golf.
Ese escollo llevó a otro fiscal, Pizarro, a cambiar el eje de la imputación. Para eso, omitió la prueba genética, sacó al viudo de la escena y le atribuyó la autoría intelectual del crimen.
Le dejó a Rivero un rompecabezas al que, por ahora, le faltan muchas piezas. Los testimonios no suman. Hasta ahora, ninguno aportó algún dato crucial.
La amiga y el amante
Este jueves hubo solo una testigo presencial en el debate: María Cecilia Balbo, amiga de la adolescencia de Dalmasso. Señaló que, cuando eran chicas, Nora le contaba todos sus secretos del corazón. Pero que desde que se casó con Macarrón no le comentó “ninguna situación de infidelidad”, y que tampoco tuvo motivos para sospechar.
Los hechos demuestran que Balbo ya no era aquella confidente. Ayer se incorporó, por lectura, el testimonio de Guillermo Albarracín, uno de los integrantes de la “armada” de Villa Golf que viajó a Punta del Este para jugar el torneo de golf de aficionados que ganó el viudo el mismo día que ocurrió el crimen en Río Cuarto.
En esa declaración, Albarracín admitió que era amante de Nora. Dijo que mantuvo un “acercamiento sentimental desde octubre de 2005″ con Nora, y que la última vez que estuvieron juntos fue el sábado 11 de noviembre de 2006, dos semanas antes del femicidio.
De nuevo: los testimonios exhuman la vida íntima de la víctima, que parece ser, en este debate, la única que es juzgada.
Gabriela Origlia
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