500 días, 192 conciertos, 99 ciudades, 20 países y meillones de personas han sido testigos del recorrido de Luis Miguel desde su inicio en agosto de 2023 en el Movistar Arena de Buenos Aires hasta esta fecha.
Con el regreso a la misma ciudad, el artista parece rememorar el comienzo de esta exitosa gira, cuya culminación resulta casi inevitable en Buenos Aires. Como si siguiera el dicho «no hay dos sin tres», Luismi volvió a este rincón de Palermo, el Campo Argentino de Polo, donde ya había ofrecido tres funciones en marzo de este año.
Desde temprano, el sector de Cañitas se llenó de vallas que dividieron el acceso del público: por una entrada los sectores VIP, por otra las tribunas par e impar, y por último, el acceso general. En ese laberinto de entradas, la multitud esperaba ansiosa para reencontrarse con el ídolo, quien continúa renovando su romance con la Argentina, como si hiciera falta recordarlo.
Los clubes de fans, siempre presentes y reconocibles con sus atuendos distintivos, las señoras y señoritas con coronas de flores iluminadas que iluminaron el horizonte, y algunos seguidores ocasionales, además de celebridades locales, se hicieron sentir en un ambiente que respiraba emoción. Una música envolvente y las pantallas proyectando un amanecer anaranjado prepararon el escenario para lo que sería una noche inolvidable.
Poco después de las 9 de la noche, las luces se apagaron y el griterío estalló. La big band se colocó en sus posiciones, mientras un video recopilatorio de la vida de Luis Miguel, en tono casi cinematográfico, cobraba vida en la pantalla. Un coming of age que, a sus 54 años, aún tiene muchos capítulos por escribir, mientras el sol se imponía en el horizonte.
Con el escenario iluminado, Luismi emergió desde una plataforma situada en el centro, con los brazos cruzados y una sonrisa que, aunque ya sin el diastema que lo distinguía, sigue irradiando esa chispa carismática que lo caracteriza. La mayoría de los presentes no fue sorprendida por la elección de «Será que no me amas» como inicio, pero fue la multitud quien, en lugar de su voz, asumió el protagonismo del coro.
Así como muchos artistas recurren a pistas pregrabadas, Luis Miguel prefirió esta vez dejar que el público se encargara de la primera estrofa. Desde un pequeño espacio en el escenario, con una mesa decorada con flores y un botón detonador, el cantante manejó su micrófono con precisión, ajustando el volumen tanto a lo que él emitía como a lo que recibía por los in-ears.
Luis Miguel, hoy en día, parece una mezcla de Elvis, Michael Jackson, Frank Sinatra, Sandro e incluso algo de Bob Dylan. Misterioso y evasivo en cuanto a declaraciones, vive en su propio Neverland, su residencia en Las Vegas extendida a todo el continente americano. Controla el flujo de su voz y el aire con precisión, manteniendo el encanto de romper las estructuras de sus éxitos a su manera. Su baile enérgico, casi obsesivo, sigue siendo parte de su sello distintivo.
La big band, con Kiko Cibrián a la cabeza, oscila entre el swing, el pop, los boleros y el jazz, mientras que el guitarrista Mike Rodríguez, el pianista Salo Loyo y el trío de coristas Paula Peralta, Lara Mrgic y Tatyana Cooper, así como el quinteto de vientos, aportan una riqueza que sostiene el espectáculo. La energía del baterista Víctor Loyo y el percusionista Roberto Serrano refuerzan el ritmo de la noche, mientras Luis Miguel interactuaba ocasionalmente con ellos.
En “Dame”, el cantante dejó que los vientos lo rodearan mientras danzaba sobre la coda. Más adelante, en “La bikina” y “La media vuelta”, los mariachis Vargas de Tecalitlán añadieron un toque festivo, respaldados por un confeti rojo, blanco y verde.
Aunque se ha señalado su poca interacción con el público en sus últimas visitas, Luis Miguel estuvo más consciente del momento. «¿Cómo dice, Buenos Aireeees?», preguntó en «Amor, amor, amor», invitando a los asistentes a cantar junto a él en «Un hombre busca a una mujer». Su breve alusión a «mis amigos de Argentina» bastó para conectar sin necesidad de excesos verbales.
En “Como yo te amé”, el uso de un dron generó una imagen icónica, con el cantante sosteniéndolo con una sonrisa que dejó claro que, aunque pasaron los años, sigue siendo el mismo Micky que atrapó la atención de millones.
El cierre llegó con un repaso de clásicos ochentosos como «Ahora te puedas marchar» y «Cuando calienta el sol», mientras pelotas inflables negras con las siglas de Luis Miguel rebotaban entre la multitud. Al accionar el botón detonador, el cielo de Palermo se llenó de fuegos artificiales, confirmando que, como cantaría Andrés Calamaro, «Luismi está vivo».